El caso Sealtiel Alatriste ha patentizado no sólo la corrupción que aceita la maquinaria de parte de nuestras instituciones culturales y los criterios para otorgar reconocimientos, también nuestra ignorancia de la teoría literaria.
Relación de los hechos
El 24 de enero se proclamó la designación del Premio Xavier Villaurrutia, cuyo lema es “De escritores para escritores”, a Sealtiel Alatriste y Felipe Garrido. Al primero por sendas obras: Geografía de la ilusión (ensayo) y Ensayo sobre la ilusión (novela); al segundo por Conjuros (cuentos).
A la distancia el dictum del jurado para otorgar el lauro a Alatriste resuena sarcástico o, peor aún, cínico: se le otorga porque “de una manera original y novedosa y con una escritura limpia aborda el mismo tema desde dos ángulos diferentes”; mientras que la obra del segundo se premió en reconocimiento “a los aciertos de su lenguaje y la maestría con que maneja el texto breve”.
La distinción provocó lapidaria opinión de Gabriel Zaid (“Desgracias literarias”, 25 de enero), en el Blog de la Redacción de Letras Libres. Acusó a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) de imponer a Sealtiel Alatriste el lauro. El juicio de Zaid reprobaba la calidad literaria del entonces coordinador de Difusión Cultural y ponía en evidencia la no tan soterrada relación amistosa y laboral entre uno de los jueces, Ignacio Solares, y el galardonado. Guillermo Sheridan, quien había enjuiciado años antes a Alatriste por sus descarados plagios, intervino en la discusión publicando en el mismo blog “Un premio mal habido” (25 de enero), recapitulación sobre la costumbre inveterada de Alatriste de pergeñar artículos periodísticos copiando textos de otros y el engaño ostensible para la literatura mexicana.
Las acusaciones de vileza literaria se acallaron ante la más estentórea de plagio. El calificativo se propaló viralmente por las redes sociales. Viejas culpas afloraron: el tráfico con obras de autores desconocidos en beneficio de autores consagrados en esterilidad creativa. Las denuncias soterradas de plagios de obras de autores como Teófilo Huerta —cuyos años ha dedicado a documentar con minucia los casos en Alatriste, cazador de letras —, o Víctor Celorio se recuperaron. No faltó quién señalara la concatenación en el relevo de los departamentos de Cultura, Publicaciones, Humanidades de la UNAM de una nómina de escritores vinculados por la amistad: Hernán Lara Zavala, Gonzalo Celorio, Ignacio Solares, Sealtiel Alatriste. Al jalar un poco más el cabo brilló visible hilo: también en la atribución de premios los nombres se barajaban. Todos nos premiamos entre todos y cuando llega uno jala al otro.
El escándalo mediático exhibió el mundo de la literatura y de la función cultural con corruptelas semejantes a las de un cacique priista. Y como en la picaresca de nuestros políticos, parecía que con todo el oleaje no tocaría la figura de Alatriste y continuaría protegido por la UNAM.
El escándalo mediático exhibió el mundo de la literatura y de la función cultural con corruptelas semejantes a las de un cacique priista. Y como en la picaresca de nuestros políticos, parecía que con todo el oleaje no tocaría la figura de Alatriste y continuaría protegido por la UNAM. En el culmen de la inmarcesibilidad Alatriste declaró al semanario Proceso que el rector Narro le aconsejó no atender las imputaciones. “Ya lo pensé bien y yo no voy a decir nada. Y la UNAM tampoco va a responderles. Lo consulté con el rector y en eso quedamos” (“Impugnan el Premio Villaurrutia a Sealtiel Alatriste”, 31 de enero de 2012).
Parecía que una vez más un corrupto exhibido permanecería impune.
Acusado por escritores de diversas tendencias y grupos, Alatriste finalmente enfrentó con un arresto de tardía dignidad las acusaciones y la tarde del martes 14 de febrero sometió su renuncia a la coordinación de Difusión Cultural de la UNAM a arbitrio rector. Al otro día, miércoles 15 de febrero, renunció también al premio minimizando siempre las acusaciones, rehusando aceptar las imputaciones de plagio, desdeñando las denuncias de robo autoral y tráfico en Alfaguara.
Las reacciones fueron diversas. Varios, especialmente escritores afines a La Jornada o suspicaces con respecto al papel que Letras Libres desempeñó en la denuncia, redujeron la gravedad de las acusaciones: plagio, el delito a mi gusto menor, tráfico y robo de obras, a mi juicio el más grave, sobre el que aún se esperan sentencias una vez reanimadas las querellas, y la complicidad de sus colegas, amigos y protectores. Miseria de un país donde los sastrecillos valientes exigen credenciales morales a quien osa denunciar un delito.
