El título del libro sugiere tal vez una selección de cuentos a partir del amor y el deseo en su variante extraconyugal. Esto, sin embargo, es mera cuestión apreciativa. Lorenzo León Diez acierta y logra en los primeros relatos de Cuentos infieles [México: Lectorum, 2011]introducirnos en ese campo minado que es la infidelidad, en sus goces y atributos (submundos que yacen en la otra realidad del cuerpo) y en sus pesares, como la sospecha siempre latente de que a uno le toque ser el cornudo, mirando con el rabillo del ojo a quien se tenga al lado en la cama.
No así el conjunto del libro. Si bien es cierto que algunos cuentos responden a la idea más o menos consabida de lo que comúnmente entendemos como tener una aventura, poseer una amante o participar si no de una orgía por lo menos de una saludable triada con nuestra pareja sentimental, las historias se distancian de este terreno para mudarse a una especie de exaltación amatoria, rebuscada y confusa, donde el vacío, la soledad, los celos y la añoranza, ciertamente, con su buena carga de erotismo, a veces pletóricamente elaborado, muestran su cara más descarnada y, al mismo tiempo, desconsoladora.
La fórmula empleada por Lorenzo León para ello es similar en la mayoría de los casos: confesiones de amigos de cantina (o de interlocutores involuntarios, como el pasajero que escucha la relación de hechos de un taxista acerca de una señora pasajero que le solicita “el favor”) sobre sus ora truculentos —aunado a su carácter social y moral que reprueba la adición a lo placentero— ora afortunados pero siempre gozosos encuentros pasionales. El azar y la suerte, parece guiñarnos Lorenzo León, deben intervenir para que el acto amoroso culmine felizmente, de otro modo hay riesgo de no salir muy airosos.
No se comprende el porqué de tanta glotonería en algunos personajes. Y no me refiero a glotonería sexual, que sería quizá lo más indicado, sino a la desmesurada atención que por momentos se le brinda a la comida. En “Berenice y el mar”, por ejemplo, el pretendiente, a la par de las constantes visitas que realiza al Café del Puerto seducido por Berenice, no se harta de contarnos lo mucho que come y bebe: “Entonces arribábamos a los cafés expresos, los pasteles de zarzamora y queso, fresa, maracuyá, chocolate, mango, manzana y siempre unas empanadas de piña que imaginaba tenían el sabor de los labios de Berenice”. Por lo visto, a este enamorado le puede faltar todo menos el apetito.
El lenguaje es un arma de doble filo. O hace la historia más digerible o la vuelve más engorrosa. Los límites entre lo poético y lo narrativo no deben, en efecto, por qué estar peleados ni tienen por qué ser un obstáculo para el desarrollo de la trama. Da la impresión, no obstante, de que el lenguaje en León Diez sobrepasa significativamente la trama, quedando ésta relegada a un segundo término. “Mapa secreto”, el último relato, es un extenso y tedioso canto de desconsuelo que poco tiene que ver con el humor y la picardía que acompañan a muchos de los infieles. ®