CÓMO COREAR CANCIONES DE PIXIES…

…que nunca habías escuchado

Los festivales de música pueden traernos a bandas del nivel de Interpol o Pixies, pero también nos obligan a convivir con toda clase de fanáticos, algunos sospechosamente parecidos a nosotros. Aquí la crónica del Corona Capital Fest.

Y en el juego angustioso de un hipster frente a otro

Después de ocho horas en el Corona Capital Fest uno tiene el impulso de comprar el primer par de lentes que no sean de pasta. “Nunca había visto tanta gente que se parecía a mí”, dijo un nuevo amigo de gafas gruesas, gorra beisbolera y playera de saldo. Exactamente la forma en que lucían los otros ocho mil hombres que había visto hasta el momento. Sólo cuando uno se enfrenta a tantas versiones de sí mismo se convence de que la peculiaridad es un concepto sobrevalorado.

Pixies

“No encuentro a mi hermano”, se preocupó Irving, el compañero con el que había emprendido esta travesía por los tres escenarios del festival. “Mira, él va a ir a ver a Foals. Como no son una banda muy conocida, de seguro ahí lo encontramos”. Media hora más tarde mi radio de veinte metros parecía un enjambre y los hombres cabían todos en la descripción que yo tenía “del hermano de Irving”. No lo encontramos. El Corona fue generoso en ese tipo de inconvenientes por multitud: ¿De qué otro modo puede entenderse que en un festival con el nombre de una cerveza el alcohol se acabara a las siete de la noche?

“Un grato lugar entre Hipsterland y VillaMelón”, sentenció Adriana Rocha. Desde que la periferia tomó el centro nada es tan común como decir que se sigue a una banda de culto. Pixies representaba para eso un ejemplo poco superable: nadie que se respetara podía ignorarlos y siempre resultaba grato despreciar a todo aquel que conociera sólo “Where’s my mind”. Cribar al conocedor del charlatán, ése fue el deporte favorito del evento.

“Ése es seguidor de Pixies; ése no”, decía Irving, y acertaba en cada oportunidad. En estos tiempos en que todo puede pasar como indie y alternativo el único parámetro de valor es la fidelidad. Al principio me sorprendió su talento para reconocer a los suyos, pero luego descubrí que Irving sólo apuntaba a la gente que superaba la treintena. Cualquier fan de Pixies que no tuviera al menos diez años esperando este concierto calificaba apenas como un advenedizo.

Oh, stop

Evité bajar algún disco de Pixies para no contaminarme. Del mismo modo que Wikipedia ha borrado el muro entre el erudito y el impostor, los programas de descarga han hecho todo lo necesario para que cualquiera pueda pasar por fan de un grupo cuyo nombre acaba de conocer la noche anterior. En ese sentido, Pixies simbolizaba el equilibrio entre los lados A y B de la vida: en apariencia secretos pero con un poder de convocatoria capaz de llenar un estadio. Doblemente famosos por los grupos que habían influido, verlos era entender de dónde había surgido la banda sonora de tu adolescencia noventera. “Pixies es como un Mustang 66: Sólo para conocedores”, había dicho un fan, pero de modo empírico –según entendíamos con el paso de las horas– el auto se estaba volviendo ómnibus. Demasiadas personas hablaban de que deberíamos ser menos. Este sábado vimos el caso de una multitud conformada por gente cuya mayor aspiración era distinguirse de la multitud.

Cualquier fan de Pixies que no tuviera al menos diez años esperando este concierto calificaba apenas como un advenedizo.

En esas circunstancias, era un pecado venir a ver a una de las bandas indies por definición y no haber escuchado ninguna canción suya que no haya salido en Fight Club. Acepté el riesgo. ¿Cómo fingir que era un auténtico seguidor y no un vil ignorante que asistió sólo porque habría chicas guapas? Después de ir de un lado para otro y simular que conocía las canciones de The Temper Trap o de Adanowsky ya había adquirido cierta práctica. Ayudaba mucho el que medio mundo anduviera en su propio viaje (musical y químico, como el trío de tipos que andaba en busca de una soga para amarrarse y poder tomar un ácido sin preocupaciones) y que un catálogo del festival me informara de las canciones más famosas de cada banda.