Maravillas de la prestidigitación retórica y de la cerrazón ideológica, el delito de apropiación intelectual que provocó el escándalo se reducía a una pugna entre grupos intelectuales. Pronto los amigos de Alatriste se pronunciaron. Guadalupe Loaeza asentó en twitter: “Quien esté libre de plagio que tire la primera piedra”. Arrebato de cinismo pues la mediocre Loaeza es infame como plagiaria. En redes sociales, en los comentarios de facebook o en debates por twitter, varios escritores, no necesariamente amigos de Alatriste, comenzaron a cuestionar el concepto de plagio. Sobre todo los poetas.
Un texto es otro texto es otro texto
Que a estas alturas aún se confunda intertextualidad con plagio, copia con influencia, cita con alusión y no se distinga pastiche de paráfrasis, perífrasis o derivación, sólo revela nuestro escaso conocimiento de la discusión seminal sobre la intertextualidad; concepto clave en la elaboración de las poéticas de la modernidad, la posmodernidad y la hipermodernidad.
La relación entre un texto y la huella o presencia, manifiesta o subrepticia —los famosos ecos o voces entre el follaje de T. S. Eliot—, de otros textos no es un plagio. Un texto dialoga siempre con otros textos, sea de forma consciente o de manera inconsciente. Sigo a Helena Beristáin cuyo Diccionario de retórica y poética consulto para no descubrir mediterráneos: “Otros textos entran en un nuevo texto ya sea como citas (copiados), ya sea como recuerdos; ya sea entre comillas o como plagios (Kristeva)”. Umberto Eco igualmente establece una diferencia entre la cita intertextual y el plagio. Acoto: el fenómeno es antiguo y antes de la acuñación del término se debatió la teoría de la imitación (Horacio) y la influencia (Slovsky). Diría: no hay texto que no proceda de otro texto, sea consciente o inconsciente esa relación. A través de internet, esa tabla ouija, Barthes me susurra: la escritura literaria es “un diálogo de escrituras dentro de una escritura”.
La discusión intertextual involucra otros fenómenos relacionados con la huella o alusión a otros textos. La epigonía, por ejemplo. Los seguidores y continuadores de la saga de los Mitos de Cthulhu, al caso, comparten estructuras comunes y en ocasiones un lenguaje semejante al de H. P. Lovecraft, mentor. Los epígonos de un poeta continúan el lenguaje y los temas del innovador. Ezra Pound ha asentado famosamente que la literatura es la presencia de unos maestros de la innovación y jauría de repetidores. Nada de esto es plagio. Imitación, falta de originalidad pero ningún delito, tan sólo la insoportable esterilidad creativa.
Necesario deslindar influencia de la epigonía. Hay influjo de los autores mayores en otros escritores pero esa influencia no se traduce en epigonía, en un seguimiento mimético, ni en plagio, en la apropiación de temas, estilos. La influencia suele devenir en una nueva obra. El autor influido crea textos a partir de previos modelos. Jorge Luis Borges advirtió esta concatenación de influencias en varios de sus ensayos.
Que a estas alturas aún se confunda intertextualidad con plagio, copia con influencia, cita con alusión y no se distinga pastiche de paráfrasis, perífrasis o derivación, sólo revela nuestro escaso conocimiento de la discusión seminal sobre la intertextualidad; concepto clave en la elaboración de las poéticas de la modernidad, la posmodernidad y la hipermodernidad.
Estudiosos como Julia Kristeva, Gerard Genette, Umberto Eco, Mijail Bajtin, Michael Rifattere, Yuri Lotman, para no agobiar al lector, han lucubrado en torno a ese espacio complejo donde en el jardín textual resuenan las voces entre el follaje, sea como derivación, como copia, como cita o como plagio. Un ready made no es un plagio: se trata de un objeto que al cambiar de contexto e insertarse en un espacio diferente (contexto) adquiere un distinto significado, tal el urinario famoso. De igual modo un trozo musical, una alusión a una cinta, al insertarse en un nuevo espacio —contexto— otra presencia adquiere, connotación renueva.
Toda intertextualidad es connotativa. Así el contratexto, pieza derivada que cuestiona/confronta, mediante la crítica paródica, a un texto anterior o interviene la modificando los elementos. Así: películas onda Scary Movie o el frenesí intertextual de Una guerra de película de Ben Stiller. Gerard Genette (Palimpsestos) recapituló y prefirió clasificar a ese diálogo que un texto mantiene con otros textos como transtextualidad. Intertextualidad sería así no el fenómeno matriz sino una parte de esa transtextualidad: el diálogo que un texto mantiene con otras voces ajenas a la inmanencia; voces fuera del coto cerrado de la obra. La intertextualidad, en cambio, una de las cinco formas de la transtexualidad, se distingue por una relación específica de copresencia, percibir que en un texto se encuentre la huella directa de otro, sea a través del plagio, la alusión o la cita.
