La aventura del raciocinio

De la alquimia a la química, de Teresa de la Selva

Es prácticamente un lugar común afirmar que la astrología es a la astronomía lo que la alquimia es a la química: una precursora, una forma primitiva. En la actualidad, tanto la astrología como la alquimia son netamente pseudociencias, charlatanería, absurdos. Aunque esto no siempre fue así y existió un proceso a través del cual se pasó de la ciencia primitiva y parcial —de la astrología y de la alquimia— a la ciencia propiamente dicha. Sobre cómo se operó esto de la alquimia a la química, contado a través de diversos relatos ficticios pero fidedignos científica e históricamente, trata el libro de divulgación De la alquimia a la química, de la doctora Teresa de la Selva, libro publicado hace ya algunos años por el Fondo de Cultura Económica en la colección La ciencia para todos (número 118).

“La ciencia es aventura del raciocinio y de la imaginación y, aunque el diccionario no la define así, así la vive quien la practica, sin importar si su capacidad es genial o modesta y sin importar si el tema del que se ocupa producirá oro a largo plazo, a inmediato plazo o nunca”, afirma la doctora De la Selva en el prólogo donde se dirige al lector. Hay una pizca, no de oro, sino de humor científico en esta expresión de la autora, porque el gran sueño de los viejos alquimistas era trasmutar metales en oro, ese elemento y símbolo que tantos desvelos sigue causando en los hombres absurdos del mundo actual.

En total son cinco los relatos los que integran De la alquimia a la química, además de dos capítulos breves y técnicos. El viaje espaciotemporal que emprende la doctora De la Selva se inicia en la Edad Media con dos alquimistas, dos frailes: uno, un hombre viejo que es prácticamente un alquimista de pura cepa e introduce la simbología y los principios alquímicos de la época; el otro, un joven alquimista de ideas avanzadas —para su época—, a quien podemos considerar más cerca de la química que de la alquimia. El oro brilla en este relato, lo mismo que ciertas anécdotas y algunas notas explicativas de una científica moderna siempre presente en todos los relatos, como ángel o demonio que le prende luces de alerta o visualización al lector. Una de esas anécdotas, que se refiere al oro, recuerda o enseña que ya que el oro es el rey —de los metales—, a la solución que lo disuelve se le llamó desde la Edad Media agua regia (una mezcla de ácido nítrico y ácido clorhídrico, en una proporción 3 o 4 a 1, respectivamente).

Ahora bien, el oro representaba al Sol, la plata a la Luna, ¿y el cobre? “En cuanto al cobre, se trata del principio femenino corrupto, no olvides que proviene de las minas de Chipre, reino de Cipris, la Afrodita tentadora y corruptora. Por ello la trasmutación del cobre en oro sería una verdadera purificación, una elevación, y un ennoblecimiento”, le hace decir al viejo fraile-alquimista la doctora De la Selva. Ella, en una nota, abunda: “En efecto, la palabra cobre tiene la misma etimología que el nombre dado a Chipre, cuyas minas del metal fueron famosas en la Antigüedad; a saber, el apodo dado a Afrodita, Cipris, la diosa griega del amor erótico, señalándola como sucia o coprológica”.

“La ciencia es aventura del raciocinio y de la imaginación y, aunque el diccionario no la define así, así la vive quien la practica, sin importar si su capacidad es genial o modesta y sin importar si el tema del que se ocupa producirá oro a largo plazo, a inmediato plazo o nunca”

Una vez que se ha enseñado el cobre, no en el sentido despectivo de esta frase sino en el científico, el segundo relato del libro trata de la metalurgia y sus protagonistas son unos jóvenes alquimistas europeos que, entre otras cosas, esperan la visita a Basilea del gran protagonista de este relato: Paracelso, el alquimista y médico que curó “el mal francés” (la sífilis), el que se lanzó contra Avicena y Galeno. La doctora De la Selva recupera esa visita, este hecho histórico, y parte de la perorata de Paracelso en aquella ocasión: “Yo soy Teofrasto, y más grande que aquellos con quien me comparan… Dejaré a Lutero defender su causa que yo defenderé la mía… ¡Realmente tienen suerte Suiza y Alemania con tenerme a mí!” Ante esto los personajes ficticios del capítulo exclaman: “¡Qué duro! ¡No creo que permanezca aquí por mucho tiempo, lo van a deshacer! Además está loco, ¿quién se cree que es?” y “¡O sea, Paracelso contra el mundo!”

