En esta película documental de casi dos horas de duración dirigida por Alex Gibney, rica en testimonios, se analiza el auge y el declive de la trayectoria de este periodista fundamental para la historia del periodismo narrativo contemporáneo.
No sabemos si la vida de Hunter S. Thompson podría esgrimirse como paradigma de la contracultura, aunque su momento coincide con el surgimiento histórico del movimiento. Sin embargo, no sería nada difícil afirmar que vivió como un ser contracultural, en contra de las prácticas habituales del oficio de periodista y marcando su propio camino al margen de convenciones de todo tipo. Surcando, sin duda, un camino plagado de contradicciones: ¿contracultural y patriota? ¿Drogadicto desbocado y padre de familia? ¿Una especie de hippie narcotizado y enamorado de las armas de fuego? My gun problem, como diría Thompson. Ubicado en todo caso en los límites de las clasificaciones, en los límites de la vida. Como afirma Ralph Steadman, ilustrador de muchos de los artículos de Thompson, éste empujaba los límites (incluidos los de la conciencia) tanto como podía, quizás porque pensó que no iba a vivir más allá de los treinta. De hecho, como algunos que gustan de vivir rápido e intenso, a partir de ese momento vivió su vida como un bonus track.
En esta película documental de casi dos horas de duración dirigida por Alex Gibney, rica en testimonios (Tom Wolfe, Jimmy Carter, Pat Buchanan… sus mujeres, Sondy Wright y Anita Thompson, su hijo Juan Thompson, el periodista Tom Crouse, Oscar Acosta, el abogado con el que viajó a Las Vegas para realizar la crónica Miedo y asco en Las Vegas que lo hizo famoso y que posteriormente se convirtió en película), se analiza el auge y el declive de la trayectoria de este periodista fundamental para la historia del periodismo narrativo contemporáneo. A este autor se le atribuye la paternidad de lo que se llamó el nuevo periodismo ya que su libro Hell Angels, una extraña y terrible saga apareció en 1966, y el de Tom Wolfe The Electric Kool-Aid Acid Test en 1968, aunque sea éste al que oficialmente se apunta como el origen del nuevo periodismo, básicamente por la corrección de Wolfe. En todo caso, parece que la paternidad de ese nuevo periodismo es compartida. Un tipo de periodismo directo y participativo que en el caso de Thompson antecedería al estilo gonzo.
La obsesión de Thompson era perseguir y comprender el origen del sueño americano, o lo que quedaba de él, para dar testimonio del estado en el que se hallaba ese sueño ampliamente compartido pero del que nadie a esas alturas sabia nada, mucho menos en qué consistía o dónde se encontraba. Envuelta esa búsqueda en una nube de delirio por el alto consumo de estupefacientes, de todo tipo, que siempre se procuró.
Cuando le encargaron una crónica sobre la banda de motoristas Hell Angels, azote moral de la sociedad norteamericana de la costa oeste, sentó los precedentes periodísticos por su estilo directo de lo que luego sería conocido como gonzo. De hecho, en la película, el episodio vivido con los Hell Angels está ampliamente documentado con material original, incluso cuando le dieron una paliza varios de los motoristas y le dijeron que se largara, entre otras cosas porque sospechaban que estaba ganando dinero con lo que escribía. No le quedó muy buena reputación entre los moteros pero la crónica alcanzó un notorio éxito de ventas.
A partir de ahí Hunter S. Thompson estuvo metido hasta la médula en todas las arenas políticas y sociales de finales de los años sesenta. Los movimientos liberales de San Francisco, tiempos de rock y muchas drogas, LSD y cocaína, principalmente, donde se vivió una efervescencia y la posibilidad de vivir una utopía solo contrarrestada por la falta de derechos civiles contra las minorías (gente de color, homosexuales) y las guerras, en especial la de Vietnam, lo que tornó finalmente ese tiempo en una época amarga, de grandes confrontaciones en la que después del asesinato de Kennedy, Thompson y toda la intelectualidad de Estados Unidos, perdieron toda esperanza sobre un futuro halagador para su país, envuelto en guerras y cruzadas colonizadoras por todo el orbe.
La obsesión de Thompson era perseguir y comprender el origen del sueño americano, o lo que quedaba de él, para dar testimonio del estado en el que se hallaba ese sueño ampliamente compartido pero del que nadie a esas alturas sabia nada, mucho menos en qué consistía o dónde se encontraba. Envuelta esa búsqueda en una nube de delirio por el alto consumo de estupefacientes, de todo tipo, que siempre se procuró.
Thompson vivió de primera mano la brutal represión de la policía a los manifestantes contra la guerra en Chicago, que causaron una honda impresión en el joven periodista de la que nunca se pudo recuperar (ahí el testimonio de su primera esposa Sondy Wright declarando que fue la única vez que lo vio llorar), y le hicieron decir que el sueño americano se estaba suicidando a golpes. De hecho Hunter S. Thompson es el primer escritor en darse cuenta de la muerte de todos los ideales por los que se estaban luchando en la década de los sesenta.
