Al parecer, la civilización occidental va por buen camino para curar la “disfunción eréctil” o por lo menos eso prometen los infomerciales en horas obscenas de la madrugada. Pero el énfasis en los infomerciales está en el “performance”, como se verá aquí.
¿Cómo se hacen los bebés?
En el mundo hay cien millones de hombres que sufren de la famosa y políticamente correcta “disfunción eréctil”. Sólo basta con prender la TV después de la medianoche para encontrarse con varios infomerciales que a partir de pócimas, ungüentos, medicinas, inyecciones y bombas de aire prometen una erección legendaria. Antes conocida como impotencia, la disfunción eréctil parece implantarse en nuestra cultura como una referencia cada vez más común, y algunos estudios calculan que su incidencia se duplicará en veinte años.
La bibliografía médica se esfuerza por distinguir cada vez con mayor precisión la diferencia entre la incapacidad de tener una erección (disfunción eréctil) y la capacidad de tener un orgasmo (anorgasmia). Aunque de manera más aislada, lo mismo se hace con el sexo femenino, y se lucha por distinguir la frigidez (incapacidad de excitarse) de la anorgasmia.
Las políticas de género se juegan aquí de una manera peculiar. Mientras que el doctor Bonet Miró asegura, junto a la mayor parte de la bibliografía electrónica al respecto, que sólo 5% de los casos de frigidez son orgánicos (el resto serían psicológicos), la disfunción eréctil es considerada, en su mayoría, un problema médico. Según esta lógica perversa, las mujeres no sólo no gozan, sino que además están locas, mientras que los hombres que no gozan, “sufren” una enfermedad.
La lógica médica (y mercadológica) ha divorciado por completo la capacidad de sostener una erección con la reproducción humana por un lado, y con la necesidad fisio y psicológica del orgasmo, por el otro.
Al parecer, a los cuarenta años, 3% de los hombres son impotentes, cifra que llega a 40% cuando la edad aumenta a setenta. Una investigación publicada en la Publicación de la Asociación Médica Estadounidense (JAMA) asegura que 43% de las mujeres entre los 18 y 59 años sufren de alguna disfunción sexual. Al parecer, 10% de toda la población femenina nunca experimentará un orgasmo. Curiosamente, ese estudio ha sido criticado porque dos de los médicos que lo firmaron tienen lazos fuertes con Pfizer, uno de los líderes de la industria farmacéutica. Y no es para extrañarse. En 2001 el Viagra produjo 1,500 millones de dólares, y hay miles de personas en batas blancas y con complicados aparatos tratando de encontrar una droga milagrosa que le devuelva la “funcionalidad” sexual a ese 43% de la población femenina. La anatomía es destino, decía Freud. Hoy en día, como dice Bruce Sterling, la anatomía es industria.
Sin embargo, como dicen los investigadores del Instituto Urológico de Bristol, no hay evidencia concreta de la andropausia (término médico análogo a la menopausia)y la mayor parte de los problemas que se relacionan con este “síndrome” (carencia de apetito sexual, disfunción eréctil, cambios de humor) son perfectamente atribuibles al estrés.
Al parecer, la civilización occidental va por buen camino para curar la “disfunción eréctil” o por lo menos eso prometen los infomerciales en horas obscenas de la madrugada. Pero el énfasis en los infomerciales está en el “performance”. El énfasis está en la aceptación social por cumplir con las funciones y los papeles exigidos. Tu esposa estará feliz, dejará de cuestionar tu masculinidad y ya no te sentirás menos. A las cinco de la mañana, parece que lograr una erección es sinónimo de cumplir.
La lógica médica (y mercadológica) ha divorciado por completo la capacidad de sostener una erección con la reproducción humana por un lado, y con la necesidad fisio y psicológica del orgasmo, por el otro.
El cuerpo, así, se convierte en una máquina, como un carro, del que se espera un funcionamiento mínimo. La lógica de los infomerciales se hace cada vez más clara. Y el problema ya no es sólo la impotencia. Dicen, anunciando el Abtronics, ese fabuloso aparato que adelgaza con la versión light de la terapia de electroshocks, “sus músculos harán el trabajo, no usted”. Como si mis músculos y yo ya no tuviéramos nada que ver. Como si el cuerpo y el individuo estuvieran permanente e irrevocablemente divorciados.
¿Por dónde nacen los bebés?
Esta es una pregunta legítima para alguien que tiene cuatro años de edad, pero en estos tiempos extraños la respuesta ya no es tan obvia como lo solía ser. Pregúntale a cualquier amiga que haya tenido un bebé recientemente. La respuesta es predecible: mientras mayor sea el nivel socio-económico y cultural, una mayor cantidad de mujeres responderá que los bebés nacen por una incisión que un cirujano hace en la parte de abajo del abdomen.
