Cuántos católicos no envidiaron a la comitiva que acompañó al presidente Calderón en su visita a Roma para presenciar la beatificación de Juan Pablo II. En la doctrina católica la elección divina es definitoria de la condición humana: se es elegido en vez de elegir.
La elección no sólo es un punto de partida sino una cosmovisión que crea una dependencia tan profunda como infantil, que puede proyectar el sentido de la vida en la apacible tarea de sentir.La distancia ideológica que la cultura mexicana católica mantiene con Nietzsche —principal crítico de la alienación antropológica provocada por la religión— se ilustra en la veneración de la figura papal. Los slogans creados en México, a propósito del gusto de Juan Pablo II por este país (“Juan Pablo – Segundo – te quiere – todo el mundo”) muestran la rendición absoluta de la emotividad que se despliega hasta las lágrimas por el acontecimiento hierático de la expresión multitudinaria de la fe.
Y aunque la Iglesia visible es de hombres, el fervor por el papa se expresa mejor en la sensibilidad atribuida y cultivada por las mujeres en la religión. Más que en cualquier otro, ser mujer en el catolicismo latinoamericano apunta al corazón, como nudo de afectos más que en sede de la voluntad.
En la segunda visita de Juan Pablo II a México vi a religiosas trepar (tal cual) en las cercas de la calle de la Nunciatura Apostólica en México (que ahora lleva el nombre de Juan Pablo II) para dejarse ver por el papa o al menos atrapar de lejos el ademán de su bendición.
En la segunda visita de Juan Pablo II a México vi a religiosas trepar (tal cual) en las cercas de la calle de la Nunciatura Apostólica en México (que ahora lleva el nombre de Juan Pablo II) para dejarse ver por el papa o al menos atrapar de lejos el ademán de su bendición. En ese momento, la tradicional invisibilidad de la mujer en la Iglesia parecía permutar en reivindicación mediante una acción menos extravagante sólo por la coyuntura que la rodeaba: la presencia estelar de Su Santidad. La pérdida de compostura de aquella religiosa formal se justificaba en pleno —en la ya secularizada Ciudad de México de entonces— más que señalarse como una inadecuación.
La comitiva eclesial que asistió a la beatificación del papa muerto en 2005 la formaron tres sacerdotes, una laica (la vicepresidenta de la Unión Mundial de Organizaciones Femeninas Católicas para Latinoamérica y el Caribe) y una religiosa de vida apostólica. Como dato relevante en la historia eclesial acerca de la “participación mexicana” probablemente se querrá destacar la representación femenina en la Iglesia y la condición de igualdad de las “mujeres de la Iglesia” en este histórico evento que, como la boda real, tiene su eficacia en reforzar las disposiciones más tradicionales de la vida sentimental: amar sublimemente al Padre, Vicario de Dios. ®