Cuando el gobierno mexicano divulga orgullosamente sus estadísticas del combate al narcotráfico, detrás de esos números se ocultan realidades atroces, historias personales que revelan vidas destrozados por un sistema judicial que se ensaña con la pobreza, con la ignorancia y con muchas mujeres inocentes o engañadas.
¿Cuántos de esos miles de casos que el gobierno enarbola como muestra de la eficacia de su lucha contra el narcotráfico son verdaderos? ¿Cuántas de las mujeres indígenas presas por delitos contra la salud no cometieron esos delitos que se les imputan o sus delitos no son para que estén hundidas en la cárcel? Por cada capo que captura el ejército hay cientos de indígenas purgando condenas injustas.
Estos testimonios de tres mujeres indígenas, presas en el Centro de Readaptación Social de Atlacholoaya, Morelos, no son un alegato judicial, sino las voces que gritan historias silenciadas por un sistema implacable y convenenciero.
Máxima: Mi corazón sabe que yo nunca me he dedicado a vender droga
La verdad es que como no sé leer ni escribir, lo único que tengo es fe en Dios. Algún día se abrirán las puertas y podré salir de aquí, porque yo nunca me he dedicado a ser traficante. No niego que en mi casa había droga, pero era consumo de mi marido, él es adicto. Cuando me agarró la policía fue por una denuncia que hizo mi hermana. Ese día ella llegó a la casa para pedirme que le regalara un poco de mariguana para su hijo, porque su hijo también la consume. Mi esposo no estaba, se había ido a trabajar al campo, y yo le dije a mi hermana que regresara más tarde porque yo no le podía dar nada. Más tarde regresó a insistir y me dijo que si le daba un poco ella me la pagaba. Yo necesitaba dinero y se me hizo fácil venderle un puñado en treinta pesos. Al rato llegó la policía. Me insultaron y me jalonearon. Comenzaron a buscar y claro que encontraron, pero no la cantidad que luego pusieron en el papel, donde dicen que yo transportaba y vendía. Yo nunca me he dedicado a vender, la mariguana que encontraron en mi casa era de mi marido, él es el adicto. Pero la vida es muy injusta. Mi marido se escapó, nunca ha dado la cara por mí. Yo me dedicaba a hacer petates en mi pueblo, vendía chiles y jitomates, lo que Dios me socorría, para darle de comer a mis hijos… Nunca me dediqué a vender droga, me traicionó mi familia. Pero tengo fe, mi corazón sabe que yo nunca me he dedicado a vender droga. La justicia es muy convenenciera.
Matilde: Duele vivir entre tanta injusticia
Mi nombre es Matilde y estoy aquí por delitos contra la salud. Los judiciales me acusan de estar vendiendo droga en la calle, pero eso no es cierto. Ellos se metieron hasta la cocina de mi casa y me detuvieron. Entraron sin tener ninguna orden de cateo. Yo no sabía que se necesitaba un papel para entrar en mi casa, de eso me enteré cuando me lo dijo la abogada que lleva mi caso. Yo no sabía nada.
Mi nombre es Matilde y estoy aquí por delitos contra la salud. Los judiciales me acusan de estar vendiendo droga en la calle, pero eso no es cierto. Ellos se metieron hasta la cocina de mi casa y me detuvieron. Entraron sin tener ninguna orden de cateo. Yo no sabía que se necesitaba un papel para entrar en mi casa, de eso me enteré cuando me lo dijo la abogada que lleva mi caso. Yo no sabía nada. Los judiciales entraron a mi casa y me golpearon. Querían que les dijera dónde estaba la droga. Comenzaron a buscar por todos lados y a tirar las cosas. Yo sabía que no iban a encontrar nada, pero qué podía hacer. Me sacaron de la casa y me metieron en un carro blanco. Luego me llevaron a la Procuraduría, donde me encerraron en un cuarto, me vendaron los ojos y me amarraron las manos. Querían que les dijera quién me vendía la droga y dónde me la entregaban. Yo les decía que no sabía nada de lo que estaban diciendo y me echaron agua mineral en la nariz para que confesara lo que ellos querían. Dicen que unos vecinos me denunciaron. Yo ya no sé ni qué pensar. Si la policía quiere puede construir delitos y nadie la va a contradecir. A mí me “encontraron” trece grapas de cocaína. Por eso estoy aquí, por esa droga que no era mía. Ahora que salga de aquí me quiero ir para los Estados Unidos porque la verdad es que duele vivir entre tanta injusticia para la gente pobre que no se sabe defender, como yo, que soy una mujer ignorante y no me supe como actuar. Yo sueño con salir de este lugar. Tengo fe en Dios y todos los días le pido que me aumente la fe. Estoy apoyada en su mano y creo que él me va a sacar, porque la justicia de este país nunca podrá hacerlo.
Gloria: Si yo fuera narcotraficante no estaría aquí
Mi nombre es Gloria y estoy privada de mi libertad por delitos contra la salud. Mi caso es similar al de muchas mujeres que están aquí. Somos mujeres, pobres y sin educación. Cuando a mí me detuvieron me preguntaron por mi sobrino, que es adicto a las drogas, y a mí se me hizo fácil decir que no estaba. Me obligaron a que los llevara adonde vivo y cuando llegamos ya no me dejaron bajar de la patrulla. Entraron a mi casa y al salir me enseñaron un puño de mariguana diciendo que tenían la prueba de que yo me dedicaba a venderla. Me amenazaron y trataron de extorsionarme. Querían que les diera diez mil pesos, pero de dónde iba a sacarlos. Si yo fuera narcotraficante de verdad no estaría aquí, les habría podido dar esos diez mil pesos. Cuando me llevaban a los separos yo todavía iba bien confiada y pensé: ultimadamente que me lleven a donde quieran porque yo no debo nada. Me dijeron que tenía que declarar y yo me monté en mi macho y les dije que no, que primero quería hablar con algún abogado. Luego me dieron unos papeles que supuestamente decían que yo me reservaba el derecho a declarar y yo los firmé sin leerlos. Ese fue mi error. Cuando llegué a la declaración preparatoria me empezaron a leer lo que había firmado, donde decía que sí, que yo compraba mariguana y la empacaba para venderla. Claro que yo lo negué, pero los papeles estaban firmados. Conforme me iban leyendo me iba dando cuenta de que estaba metida en una pesadilla. Cuando terminaron aceptaron que les diera mi versión. Les dije que tengo un sobrino que va a cumplir diecisiete años y es dependiente de las drogas. Este niño se ha criado con mi mamá, pero hacía poco se vino con nosotros, a veces con mi hermana, a veces con mi mamá. Nosotros tratamos de ayudarlo y lo llevamos a una clínica, pero él siempre terminaba volviendo a lo mismo y nosotras nos cansamos. Luego, cuando mi sobrino se dio cuenta de que las cosas se ponían más difíciles, él mismo dijo que se iba a entregar. Se lo comenté a la defensora de oficio y le pregunté que si mi sobrino se entregaba entonces yo podía salir libre. Me respondió que claro que no, que nos quedaríamos los dos, y si algo bueno podría pasar es que disminuirían la pena. Vimos que lo mejor es que me quedara yo. La abogada me dijo que como yo ya había firmado un papel donde aceptaba vender droga mi pena sería de 25 años. ®