La “epidemia de cesáreas”, como la ha denominado la Organización Mundial de la Salud, es un problema mundial que no se ha logrado controlar. En Estados Unidos, por ejemplo, el porcentaje de partos por cesárea ha aumentado de 5% en 1970 hasta 29.1 actualmente. En los ochenta la OMS fijó el número deseado de cesáreas en 15% de los partos. En México, y según declaraciones del [ex] presidente Fox y [ex] el secretario de Salud Frenk, el porcentaje es “dos veces mayor que el recomendado por la OMS”, según cita de CIMAC, en 2003. En 1999 el porcentaje de cesáreas practicadas en el país era ligeramente superior a 35. Según CIMAC, hay algunos hospitales privados donde 8 de cada 10 partos se realizan mediante el procedimiento quirúrgico, una cirugía mayor. Así que hay ciertos hospitales donde los bebés nacen por el abdomen y no por la vagina.
Y es cierto, la tecnología médica hace la vida más cómoda cuando el cuerpo es incómodo. Y mientras más molesto e incómodo es el cuerpo, más necesitamos la tecnología, hasta el punto en el que podemos decir que la tecnología nos libera.
¿Las razones? Los estudios citan varias: la percepción de que es un procedimiento más seguro, la disminución en las habilidades obstétricas, la creciente edad de las madres, mayor capacidad tecnológica para detectar sufrimiento fetal, la preferencia de ciertos sectores sociales y los incentivos económicos de seguros privados. A esto habría que añadir el factor económico. “Le dijeron que necesitaba una cesárea”, me comentaba una muchacha sobre su prima en Guerrero, “pero se aguantó y lo tuvo natural: en vez de gastarse 8 mil pesos, sólo se gastó 150 para la partera y todo salió bien”. O, como dice un doctor, “La gente piensa que es como un cierre: te abren y te vuelven a cerrar”.
Todo empieza, o se acelera, con la píldora anticonceptiva, ligada íntimamente al movimiento de liberación femenina sesentero. La píldora permitía separar el placer sexual de la procreación. Y en ese sentido liberó a las mujeres. Pero la tecnología médica dedicada a las facultades reproductivas femeninas ha avanzado a saltos gigantescos en los últimos cuarenta años. ¿Qué les gusta? ¿Fertilización in vitro? ¿Implantación de embriones en el útero? ¿Embarazarse a los 45 o 60 años? ¿Píldoras abortivas para “el día después”? ¿Escoger el material genético para fertilizar un óvulo? ¿Clonar seres humanos?
Para muchas mujeres estos logros científicos son “liberadores” en términos de la capacidad de elegir que les otorgan. Es decir, a mayor tecnología, mayor poder de decisión. Si se quieren esperar a tener hijos, pues bien, la edad límite cada vez aumenta más y más. Una noche de sexo desenfrenado no pasa a mayores tomando una pastilla para acompañar la cruda del día siguiente. Una mujer que hace cincuenta años estaría diagnosticada como estéril tiene hoy más posibilidades de tener un hijo.
Y es cierto, la tecnología médica hace la vida más cómoda cuando el cuerpo es incómodo. Y mientras más molesto e incómodo es el cuerpo, más necesitamos la tecnología, hasta el punto en el que podemos decir que la tecnología nos libera. Y me imagino que el embarazo y todo lo que implica llevar bebés en el vientre, desde la menstruación hasta los ascos matutinos no deben ser fáciles de sobrellevar. Y somos testigos de los primeros pasos hacia la reproducción asexual. Hay quien también ve estos avances tecnológicos como un paso más en una larga historia de intentos masculinos por mediar la relación entre las mujeres y sus úteros. Es algo así como una envidia de útero, y casi todos (pero no todos) los que realizan y promueven este tipo de procedimientos tienen un apéndice reproductivo colgando entre sus piernas. Si la mujer es cada vez menos necesaria para tener hijos (ni siquiera tienes que pujar en una cesárea, de hecho, no tienes que hacer nada), y si la tecnología sigue avanzando hacia donde va, el único logro será haber hecho prescindible a la mujer.
Hay que mantener el cuerpo, en especial el femenino, como dicen todos los anuncios, en línea. Una gran cantidad de mujeres lo pide.
¿Por dónde nacen los bebés? La respuesta es siempre política.
Así, mientras las mujeres dejan de participar activamente en el nacimiento de sus hijos, los hombres toman medicina para lograr una erección. La ciencia y la tecnología se vuelven cada vez más indispensables en el proceso de reproducción. Sólo los pobres siguen teniendo partos naturales y erecciones sin estimulantes; tener un hijo se convierte en un milagro técnico.®