Fernando Vallejo contra la ciencia

¿Bromas o antidivulgación?

Es claro que Vallejo ha investigado y reflexionado profundamente. Pero es también evidente que algunas de sus afirmaciones son claramente erróneas. A veces obvia, trivialmente erróneas, como cuando se equivoca al usar ciertas unidades físicas.

Fernando Vallejo

Que la novela —cuestionable reina de la narrativa— no necesariamente tenga que restringirse al terreno de la ficción lo han venido demostrando desde Cervantes hasta Truman Capote. Tampoco es extraño que un novelista escriba también tratados de ciencia; ahí está Goethe, con su teoría del color, errada pero penetrante y científicamente honesta.

El problema —uno de los problemas— nos lo plantea ese genial provocador y biólogo colombiano, Fernando Vallejo, cuando además de sus magníficas, agresivas, políticamente incorrectas, blasfemas, apasionadas y conmovedoras novelas decide publicar dos libros científicos, uno denostando a la teoría darwinista de la evolución y otro dedicado a denunciar el conocimiento físico de la gravedad y la luz como una impostura. Se trata de La tautología darwinista, publicado inicialmente por la UNAM y posteriormente, en versión aumentada, por Taurus en 1998, y el Manualito de imposturología física, asimismo editado por Taurus en 2004.

Como lector de Vallejo, que he disfrutado y me he escandalizado gozosamente con obras magistrales como La virgen de los sicarios o la serie de novelas que conforman El río del tiempo, no puedo sino acercarme con curiosidad a un tratado de biología evolutiva y otro de física escritos por el mismo autor. Más cuando yo mismo soy divulgador científico.

Y me topo entonces con lo inesperado. Inicialmente desconcierto, luego curiosidad, luego duda… ¿será posible que tenga razón Vallejo y Charles Darwin, creador de la teoría que le da coherencia a todo el pensamiento biológico, haya sido sólo un charlatán engañabobos? ¿Será la evolución por selección natural sólo una “teoría que no explica nada”? ¿Serán Newton, Maxwell, Einstein farsantes cuya capacidad para engañar merece ser medida en aquinos, la unidad propuesta por Vallejo para cuantificar la impostura?

¿Puede el autor probar sus acusaciones? En ambos libros se esfuerza por hacerlo con rigor y tesón. En ambos destaca su cáustica inteligencia, que tan bien conocemos sus lectores. Vallejo se ha documentado ampliamente y ha leído los textos originales de Darwin, Newton, Einstein y todos a quienes acusa. Explica lo que dijeron y muestra con detalle —sazonado con abundante humor y comentarios sarcásticos— por qué, en su opinión, sus grandes ideas son en realidad confusiones, engaños o perogrulladas.

Si se toma en serio su argumentación, la confusión no tarda en paralizar al lector. Es evidente que Vallejo entiende de lo que está hablando. Es claro que ha investigado y reflexionado profundamente. Pero es también evidente que algunas de sus afirmaciones son claramente erróneas. A veces obvia, trivialmente erróneas, como cuando se equivoca al usar ciertas unidades físicas. Pero la mayor parte del tiempo los errores son más enigmáticos. Afirmaciones como “No existen los kilogramos al cuadrado, ni los segundos al cuadrado” parecen revelar una elemental incapacidad para dar ese salto del pensamiento concreto al abstracto que cualquier estudiante de secundaria logra. Ambos libros están llenos de estas curiosas necedades, estas rebeliones ante las convenciones aceptadas por la comunidad científica. Vallejo, que también es gramático, se rebela ante la acepción más común de una palabra (adaptación, gravedad…) y al hacerlo impide la comunicación. En términos de Thomas Kuhn, parece estar buscando que sus argumentos sean inconmensurables con los del resto de los científicos.

Siguiendo por la ruta racional, podría caerse en la tentación de hacerle ver al autor por qué es erróneo lo que dice. En el primer libro, por ejemplo, la “tautología darwiniana” consiste en que suele definirse a la selección natural como “la supervivencia de los más aptos”; pero como “los más aptos” son precisamente aquellos que sobreviven el razonamiento parece irremediablemente circular.

Por desgracia, sus bromas pueden tener consecuencias: un lector curioso que elija uno de sus libros como acercamiento inicial a la ciencia podría tomarlos en serio. Si la propaganda ramplona que pretende hacer pasar charlatanerías seudocientíficas como ciencia puede ser calificada de “seudodivulgación científica”, los escritos científicos de Vallejo merecerían quizá el nombre de “antidivulgación”.

Parece, porque se trata de un error. Los más aptos se definen, en realidad, como aquellos organismos cuyas características les dan alguna ventaja adaptativa en un ambiente determinado en relación con sus congéneres. Esta ventaja tiene la consecuencia de que ellos y sus descendientes tengan mayores oportunidades de sobrevivir, pero no es tal supervivencia la que define su mayor aptitud. Parece cuestión de detalle, pero usando minucias como ésta se arman argumentos aparentemente demoledores basados en falacias. En todo caso, ninguna teoría científica con éxito práctico ha sido rechazada por contener una inconsistencia lógica; en todo caso, tal inconsistencia sería prueba de que algo anda mal en la forma en que se está expresando una teoría que es apoyada por la evidencia.

Pueden hacerse análisis como el anterior con el resto de los argumentos de ambos libros. Puede mostrarse al autor, o a los lectores deslumbrados por sus explicaciones, dónde están los errores y por qué todos los biólogos y físicos del mundo siguen confiando en las ideas de Darwin o de Newton, Einstein y compañía, respectivamente.

Pero creo que no es ese el punto.

Para entender por qué Vallejo adopta la actitud obstinada de negarse a entender el darwinismo o la física hay que dar un paso atrás y preguntarse por el significado de esos dos libros en el contexto de su obra literaria. Quizá no se trata de libros de ciencia, sino de obras de ficción. De un par de grandes y muy pesadas bromas que Vallejo está jugando a sus lectores. Quizá son su forma de mofarse —como lo hace con filósofos, políticos, religiosos y básicamente de todo el género humano— de los científicos, esa bola de cabrones que sienten que poseen las verdades últimas sobre el universo.

Por desgracia, sus bromas pueden tener consecuencias: un lector curioso que elija uno de sus libros como acercamiento inicial a la ciencia podría tomarlos en serio. Si la propaganda ramplona que pretende hacer pasar charlatanerías seudocientíficas como ciencia puede ser calificada de “seudodivulgación científica”, los escritos científicos de Vallejo merecerían quizá el nombre de “antidivulgación”, pues siembran en el lector no experto la duda de si el conocimiento científico generalmente aceptado no será más que una maraña de malentendidos y enredos.

¿Será éste el objetivo de Vallejo? Tal vez, tomando en cuenta el carácter subversivo de la mayor parte de su obra. Ante el relativo éxito que ambos libros han tenido, debe estarse riendo a carcajadas. En lo personal, como lector, no me queda más que seguir disfrutando de sus novelas; como divulgador, tratar de remediar, en mi modesta medida, el daño que sus dos libritos puedan causar. ¡Vaya tarea! ®

—Publicado originalmente en Replicante no. 8, “Sólo ciencia”, verano de 2006.

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Publicado en: Destacados, Enero 2012, La ciencia del futuro

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