“Luego de explorar un área al aire libre donde unos enanos bailan, monjas en minifalda y con liguero posan para fotografías pagadas y parejas de strippers y teiboleras más bien darks hacen juegos eróticos, ingresas en el primero de los dos pabellones que integran la Expo Sexo y Entretenimiento 2011.”
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Libras cualquier cantidad de revendedores que no sólo dan más caro, sino que mienten al decir que ya no hay boletos. Sólo los que ellos tienen, te juran con cara solemne y socorrista. Los ignoras, eso sí. Llegas a un costado del Palacio de los Deportes y pagas los 220 pesos de tu entrada. Gente de seguridad te catea. Pasas.
Luego de explorar un área al aire libre donde unos enanos bailan, monjas en minifalda y con liguero posan para fotografías pagadas y parejas de strippers y teiboleras más bien darks hacen juegos eróticos, ingresas en el primero de los dos pabellones que integran la Expo Sexo y Entretenimiento 2011 e intentas controlar tu mente hardcore para captar lo que hay, lo que es, y no lo que tú piensas que debería ser y haber. Ése es un principio para un deleite real. No falla, porque no te creas falsas expectativas y en el fondo esperas salir, o no salir sino quedarte, sorprendido.
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Las estadísticas mundiales en los más famosos buscadores de internet son contundentes: cada día la gente busca, como ninguno otro, temas relacionados con el sexo, la pornografía, encuentros amorosos virtuales, intercambios de pareja, participación en tríos, cuartetos o cualquier otro intento de orgía real o imaginaria.
Con el uso de las actuales tecnologías en telecomunicaciones, cada vez más personales, multimedia y con la aparente posibilidad del anonimato, y con los medios de difusión masiva que no siempre tan sutilmente utilizan el anzuelo carnal como generador de rating, esta situación parecería nueva y sorprende, sobre todo, a los más conservadores. Pero, ¿es esta condición realmente distinta de lo que con mayor o menor arte, con más o menos desenfreno, con legítimo pudor o subrayada hipocresía, ha buscado el ser humano a lo largo de su historia?
Aquí, en esta Expo Sexo y Entretenimiento, que en 2011 llega a su octava edición, las estadísticas adquieren rostro. Y no son pocos, porque si algo no falta son visitantes.
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Luego de explorar un área al aire libre donde unos enanos bailan, monjas en minifalda y con liguero posan para fotografías pagadas y parejas de strippers y teiboleras más bien darks hacen juegos eróticos, ingresas en el primero de los dos pabellones que integran la Expo Sexo y Entretenimiento 2011.
Te colocas unas gafas oscuras para poder observar los detalles sin que tu mirada delate tus sensaciones y comienzas el recorrido por pasillos atestados de gente más bien joven que pregunta por los precios en stands que ofrecen lencería extravagante, todo tipo de cremas, vigorizantes, preservativos y juguetes eróticos, desde el típico, modesto, multipresentación pero efectivo consolador o estilizadas muñecas inflables de rasgos japoneses, hasta una cotizada silla Sybian de varios miles de pesos.
Si los estímulos visuales comienzan a acumularse, los musicales son también diversos y surgen de varias fuentes haciendo una plasta algo shockeante que se suma a la voz microfoneada de animadores de concursos. Te detienes para atestiguar el desarrollo de uno de ellos. Dos parejas están en un escenario estilo templete. La idea, les dice el animador, es que ustedes hagan tres posiciones sexuales y el público elegirá quiénes cogen mejor, ¿cómo ven? No se quitan la ropa, desde luego, pero los cuatro participantes intentan dejar atrás el pudor y lucir sus mejores movimientos amatorios. Ahora cambio de pareja, grita el presentador, provocando euforia en el público y cierta mezcla de contrariedad y rechazo en los participantes ante la nueva fase del concurso, no especificada hasta ese instante. Pero ya están ahí. No se van a echar para atrás, parece. Ésa no es una opción, así que mirando el rostro de su pareja original a un lado, encontrando quizás excitación en cómo es poseída por alguien más, se cogen con furia a ese otro ser desconocido.
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Si la pornografía —amplia, cromática, relativa, sugerida o fluidamente explícita y en cierta forma inasible por su gama que puede ir de lo altamente estético a lo ordinariamente guarro— puede entenderse como el material de cualquier índole cuya finalidad es la de provocar la excitación sexual, es una tarea compleja encontrar excepciones en su consumo, en la exposición a ella o en su generación misma.
Desde tiempos prehistóricos pueden rastrearse referencias excitantes en pinturas rupestres, en la elaboración de ropas, cerámicas y esculturas o en danzas rituales, que aluden a la fertilidad y a otras pulsiones de carácter venéreo. Con gradaciones distintas en la recepción y tolerancia —o intolerancia— moral, religiosa o en los valores de las que surgen, las manifestaciones culturales de cada horda, tribu, pueblo o comunidad que ha habitado el mundo, han sido ricas en temáticas que en alguna perspectiva podrían considerarse pornográficas, aun si se trata de expresiones artísticas de exquisita concepción y técnica o de toscas y vulgares referencias de (des)orden sexual.
