Reía, se reía y no paraba de reírse. De la jeta se le escapaba la blancura de los dientes blandos. Trompita de tururú. Si cada vez que hablaba ponía boca de tabla del 2. Era todo beso. El acertijo de la vida se descifraba en la negrura tozuda de su mirada. A veces de ojos grandes como platos hondos y otras como una línea de horizontal horizonte. Finita, achinada, intrigante, de grandeza infantil que enfrenta el resplandor de otro amanecer en la villa miseria.
Aunque su juguete preferido era un mono de peluche, el padrastro la obligaba a jugar a ser mujer de golpe. Repugnantemente la violaba hasta que de su boca se desgarraran todas las vocales. Hasta que la risa se convirtiera en incendio alarido alarma terremoto. Hasta que sus dientes se tiñesen de rojo sangre fuego llanto diluvio inundación.
Marta, Martita… Pobre la Marta decían las vecinas pero nunca nadie se animó a denunciar lo que ocurría. Y la Martita todas las tardes se escapaba hasta Plaza Once para mirar el tren. Lo miraba y lo saludaba con un pañuelo a lunares. Como si ella misma se estuviera yendo a no sé dónde, lejos de tanta desgracia acumulada. Se reía, reía y no paraba de reírse mientras una gota de sal le surcaba las mejillas ásperas.
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Un escritor que nunca escribió nada. Siempre dijo que su mejor obra sería la próxima. En cada década dejó amigos plantados como también ideologías en remojo. En el ropero del dormitorio conviven en fraternidad ambigua un pantalón Oxford, la Biblia, una foto del General, dos videos de la Cicciolina, una carta que viajó por el Atlántico con aroma gitano, El capital, dos trajes idénticamente negros y el último libro de Bill Gates. El tipo se vanagloriaba de su cintura de alfiler y de ser la mejor pieza para jugar a la taba, nunca caía culo.
Hippie, tanguero, militante, profeta, secretario, quinielero, asesor. Ingrávidamente comprometido con la realidad. Nunca fue un tipo de fiar, dicen ahora sus colegas, mientras se rascan la barba y la pelada. Iba a cobrar una herencia en el Banco de Cataluña. En los últimos días se le notó un gesto de preocupación de corredor de Bolsa. Tal vez mañana editen las primeras páginas de su libro de autoayuda. Una amiga astróloga lo pronosticó hace años. Alberto Barriera nació para el éxito.
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La responsabilidad y el bolso a cuestas. Cuesta arriba no es tan simple. Pero la ilusión alivia el tranco. Uno, dos, tres… mil pasos. La vista y el mentón firmes. “Jugador de fútbol se nace”, le dijo un técnico cuando era pibe. ¡Se nace las pelotas! La constancia, el esfuerzo, el empeño, el afán.
La esperanza y el bolso a cuestas. Un color: verde. Verde esperanza, verde de Ferro. “Si te parás vos, se para toda la familia”. La responsabilidad y el bolso a cuestas. Cuesta arriba no es tan simple. Pero la ilusión alivia el tranco. Uno, dos, tres… mil pasos. La vista y el mentón firmes. “Jugador de fútbol se nace”, le dijo un técnico cuando era pibe. ¡Se nace las pelotas! La constancia, el esfuerzo, el empeño, el afán. La hora y media en colectivo. La privación de una salida, de un beso, de un brindis salud por no tener guita, por no tener tiempo. La dedicación. La incertidumbre de no saber si la semilla rendirá sus frutos. Tal vez la próxima sea una mala cosecha. Tal vez ningún Director Técnico riegue la flor y los pétalos se pudran. La vida de Ramón… tal vez.
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El walk-man a todo volumen. La mandíbula tan grande como el desprecio hacia el olor a pueblo. El chicle y el perfume. Cada vez que tenía que ir a visitar a su suegraal geriátrico se embadurnaba con una insustancial fragancia francesa. Ese día pisó una enorme cagada de perro vagabundo. Una mierda de consistencia semejante a la humana. De un envidiable brillo marrón madera. Húmeda, esponjosa y resbaladiza. Su cuerpo estaba desorbitado, frenético.
