Germán

© André de Dienes

Germán siguió acariciándose. Lo hizo ahora con mayor ritmo e intensidad. Apretó la mandíbula y controló la apertura de sus ojos hasta dejarlos entreabiertos, justo para que sólo un trazo de luz los penetrara y fuera más fácil imaginar la figura regordeta de Brenda, sus nalgas redondas y apretadas. Germán se imaginó a sí mismo abriéndolas para explorar su interior. Aguzó su sentido del olfato para jalar del ambiente de su habitación cualquier efluvio diminuto que pudiese oler como el espacio oscuro que Brenda escondía en la parte trasera de su entrepierna. Logró atraer un olor fresco, un poco dulce al principio y luego salado y luego ya no pudo más. Aceleró el movimiento de su mano, rindiendo todo su cuerpo ante el último embate y así disfrutar la eyaculación que, a esas alturas, era inminente. Sintió una leve contracción en los testículos y se dejó ir con toda la energía restante. Germán, solo, desnudo en la penumbra, escuchó su propio quejido, corto y apagado, y al fin relajó todo su cuerpo. Suspiró y tembló ligeramente. Sintió un leve enfriamiento en el abdomen por el semen que escurría hacia los lados y se preocupó por la nueva mancha sobre su vieja colcha color azul marino. ®

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Publicado en: Febrero 2011, Narrativa

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