Si algo definió a ciertos fanáticos de Pixies fue la propensión a la catástrofe. Más de uno pensaba que el avión se vendría abajo, la lámpara caería en la tina de Kim Deal o simplemente una decisión cualquiera volvería a frustrarlo todo, como en 2004. Una vez que supieron que el grupo estaba ya en tierra mexicana, la inquietud se centró en el concierto: ¿qué tocarían?, o más importante que eso: ¿el sonido daría cuenta del tiempo transcurrido en la historia del rock y en la garganta de Charles Thompson? La ecualización había sido lamentable durante la actuación de Regina Spektor –su música en un iPod tenía mejor calidad– de modo que no se trataba de una preocupación menor. No podías llegar al primer concierto de Pixies en el país y escuchar “Here comes your man” como si saliera de la grabadora Sanyo donde la escuchaste por primera vez. El reencuentro con tu biografía musical merecía a cielo abierto la misma fidelidad de unos audífonos.

¡Tú, la de azul: ya bájate de sus hombros y déjanos ver. Además ni te las sabes!

Como ante una redada de Migración, en este festival el mayor pecado era no conocer de memoria los himnos. Después de una climática actuación de Interpol, de quien podía seguir suficientes canciones (la clave fue cantar la letra de “Evil” todo el tiempo), libré doscientos metros de multitud para llegar al escenario Corona, donde Pixies cerraría el espectáculo. Un tipo con aspecto de Robert Trujillo y su humor de hombre que ha pasado dos décadas en un presidio fue determinante. No pude resistirme al grupo de señores que lo acompañaba y me instalé en ese sitio. A su lado, un trabajador del Canal 8 que aún conservaba su casaca se disponía a beber Bacardí blanco de una botella.

–¿Cómo hizo para pasarla? –le preguntó una chica.

–Le dijimos a un cuate en silla de ruedas que nos hiciera el favor.

–Qué envidia.

–Ha llegado el momento de festejar –añadió el aparente ex presidiario después de mirar su reloj y constatar que eran las 10:00 pm (el programa había sido sorprendentemente puntual con su itinerario).

Interpol

Minutos después (a pesar de que Interpol seguía tocando) Pixies nos tomó de sorpresa a los 50 mil asistentes que estábamos ya en ese momento frente al escenario. El furor fue mayúsculo. Gritos a la derecha y a la izquierda. No tenía puta idea de qué canción estábamos todos celebrando, pero debo admitir que era suprema (al otro día, y gracias a las crónicas de los periódicos, me enteré de que se trataba de “Bone Machine”, y en la tranquilidad de mi casa me dispuse a bajarla).

¿Cómo pasar por conocedor de Pixies? La clave es gritar “¡Ahuevo!” cada que escuches los primeros de acordes de una rola. Eso, en el código del fan significa: “Kim Deal me leyó la mente”. Aunque el tipo de Canal 8 tenía una forma incomparable de transitar entre canciones: con cada inicio mostraba el pulgar y decía: “Wow, dos puntos arriba”.

“Dime tres himnos de Doolittle”, me retó el ex convicto para ponerme en el mayor aprieto de la noche. Por suerte, me salvó una turba de gente visiblemente cool que se abrió paso a empujones. “Hey, hey, que no es Insurgentes”, dijo el de Canal 8. “Pinches princesas, cuando se ponga feo allá adelante se van a querer regresar”.

¿Cómo pasar por conocedor de Pixies? La clave es gritar “¡Ahuevo!” cada que escuches los primeros de acordes de una rola.

Las pantallas daban cuenta de que los años no pasan en vano si has tenido la vida de Kim Deal. Pero una ansiedad mayor nos consumía: Pixies sonaba como con sordina. “Comunícame con el ingeniero”, me pidió el ex presidiario. Yo sabía que no había señal en todo el autódromo Hermanos Rodríguez y marqué desde mi celular a un amigo en Campeche. “No sale la llamada”, contesté. “Vale madre”, replicó el otro.