Ya propiamente en la Edad Moderna, en el año 1690, se inicia el desarrollo del tercer relato. Aquí, otros jóvenes, estudiantes de medicina y con interés en la aún llamada “filosofía natural” (la física), discuten sobre química, palabra que hace su aparición ya por aquella época. En las discusiones aparecen algunos de los gigantes de la física y sus ideas sobre la química y la teoría atómica de la materia: Descartes, Galileo, Huygens, Leibniz, Newton y, sobre todos, Robert Boyle, el famoso químico escéptico. La consabida vocación alquimista1 de Newton no es explotada ni tampoco mencionada en el libro; existe esta omisión en De la alquimia a la química, lo que se justifica porque la línea que sigue la autora va en el sentido evolutivo al que hace referencia el título de su libro. Así, el eje del tercer relato es, por una parte, Robert Boyle; por otra, el desfasamiento entre la fundación de la ciencia química respecto de la fundación de la física con Galileo y Newton. El quid de esto, como bien sabemos, mucho tuvo que ver con la explicación del proceso de la combustión y la respuesta a la pregunta “¿qué es el fuego?” Estas explicaciones, estas respuestas, no se darían correctamente sino unos cien años después, y esta especie de “retraso” se debió a la teoría (errónea) del flogisto que es explicada en una carta con la cual un personaje ficticio concluye el tercer relato. Esa carta está fechada el 15 de mayo de 1700 en Brandenburgo, Prusia.

Monsieur y Madame Lavoisier

Es en el cuarto relato donde se dan las respuestas y explicaciones mencionadas anteriormente. Aquí son otros los protagonistas, todos ellos personajes históricos y científicos reales, desde el químico y farmacéutico alemán Scheele, con quien comienza el relato, hasta físicos y químicos como el excéntrico Henry Cavendish y el fabuloso Joseph Priestley. Todos estos personajes convergen en otro: Antoine Lavoisier, “el padre de la química”, porque fue él quien explicó y dio las respuestas a las que he hecho referencia; pero, como señala y explica la doctora De la Selva, “su grandeza fue más allá”. Y sería una pequeñez, algo que no se hace en De la alquimia a la química, ignorar o minimizar el papel destacado que tuvo en las investigaciones de Lavoisier su esposa, madame Lavoisier, quien además fue una excelente anfitriona de los científicos aludidos y parte del debate científico en las reuniones en cuestión. A ella se le ha llamado con justicia “la madre de la química”. Su labor científica no sólo comprende haber sido asistente y colaboradora de Antoine, sino también traductora de obras científicas. El papel valiosísimo que en la química tuvo madame Lavoisier es análogo al que tuvo en la física la marquesa de Chatâlet, matemática y física francesa, “la musa de la física” (y de Voltaire, dicho sea de paso). Aunque la Marquesa de Chatâlet no es mencionada en De la alquimia a la química. Gracias a la traducción que hizo de los Principia, la célebre obra de Newton, la marquesa de Chatâlet a petición de un Voltaire impactado por el funeral de Newton en el cual estuvo presente, la física newtoniana se introdujo en el continente europeo. El Tratado elemental de química, de Lavoisier, que mucho le debe a madame Lavoisier, es a la química lo que los Principia a la física, algo que nos recuerda y subraya la doctora De la Selva. No es gratuito el título de este cuarto relato: “En donde arrecian los descubrimientos de sustancias aeriformes y no se percibe lo que se tiene bajo la nariz. Y en donde se ve que un siglo después de la publicación de los Principia se enuncia una ley fundamental y nace la química”. (Es importante señalar que hubo una traducción de la obra de Lavoisier al español realizada para el uso del Real Seminario de Minería de México, en el año 1797, apenas tres años después de la muerte del químico francés. La portada de esa edición en español es presentada en De la alquimia a la química.)

