Pareciese como si el proceso creativo se hubiera truncado y no hubiese más historias que contar. Estamos quizá tan hartos de la cotidiana velocidad a la que se mueve el presente y su ritmo destructivo que es mejor mirar hacia atrás, utilizando la nostalgia como guía del punto hacia el que quisiéramos ir.
De una forma u otra el remake en el cine no es otra cosa que la reinterpretación de una manera de ver la realidad y de tratar de relatarla, plantearla o incluso deformarla, ya sea del aquí (o allá, en tanto que retoma lo dicho por Otro) y el ahora, como una manera que puede llegar incluso a ser impositiva, o mediante la nostalgia por algo de lo que no sólo no queremos deshacernos, sino incluso traer de vuelta, aunque sea un par de fragmentos.
Lo que para algunos pudiese señalarse como un “fusil” no lo es, en tanto que no se trata de un plagio, pero tampoco una copia fiel autorizada, sino de la construcción de un discurso a partir de otro, pero generalmente matizado por un contexto distinto y que corresponde a quien o quienes desde su perspectiva individual o desde la proyección de su bagaje cultural retoman ese mensaje: Esa es tu forma de decirlo, y ésta es la mía de repetir lo que dijiste.
En tanto que casi una paráfrasis, el remake va más allá de lo que las observaciones a vuelo de pájaro alcanzan. Revisarlo implica más que simplemente entrar a un cuadernillo o revista de sopa de letras y resolver los pares de dibujos que invitan a encontrar las seis o más diferencias. Si la forma de morir o triunfar o de tomar la decisión más importante de un personaje en la versión original y en el remake difieren es porque el contexto de lo rehecho y su propósito así lo determinan.
Si los tres sujetos de Trois hommes et un couffin, de 1985, parecen estar más confundidos con tener un bebé abandonado a su puerta que el trío de Three man and a Baby, de 1987, es porque la versión estadounidense está cargada de esa visión siempre heroica y triunfalista del discurso cinematográfico hollywoodense que sirve como espacio propagandístico del mensaje identitario de la gran nación y sus grandes hombres. Sólo por citar un ejemplo.
Si la forma de morir o triunfar o de tomar la decisión más importante de un personaje en la versión original y en el remake difieren es porque el contexto de lo rehecho y su propósito así lo determinan.
De igual forma, aquel Freddy Krueger de Nightmare on Elm Street, de 1984, representaba los miedos internos de una sociedad, asociados más con sus valores morales y religiosos —Freddy es demoniaco por castigo a sus crímenes—, a la vez que el actual de 2010 parece estar más relacionado con los enemigos de carne y hueso de la sociedad estadounidense que se ocultan entre ellos mismos, convirtiéndose así en una pesadilla real.
En ese sentido, además del objetivo de crear un producto altamente comercial, en tanto que ya ha sido probado por el creador original, el remake, como discurso, podría dividirse en dos vertientes: aquella que busca imponer una visión de la realidad a partir de quien o quienes lo reinterpretan y la otra que rebusca entre el pasado algo para compensar los vacíos del presente.
La primera vertiente se explica desde el productor más constante del remake: Hollywood y su visión occidental del mundo, cada vez más propagada en otras partes del orbe como la correcta interpretación y uso consecuente de la realidad circundante.
Los ejemplos, además del anteriormente mencionado que retoma una comedia realista francesa y le aplica un happy ending a toda complicación, son muchos. Sólo por mencionar uno: Der himmel über Berlin (Wings of Desire), de 1987, y City of Angels, de 1998. Mientras el ángel de la original alemana encuentra en el amor una forma o excusa para tratar de comprender toda la complejidad de esa sociedad construida por los humanos, su par estadounidense sucumbe simplemente ante la belleza física y humana de un solo individuo, la mujer en cuestión, y abandona su divinidad por los placeres “mundanos”. Véase su sonrisa cuando come por primera vez.
En ambos casos, la visión occidental estadounidense termina por imponerse al discurso original, como si éste careciera de importancia y debiera ser difundido bajo la perspectiva de quien lo retoma para hacerse realmente válido. El remake hollywoodense no tiene, al menos en los dos ejemplos citados, intención de conocer o profundizar en la interpretación del Otro, en su forma de ver el mundo. Tampoco lo retoma para simplemente repetirlo y así convalidarlo, sino que se lo apropia para expresarlo a su manera: Tu manera de decirlo tiene sentido, pero lo tiene más la mía.Quizá su única ventaja, para quien así se anima, es que el remake hollywoodense puede ser un conducto sutil hacia la búsqueda de la versión original que termine por abrir las fronteras del espectador hacia otra forma de ver la realidad, más allá de la imposición del discurso único occidental. Pero ¿cuántos han visto las versiones originales antes mencionadas, frente a quienes vieron y disfrutaron los “refritos”? El que haya visto Ringu, de 1998, después de ver The Ring, de 2002, que levante la mano. Debe haber varios, pero quizá no serán suficientes.