La ecualización mejoró mucho en las dos interpretaciones siguientes. Para entonces y a lo largo del concierto bendije la facilidad de los Pixies para componer frases que se repitieran dos o tres veces en cada estribillo:

“Caribou” [3x]

“This monkey’s gone to heaven” [4x]

“Here comes your man” [3x]

“Wave of mutilation” [3x]

Eso me dio ventaja de integración, pues no era difícil gritar “¡Debaaaaaser!” alguna de las quince ocasiones en que era posible hacerlo. Mi hermanamiento con los seguidores de Pixies fue exitoso en ese sentido. Cantar a todo pulmón rolas que iba aprendiendo al momento me hizo sentir parte de una emoción que se consolidaba con cada coro. Así transcurrió la hora y media. Así sobreviví sin ser descubierto.

“¿Dónde está mi mente, mi cuerpo, mi lana y mi pinche hermano?”

El concierto cerró con la dupla “Where’s my mind?” y “Gigantic”, que causó un delirio general. “Ahora ya puedo morir en paz”, dijo alguien a mi lado. Y era verdad: la música de Pixies era tan buena que no importaba si los habías seguido por veinte años o los escuchabas por primera vez, el nocaut tras la última canción era definitivo. Ahora sólo quedaba caminar en busca de la salida o de la bola luminosa a donde habías quedado de verte con tus amigos (sin sospechar que otras dos mil personas habían tenido la misma idea). Pero era un buen ejercicio para asimilar lo acontecido. Uno no tenía más cosas que pensar sino en la satisfacción y, claro, en si sería o no buena idea comprar un boleto de la nueva fecha en el Metropólitan que de forma conveniente había sido anunciada en la pantalla gigante. En fin, que no hay marketing más eficiente que el que se dirige a un hombre tras un orgasmo. ®

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Publicado en: Música, Noviembre 2010

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  1. Rogelio Merino

    Magnifica reseña, cagadísima.

    Parece que algunos se han ofendido, pero así es esto. Aunque ellos pueden pensar que es muy difícil ser diferente en estos días,yo les diría que no se agobien, y más en una ciudad como el DF, es casi estéril seguir pensando que se puede ser diferente visualmente, a menos que tengas un diseñador personal, de ahí en fuera a todos nos viene bien la ropa de walmart o las playeras de 29 pesos de optima.
    No sé. yo no soy fan de nadie, me gusta la música, tengo más discos de uno u otro músico pero la mayor parte de las veces es porque producen más y de la misma calidad. Los impostores no son tan impostores, según yo, son como fans fans en sus inicios, me los imagino a los 30 cuando una banda X llame a los que sobrevivan todavía de los pixies a hacer un remake. Ellos dirán ahuevo!!, yo estuve en el concierto de 2010, pinches impostores (los que no estuvieron).

    Saludos.

  2. luis hernandez

    Pixies como pocas bandas ( Camper van Beethoven, R.E.M., Live) están sustentadas únicamente en su aspecto musical, nada de pirotecnia, videoclips, make up o gafas obscuras. Rock y cerebro.
    Te parecen estribillos fáciles y repetitivos? no haz entendido nada; tienes razón había más gente de la que se necesitaba para un evento de ese calibre, Pixies nunca se llevan bien con las multitudes. Desde siempre los fans de verdad nos hemos preciado de participar de un estadio mental, intelectual, ideológico muy diferente del resto de las personas (no dijo mejor, solo diferente); con mis 36 años encima los disfrute a pesar del molesto tumulto (al menos por lo que se refiere al viernes), mucho mejor los siguientes dos días en el Metropolitan, ya con menos “profanos”. Tienes razón, lastima de “impostores”; para ti y muchos como tu es leer una reseña posterior para saber de que iba el asunto; para mi y algunos como yo era la promesa cumplida del rock de Pixies: liberación, apoteosis, éxtasis, y sentirte al 100 con cada acorde
    Crees que años de espera son asunto menor?, no se donde estabas y que hacías cuando los de Boston grababan “Surfer rosa” o “Doolitle” Pero para algunos es mucho más que gritar “a huevo”, o “were is my mind”, es desangrarte, colapsar, soñar .

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