La intención de Margarethe von Trotta es la misma de Costa Gavras, Andrzej Wajda y Jean-Luc Godard, entre otros, que persisten en cultivar un cine político, propician el despertar de la conciencia ante una realidad que nos sobrepasa.
Una de las acotadas bondades de la televisión por cable son los escasos canales culturales. Hace poco pude ver Il lungo silenzio (1993) de Margarethe von Trotta. Un filme un tanto sui géneris en la producción de la realizadora berlinesa. No es el único trabajo de von Trotta realizado en el exterior, con intérpretes y colaboradores extranjeros. La historia es de Felice Laudadio, un periodista y cineasta que ha desempeñado honrosos cargos en los festivales de Venecia, Viareggio y Taormina, basada en Tagentopoli, la cuestión de los sobornos a todos los niveles en Italia. El escándalo se suscitó a raíz de una denuncia de corrupción, ocurrida en febrero de 1992, en contra de un funcionario público, miembro del Partido Socialista Italiano, que exigía una cuota a un particular para no obstaculizar una diligencia. Entonces comenzó una batalla entre el procurador Antonio di Pietro y el acusado Mario Chiesa, defendido por el líder de su partido, Bettino Craxi, que no le valió por cierto no acabar en la cárcel. Durante la instrucción del proceso salió a relucir toda una red de personas en el servicio público que aceptaban sobornos. Presidentes del gobierno cayeron, partidos políticos desaparecieron o cambiaron de nombre, hubo un gran revuelo en los meses subsiguientes pero al final las cosas regresaron al status quo.
La cinematografía de Margarethe von Trotta se caracteriza por sus protagonistas femeninas y los temas políticos, desde su primera cinta en colaboración con su ex esposo Volker Schlöndorff, Die verlorene Ehre der Katharina Blum (1975) y otras realizaciones como Schwestern oder die Balance des Glücks (1979), Rosa Luxemburg (1985), Das Versprechen (1995), Rosenstraße (2003) y Vision. Aus dem Leben der Hildegard von Bingen (2009). En Il lungo silenzio la protagonista será la dottoressa Carla Aldrovandi (Carla Gravina), esposa del giudice Marco Canova (Jacques Perrin) e hija de una pintora (Alida Valli). En su día varios recensores de filmes en La Stampa e Il Corriere della Sera hicieron una serie de señalamientos, asumiendo una posición más bien de condena. En resumen, no vieron con buenos ojos que una extranjera viniera a meterse en los asuntos de Italia. Censuraron el esquematismo de la trama política. La realidad histórica fue y es incomparablemente más compleja. Hasta la resolución dramática de la cinta les pareció dudosa, sobre todo a partir de la segunda parte donde ya se sabe de antemano lo que va a pasar.
Una escena, que resulta difícil calificar de sosa, es la inicial. La cámara toma a una pareja, integrada por un hombre maduro y de pelo cano y una mujer también madura aunque bien conservada. En la medida en que se va abriendo el plano vemos que esos dos seres humanos no sólo pasean, se hacen arrumacos y caminan por una playa donde sopla el viento a la orilla del mar, sino van escoltados por cuatro o seis sujetos. El espectador sabe que se trata de gente de peso, sean mafiosos, magnates o políticos. L’inchiesta, la investigación, que realiza el juez Canova, exige el mayor sigilo y demanda todas las medidas de protección personal. En otras escenas se verá cómo llega el juez en su auto, escoltado por otros dos, cómo lo bajan, cerciorándose de que el paso sea seguro. En una palabra la privacidad y la naturalidad de la vida es un privilegio al que ha debido renunciar la pareja. Éste es el primer conflicto. Las largas horas de espera en la noche por parte de ella para recibirlo despierta. La imposibilidad de ir de paseo a Villa Adriana como solían hacer o bien ir a cenar con los amigos. Cada movimiento tiene que ser autorizado y monitoreado por el equipo de seguridad.
En la indagación hay un testigo, a quien naturalmente mantienen bajo la custodia más estricta, Fantoni (Ivano Marescotti); gracias a él, Canova se da cuenta de la magnitud y el peligro de todos los implicados. Se trata de tráfico de armas, de guerras en el Tercer Mundo, de desviación de fondos vía Zúrich, de la participación de grandes onorevoli en todos los niveles del poder legislativo, ejecutivo y judicial, banqueros, industriales, organizaciones de malhechores, la lista es extensa. Junto con otro juez, Francesco Mancini (Paolo Grazioso), se realiza la instrucción del proceso, bajo la autoridad del procurador general (Giuliano Montaldo). Las medidas de seguridad personales aumentan en el caso del juez Canova, quien le pide a Carla su mujer que mejor se mude a casa de su madre. Ella se queja y él le recuerda que desde que se unieron ella conocía perfectamente el precio de esa vida, debido a la naturaleza de su actividad judicial. A los pocos días, junto con Fantoni, Canova se trasladará a Zúrich con el propósito de realizar ciertas pesquisas financieras y corroborar datos.
