No es mala, pero es un remake

The Girl with the Dragon Tattoo, de David Fincher

El remake de la adaptación del bestseller. El filme de David Fincher inspirado en el libro de Stieg Larsson no será una pieza artística, pero cumple la función de entretener.

El tatuaje del dragón se desdobla en otra espalda. De forma más que esperada, la historia que justifica ese trazo de tinta en la piel se convierte en calca apenas alterada por unos cuantos rasgos de violencia explícita, obvia oscuridad y hasta un atisbo de romance que finalmente termina dejando a la icónica Lisbeth Salander como mero replicante fílmico en la imparable cadena de producción de la industria del cine estadunidense.

Lisbeth Salander: Noomie Rapace y Roonie Mara; Mikael Blomkvist: Michael Nykvist y Daniel Craig. Una suerte de desdoblamientos innecesarios para el cine como expresión artística, pero requeridos para satisfacer la demanda de un público estadounidense que prefiere, en la medida de lo posible, evitarse los subtítulos y que bajo la fórmula de lo probado augurará casi siempre buenos dividendos en taquilla más allá de sus fronteras.

Afirmo: Niels Arden Oplev repetido por David Fincher, y encima Led Zeppelin repetido por Trent Reznor para el score original de la película The Girl with the Dragon Tattoo, el ambicioso remake de la primera parte de la adaptación al cine de la saga literaria sueca Millennium, cuya historia comienza ahora a contarse en el idioma más utilizado en la industria cultural: el inglés.

Män som hatar kvinnor es el título original de la primera novela del fallecido periodista Stieg Larsson. Los hombres que odian a las mujeres o Los hombres que no amaban a las mujeres, como se ha popularizado bajo el título dado por las ediciones del libro en habla hispana es la traducción más aceptada. Para el remake debía ser más sencillo: La chica del dragón tatuado. Casi tagline infalible. ¿Quién no quiere ver una chica con un escupe fuego pintado en la piel?

En una entrevista con el diario El Tiempo, de Colombia, el director de esta nueva versión del llamado fenómeno literario sueco, David Fincher, dice textual: “No soy muy amigo de los remakes”, y expresa abiertamente que le incomodan las comparaciones entre ambas películas. Finalmente centra su discurso en afirmar que su versión de la primera parte de Millennium no es un remake, sino una nueva visión de ese primer libro de Larsson.

Quizá para Fincher, el artista que retoma la oscuridad mórbida de Seven y un toque de la violencia explícita de The Fight Club en la narrativa de The Girl with…, su película no sea una copia, pero finalmente él fue contratado por Columbia Pictures, junto a Steven Zaillan como guionista, para filmar una pieza que causó interés en Hollywood no por la historia, sino por las millonarias ganancias que la comercialización de la saga, en papel, versiones para Kindle y en el cine están generando aun ahora después de más de tres años. Eso, por definición, es un remake.

Dice Fincher en la misma entrevista: “Creo que nuestro trabajo no es una copia de esa cinta, sino una versión diferente, más cercana al público estadunidense”. Se refiere al público cinéfilo promedio de Estados Unidos donde la película original sueca se exhibió sólo en 34 salas en todo el país y recaudó apenas unos 355 mil dólares de taquilla.

Sólo por comparar, The Girl… generó ganancias por trece millones de dólares tan sólo el fin de semana de su estreno en unas tres mil salas de todo el territorio estadounidense y sigue recaudando ingresos en las decenas de miles de salas de países como México y el resto de América Latina donde también se exhibe con éxito.

Lo chocante del caso pareciese ser la actitud de David Fincher y de quienes defienden el filme dirigido por él como una pieza artística de manufactura destacable por su tratamiento y por los alcances que tuvo en la interpretación de la historia original de Larsson, así como por el hecho de no “ser una simple copia”, como he escuchado más de una vez.

Si bien esta versión estadunidense del primer libro de Millennium no es un mal producto, tampoco puede considerarse, como lo fueron Seven, The Fight Club o incluso Social Network, aventuras de resultados inimaginables basados en su discurso estético y la coherencia de su narrativa, sino como fórmula que respondería a los dos factores primordiales antes citados: la seguridad de lo probado y el poco gusto del cinéfilo estadounidense promedio por las películas subtituladas.

Lo chocante del caso pareciese ser la actitud de David Fincher y de quienes defienden el filme dirigido por él como una pieza artística de manufactura destacable por su tratamiento y por los alcances que tuvo en la interpretación de la historia original de Larsson, así como por el hecho de no “ser una simple copia”, como he escuchado más de una vez.

Hablar del remake y el cover en la industria cultural de Estados Unidos es tan redundante como decir que China tiene copias para casi todo tipo de productos de uso común, pero no puede soslayarse que el copiar historias que triunfaron en otros contextos y que quizá su público ni hubiese visto es casi una tradición. La revista Time ha publicado incluso un Top Ten al respecto donde expone casos de filmes desde la primera mitad del siglo pasado.