En esa perspectiva, más allá de los 20 mil metros cuadrados que albergan los stands de expositores con miles de productos, un mega table dance con cerca de 150 bailarinas en escena, strippers exclusivos, dark y sex rooms, castings porno, bar swinger, todo ello dispuesto para interesar y satisfacer todas las preferencias sexuales, lo verdaderamente pornográfico en esta expo eres tú mismo. Tú y todos quienes te rodean. Pero ahí dentro no se percibe así. Te complace la apertura, la libertad sexual que aquí se respira. Te podrías acostumbrar. El problema verdadero será el retorno a la vida real. Si es que regresas. Si es que alguna vez has vivido en ella.
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Exponerse a la pornografía profesional es como consultar la Wikipedia. Aunque para algunos no sea la fuente más confiable para aprender y quizás tampoco la más presumible, todo mundo sabe de ella. ¿Quién se ha resistido a consultarla? Te cuesta un poco de trabajo imaginar que de ella no pueda extraerse algún tipo de aprendizaje aplicable —o eliminable— de tu vida sexual diaria. O cotidiana, para que no suenes pretencioso.
Al observar a los strippers y sus cuerpos musculosos que se desprenden de sus disfraces de milicos, policías, tarzanes, bomberos; a las teiboleras de cuerpo pretendidamente perfecto bailando en traje de maestra, colegiala, sirvienta, enfermera, vampira, desde luego captas que hay algo irreal. No en tono ficticio, sino en código de farsa que se pasa por alto para disfrutar de lo que no es así en la realidad.
Cuando ingresas en el local de strippers, sin cover pero con la obligación de pedir una bebida de 70 pesos, la sexualidad adquiere gamas que te parece que van de lo erótico a lo caricaturesco. Los cuerpos delineados en el gimnasio o con esteroides están tan dispuestos para el banquete visual, incluso para el tacto, que te recuerda a esos programas de televisión en los que diversos chefs preparan comida sospechosamente perfecta. Por ejemplo, con pollos que parece que nunca tuvieron plumas ni sangran ni hay que arrancarles la piel o con carne sin nervio, jugosa, cocida con precisión astronómica. Son platillos que nunca se queman, que están al servicio de los tiempos de la televisión. Existen, pero no son reales. O quizás sí.
Pero no te queda tan claro cuando vas al casting porno convocado por una productora mexicana, al ver a la mayoría de edecanes que se dejan tomar fotos contigo por 20 pesos y menos aún cuando visitas el bar swinger y compruebas, como si no lo supieras ya, cuál es la realidad sexual que puede desprenderse de una vida normal; siliconas y esteroides free.
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En lo desinhibido de sus actos, en lo atractivo de su presencia, en lo ideal de sus cuerpos hay una fascinación que imanta por igual las miradas de hombres y mujeres. Te acercas y tratas de buscarles defectos a esas mujeres de las que a través de sus videos conoces sus intimidades casi con precisión laparoscópica.
Las pornostars acaparan la atención y, a tu juicio, es lo mejor y más entrañable de la expo. Hay cuatro escenarios en los que estas mujeres, también fuera de la realidad porque son de ensueño, firman autógrafos, se toman fotos con sus fans (paradójicamente ellas lo hacen gratis y no como el resto de edecanes y promotoras que sin el cuerpo y la fama de ellas cobran 20 pesos), posan eróticas a ratos casi gimnásticamente para las húmedas cámaras del público enloquecido que las aclama.
En lo desinhibido de sus actos, en lo atractivo de su presencia, en lo ideal de sus cuerpos hay una fascinación que imanta por igual las miradas de hombres y mujeres. Te acercas y tratas de buscarles defectos a esas mujeres de las que a través de sus videos conoces sus intimidades casi con precisión laparoscópica. Quizás los tienen pero ni siquiera logras comprobar los clichés que las suponen sin alma, exageradamente siliconadas, con implantes, miserables, suicidas, mamonas.
Tú las encuentras hermosas, juguetonas, alegres. Dispuestas a pasarla bien y a que tú también lo hagas mientras estás ante ellas. De pronto tienes la seguridad de que harán todo lo que esté en sus manos para que así sea.
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Las acciones son distintas en cada escenario y varían dependiendo del carácter y la personalidad de cada una de las más de treinta pornostars que este año visitan la expo.
En una minifalda de mezclilla, la delgada, rubia y extremadamente bella pero diablilla Madison Fox (mejores pechos, decides) puede dar cinturonazos a los masoquistas aspirantes a tomarse una foto con ella, o la adorablemente pecosa, pelirroja y tierna Faye Reagan firma con abnegación cada autógrafo que le piden en revistas, fotos, postales, boletos de entrada o en tangas y playeras.
Más que excitante, te resulta extraño estar al lado de ellas. Tú conoces sus gemidos, gestos, manías y filias más reveladoras. Sabes quiénes actúan mejor, quiénes fingen ante las cámaras, cómo abren la boca, quiénes no tienen llenadera.
