La importancia de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara es indudable, pero toda importancia tiene su ser, su circunstancia y su porqué. Es, a no dudarlo, el mayor mercado anual de libros en el mundo hispano, lo que está muy bien puesto que se trata de una feria de libros, aunque la Feria tal cual no es para, ni por los libros y mucho menos para quienes los escriben.
En torno a los libros suceden muchas cosas: presentaciones, puntos de venta, premios, eventos de toda índole, negocios varios y una importante pasarela de notables. Todos estos factores contribuyen al éxito de la FIL y hacen de ella una bola de nieve: a más éxito más elementos propiciadores de éxito. Es por eso que la actual, 2010, merece ser considerada la mayor reunión de libros, escritores, editores, medios, compradores, señoritas en edad de merecer y señores en edad de ya no merecer sino respeto.
La FIL de Guadalajara nace en 1987 y nace con buena salud, pero en los 23 años transcurridos ha alcanzado dimensiones asombrosas. En 1987 lo más importante eran los libros, la compraventa de libros y la presentación de los autores. Ahora los libros son un pretexto y son, para bien o mal, lo de menos. Importan más los autores, los premios, los temas álgidos y el inevitable esnobismo que entraña la asistencia a un evento de este tipo, sea como el invitado de honor o como el más humilde abonado por cuenta propia. Y es que la FIL de Guadalajara, para bien o para mal, tiene uno de los ingredientes favoritos del homínido: el morbo.
Es una barbaridad venir a decir esto, pero es que a uno le da por decir lo que piensa tras observar un poco. Los elementos de morbo, los muy legítimos atractivos que despiertan en la gente un interés enfermizo (me atengo a la definición de la RAE) son del más variado género: hace dos años, por ejemplo, las señoritas se atropellaban entre sí para saludar a cierto amigo erotólogo, novelista y editor. Eso está bien y es divertido, pero lleva morbo, pues el atractivo era el hacedor de libros lanzado al escaparate y no el magnífico stand que llevaba la casa editorial a la que representaba junto con su esposa. Otro notable, fotógrafo maestro de fotógrafos, presentó un libro magnífico, lo que por un día llenó de fotógrafos jóvenes (entre 35 y 65 años) la FIL: los fotógrafos se sacaban fotografías con el fotógrafo, comentaban alegremente rumbo a la salida dándose empellones con los que estaban viendo tenderetes de libros de literatura y (¡qué cosas!) comprando o soñando comprar, y de ahí se iban a echar tortas ahogadas y a comprar souvenirs en Tlaquepaque. Muy legítimo, muy bueno, muy atractivo, muy digno de ser morbosamente fotografiado. Y (flor de morbo) año con año se oye en los aviones que parten de todo el mundo hispano hacia Guadalajara un murmullo de corazones impetuosos que al sístole y diástole de la trama fácil y la pluma ligera repiten hipnotizados “Voy a verte Reverte”.
Y (flor de morbo) año con año se oye en los aviones que parten de todo el mundo hispano hacia Guadalajara un murmullo de corazones impetuosos que al sístole y diástole de la trama fácil y la pluma ligera repiten hipnotizados “Voy a verte Reverte”.
En 2006 la cosa fue más fea, mucho más fea, ergo mucho más atractiva: el Premio Juan Rulfo iba a ser entregado a Carlos Monsiváis —gran ausente, tampoco tan grande, de la edición actual— pero, o quizá por eso mismo según se sospecha, los familiares del gran escritor jalisciense se indignaron y, haciendo valer su heredad, lograron que Pedro Páramo y El llano en llamas se trocaran en productos de la marca registrada “Juan Rulfo” (y a reír todos, que esto sí es realismo mágico), y que el premio que usaba su nombre en homenaje ahora no haga homenaje sino a la FIL misma. ¡Pero vaya homenaje! Estaba aquello a reventar para admirar a Monsi y enterarse de cómo se contestaba públicamente al despojo. En 2006, gracias a este sainete, a este ferial atractivo morboso, la FIL tuvo más reflectores que nunca. ¿Qué libros se presentaron ese año? Habría que googliarlo.
La edición del bicentenario también ha tenido su meta-feria, la de las academias, que despertó un interés bárbaro por el presunto secuestro de la che y la eye, un morbo que a más de uno sonroja tardíamente, y que acabó en agua de borrajas.
Así, año con año, ahora más ahora menos, la FIL de Guadalajara suele ir acompañada de un espectáculo que poco o nada tiene que ver con lo literario. Pero éstos son casos particulares y a fin de cuentas mezquinos, por más lustre, neón y estridencia que se les ponga. La mezquindad no degrada el morbo, sólo lo matiza.
Y mezquinos seríamos nosotros si no agradeciéramos toda esa parafernalia que hace de este evento algo tan incuestionablemente notable: frente que en su exposición de libros se opone a los que han dejado de leer esos extraños objetos que aún ahora son los principales contenedores del conocimiento, la imaginación y la inagotable capacidad creativa (o de plagio) del ser humano. Según datos oficiales tenemos, en la FIL de Guadalajara presente, 1925 editoriales de cuarenta países, todas con sus existencias en exhibición y venta (sin contar incunables y similares), y 455 presentaciones de nuevos libros. Es mérito de los organizadores, de los participantes y de los libros mismos. El morbo ha sido llanamente un notable fenómeno difusor, sea o no a propósito.
Sin embargo hay una característica que supera con mucho estos casos particulares, me refiero al hecho de que sea en el estado de Jalisco lo que hace de la FIL de Guadalajara (la presente y todas las anteriores) un admirable acto contestatario y que sin duda despierta un morbo superlativo que sólo es malsano por definición.
