LITERATURA JALISCIENSE INADVERTIDA

La flor del pensamiento, de Alejandro González González

Por más que los títulos no nos prometan nada, a veces hay que atacarlos con malicia. En este caso, con mucha malicia. Alejandro González González, siquiatra jubilado, egresado de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, ha publicado ya ocho libros entre novelas y cuentos, en sus ratos de relajación porque le da por escribir.

No es de gratis que tenga conocimientos amplios de medicina, ya que en sus narraciones siempre aparece alguna frase burlona sobre el caló de los médicos o algún enfermo que no entiende, por supuesto, el diagnóstico. El punto es que luego los doctorcitos saben llevar una vida que no le pide nada a la de un artista, y como bien decía la Chimoltrufia, “No nos hágamos tarugos”, todos sabemos o tenemos idea de lo que eso significa; ahora que cuando un doc también es artista, ¡Dios guarde la hora! En concreto, biólogos, botánicos, químicos o estudiantes de medicina conocen más que el común de los mortales acerca de esas maravillosas sustancias que atarantan y si no te matan, a veces te dejan como en otro planeta. Y esa es precisamente la idea, viajar, y si es a otro planeta, mejor.

Pues bien, al título La flor del pensamiento —nombre de la primera novela corta del libro— hay que tomarlo con toda malicia, porque hay de flores a flores, y ciertamente, hay unas muy bonitas, unas “hiedras de campanitas” que cuando se las sabe tratar se convierten en un boleto de viaje, a veces es one way trip, a veces sí regresas, lo que es garantizado es el pensamiento. Y eso del spanglish qué, pues que de todo hay en esta publicación originalmente del año de 1965 donde unos hippies gringos, un botánico y un filósofo, se mezclan en la memoria del narrador con un doctor psiquiatra que lleva a un loquito a encerrar a Estados Unidos. Entre dos países, sus dos lenguas y —digámoslo ya— dosis inocentes de LSD, transcurren dos viajes paralelos, aventuras entre planos que se superponen, la memoria, el alucín, la realidad y lo artificialmente creado por los guardianes de los viajeros.

Sin duda, una experiencia narrativa casi experimental, arriesgada, aun para estos días, sin más palabras: todo un viaje.

Entre dos países, sus dos lenguas y —digámoslo ya— dosis inocentes de LSD, transcurren dos viajes paralelos, aventuras entre planos que se superponen, la memoria, el alucín, la realidad y lo artificialmente creado por los guardianes de los viajeros.

Enseguida, para “bajar avión” viene “La trinidad”, relato más breve que consta de —por muy obvio que parezca— tres elementos, que fungen como capítulos y a la vez presentan tres puntos de vista de los tres integrantes de esta tríada. Claro que no sobra una intervención del autor al inicio, en donde comenta que si bien suele llamarse “triángulo” a “cualquier conflicto erótico-sentimental” de tres, en este caso se trata de una verdadera “trinidad”.

Así que por acá somos testigos de un enredo que no se enreda sino hasta el final —y bien enredado— porque sucede siempre en las mentes de los personajes, se mezclan con la voz del narrador y salen muy poco, casi podrían pasar inadvertidos, como cuando uno duda si lo que dijo lo ha dicho en voz alta o sólo lo pensó. Decir más allá de que los involucrados son una profesora cotorrona y sus alumnos daría al traste con lo bueno de la historia, así que lo podemos dejar ahí, para que si son morbosos, se piquen y se apuren porque el tiraje de esta edición fue muy limitado. Literatura jalisciense que pasa inadvertida. ®

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Publicado en: Libros y autores, Noviembre 2010

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