En su nueva novela Javier Sierra aborda un mito, el del Diluvio universal, que aparece en las leyendas primigenias de muchas civilizaciones, desde la persa hasta la maya, sin olvidar el arcano que se cuenta en la Biblia, con Noé como navegante borracho.
Javier Sierra (Teruel, 1971) es uno de los autores más vendidos y leídos de España en estos momentos. Con su anterior novela, La cena secreta, llegó a ser el número uno de ventas en Estados Unidos, según la lista publicada por The New York Times. En España se le compara con Dan Brown, aunque, no sé si por chauvinismo patrio o porque nunca he leído nada del estadounidense, se comenta que escribe mejor y con más fundamento.En su nueva novela, El ángel perdido, aborda un mito, el del Diluvio universal, que aparece en las leyendas primigenias de muchas civilizaciones, desde la persa hasta la maya, sin olvidar el arcano que se cuenta en la Biblia, con Noé como navegante borracho. Precisamente este personaje lo llevó a situar buena parte de la acción del libro, que transcurre en unas vertiginosas 72 horas, en Noia, un pueblo de la costa gallega cuya leyenda sugiere que allí atracó Noé y dejó descendientes. La protagonista de la novela, Julia, iba a llamarse Noela —como una descendiente de Noé y un nombre usado en esta zona de Galicia— pero al final no pudo ser por problemas de traducción a otros idiomas. Sierra lanza en más cuarenta países su libro —ya estuvo presentándolo en la pasada edición de la Feria del Libro de Guadalajara— con traducción a las lenguas más habladas del planeta. Para documentarse, además de los libros de la Biblia que tratan el Diluvio, el autor español no duda en recurrir a la leyenda de Gilgamesh, darle una vuelta al libro apócrifo de Enoch o incluso consultar los estudios de otro obsesionado con el arca de Noé, uno de los astronautas estadounidenses del Apolo XV que pisó la Luna: James Irving. Si a esto sumamos un mago de la Inglaterra medieval, John Dee, la siempre magnética catedral de Santiago y su Pórtico de la Gloria, servicios secretos estadounidenses y Seals disparando en cementerios medievales gallegos, la intriga está garantizada.
Hablé con el autor en un paseo por Noia, desde la iglesia de las laudas, Santa María a Nova, hasta el ayuntamiento, cuyo escudo, faltaría más, refleja el Arca de Noé y una paloma con un ramo de verde olivo en su pico.
—Antes todas estas historias y misterios que cuentas en El ángel perdido las deslizabas en la revista Más Allá. ¿Crees que la novela es un vehículo mejor para desarrollar estas obsesiones tuyas?
—Sí. Definitivamente la ficción es mucho más poderosa. Y eso lo aprendí estudiando los cuentos de nuestros abuelos y los mitos antiguos. Un relato no se olvida nunca, mientras un texto lleno de datos se olvida siempre. Por eso utilizo la ficción, porque entiendo que encriptando dentro mis novelas un mensaje, ese mensaje conseguirá ser recordado.
—En El ángel perdido hay muchas escenas que parecen arrancadas de películas de acción. ¿Pensaba en adaptar la novela al cine, fue escrita para ese medio también?
—No está pensada para el cine pero sí está imaginada por alguien que ve mucho cine, por lo tanto, evidentemente me ha influido. Entiendo que también existe una nueva literatura: hoy no se pueden contar las cosas con el mismo ritmo con el que se contaban en el siglo XIX porque el lector cambiaría de libro o se dormiría. Así que es necesario mantener al lector despierto e interesado todo el rato: ésa es la razón por la que escribo libros con esa intensidad narrativa.
