En el número tres, parece, se juegan demasiadas cartas. Enfrentarse a otro siempre es un asunto complicado, pero enfrentarse a otro bajo la mirada de un tercero nos deja en un lugar de vulnerabilidad. ¿Quién es cómplice, quién es espectador?
Hace poco tiempo, hablando sobre distintas experiencias sexuales, mi amigo N me dijo: “Me encantaría hacer un trío. Con otra mujer y con vos”.
Existe una clase de personas que desprenden una particular energía sexual. Por lo general son aquellos que cuando se proponen acostarse con alguien lo logran. La energía sexual va más allá de las apariencias físicas. Yo la veo como un halo. El halo funciona como un imán. Y donde esa persona esté casi nunca pasa inadvertida. Mi amigo N es de estas personas y por eso pensé que buscar a una tercera para un trío resultaría una cosa de lo más fácil. Pero no fue así.
En favor de N debo decir que desplegó sus mejores esfuerzos. Lo que consiguió fueron evasivas del estilo “Me encantaría, pero hoy no puedo”. “Otro día”. Y respuestas similares. De manera que pasaron dos meses desde la propuesta, y todavía no logramos llevarla a la realidad.
En función de este inesperado resultado, N y yo hablamos del número tres. “Tres es el número maldito para una cama”, me dijo. “Siempre va a sobrar uno”.
Yo me hice primero las preguntas de corte psicológico: ¿una mujer tiene miedo de la bisexualidad? ¿Una mujer tiene miedo de sí misma, de lo que puede llegar a sentir? ¿Una mujer tiene miedo de sentirse excluida, de no estar a la altura? En definitiva: ¿qué es lo que pasa por la cabeza de una mujer en estos casos?
Tal vez simplemente no quiera explorar sus posibilidades. Cuando uno conoce a alguien a veces tiene la fantasía de poder guardarlo para sí, de creer que esa persona solamente está con uno, o por lo menos está con uno mientras su cuerpo está contenido en las cuatro paredes de su dormitorio. Lo que me llevó a pensar también: ¿cuándo es que una persona está verdaderamente con otra persona?
En la numerología bíblica uno es el símbolo de la unidad (Dios es uno, y es omnipotente), dos es la división (Dios dividió el día y la noche; si hay dos hay separación), pero el tres es la unión. Dios es uno y trino (la Santísima Trinidad), tres son las virtudes teologales (Fe, Esperanza y Amor). Tres es la perfección divina.
Entonces, ¿por qué el tres es el número maldito para una cama?
En la película de Woody Allen Vicky-Cristina-Barcelona el imaginario opera al revés de la deducción de mi amigo: la armonía “familiar” generada por el triángulo amoroso y sexual se quiebra en pedazos cuando una de las mujeres rompe el pacto y se va de la casa. El significado de lo que ocurre es bíblico: tres es la unidad. Cuando queda sola la pareja se genera la división: dos no pueden convivir. En pocos meses sobreviene la separación.
Si hablamos de tríos históricos, se sabe que Lou Andreas Salomé convivió con Nietszche y Paul Rée en una especie de comunidad filosófica. Se hacían llamar la “trinidad pagana”. La experiencia duró tan solo unos pocos meses.
Por su parte la pintora Dora Carrington se casó con Ralph Partridge pero vivió la mayor parte de su vida con Lytton Strachey, quien era homosexual, como se relata también en una película de 1995 protagonizada por Emma Thompson.
No olvidemos tampoco el trío amoroso protagonizado por Anaïs Nin, Henry Miller y la mujer de Miller, June Mansfield, que Nin retrataría en su libro Henry y June.
Esto por citar a algunos.
Yo me hice primero las preguntas de corte psicológico: ¿una mujer tiene miedo de la bisexualidad? ¿Una mujer tiene miedo de sí misma, de lo que puede llegar a sentir? ¿Una mujer tiene miedo de sentirse excluida, de no estar a la altura? En definitiva: ¿qué es lo que pasa por la cabeza de una mujer en estos casos?
Nada, excepto la institución del matrimonio occidental, nos lleva a pensar que dos es el número perfecto para una cama o para la vida si le dedicamos al asunto una segunda mirada. Ocurre que la lógica burguesa indica algo así como “divide y reinarás”. Se tiene mujer y amante, o marido y amante. Y el amante siempre permanece en las sombras. La sociedad no puede seguir su curso en paz sin este acuerdo tácito, y es por esto que la infidelidad como contracara del matrimonio es uno de los inventos burgueses más difundidos.
¿Tres, entonces?
Un amigo homosexual me contaba hace poco, hablando sobre estos temas, que había participado en varias experiencias de sexo grupal, y sin embargo nunca de un trío. Siempre que había hecho la proposición las respuestas habían sido: “Sí, pero hoy no puedo”. “Perfecto, te llamo”. Pero nunca había logrado concretarlo.
En el número tres, parece, se juegan demasiadas cartas. Enfrentarse a otro siempre es un asunto complicado, pero enfrentarse a otro bajo la mirada de un tercero nos deja en un lugar de vulnerabilidad. ¿Quién es cómplice, quién es espectador? ¿Quién detenta el poder? (si es que hay alguien que lo detenta). ¿Hay acuerdos previos? ¿Hay alguien que sabe más de la cuenta? En un trío cada persona tiene que estar dispuesta a aceptar un papel, y es posible que, como en cualquier relación sexual, nos llevemos la sorpresa de que para bien o para mal el otro no sea quien creíamos que era. Lo cual no deja de formar parte de la aventura.
Un trío es peligroso creo, no por los celos que se juegan allí, como se suele considerar, sino porque nos enfrenta a la mirada de un tercero, un tercero que opera como una especie de espejo distorsionado que no se sabe con certeza qué imagen arrojará. ¿Qué verdad sobre nosotros mismos nos puede descubrir enfrentarnos al número maldito? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a probar? ¿Hasta qué punto nos da miedo sentir?
Un trío va más allá del placer que se pueda llegar a experimentar cuando intervienen en una relación seis manos, tres bocas y más de dos órganos sexuales. Por eso genera tantas resistencias. Se trata de una operación mucho más compleja donde se juegan cuestiones muy personales. Un trío quiebra barreras y nos muestra una verdad sobre nosotros mismos que hasta ese momento nos resultaba desconocida. Un trío, entre otras cosas, destruye la idea de que una persona tiene una manera de hacer el amor especialmente inventada para uno. Lo que suele ser un golpe bastante duro para el ego.
Vuelvo entonces a la pregunta: ¿cuándo es que una persona está verdaderamente con otra persona? Los pocos tríos que hice en mi vida, con dos mujeres o con dos hombres, me dejaron una sensación de intimidad tan fuerte que nunca pude olvidarlos. Si hubo o no una conexión sexual real es algo que no puedo saber. La conexión sexual, como la comunicación entre las personas, es casi siempre un malentendido y, como decía Onetti: “En una relación amorosa hay siempre por lo menos uno que es sordo. Generalmente los dos”. O, en este caso, los tres. ®