Después de eso empezó a colaborar con la revista Rolling Stone con todo tipo de crónicas desfachatadas y donde acabaría como cronista político, de hecho fue el único de los periodistas en nómina que jamás escribió sobre música, cubriendo su propia y delirante campaña en la que se postulaba como sheriff en Aspen, Colorado, pueblo montañés refugio de intelectuales retirados y toda clase de hipsters.
Una excentricidad y una fisura del sistema político estadounidense que después del paso de Thompson se encargaron de sellar para que nunca más se pudiera postular un tipo como él, quien se rapó al cero para poder llamar melenudo a su conservador contrincante y usaba constantemente un juego de pelucas para cambiar su apariencia, mientras fumaba marihuana en público. De hecho, el emblema de la candidatura que encabezaba Thompson consistía en una estrella de sheriff con un puño que encerraba una luminosa cabeza de peyote.
En su programa constaba un punto que decía que ninguna droga que mereciera ser tomada debería venderse a cambio de dinero, y que su primera acción como sheriff sería instalar un potro público de tortura para los camellos deshonestos. Creía sinceramente que despenalizar el consumo de drogas era el único camino posible para evitar una revolución en el país (ojo al dato). La campaña estuvo repleta de puntos interesantes de confrontación con la sociedad tradicional estadounidense y más para un cargo como sheriff, todo ello ampliamente documentado. Los debates acerca de la legalización de las drogas, el uso del espacio público y otras materias hicieron de esa campaña un hito, no demasiado publicitado, de la historia política de los Estados Unidos a fines de la década de los sesenta. Thompson estuvo a punto de ganar, pero la reacción de los conservadores fue masiva y desesperada para evitar esa victoria de quien consideraban un psicópata y un drogadicto, que de ganar llenaría el pueblo de hippies y malvivientes.
La campaña y los puntos de vista políticos del candidato Hunter S. Thompson quedaron ampliamente reflejados en las crónicas que publicaba en Rolling Stone, donde su director, Jann Wenner, le profesaba verdadera devoción, a pesar de ser un verdadero problema editorial por tener la costumbre de mandar las notas al filo del cierre de la edición.
También viajó por Centroamérica y el Caribe, de donde surgió la que en realidad fuera su primera novela, Diarios del ron, aunque se publicaría a finales de los noventa.
Tras esa experiencia volvió a ejercer el periodismo de manera más activa, en principio como cronista deportivo, y fue ahí cuando en la cobertura de un derby hípico en el que tomó varias dosis de más de LSD dio origen formalmente al llamado periodismo gonzo, al mandar sobre el límite de la fecha una serie de notas inconexas sobre el entorno social de la carrera y su visión delirante del mismo en lugar de una crónica centrada en el evento deportivo. Thompson pensó que a raíz de eso iba a ser despedido, pero sucedió todo lo contrario. Recibió un alud de felicitaciones por la crónica y un amigo músico le puso el nombre a tan salvaje estilo de escritura.
Así, según Rogrigo Fresán en la reseña del libro Gonzo, la vida de Hunter S. Thompson, escrito por Jann Wenner y Corey Seymour (director de Rolling Stone y compadre de la bestia en las buenas y en las malas, y el segundo, asistente editorial de la misma revista y en más de una ocasión víctima de los excesos tipográficos del monstruo), dice que “el término nunca le gustó a su más célebre y dedicado inquilino, pero que éste adoptó con gusto porque ser una marca es importante para dejar marca, y provendría de los dedos del legendario pianista de New Orleans, James Booker, quien grabó, en 1960, un frenético instrumental titulado “Gonzo”, término que en el argot cajun de los jazzeros locales equivalía a “tocar sin reglas ni rumbo”. El tema en cuestión fue registrado en un estudio de Houston y —aseguran los testigos— cuando el protagonista de estas páginas lo escuchó por primera vez, al llegar a la parte del torrencial solo de flauta, ‘se volvió literalmente loco’”.
En su búsqueda por rastrear los orígenes del sueño americano surge Colapso en Paradise Boulevard, un viaje salvaje al corazón del sueño americano, donde se refleja la obsesión, y distorsión, de Thompson por buscar el origen podrido del sueño americano, donde la ciudad de Las Vegas representaba la muerte fehaciente de ese sueño.
Thompson sigue construyendo su leyenda.
Luego Rolling Stone lo mandó a cubrir la campaña para elegir al candidato demócrata para la presidencia de Estados Unidos, de la que saldría el que pudiera derrotar a Nixon. Cubrió inmisericorde la campaña y puso a varios candidatos en aprietos con sus comentarios punzantes y en algunos casos descabellados, como cuando acusaba, bajo rumores que él mismo había creado, que uno de los candidatos tomaba una droga brasileña llamada ibogaina. Buscaba a alguien que como él representara la idea de un político honesto, y lo encontró en Mc Govern, a quien apoyó sin fisuras y quien de hecho salió electo como candidato demócrata, pero errores sellaron definitivamente sus opciones.
De ahí surgió otro clásico del periodismo en materia de crónica política: Pánico y locura en la campaña.