Por el telegiornale Carla se entera de la explosión en el aeropuerto de Fiumicino del jet donde volaba el juez. Viene el funeral. Las reservas de Carla ante los superiores de su marido. Si Marco comentó algo con ella es mejor que lo olvide, le recomiendan éstos. Aunque el juez hizo algo mejor: en su testamento le dejó sus papeles privados, con instrucciones expresas de destruirlos. Carla, lejos de cumplir su deseo, emprende una campaña personal, apoyada por un periodista de la televisión, para hacer que las esposas de las víctimas de esos incontables asesinatos políticos hablen. Ése es justamente el largo silencio que se rompe. Desde su consultorio médico, convertido en su espacio de trabajo y reflexión, Carla comienza a reunir más pruebas. Pide ayuda a la mujer de Fantoni y a la hija de Mancini, quien al poco tiempo también resulta muerto, las cuales se niegan a ayudarla. Es natural; temen por sus hijos.
La cinematografía de Margarethe von Trotta se caracteriza por sus protagonistas femeninas y los temas políticos, desde su primera cinta en colaboración con su ex esposo Volker Schlöndorff.
Es tal el revuelo que causa la dottoressa Aldrovandi que acaban por unírsele esas mujeres con reservas y otras. La tensión va creciendo y sólo se pude esperar el desenlace. Una noche, tras trabajar con la mujer de Fantoni y comparar datos, Carla guarda todos los papeles muy bien en su consultorio y se va casa a descansar, donde la espera su angustiada madre. En una escena anterior se ha visto cómo Carla depositó en una caja de seguridad en un banco los documentos de su marido. Luego la vemos trabajar en esos documentos o copias de éstos (queremos pensar que ha sido suficientemente cuidadosa) en su consultorio. Esa noche, tras la cena, Carla decide regresar a su consultorio. Sólo para encontrarlo violado. Los papeles han desaparecido. Va a su auto, no quiere arrancar. Se mete en una cabina telefónica. Un hombre se acerca y le dispara. Su sangre sobre el cristal de la cabina es de una gran expresividad visual.
Antes, en la escena más importante de la película, Carla, al enterarse de que se ha cancelado el proceso, va a ver al maestro y amigo de su marido, un viejo juez, quien acaba de presentar su dimisión ante el Ministerio. “No somos exclusivamente nosotros las víctimas, los procuradores de justicia, sino el Estado, que ya no existe”, son poco más o menos las palabras. Es el Estado de derecho el que ha perdido. Ahí en esta sencilla declaración está contenida la esencia de la cinta y la gran amenaza que se cierne sobre la humanidad. Sin leyes que se respeten, fruto de una larga evolución y tradición de pensamiento social, lo que impera es el derecho del más fuerte. Estos poderosos concentran todos los recursos en sus manos (bancos, industria bélica, farmacéutica, energética y alimentaria). Al parecer más que estorbosos estados el futuro requiere de eficientes corporaciones privadas para su impecable y simple administración. Éste es el futuro implícito en la economía de mercado a ultranza y en la globalización.
Llama la atención y es digno de la mayor alabanza que voces aisladas como la de Margarethe von Trotta y la de Felice Laudadio se levanten de vez en cuando, no para aportar las pruebas y acusar abiertamente a los responsables, eso aunque quisieran no podrían conseguirlo, sino para crear cierta conciencia de lo que está sucediendo. Cada vez son menos las voces en la cinematografía mundial que plantean de forma abierta cuestiones políticas. No está de moda, no existe financiamiento para esos proyectos, se salen del tono de lo políticamente correcto. Margarethe von Trotta logra una cinta clara, directa, sin afectación, con ciertos rasgos humanos y con un mensaje social que no podría resultar de mayor actualidad en estos momentos. No sólo es Italia, donde la buena voluntad de algunos y la desorganización han hecho posible que se vengan a conocer ciertos hechos. Es el mundo entero y no sólo países como México o Brasil, proverbiales por su corrupción, sino otros más adustos e impecables, como Alemania, Holanda, Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos, Rusia, China incluso.
Estas tres últimas superpotencias gravemente minadas por organizaciones criminales que, como en el caso de la mafia en Italia, se encargan del trabajo sucio y cuyos miembros a su vez son carne de cañón, cuando llega el momento. Es necesario reconocer, como en el caso del juez Canova, que estas organizaciones de delincuentes, tantas veces analfabetos, no operan solos, son los simples ejecutores de una voluntad superior, ésa sí ilustrada, que tiene a su servicio los mayores expertos en cualquier rama del saber o hacer humanos. Más que exhibir un país y ponerlo en el banquillo de los acusados, la intención de Margarethe von Trotta, Costa Gavras, Andrzej Wajda y Jean-Luc Godard, entre otros, que persisten en cultivar un cine político, es propiciar el despertar de la conciencia ante una realidad que nos sobrepasa. Se trata del empeño de los artistas y creadores que veneran la vida y tratan de preservarla, en contraposición con los de quienes detentan el poder real, que más bien desean reducir la población mundial y reservar los recursos para the happy few, unos cuantos afortunados. Sólo un mundo con grandes y siempre mayores privilegios tiene sentido para ellos. Un mundo donde ese poder es incluso más valioso que el dinero. ®
José Luis Caballero
Lo que me recuerda las cintas de Francesco Rossi y Elio Petri, precisamente cineastas italianos que trataban de revelar la corrupción y los sucios manejos de los grupos de poder en Italia.