Preguntarse cosas acerca del amor parece ser un tema destinado a las revistas del corazón y, en los mejores casos, a los novelistas y a los psicólogos de pareja. Poco queda para el ciudadano de a pie como no sea aceptar lo que aquéllos le dictaminan o lo que rezuman los mass-media, aunque algunos filósofos se han preguntado acerca del amor, y éste es uno de esos casos.
Pascal Bruckner (con Alain Finkielkraut), que ya había abordado el tema en los setenta con su famoso Nuevo desorden amoroso, regresa más de treinta años después con La paradoja del amor [México: Tusquets Editores, 2011] para defenestrar idealismos y reivindicar contradicciones inherentes al amor pasando lista al matrimonio, el amor libre, los intercambios, el ligue, el adulterio, la pornografía, la seducción, la familia y la vida en común. Bruckner hace una recapitulación de las experiencias que hemos adquirido, los avances que se han alcanzado y las nuevas relaciones que hemos admitido, a la vez que nos demuestra los anticuados conceptos que encarnamos y que, querámoslo o no, son tan caros al sentimiento y la pasión como los beneficios que hemos alcanzado en el nuevo milenio.
Pese a ser una mirada basada en las desazones —principalmente— de la sociedad francesa (que incluso puede darse el lujo de preguntarse por los sexoservicios hacia las personas discapacitadas y la “formación en asistencia sexual”), conviene su lectura por ser un tema tan individual como universal; qué es, cómo percibimos y cómo vivimos el sentimiento amoroso. Bruckner no dejará conformes ni a tirios ni a troyanos ya que nos hace ver que durante siglos tanto los idealistas como los religiosos (cristianos y comunistas) han ensalzado el amor como el fundamento sobre el que es deseable construir una sociedad humana mucho mejor sin recapacitar sobre sus paradojas y desencuentros.
Pese a ser una mirada basada en las desazones —principalmente— de la sociedad francesa, conviene su lectura por ser un tema tan individual como universal; qué es, cómo percibimos y cómo vivimos el sentimiento amoroso.
Cuando Bruckner afirma que “nuestra única grandeza es denunciar nuestra falta de grandeza” da otra vuelta de tuerca a los postulados románticos y fundamentalistas. Entre otras de sus fundadas argumentaciones nos hace ver, a los románticos, que la moderna consecución de una individualidad libre y soberana se contrapone con las ataduras y concesiones que se debe hacer en las relaciones, sean éstas de pareja, poliamorosas o familiares. Vuelve claro que es imposible ser tan libres como lo deseamos cuando somos miembros de un acuerdo amoroso con las restricciones que esto impone, lo cual ha dado como resultado que persigamos un amor idealizado al cual no accedemos jamás, aparentemente, por falta de pericia en la elección en turno y nos fuerza a una “monogamia secuencial o una poligamia consecutiva”, por un lado, y por otro da cuenta de los peligros a los que se enfrenta la pasión en nuestras nuevas y hedonistas sociedades, donde todos estamos obligados a disfrutar —zopenco aquel que no goce— y así trastocamos los deleites carnales por locos empeños en ser tan “gozadores” como nuestra ideología nos lo imponga. El disfrute no es valedero si no nos pavoneamos de ser tan liberados para consumirlo todo, incluso la relación que lo provee.
A los totalitarios de la religión y el comunismo los refuta con argumentos más evidentes: ambas concepciones han eliminado al enemigo, desterrado al disidente y obligado al infiel a su conversión, casi en todos los casos a través de la muerte. Ambas concepciones, enarbolando la salvación del ser humano, han cometido las peores atrocidades. En estos casos Bruckner no hace sino recordar lo palmario.
El texto de Bruckner no es sencillo por provocador e irreverente, incluso puede resultar hasta contrariante al dedicar sus esfuerzos a hacernos ver “las paradojas del amor”, dejándonos en una situación aparentemente irresoluble a la que sólo ofrece la difícil tarea de aceptarla: “admitir que el amor no es otra cosa que lo que experimentamos, en el humilde presente, a la vez precario y magnífico”. “Hay que terminar con el amor como religión de la salvación terrenal para festejarlo mejor como arcano de la felicidad privada”.
Un texto que será valioso en la medida en que aquilatemos la importancia de recapacitar un tema tan pequeñoburgués y baladí —dirán algunos—, tan sobado —responderían los medios de comunicación masiva—, tan irrelevante —objetarían los políticos—, y sin embargo tan constante que su omnipresencia lo desvanece como objeto de análisis. En estos tiempos de masacres y estulticia conviene recapacitar sobre nuestra propia e individual encarnación del sentimiento que nos aproxima a otros seres. ®