—A los que conocemos los mitos de la llegada o aparición del apóstol Santiago en Compostela nos extrañó que no sacara a relucir la leyenda de la llegada del discípulo de Cristo en una barca de piedra a Iria Flavia…
—El asunto de la barca de piedra de Muxía (allí se dice que llegó la Virgen María a prestarle apoyo a Santiago, una leyenda similar a la del Pilar de Zaragoza) y del barco de piedra del Apóstol hasta Iria Flavia los conozco, pues ya los he descrito en un libro que escribí conjuntamente con Jesús Callejo, La España extraña. No las añadí porque me parecía que iba a añadir mucha confusión a la trama: eran demasiadas piedras. Las protagonistas de El ángel perdido son piedras, por lo que si comienzo a hablar de otras desviaba un poco el foco.
—Benigno Fornés, el deán de la catedral de Santiago en la novela, sale bastante bien parado. Ya sabe que el actual, el real, está siendo muy cuestionado por la desaparición del Códice Calixtino. Si la escritura de El ángel perdido hubiera coincidido con este episodio real, ¿hubiera cambiado la trama?
«Entiendo que también existe una nueva literatura: hoy no se pueden contar las cosas con el mismo ritmo con el que se contaban en el siglo XIX porque el lector cambiaría de libro o se dormiría. Así que es necesario mantener al lector despierto e interesado todo el rato: ésa es la razón por la que escribo libros con esa intensidad narrativa».
—Si hubiera sucedido eso mientras estaba preparando la novela, probablemente habría incluido el Códice Calixtino en alguna parte. Me parece un libro que es históricamente fundamental en todo lo del Camino de Santiago pero el contenido está muy lejos del propósito de mi novela, no se conecta con los mitos bíblicos del Diluvio.
—El deán ficticio habla en una de sus diálogos sobre la avaricia del Cabildo Compostelano: ¿conocía usted “El voto de Santiago”, un impuesto por el que la diócesis compostelana cobraba en moneda o especie un tributo desde que Ramiro I se inventó la batalla de Clavijo —834— y el Santiago Matamoros hasta 1834?
—No, no lo conocía pero no me extraña en absoluto. Pensemos que la Iglesia crece sobre algo intangible, que es la espiritualidad de sus fieles y para mantener esa espiritualidad viva se recurrió a la picaresca y a la invención de muchas cosas. Así que no me extraña en absoluto lo que me cuentas, me da un poco de pena que esto fuera así y entiendo que gracias a Dios o a la inteligencia humana hemos evolucionado bastante en estos dos últimos siglos.
—Arriesgó su vida subiendo al Ararat: ¿por qué no subió al monte Aro en Mazaricos, que también nombra en la novela? ¿No se le ocurrió? ¿Le tenía miedo a los tojos o le parecían poco los 560 metros de altura en comparación con los más de cinco mil del Ararat?
—[Risas] Pues me estás tentando. Vamos a ver: hay una España por descubrir, llena de rincones como el castro que hay allí, uno de los más grandes de la Costa da Morte, que es verdad que tenemos que sacar del olvido. Y yo, por cierto, uno de los proyectos que me gustará poner en marcha, en compañía de mi gran amigo Iker Jiménez, es un recorrido exhaustivo por esa España extraña. Y desde luego los castros tienen que estar en ese viaje.
—En alguna entrevista ha dicho que realmente cree en los ángeles como enviados, como gente que nos advierte sobre futuras catástrofes o hechos significativos. Confírmenos que Al Gore no es un angelito…
—[Risas] Bueno, Al Gore está un poco desaparecido porque ya no es candidato a la presidencia de Estados Unidos y perdió interés mediático. Pero su mensaje en La verdad incómoda era y es muy potente. De hecho, por remitirnos a la actualidad más inmediata, mira lo que acaba de pasar en Durban con el protocolo de Kyoto. Aquí cada país vende la moto desde su perspectiva. Acabo de estar en China promocionando esta novela y allí se decía que los que no habían firmado el protocolo eran los demás, que ellos estaban dispuestos. Justo la información contraria que veíamos en los medios de comunicación europeos. ¿Quién tiene la razón? Nadie. Son todos unos fariseos.