¿Cuántos habrán visto ya la saga de Millenium, de 2009, la trilogía fílmica sueca derivada del éxito editorial de novela negra de Stieg Larsen, y cuántos verán la nueva versión estadounidense ya produciéndose de The Girl with the Dragon Tattoo, que para lograr superar el éxito que está logrando la original han recurrido a David Fincher para la dirección y al nuevo James Bond, Daniel Craig, para interpretar al reportero-detective Mikael Blomkvist.
En cuanto a la segunda vertiente, la que viaja en busca de las experiencias del pasado para tratar de encajar piezas de éste en el presente, el remake, más que reciclar películas, las reusa. El rehacer filmes de un pretérito que nos perteneció cumple con esa cada vez más diseminada necesidad colectiva de recuperar un momento que sabemos no volverá.
Evocar lo que ya no está presente es un ejercicio que surge del ansia de contar con herramientas emocionales que nos faciliten enfrentar un presente que no es cómodo o que incluso puede ser desagradable. La sociedad de principio de siglo lo sabe bien, la desesperanza posterior a la llegada de la “nueva era”, que el nuevo siglo no cumplió con traernos, obliga a mirar atrás: Sí, la cosa no iba del todo bien, pero ahora va de mal en peor.
Evocar lo que ya no está presente es un ejercicio que surge del ansia de contar con herramientas emocionales que nos faciliten enfrentar un presente que no es cómodo o que incluso puede ser desagradable.
Es como si regresar en el tiempo y traer un pedazo del pasado hiciese posible traerlo todo de nuevo por asimilación. Imposible, el contexto incluso hará que ese pasado sea interpretado de manera distinta ahora: la idea de que las primeras en morir en el cine de terror eran las güeras más promiscuas no provocará reacción alguna de recato en ninguna adolescente que vea el remake de Friday the 13th, de 2010, como aparentemente el discurso conservador en el cine de horror de los ochenta intentó luego de la locura y el desenfreno de los setenta.
Lo de hoy es lo de ayer: Nigthmare on Elm Street, Friday the 13th, Godzilla —se incluye porque viene una nueva versión de Guillermo del Toro—, Halloween, aunque Rob Zombie insista en que es un tributo más que un refrito; también ya está produciendo una tercera versión de The Blob; Ocean’s Eleven, en 2001, y sus secuelas, de Steven Soderbergh, tratando de poner en la sonrisa de George Clooney el brillo del rostro completo de Sinatra (la versión original es de 1960). Los hombres, aun cuando ladrones y cabrones, eran unos caballeros.
Pareciese como si el proceso creativo se hubiera truncado y no hubiese más historias que contar. Estamos quizá tan hartos de la cotidiana velocidad a la que se mueve el presente y su ritmo destructivo que es mejor mirar hacia atrás, utilizando la nostalgia como guía del punto hacia el que quisiéramos ir. Reinventamos lo inventado porque cada secuencia de un remake del pasado propio está matizado con todos aquellos elementos estéticos y culturales que conformaban ese entonces. El recuerdo de lo que fuimos nos regala una sonrisa para mirarnos al espejo y mirar lo que somos.
Sí en México la telenovela es el remake por excelencia del discurso mediático y si Biutiful, de 2010, de Alejandro González Iñárritu es —aunque él no lo vea tan así— una versión española de Los olvidados, 1950, de Luis Buñuel, ¿por qué no él mismo y Luis Estrada juntan talentos para una versión actualizada de Nosotros los pobres? ®
ERRADICANDO LA ESTÚPIDEZ FUNDAMENTAL DE LA NATURALEZA HUMANA DE MINERVA BAÑUELOS CÁRDENAS, AH ME FALTÓ LA "P", DE PATRICIA COCHINOS!!
La falta de creatividad en su máxima expresión algunos dicen QUE VIVAN LOS REMAKES!!
2. Es raro porque según estamos en la posmodernidad pero nos aferramos al pasado, cuando escucho a personas que sintonizan este programa de radio de canciones de Rock clàsicas sólo digo una cosa: este chamo juega con la nostalgía de esta generación cuando indudablemente había bandas buenas, pero hay más hasta tiendita de playeras,tazas, cds, etc tiene para que nunca se vaya el recuerdo; así pasa con las movies si algo pegó en el pasado hay que quitarle aquí , ponerle allá y PUMP! chiclé y pega!! Y no sé cómo lo logran tan bien pero vuelven a pegar duro.
3. Dicen que ya nada puede ser nuevo , que todo es una copia de algo, que ya sólo se innova que porque las ideas, las cosas ya están , que una idea tuvo que salir de otras dos y que por lo tanto ya no puede ser nada nuevo; pues yo sólo digo que coman CACA para que se les salgan esas ideas, tú como la beisbol
Maik
La mayoría de los «Remakes» se hacen simplemente con la intención de vender algo que ya estaba vendido, sin mucho esfuerzo, a un público sin memoria que acepta pacíficamente cualquier cosa que le pongan en la pantalla.
Claro que hay «Remakes» que, como dices, tienen el valor de ser reinterpretaciones de los clásicos, como «Nosferatu» de Werner Herzog, pero por lo general, los refritos no tienen nada valioso que aportar.