EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL GPS

Desaparecer sin dejar rastro…

Estamos entrando en una nueva era de la joven vida del Internet. Llegó la hora de mercadear y capitalizar la red.¿Cuáles son las implicaciones?

En la publicidad, al igual que en la política, la abstención del respetable se contabiliza como adhesión. Los fabulosos mecanismos de sharing permiten saber cuántos espectadores ven tal o cual anuncio por televisión en un determinado momento, incluidos aquéllos en los que se aburren mortalmente y ya ni quedan fuerzas para cambiar de canal. Ocurre lo mismo con programas y deportes. La esgrima, esa noble práctica útil en los duelos, con la adecuada esponsorización se convertiría en un deporte de masas. La gran mayoría de las cadenas privadas, y las estatales que son cosufragadas por la publicidad, basan sus estrategias en el número de televidentes que alcanza un determinado programa, no importando que tenga calidad u otras cualidades para quitarlo o que resulte insoportablemente inconveniente ya sea por su exceso de vulgaridad o de violencia, y con el argumento de (lo que quiere) la audiencia programarlo en prime-time. Argumento, también es cierto, que decanta las grandes partidas de dinero para comprar a precio de oro los mejores espacios publicitarios, sin los cuales la televisión, tal como la conocemos hoy, sencillamente no existiría.

Al fin y al cabo un mecanismo cultural masivo de ventas al detalle. Un extenso catálogo de mercancías con servicio incluido de noticias nacionales e internacionales e información sobre el tiempo que hará en las siguientes tres semanas.

La información, o su promesa, de repente se convierte en mero adorno para vender.

En internet pasa absolutamente lo mismo, cada click es detectado y computado para hacer las estadísticas sobre el número de visitas a los sitios, y la prioridad ahora es vender por internet, por eso ya tenemos aparatos wi-fi de cobertura mundial con los que dar rienda suelta al acto de comprar, descargar, reservar, desde cualquier lugar y momento del día o la noche. La información, o su promesa, de repente se convierte en mero adorno para vender.

Hay excepciones. Spotify, ahora sí que el artífice de la definitiva penúltima vez que se acaba con el mercado discográfico, es una aplicación libre que permite escuchar un banco casi infinito de títulos sin tener que descargarlos o almacenarlos en el disco duro, flotan en la nube esperando sólo ser clickeados. Pero lo más novedoso de este ingenioso sistema es que permite hacer sugerencias y listas de grupos afines a los gustos y selecciones del usuario, creando una biblioteca totalmente “personalizada”.

Los aparatos hiperconectivos que usamos, como espías de vanguardia de los sistemas informáticos de datos, saben mucho tanto acerca de nosotros como de nuestros gustos. Y debilidades, los sistemas informáticos de inteligencia que usa la policía permiten rastrear y crakear correos por los que circula pornografía infantil. Hay rastros que son imposibles de borrar, códigos y palabras que encienden las alarmas.

Y más si huelen a pólvora, aunque en el fondo sean pirotecnia verbal. El pasado mes de noviembre un chico que trabaja en Londres tenía pensado visitar a su novia radicada en Dublín durante un fin de semana. Al saber que el aeropuerto de Dublín se iba a mantener cerrado y con los vuelos cancelados por el mal tiempo, escribió en su muro del Facebook: “Maldito aeropuerto de Dublín, voy hacer que estalle por los aires”. En menos de dos horas recibió la visita del grupo especial de Scotland Yard que investiga actividades terroristas. Agarraron al tipo en su trabajo, desde donde mandó el mensaje. Los policías se extrañaron de la facilidad con la que dieron con él, puesto que en el Facebook estaban sus datos reales. El tipo fue arrestado y encima perdió un juicio y tuvo que pagar 9 mil euros. Cuando apeló la sentencia, volvió a perder y le cargaron su deuda con otros 23 mil.

El libre tránsito sólo lo es para el capital, puesto que las proyecciones poco convenientes que se sueltan en las autopistas de la información pagan peaje. Y los cancerberos, además, está claro que tienen nulo sentido del humor.

El libre tránsito sólo lo es para el capital, puesto que las proyecciones poco convenientes que se sueltan en las autopistas de la información pagan peaje. Y los cancerberos, además, está claro que tienen nulo sentido del humor.

La mayoría de los usuarios ponen datos reales en sus cuentas. Decía que las máquinas cada vez saben más de nosotros. Y los rastros que dejamos son viscosos e indelebles. Cada ocasión en que usamos la tarjeta de crédito o realizamos un pago desde el celular o el smartphone “saben” en tiempo real (quedan resgistradas) cuáles son nuestras preferencias, itinerarios y ubicación, y absolutamente todos nuestros consumos. Además nuestras caminatas por la ciudad quedan registradas en los archivos que generan las miles de cámaras instaladas por todos los rincones para ser revisados al detalle por la policía en caso necesario.

Por si fuera poco el control, corre un servicio por la red que previa inscripción y pago de cuota, se da de alta un número celular (el que uno quiera) a localizar para que en cualquier momento podamos solicitar su ubicación vía GPS. Con las consecuencias que eso implica cuando las visitas a los cuates sean a quien no es cuate sino, por poner un ejemplo, amante. Ante la duda, el celular registrado dará a éste servicio vía GPS la ubicación exacta del número de teléfono que se pidió localizar, con lo que posteriormente y con ayuda del Google Maps nos podremos meter por la ventana en el hotel de paso donde se encuentra fornicando nuestro cónyuge. Todas las dudas sobre la infidelidad del prójimo resueltas por 25 dólares.

Pareciera que toda nueva aplicación tecnológica pasa por un inmediato proceso de degeneración previa a su implantación. Para que ahora disfrutemos de energía nuclear tuvo que haber primero un Hiroshima. La ciencia y la tecnología al servicio de lo abyecto, provocando las mayores bajezas a las que puede llegar el ser humano. Que visto el panorama, en el narcoblog por ejemplo, no es algo muy difícil de provocar.

La tecnología, en su vertiente de objeto de (deseo y) consumo, es caníbal con las voluntades adictivas de los consumidores, y casi siempre logrará destapar en algún momento el lado morboso de la personalidad. La mayoría de las infidelidades se descubren por actos de espionaje en los correos electrónicos o en los aparatos celulares de la pareja.

En realidad, una vez más, se trata de darnos herramientas para que nos despedacemos unos a otros. La implantación del chip ciudadano para todos está al caer. Antes de haber verbalizado nuestro deseo ya habremos consumido y pagado por ello. Al fin y al cabo, llegará un momento en que las máquinas que nos rodean nos conozcan más que nosotros mismos.

A mi personalidad paranoico-puritana le dan ganas de desconectar para siempre y desaparecer. Sin dejar rastros. ®

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Publicado en: Diciembre 2010, Legendario Deja Vu

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