Cuentan los que la vieron que, cuando se apoyó en una pared para limpiarse el zapato, se manchó el saco con un grafitti fresco de una agrupación de derechos humanos. Un galgo la miró con su mejor cara de perro. Dos jubilados dejaron de jugar a las damas para gozar de la complicidad de sonreír en silencio. Ella empezó a insultar. De la boca brotó un discurso que nunca se había imaginado pronunciar ante un respetable público presente. Damas y caballeros, la doctora Fletzguer puteando en distintos idiomas. Puteadas negras, rojas, violetas y amarillas. Insultos incisivos, mordaces y sudorosos. Gesticulando groseramente. Desnudando caries y prótesis. Escupiendo el chicle. Abandonando el perfume. Señoras y señores, la doctora nunca se enteró de lo que dijo porque en su walk-man sonó todo el tiempo y a todo volumen el último éxito de Los Cachondos.
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Un anciano que se escapó de un cuento. Un cuento que se escapó de un anciano. Una poesía en un mate lavado. Una canción de Gardel en la postal de sus callos. Un anillo de mar y una cadenita de espuma. Una metáfora caminante.
Un anciano que se escapó de un cuento. Un cuento que se escapó de un anciano. Una poesía en un mate lavado. Una canción de Gardel en la postal de sus callos. Un anillo de mar y una cadenita de espuma. Una metáfora caminante. Un sillón de cartones. Un diario en el piso le lee la vida en la parábola de sus vértebras. Dos manos amigas lo saludan. Un millón de miradas esquivas, por ahora, lo ignoran.
Artesano improvisador de caminos. Generador de surcos de barro, temido por transeúntes aplicados alineados almidonados. Intuitivo, impredecible, íntegro. Las marionetas y los títeres le cantan una canción de cuna en el oído. No escucha bocinas, frenadas, sirenas, gritos ni falsos predicadores. Lee los últimos renglones de un libro desvencijado y amarillento. Levanta la vista. Él lo sabe, en calma está esperando.
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Ahora están todos ahí. Amontonados, apilados, hacinados, apretados. Bien juntitos para que puedan entrar en un plano general. El camarógrafo le grita a una mujer policía que se corra de adelante. El cronista no para de hablar en vivo y en directo. La Plaza Once es un caos. Está cortada la línea A del subte, dice la radio. Los viejos del geriátrico miran la tele, hipnotizados. La mayoría de los comercios bajan las persianas y los vendedores ambulantes corren para ningún lado. Un brazo del anciano en la cara de Martita y los sueños del futbolista en el glúteo de la pituca. Barriera está alejado por escasos centímetros. Los directores del canal se regocijan con la primicia. Una ilusión se diluye en una copa de cristal. La copa estalla en llantos. Las miradas sacian su cuota diaria de morbo. Ilustres desconocidos. Son cinco los cadáveres, enfatiza el periodista. Flamante instante de gloria sin alfombra de terciopelo. Cinco fiambres son. La versión más firme indica que fue un exrepresor de la última dictadura militar a quien lo habían declarado persona no grata para el barrio. En un ataque de incontenible locura, habría disparado a mansalva desde una terraza; aunque no se descarta la hipótesis de un atentado perpetrado por un grupo ecológico extremista. Un tren que se va y en la estación ya no hay pañuelo flameando. ®
Juan
Gracias querida Vesna por tus palabras. Es un cuento viejo. Creo que es un guión que escribí en una época donde no sabía como se escribían los guiones. Fue en 1998, por aquellos años del fin de menemato vivía en Buenos Aires y trabajaba en Crónica TV. El cuento fue una manera de sublimar tanta locura de primicias, sangre, indultos y cadáveres tan anónimos como súbitamente célebres.
Vesna
¡Me encantó! Qué buenos perfiles Mascardi.
El texto tod es una torre de naipes, escrito en imágenes, un rompecabezas de flash backs, (el guión literario de una prepro, tal vez? ;)
saludos rioplatenses