Sumado a ello, también es redundante tratar de explicarse el porqué de la nula disposición del público estadounidense promedio del cine para ver filmes subtitulados o considerarlo menosprecio cuando se entiende como una costumbre en un país donde más de 90 por ciento de las películas exhibidas son producción nacional y en inglés.

The Girl with the Dragon Tattoo es un remake. Una copia calca incluso rodada en Suecia, ni siquiera trasladada de manera coherente a otros escenarios como habría hecho Sergio Leone en su spaghetti western Por un puñado de dólares a través de una reinterpretación del Yojimbo de Akira Kurosawa.

Fincher retoma algunos sesgos del libro original que Arden Oplev decide no utilizar. Oscurece más la historia, no sólo en la imagen sino en la intensidad de los personajes; recurre a otra fórmula probada del cine estadounidense: violencia explícita, y carga con más fuerza la atracción entre Salander y Blomkvist, pero no deja de hacer notar una especie de atisbo amoroso, poco relacionado con la codependencia creada entre los Lisbeth y Mikael originales.

El filme no puede desacreditarse, pero tampoco elogiarse al grado de las cinco nominaciones a un Oscar que ya tiene, aunque finalmente ese premio lo otorga la Academia de las Artes y Ciencias de Estados Unidos.

Lo que valdría elogiar de la producción de The Girl…, con excepción de haber incluido el cover de “Inmigrant song”, original de Led Zeppelin, es la decisión de llamar una vez más a Trent Reznor y Atticus Ross para la realización de la banda sonora original en un filme de David Fincher.

Sí, es poco motivante encontrarse como pieza primordial del soundtrack de un remake un cover y mucho más de una pieza como “Inmigrant song”. Implica sentir el regusto desagradable de plantarse ante el hecho de que la industria cultural es tan repetitiva que poco alcanza a generar siquiera recombinaciones de todo lo existente, ya sea sincretismos, fusiones o hibridaciones inesperadas para hacer sentir que hay algo ahí, fresco, aun cuando no sea novedoso o vanguardista.

Sin embargo, cuando se salta del cover en el que Reznor recurrió a la vocalista de los Yeah Yeah Yeahs, Karen O, y se continúa escuchando el score, no puede más que sentirse la satisfacción de que dentro de todo lo que pueda criticarse de la insistencia de la industria fílmica estadounidense de copiar a otros a cambio de millonarios contratos por derechos de autor, haya resultado algo como el soundtrack de la historia de Salander y los vicios sociales ocultos en la bruma sueca.

El trabajo del líder, vocalista, arreglista, músico y todólogo de Nine Inch Nails ya había destacado en la música de The Social Network: melodías de bajo tono, efectos sonoros, adecuaciones de sonidos incidentales, lecturas musicales de ruidos comunes, drones y otros matices ya conocidos en la producción de Reznor, con el apoyo de Aticcus Ross.

Más allá de ello llega este material de tres horas de extensión en 39 melodías que lejos de escucharse como el marco para las imágenes del filme de Fincher resultan independientes. La textura de cada pieza está más asociada con sensaciones de tensión y pulsiones entre lo físico del ser humano y los espacios que le rodean. Sin llegar a ser orgánico, el sonido desarrollado por Reznor y Ross sí conecta lo biológico con lo artificial.

El urdido de sonidos y estructuras musicales realizado por ambos músicos rebasa por mucho, si quisiera plantearse un equivalente, el tejido de Fincher para contar la historia. Es cierto que no es difícil notar algunos matices de materiales como The Fragile, el halo 14, de Nine Inch Nails; pero a pesar de ello Reznor no se encajona y se reedita, sino explora. Falla en el cover de Led Zeppelin, pero no decae en buscar en sí mismo sonidos que no parezcan su autorepetición. ®

Compartir:

Publicado en: Cine, Febrero 2012

Apóyanos:

Aquí puedes Replicar

¿Quieres contribuir a la discusión o a la reflexión? Publicaremos tu comentario si éste no es ofensivo o irrelevante. Replicante cree en la libertad y está contra la censura, pero no tiene la obligación de publicar expresiones de los lectores que resulten contrarias a la inteligencia y la sensibilidad. Si estás de acuerdo con esto, adelante.

  1. Sí, definitivamente es un remake. He visto ya las 3 originales y en la versión gringa, como dices, para mi también salen sobrando algunas escenas de violencia muy explícita como la violación de Lisbeth. Película para el Oscar no me parece, como tampoco me pareció Social Network, ahora lo que no has mencionado es el papelón que interpreto Rooney Mara, si nos vamos a comparaciones, vaya que supera a la Lis del primer film.

    Excelente crítica Luis!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *