El aprecio por la miniatura, por la fugacidad, por los detalles que desde su insignificancia hacen la vida. El afán por hallar en las células pequeños planetas, instantes de la vida que ocurren en un lugar y en un tiempo precisos, pero que igualmente pueden ser intercambiados y ubicarse allí donde la experiencia de sus lectores sienta lo entrañable de su memoria. Así es la literatura de Alejandro Zambra. El mundo de sus novelas es siempre el mismo, como si cada una de las tres que hasta ahora ha publicado fueran en realidad capítulos de una misma obra.
Un niño de nueve años trata de entender el mundo. No el mundo de afuera, donde ocurren cosas terribles, pero que no lo tocan porque él está protegido por una familia que se concentra en la indiferencia y borra de su cotidianeidad lo político, evitando todo aquello que represente un riesgo, arropada por el silencio. La infancia es otra coraza que resguarda a ese niño. Su mundo es del aprendizaje en la escuela, el del incipiente amor no correspondido, el de los juegos en medio de un movimiento telúrico.
Formas de volver a casa [Anagrama, 2011] recorre el pasado y el presente, donde un niño y un muchacho viven la realidad como si no fueran parte de ella. O, más bien, tratando de explicársela como espectadores de una historia que otros se encargan de encauzar.
Formas de volver a casa [Anagrama, 2011] recorre el pasado y el presente, donde un niño y un muchacho viven la realidad como si no fueran parte de ella. O, más bien, tratando de explicársela como espectadores de una historia que otros se encargan de encauzar.
“Los chilenos están más comprometidos con el olvido que con el recuerdo”, ha lamentado Zambra en una entrevista. En realidad, donde dice chilenos debe decir humanos. La realidad y la ficción de Formas de volver a casa no sólo reflejo de una nación (Chile) y una época (la dictadura de Pinochet) precisas. Esta novela se puede leer como una cartografía de lo desoladoramente humano, y al mismo tiempo como un mapa de esos tesoros que esconden las profundidades de nuestro pasado.
La literatura de Zambra rehuye de lo portentoso, las detalladas descripciones, los párrafos interminables y el barroco. En cambio, es la brevedad, lo telegráfico, el reverso de lo evidente, y la médula de lo sencillo lo que hilvanan sus historias. A partir de esos elementos diseña un argumento donde el tiempo navega en el océano de lo onírico. ®