Los robos de Sealtiel Alatriste de artículos y semblanzas tomados de internet son plagios. La teoría intertextual no los exime. Que en sus obras de ficción haya alusiones y presencia de otros textos sí es intertextualidad pero nadie lo enjuició por ello. Ser intertextual no es un rasgo único: toda obra puede entenderse como un diálogo con los textos pasados y presentes y aun del porvenir como Jorge Luis Borges famosamente vio en “Kafka y sus precursores”. Tampoco es indicio de valor literario o de su ausencia. Todo texto modifica nuestra noción de tradición y contempla un nuevo texto en el que nuestra escritura es ya presente. Siguiendo a Guillentops podemos decir que la única forma válida de interpretar la poesía es remitiendo a su condición de diálogo con otras voces.
Ser intertextual no es un rasgo único, original o de astucia literaria. Los diálogos que Alatriste mantiene con obras de Henry James, Nathaniel Hawthorne o Jean Renoir no se enjuiciaron. Lo que comenzó siendo una reacción a la complicidad para otorgar un premio concluyó siendo un juicio sumario que exhibió una madeja de latrocinios intelectuales, tráfico de influencias y derroche de dinero público. O de cómo la exhibición de una falta de ética profesional devino en la ventilación de una suma de irregularidades en la función pública. ®
Román Manuel
Pues citando (o plagiando o intertextualizando) al desterrado Yépez: “El plagio literario es una operación en la que un autor toma crédito de texto ajeno. Pero no del acto de tomarlo. Apropiación, en cambio, es la toma de un corpus textual, de la cual el apropiacionista toma crédito explícito.”
En la polémica twitera entre Fernando García y Fabricio Mejía Madrid se muestra, me parece, el verdadero punto, que es extra-literario: supeditar los hechos inmediatos a su genealogía moral, o lo que es lo mismo, someter a examen intertextual los hechos, o menos claro aún: leer la realidad desde la sospecha.
Mejía Madrid invalida la denuncia bajo la premisa de que es tan sólo producto de un juego de fuerzas superiores: cita a Clío, las rencillas entre intelectuales y claro, el mero mero malo: Televisa. Después de semejante Denuncia, ya luego habla de debatir sobre aspectos teóricos de la literatura. Y como él, muchos: parten del supuesto, me supongo, que debido a la inequidad del país, se deben hacer excepciones a la realidad inmediata en nombre de la justicia. De ahí la lógica de la Jornada o Proceso. Lástima, al final el resultado es el contrario.
Luigi Amara
Está muy bien que hagas todas esas distinciones, estimado José, pero lo que no se ve por ningún lado es una caracterización de plagio. ¿Es que hemos de inferirlo por todo lo que NO es?
Un defensor de Alatriste bien podría venir a decirte que él susodicho simplemente cambió de contexto unos párrafos. Dices que «un objeto que al cambiar de contexto e insertarse en un espacio diferente (contexto) adquiere un distinto significado» no es plagio.
Y si cambiamos simplemente «objeto» por «párrafo» ¿qué pasa?
«Un párrafo que al cambiar de contexto e insertarse en un espacio diferente (contexto) adquiere un distinto significado»… Siguiendo lo que dices, tampoco debería ser plagio.
Saludos!
Teófilo Huerta
Excelente artículo, muy bien documentado.
No olvidar los blogs http://sealtielalatristecazador.blogspot.com http://alfaguaraeditorial.blogspot.com y http://saramagoplagiario.blogspot.com
Rogelio Villarreal
Ceguera la tuya, Alo. El autor del artículo expone razones y argumentos, quizá no sabes leer. ¿Acusas de plagiario a Paz? Sería bueno que lo demostraras. Gracias por ¿leer? Saludos.
alo
Replicante como una extensión de Letras Libres, quien lo hubiera imaginado. No defiendo al plagiario pero rescatar la polémica es una treta de los hijos de Paz (el plagiario mayor) y es raro que los apoyen tan ciegamente.
Sandra Sánchez
El análisis que se hace de las formas de intertextualidad es informativa y pertinente, lo cual se agradece. Sin embargo, creo que también se podría reflexionar el problema del plagio como síntoma de nuestra propia moralidad.
En un país experto en piratería, que responde diabólicamente a un mercado con precios y políticas absurdas, ¿Por qué nos escandaliza tanto el plagio?
Saludos,
Sandra.
Paco Sifuentes
Vaya, ya era hora de un buen resumen y de una buena zarandeada a los teoriquillos que tratan de disfrazar un vil pegote de arabescos teóricos. Felicitaciones.
jacaranda correa
excelente artículo, de los más claros y reveladores que he leido en medio de esta polémica en la república de las letras…