Por otra parte, algo más que le faltaba a la química era la consolidación de la hipótesis atómica que hasta esa época se perdía en especulaciones, así como la necesidad de (más) bases experimentales. En el último relato de la doctora De la Selva, el viaje es de Francia a Inglaterra, de Lavoisier a John Dalton (1766-1844), a quien acompañan por ahí el francés Gay Lussac y el italiano Amadeo Avogadro. Dalton y su teoría atómica, con fuertes bases experimentales, son el gran complemento de Lavoisier en la fundación de la química como ciencia. Con este científico daltónico y cuáquero concluye el viaje De la alquimia a la química. Dalton también era matemático, lo que influyó en sus experimentos con gases. De simples relaciones de volúmenes involucrados en reacciones químicas llegó a resultados correctos (la mayoría), pero además su nomenclatura y cuantificación química preparó el terreno para el impetuoso desarrollo de la teoría atómica y molecular de la materia y de la química en general que tendría una carta (¿o tabla?) cabal de presentación con Mendeléyev (de Inglaterra a Rusia…) años después, primero, y luego con el surgimiento (en Alemania y toda Europa) de la mecánica cuántica en los inicios del siglo XX.

En total son cinco los relatos los que integran De la alquimia a la química, además de dos capítulos breves y técnicos. El viaje espaciotemporal que emprende la doctora De la Selva se inicia en la Edad Media con dos alquimistas.

Como ya mencioné, existen dos capítulos breves y técnicos en el libro, dos paradas técnicas las llama la autora. En la primera, se valora la alquimia a través de un par de preguntas: “¿La alquimia fue pura pérdida de tiempo?”, “¿La alquimia fue inútil?” La respuesta que da la doctora De la Selva es: “No, no es para tanto. Por un lado, está el adelanto tecnológico, innegable, sobre el conocimiento de la manufactura de toda clase de materiales; por otro, el valor de la búsqueda de la transmutación, que si bien tiene carácter negativo, dejó el terreno preparado para la creación de la química como ciencia”. La evaluación, en la segunda parada técnica, de la teoría del flogisto es negativa y no podía ser de otra manera: “La teoría del flogisto hizo la transición de la química de Boyle y Mayow a la de Lavoisier más difícil en vez de más fácil […] La historia del flogisto ejemplifica que, en ciencia, si bien una teoría es mejor mientras mayor sea el número de fenómenos que explica, será ociosa, inútil y hasta contraproducente mientras no lo haga de manera cuantitativa y autoconsistente”.

A partir de estas conclusiones, y como preámbulo a Dalton, aparecen varias preguntas: “¿Y la constitución de la materia?” “¿Cuál es la explicación [de ciertas leyes empíricas y macroscópicas] en términos de la constitución de la materia?”, “¿Cuál es su razón física de ser?” y varios “¿por qué?” anidados. Estas preguntas, preguntas latosas las llama la autora, fueron contestadas en su momento por la química y las respuestas las encuentra y razona cualquier lector atento De la alquimia a la química. ®

Notas

1 Desde luego que existe una gran cantidad de estudios sobre el Newton alquimista. Pero nada más para darnos una idea de la vocación alquimista de este científico hay que señalar que de los 1752 libros que integraban su biblioteca 27.5% (477) eran de teología; 9.5%, de alquimia (138) y química (31); 8.6% (149), clásicos griegos y latinos; 8.3% (143), historia; 7% (126), matemáticas; 5.6% (101), obras de historia natural, zoología, botánica y mineralogía; 5.3% (90), obras de consulta, diccionarios y gramática; 4.5% (76), viajes y geografía; 3.3% (58), literatura moderna; 3.3% (57), medicina; 3% (52), física; 2% (39), filosofía; 2% (37), derecho y política; 1.6% (33), astronomía; 1.6% (31), economía, y 6.5% (114), otros [J. Harrison, The library of Isaac Newton, Cambridge, 1978].

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Publicado en: Abril 2011, Ciencia y tecnología

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