Su declive como periodista sucedió cuando Rolling Stone lo envió a Kinshasa, Zaire, para que cubriera la gran pelea del siglo entre Cassius Clay y George Foreman, para revalidar el título mundial, y después de unas jornadas intensas de alcohol y drogas incomprensiblemente regaló las entradas para y se quedó en la piscina del hotel flotando literalmente como una cuba.
Más tarde, casi por casualidad, se entusiasmó con Jimmy Carter, a quien descubrió a los estadounidenses, por lo menos a aquellos que lo leían en Rolling Stone, siendo ya un escritor célebre y respetado, a pesar de sus extravagancias, dentro de la escena de la crónica política.
Su declive como periodista sucedió cuando Rolling Stone lo envió a Kinshasa, Zaire, para que cubriera la gran pelea del siglo entre Cassius Clay y George Foreman, para revalidar el título mundial, y después de unas jornadas intensas de alcohol y drogas incomprensiblemente regaló las entradas para y se quedó en la piscina del hotel flotando literalmente como una cuba.
A partir de ese momento el escritor y periodista entra en declive. Thompson se dio cuenta de que no era el escritor que creía ser, que no se ajustaba al ideal de escritor que tenía de sí mismo. Y se deprimió.
Un escritor que empezó a los veinte años copiando palabra por palabra una y otra vez El Gran Gatsby de Fitzgerald porque decía que quería comprender y asimilar su música. Hemingway era otro de sus referentes, aunque muchos lo comparaban con Mark Twain, quien también tuvo sus comienzos como reportero.
A partir de ese momento casi dejó de escribir, excepto crónicas deportivas, y sólo produjo dos o tres artículos con la misma brillantez de antaño, según su editor en Rolling Stone. Las drogas se sucedían a un ritmo frenético, y el mito Raoul Duke, el antihéroe que Thompson había creado, enterró a la persona que lo inspiraba.
Thompson empezó a vivir secuestrado por la leyenda que había creado, cada vez más dado al abuso de alcohol y drogas y convirtiéndose en una caricatura de sí mismo, rodeado por decenas de aduladores y gente que quería vivir en primera persona los desvaríos de la estrella. Se sucedían documentales, películas y entrevistas con el loco drogadicto aficionado a disparar a la mínima de cambio alguna de su amplia colección de armas de fuego. Se dice que por esa época salía a cazar jabalíes con metralleta. Pero la escritura quedó definitivamente aparcada entre sus lúdicas y desfasadas actividades.
Thompson fue de los primeros escritores que vivieron como una estrella de rock, entre excesos, sexo desenfrenado e incluso actuando el estereotipo de destrozar una habitación de hotel y arrojar su máquina de escribir por la ventana. Su mujer, y madre de su hijo, se divorció a causa de tanto desmadre, lo que lo sumió todavía en mayores problemas afectivos.
La victoria de George Bush se tornó para él en un oscuro presagio de lo que se convertiría el mundo. Menos equivocado no podía estar. Estamos sufriendo ahora las consecuencias de las decisiones de tipos como el ex presidente y de la clase política, financiera y militar que alentaron bajo su mandato.
En este soberbio documental, quizás un poco complaciente con la figura de Thompson, se retrata el auge y declive de un escritor que, a pesar de la pobre idea que al final tenía de sí mismo, dejó una profunda huella en la senda del periodismo y mucho más allá. Decía Thompson que sin las drogas que regularmente tomaba su cerebro sería el de un contador de segunda.
Más allá de sus virtudes como escritor, Hunter S. Thompson fue un drogadicto experimentador de los límites de la conciencia y de la capacidad de generar narrativas de acuerdo con esos estados. Un visionario, en definitiva. A la manera de William S. Bourroughs, aunque el viejo yonqui se centrara en la literatura para verter sus delirios; Thompson, en un ejercicio que se antoja mucho más complejo, hizo de sus visiones delirantes un oficio periodístico de apreciación de la realidad, con la que estaba plenamente comprometido.
Hunter fue un ser único y muchas veces genial, y por lo mismo, también aborrecible y soberbio, incluso misógino y autoritario. Alguien que “se las arregló para convertirse en un periodista en movimiento que resultaba interesante por encima de aquello que escribía. Se puso a sí mismo en el centro de la escena y se convirtió en la historia”.
La idea del suicidio, que siempre le acompañaba, era el colofón previsto a esa carrera de desenfreno, locura y desencanto.
La sombra de su figura se alarga hasta nuestros días como la de un revolucionario y un ser comprometido con sus búsquedas que estuvo siempre luchando contra la estupidez de las convenciones. Unas veces se gana, en otras se pierde. En definitiva, a Hunter S. Thompson no le fue tan mal. A nosotros con él, todavía menos.
Al final, como su adorado Hemingway, también se quitó la vida pegándose un tiro en la cabeza a la edad de 67 años.
Corría el año 2005.
Gonzo es la biografía de un freak, un documental muy completo con riqueza de testimonios, de material gráfico de Steadman, fotografías, grabaciones de voz propia, filmaciones reales y recreaciones muy acertadas, extractos de la película Miedo y asco en Las Vegas, y narrado por Johnny Deep encarnando la voz de Thompson. ®