Ya desde su título, esta colección de cuentos anticipa sus intenciones lúdicas, juguetonas, desmadrosas y al mismo tiempo nada ajenas a cierto espíritu picaresco que evoca historias como las que se han contado en El lazarillo de Tormes, Pito Pérez, El periquillo sarniento o El buscón llamado Don Pablos. Cierto que todos estos nombres pueden parecerle un saco enorme a Sergio Fong, que de inmediato reclamará por mi abuso al situarlo en una posición tan incómoda, porque ya se sabe que a los pícaros suele importarles un soberano cacahuate todo gesto lisonjero.
Para Sergio Fong la cábula es una seña de identidad, un antídoto para adormecer el dolor ante tantas tragedias llenas de “tristura”. Un chango llamado Hemingway [Guadalajara, Jal.: El Viaje, 2011] es un concentrado de dolor muy cabrón, pero no es precisamente la desolación y lo fatídico quienes reinan en sus atmósferas. El sentido del humor, que en realidad es un sentido del amor por el jolgorio y la ironía, le dan la vuelta a los infortunios, aunque la muerte sea una presencia implacable.La embriaguez como una zona de quiebre, pero no sólo para el hígado o para fugarse de la realidad, al contrario. El aliento etílico de estas historias invocan al espíritu de William Blake y su temeraria frase “El camino del exceso lleva al palacio de la sabiduría”. En este caso, a los tugurios de la sabiduría.
A la manera de sus personajes, Sergio Fong le pide “a un fantasma sus pinceles, a otro unas chelas” y se entrega al laborioso trajín de contar el mundo con un lenguaje callejero que no excluye incesantes guiños a esa prosa igualmente laboriosa y estridentista que con una pincelada dibuja estados de ánimo: “La desolación reposa bajo la hipotenusa de la sombra”. Desde su aparente espíritu mundano, las historias de Un chango llamado Hemingway se van hilvanando con un estilo que para nada desdeña la filigrana.
Hemingway, Juan José Arreola, Bukowski, Amado Nervo, Heidegger, Vallejo… Sergio Fong hace de la literatura una nave para dialogar con sus fantasmas y hacerlos reír y llorar, una embarcación que surca océanos tétricos y se mecen entre las nubes jocosas para reinventar también la literatura que otros inventaron para dialogar con sus fantasmas. ®