De un equipo de bocinas más o menos decente sale la música de Alexandra Stan con “Mr. Saxo Beat”. Sarah Vandella, que tiene las caderas más ricas y macizas de cuantas se están mostrando, baila no como teibolera, sino como si estuviera en un antro de moda y canta a todo volumen, marcando cada acento con la cabeza de cabellera rubia: “You make me this / bring me up / bring me down / play it sweet / make me move like a freak”.
Bajo uno de los escenarios, un altercado entre hombres: Quita tu pinche revista, cabrón, dice uno de ellos cuando de la pantalla de su cámara desaparecen las suculentas nalgas de Kagney Linn Karter que está haciendo una rutina de masturbación. No te pases de verga, puto, responde al sentirse empujado el otro sujeto que estiraba su brazo con una publicación para obtener un autógrafo. Se insultan, llegan a los pechazos. El equipo de seguridad de la expo responde con prontitud y se lleva a los rijosos.
Sara Jaymes, rubia que tiene una irresistible pinta de niñita fresa, es embestida en un faje de lo más latino y caliente por la morena Anne Marie Rios, quien deja ver que sus besos son más líquidos que las cervezas que el público deja de beber para grabar la secuencia.
Una señora nada de atractiva llega de pronto y se abre paso entre la gente hasta llegar con alguien que parece su esposo y le dice que se la han torteado dos veces. No mames, cómo crees, le responde incrédulo el marido. Tú tampoco das crédito y mejor te marchas de ahí antes de que diga que tú también le metiste mano.
Ash Hollywood, quien en vivo también luce más adolescente de lo que parece en sus videos, porta una gorra de marinera, tiene una cara de intropervertida que no la aguanta y lo demuestra al azotar con todas sus fuerzas un cinturón en las nalgas de todo aquel que sube al escenario, por voluntad propia, para conseguir un recuerdo de ella. Lylith Lavey es generosa con sus seguidores, consideras. Si no salta para recibir al fan de turno y quedar enredada en su cintura para lograr así una fotografía para presumir, posa en diferentes posiciones sexuales, para que el centro de sus piernas salga en primer plano. Si el fan se pasa de listo, ella lo retira, eso sí. Así pide a seguridad que se lleve a un oficinista de lentes que la quiso manosear al subir a escena con ella.
Yurizán Beltrán físicamente parece más normal, pero no por ello deja de desprender sensualidad a cada paso y pose, mientras que Tasha Reign, elegante rubia, se sienta al fondo del escenario y ahí, sin mucha iluminación, procede a masturbarse con toda calma y pasión para deleite de los pocos que no tienen la mirada puesta donde está el show, sino en ella. En su más profundo interior. Como tú.
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Al ver ahí a esas divas desnudas, jugando con su sexualidad, gozándola, compartiéndola, ésta adquiere para el visitante un carácter de lo más natural. Lógica. Y, por cierto, libre de hipocresías y tabúes. Eso es lo que piensas. Lo único que parece separar a la gente común de esas diosas que no son Venus pero inspiran erecciones y autoexploraciones de lo más lúbricas, son algunos de los guardias que les han sido encomendados. Ya se sabe cómo puede actuar un mexicano al que se le da cierto poder, como cadenero, como guarro, como portero, y que en este caso no es cualquiera, sino un acceso casi al paraíso. No todos son así, pero los que lo son le quitan cierto sabor a esta expo al negar fotos, accesos, al meter a sus cuates al frente de la fila con típica prepotencia.
Lo cierto es que tanto ellos, como el público en general, incluidas muchas mujeres que tuvieron la fortuna de ser besadas o lamidas por alguna pornostar, estuvieron, al menos por un momento, en sincronía, en unión por el mismo sueño ridículo, la misma fantasía manida y absurda, la increíble y recurrente necesidad de toparse con un golpe de suerte y, como en las películas porno, donde abundan los jardineros, alumnos, plomeros o repartidores de pizza con suerte, de que esas mujeres sensuales, seductoras, buenísimas, orgasmeantes, se calentaran y les pidieran el favor de que las consolaran.
Al final, independientemente de que se pudiera tener la sensación de que esta expo es más para hombres que para mujeres u homosexuales, de que después de un par de horas resulta algo monótona y sin interés, todos los que aquí estuvieron de alguna forma se encontraron y mostraron ese elemento que, según cuenta David Foster Wallace en Gran hijo rojo, una vez un policía decente y ejemplar le confesó al crítico de porno Harold Hecuba que buscaba en la pornografía para sentirse mejor en el mundo: un poco de humanidad.
Tú también la identificaste, piensas al emprender el largo camino a casa. Con las pruebas en videos, fotografías y autógrafos de que encontraste algo de humanidad. En los demás y en ti. Principalmente cuando esa ilusiones de mujer porno dejaron de serlo para hacerse realidad. Porque fue cierto. No desaprovechaste la ocasión, ¿o sí? ®