Sin embargo hay una característica que supera con mucho estos casos particulares, me refiero al hecho de que sea en el estado de Jalisco lo que hace de la FIL de Guadalajara (la presente y todas las anteriores) un admirable acto contestatario y que sin duda despierta un morbo superlativo que sólo es malsano por definición.
La anfitriona, como sabemos, es la Universidad de Guadalajara apoyada por los inevitables patrocinadores. Esta universidad estatal es, por naturaleza, dependiente del Estado, pero es, sabidamente y hasta la violencia, víctima del gobierno jalisciense. Esta universidad con más de doscientos años ha sido crítica del fenómeno social de una entidad llena de grandezas y contradicciones.
La guerra cristera, antilaicista y contrarrevolucionaria, se inició en esa región. Los cristeros como tales fueron derrotados, pero no aniquilados, y la rancia coraza católica de Jalisco dio refugio a los sobrevivientes, que entonces sermonearon a las conciencias desde cada rincón del estado, dirigidos desde una de las catedrales más bellas de nuestro país. No predicaron con sencillez cristiana, sino con furia cristera. Puesto que se trata de un estado que no es estadísticamente pobre, cuenta con su clase alta y con una clase media enorme que cumple puntualmente con todo lo que caracteriza a la clase media típica, destacadamente la complicidad con la clase alta. Esa clase media jalisciense es fundamental para la reproducción de un esquema social conservador. En ella se apoyan obispos, cardenales y de unos sexenios a la fecha hasta gobernadores. Es en este estado de Jalisco donde el panismo ha visto nacer y hacerse fuertes a sus grandes hombres y a temibles reaccionarios. Entre los primeros, el cofundador del PAN y primer candidato opositor a la presidencia de México, Efraín González Luna, quien abanderó la oposición conservadora. Entre los segundos, los nombres son incontables, pero tenemos a mano al gobernador actual de Jalisco.
Emilio González Márquez, de extracción panista, no es el primero ni el peor entre los gobernantes por ese partido, pero dentro de la ridiculización de México tiene claros rasgos caricaturescos, entendida esa forma de expresión como la exageración lúdica y burlona de los trazos distintivos de un personaje. Pero no da risa, da “asquito”, como él mismo dijo acerca de los matrimonios homosexuales. Este señor no sigue la tradición de un panismo muerto que pedía democracia y tolerancia, sino la de la reacción grosera y brutal que entra a las galerías a destruir collages que representan signos de crítica al catolicismo. Es el gobernador que pidió recientemente clínicas para “curar” gays. Tal bestialidad sólo puede ocurrírsele a alguien profundamente inculto (don Efraín González Luna, “El Príncipe de la Oratoria”, hombre de letras, pensador y autor de diversos libros, correría de regreso a su tumba si viera lo que en su partido se ha engendrado).
Curas y gobernantes de Jalisco se sostienen sobre una clase media que se amedrenta ante ellos, que resguardan los valores más conservadores y retrógrados; los valores mismos que les enseñaron aquellos que hoy se nutren con su prédica y sus discursos.
Sin embargo hay una buena parte de la sociedad jalisciense que ve las cosas de otra manera. Jalisco es tierra de hombres de letras como Agustín Yáñez, Huberto Batis, Juan José Arreola o el propio Juan Rulfo. En Jalisco los conservadores se ven obligados a golpear a los incontables grupos o individuos con independencia de criterio. En Jalisco la obcecación gobierna impúdicamente pero no a sus anchas: en la Universidad el gobierno ve un cáncer que no sabe cómo extirpar. En Jalisco los grupos opositores a esta ideología persignada o a la administración lobotomizada son lo bastante abundantes, grandes y fuertes como para preocupar a los jerarcas.
Es en este contexto de contradicciones donde ante gobiernos intransigentes y conciencias arcaicas se lleva a cabo cada año un evento internacional que atrae los reflectores de todo el ámbito hispano. Un evento cultural considerado el más importante en lo que a libros se refiere. Un evento que se llena de “asquerositos” de todas las nacionalidades: poetas zarrapastrosos, bellas damas pervertidas, maricones de siete suelas que están encantados con su terrible enfermedad.
Mucho tiene de atractivo y espectacular que la FIL suceda en ese ámbito. Mucho tiene de morbo contemplar esa confrontación entre la cultura y la estupidez, entre la creación y la opresión.
La FIL de Guadalajara tiene un incuestionable valor propio. También cuenta con un aura espectacular que año tras año se presenta milagrosamente para ponerle cerezas y campanillas. Por eso la FIL de Guadalajara se ha convertido —lo es desde hace algunos años— en el evento literario más importante del mundo hispano.
Lo que a veces se pierde de vista es que no sólo se trata de un gran hecho cultural sino que también es la respuesta (y quién sabe hasta qué punto lo es sobre todo) de una sociedad culta e inteligente ante unos trogloditas sociopolíticos que también quisieran poner clínicas donde curar a los lectores y a los escritores y que sienten “asquito” por esa gente. Bárbaros gobernantes que sin saberlo se suman al pensamiento del ministro nazi Hermann Göering, que no tuvo empacho en decir “Cuando oigo la palabra ‘cultura’ saco el revólver”. Y que nos recuerdan también a Millán Astray, el general franquista que en la ocupación de la Universidad de Salamanca le espetó al rector Miguel de Unamuno su tristemente célebre “¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!” ®