—Fin del mundo: los mayas son ahora noticia por lo del apocalipsis de 2012. ¿Nueva glaciación o nuevo diluvio?—Yo creo que la próxima catástrofe será un colapso tecnológico. Probablemente, y lo insinúo un poco en la novela, vendrá por algún tipo de alteración electromagnética en la Tierra y hay muchos números para que eso lo provoque una tormenta solar. Será por causas naturales, ya que el Sol, cada vez que estornuda, provoca unas corrientes de plasma electromagnéticas capaces de fulminar satélites artificiales. Si alguna de estas tormentas nos alcanza de pleno nos podría dejar sin internet, twitter ni nada de estas cosas maravillosas. Yo me he hecho una caja de plomo para meter mi disco duro y que no le afecten las alteraciones electromagnéticas.
—Si sucediera esto y unos cuantos privilegiados se fueran a la Luna o a Marte, tengo entendido que se podría leer allí El ángel perdido…
—Ojalá. Yo por lo menos he dado autorización a mis editores en Estados Unidos para que puedan vender el libro en bases en la Luna y en Marte.
—Asegura que sin misterio no hay nada pero a veces algunos investigadores de misterios, tras un descubrimiento científico que contradice leyendas, tardan bastante en actualizarse sobre el asunto…
—No creo que sea mi caso, pero en este punto tengo que decir una terrible verdad: en los campos de arqueología y de ciencia tenemos unos penosos divulgadores en este país. Debería hacerse una divulgación mucho más activa y potente, que ese descubrimiento, que de repente pertenece a un estudio universitario salte fuera de la universidad, pues aun por encima está pagado con dinero público y nadie se entera de lo que se ha hecho o descubierto. A mí eso me parece muy triste. Si yo en alguna ocasión no doy un dato actualizado no es porque yo no quiera darlo, pues reviso exhaustivamente mis teorías en novelas o ensayos siempre y no tengo inconveniente en rectificar. Y yo entiendo que lo haría todo el mundo si tuviéramos fácil acceso a toda esta información que muchas veces se ciñe a un círculo académico restringido. El mal no es sólo de nuestro lado, es de los dos, creo.
—¿Qué equilibrio guarda usted entre razón científica y esoterismo o misterio?
—Trato de equilibrarlo. Una cosa es creer por creer y otra es tener pruebas de ello. Procuro separar ambas cosas. Cuando hay una prueba me aferro a ella y si se demuestra que es equivocada luego, lo reconozco. Si algo creo que caracteriza mi pensamiento es el no dogmatismo: yo no quiero repetir los errores que se cometen en uno y otro campo. La ciencia a veces también es dogmática: mira ahora lo de los neutrinos, que está poniendo en jaque la velocidad de la luz. Todo el revuelo que se ha levantado se debe al dogmatismo sobre ciertos asuntos, en este caso del lado de la ciencia.
—Asegura que toda novela es un viaje: ¿está ya navegando en el siguiente? ¿Puede adelantar algo?
—Sí, creo firmemente eso del viaje. Del siguiente tan sólo puedo decir que nos llevará muy lejos. No voy a tardar tanto como con éste, que me llevó siete años, pues el nuevo libro se basará en un material que ya tengo muy avanzado. En enero empezaré a armar el esquema, que es lo que más tiempo me lleva, para poder, quizás en primavera, estar ya escribiendo a tope y quizás para 2013 lo tenga terminado.
—¿Entonces la de Noia ha sido la última presentación de El ángel perdido?
—Quiero creer que sí, aunque siempre hay algún coletazo. Desde el punto de vista oficial al menos, pues es el simbólico, el potente. También tengo una charla en Santa Comba pero ya forma parte del viaje.
—En caso de que se llevara al cine: ¿volvería usted a visitar los escenarios como guionista?
—Me gustaría revisar el guión, desde luego, e influir, si se pusiera en marcha la producción, para que se ruede en escenarios reales. Tampoco pido nada extraordinario: el monte Ararat es espectacular, Santiago de Compostela es increíble y Noia da mucho juego desde el punto de vista de imagen. Así que cualquier director, aunque sea estadounidense, creo que se llevaría una grata sorpresa con todos estos escenarios. ®