En el pasado teníamos que recurrir al cine, los cuentos o la tele para alzar aquellos temibles y disfrutables niveles de adrenalina en donde nuestro pellejo temía por su vida. Hoy en día basta con pararse frente a un puesto de periódicos o mirar de reojo las noticias para causarnos el mismo efecto. Si nos preguntáramos ahora mismo por el fin de la humanidad no habría una reacción de miedo, pues el interminable presente en crisis parece ser más aterrador que cualquier otra cosa. Quizás es por ello que una serie pseudocientífica como La Tierra sin humanos pueda verse como una especie de distracción para anestesiar el rato.
Desde su atractivo título, fantasía de cualquier misántropo o ambientalista radical, la premisa parece ser un capítulo de la Dimensión desconocida con abundantes sets, pero completamente desprovisto de personajes, pues desde el inicio se nos anuncia: “Bienvenido a la tierra. Población: cero”.
Pero en este caso el terror y el suspenso son suplantados por la rutina de las pequeñas máquinas que siguen su curso sin nosotros, por la inercia de los reactores que siguen generando una inútil energía y hasta por la espera de la mascota por su paseo matinal. Poco importa qué fue lo que ocurrió con las personas, pues los protagonistas de esta historia son las edificaciones, las obras y los objetos. La trama avanza conforme la acción de agentes como óxido, musgo, polvo y agua se abren paso dentro de todo lo que celosamente creamos a nuestro paso por el planeta. El final dista de ser sorpresivo, pues sin necesidad de predicción alguna sabemos que tarde o temprano en polvo nos convertiremos.
Completamente extirpado de la paranoia holocáustica de la guerra fría y la amenaza terrorista del mundo árabe que tanto sacude la frágil psique estadounidense, La Tierra sin humanos muestra cronológicamente, en una especie de time lapse en fast forward, la auténtica decadencia del imperio humano o el ocioso morning-after de las cosas sin nosotros.
Alejado por completo del fatalismo apocalíptico, los especialistas y científicos que participan en cada capítulo desbordan cierto optimismo al especular que la naturaleza encontrará una nueva oportunidad sin nosotros, con especies animales desarrollándose al máximo de su potencial y con la fauna reconquistando cada centímetro arrebatado por la civilización. Ni siquiera la pérdida de las obras maestras causa congoja, pues no habrá nadie que lo lamente y los grandes monumentos, alguna vez orgullo del hombre, caen en pedazos en un vicioso y entretenido replay.
Alejado por completo del fatalismo apocalíptico, los especialistas y científicos que participan en cada capítulo desbordan cierto optimismo al especular que la naturaleza encontrará una nueva oportunidad sin nosotros, con especies animales desarrollándose al máximo de su potencial y con la fauna reconquistando cada centímetro arrebatado por la civilización.
Pero como algunos materiales que contienen el agente de su propia destrucción, después de algunos capítulos la empresa parece poco creíble pese a las credenciales de sus especialistas, porque justamente el factor que hizo desaparecer a la raza humana no participa en lo más mínimo de este banal simulacro de cataclismo. El conteo comienza con una tierra abandonada con extrema higiene, como si los humanos hubieran sido “aspirados” por alguna fuerza exterior o se hubiesen desintegrado en alguna materia no tóxica. Nunca se parte de la idea de que las construcciones poco tendrían que esperar a que el concreto cumpla su fecha de caducidad si pueden ser devastados en segundos por armas de destrucción masiva o la pregunta de si realmente podrán sobrevivir a nuestra desaparición otras especies después del daño que les hemos causado por milenios.
La Tierra sin humanos muestra una versión del fin completamente esterilizada en donde la peste, el horror y la cruenta devastación que nos han venido prometiendo por siglos brillan por su ausencia. Y si el final que plantea es verdadero, ¿a quién le importa? Nadie estará allí para presenciar el descenso del Cristo del Corcovado o ver a su mascota unida a una banda de animales salvajes que aterran a las pequeñas especies tal y como sus amos lo hicieron tiempo atrás.
Entretenido resultó, quizás. Pero después de ver la TV, el cuerpo informado y embrutecido por imágenes de bella decadencia, se pone los zapatos y va a la esquina a contemplar el puesto de periódicos, sumamente necesitado por la dosis de adrenalina que le quedaron a deuda. ®