Todos podemos caer en la cárcel

Entrevista con Carlos Sánchez

Carlos Sánchez nos habla de su experiencia como tallerista de literatura en los centros penitenciarios y de su más reciente libro, Matar, una recopilación de testimonios de homicidas, ganadora del Concurso del Libro Sonorense 2010 en el género de crónica y considerado uno de los mejores libros de 2011 según Sergio González Rodríguez, columnista del diario Reforma.

Carlos Sánchez

Matar es la voz del ser que quita la vida para sobrevivir, es el diálogo entre un asesino y un lector que ante la sorpresa de quien le narra la experiencia de matar obliga a zambullirse en lo hondo de la reflexión, en los oscuros rincones del ser humano, donde es fácil tomar el papel de juez y árbitro en el juego de la vida.

He aquí las palabras del escritor, sus vivencias en los centros penitenciarios y sus resultados.

—¿Cómo fue la primera vez que pisaste la cárcel, qué sentiste?

—La emoción fue de divertimento, tendría como ocho o diez años. Fue en la antigua penitenciaría. Acompañé a un amigo a ver a su padre. Cuando uno es niño ve todo muy grande, la impresión en la mirada de los presos, la fraternidad. Hay un sentimiento de identificarse con ellos y de solidarizarse, también sentimientos encontrados.

—¿En qué momento decidiste dar talleres en las cárceles, y en qué medida crees que eso les ha ayudado a los presos?

—Primero fue por invitación del poeta Abigael Bohórquez, uno de los mejores poetas que ha dado Sonora, él daba talleres en el centro intermedio, en la cárcel para menores, y comencé a aprender. Cuando murió Abigael yo me sentí como su sucesor, así sin herramientas, con la pura intuición empecé a trabajar con los reclusos, tenía como 23 años.

”Después, por inercia, me quedé ahí. Vinieron cosas interesantes como publicaciones de libros de los mismos presos, exposiciones de foto, talleres de dibujo, de pintura, artistas plásticos que yo invitaba para que dieran un taller. Alguna vez hicimos un video, algunas veces fui a dar charlas a una clínica de desintoxicación del Cereso I [centro de readaptación social], después al Cereso II, a la Granja San Antonio, a la penitenciaría que está a la salida a Kino… Este bagaje y esta interacción me han servido para mis libros y concretamente Matar, el más reciente.

—¿Por qué crees que los reclusos deciden contarte sus historias para después plasmarlas en este libro?

—Por una seducción de mi parte, incluso se pudiera decir que perversa, y lo asumo. Al hacerme amigo de estas personas, al hacer la investigación, la intención de contar sus historias. Asumo que puede ser un tipo de perversidad porque mi intención de construir este libro fue a partir del morbo, qué pasa en la mente de un asesino, qué capacidades tiene. Obviamente son diferentes a nosotros porque han quitado vidas y precisamente porque son distintos me interesó saber qué ocurre con ellos. En el manejo de estos textos en Matar también recreo un poco las atmósferas del lugar donde se encuentran los personajes a los que entrevisto para situar al lector, transportarlo; el objetivo es un atisbo a las mentes de los asesinos.

——Cuáles son las reacciones de los reclusos que ven su historia en este libro?

—Puede haber diferentes tipos de reacciones. Puede haber alguno que diga por qué chingados conté esto, pero a la lejanía de cuando lo contó, digamos que cambió, que hubo una regeneración.

—¿Cómo definirías esa línea que nos separa de los presos?

—Creo que están ahí por una suerte rara, todos podemos ser delincuentes, o sin ser delincuentes podemos estar presos, todos somos susceptibles de caer en la cárcel. Han experimentado más la crueldad, la claustrofobia, la vejación. Las cárceles fungen como aparatos de mutilación de la autoestima, en gran medida. En una ocasión una muchacha que estaba presa cumplió su condena, y cuando salió le preguntó al guardia: ¿Me puedo sentar ahí? El guardia le contestó que puede hacer lo que quiera. Ella le había preguntado eso porque obviamente tiene una psicosis y el trauma de que adentro tenía que pedir permiso para todo. Eso es la cárcel.

—¿Qué significa para ti la palabra asesino?

—Tiene varios significados, uno de ellos es el impulso, la circunstancia, el talento. Esas son las conclusiones que me vienen a la mente, es lo que puedo decir a partir de los testimonios que veo en la cárcel.

Las cárceles fungen como aparatos de mutilación de la autoestima, en gran medida. En una ocasión una muchacha que estaba presa cumplió su condena, y cuando salió le preguntó al guardia: ¿Me puedo sentar ahí? El guardia le contestó que puede hacer lo que quiera. Ella le había preguntado eso porque obviamente tiene una psicosis y el trauma de que adentro tenía que pedir permiso para todo. Eso es la cárcel.

—Qué está haciendo el Estado por los centros penitenciarios?

—El Estado, acatando sus funciones a partir de la inercia, ejerce una función de crueldad porque no le interesa cambiar nada, porque no tiene a las personas y a los cerebros que realmente puedan aportar algo. El Estado es una continuación de la crueldad a partir de que no pone a gente especializada, los puestos claves se reparten en compromisos de campaña, en amiguismos y familiares.

—¿Qué trabajo ha hecho la Comisión Estatal de Derechos Humanos?

—Si realmente ejerciera su función la CEDH, en materia de Ceresos, los reclusorios serían otros. Por ejemplo, el reclusorio I tiene un problema de hacinamiento, hay una sobrepoblación, esa es una violación a los derechos humanos. ¿Y qué ha hecho la CEDH? ¿Cómo ha logrado incidir? Hace unas semanas mataron a tres reclusos. ¿Por qué están tan vulnerables los presos, por qué los pueden matar? ¿Realmente hay vigilancia?

—¿Qué hay de cierto en eso de que la cárcel profesionaliza al delincuente?

—Es un cliché, y en ese sentido pues los libros también pueden profesionalizar a un delincuente. Es muy relativo. Yo no podría decir que la cárcel es la universidad del crimen, porque en todo caso la cámara de diputados también lo es, o el palacio de gobierno o la procuraduría de justicia… Cuántos procuradores son torturadores, cuantos jueces han destruido vidas. En la cárcel la gente resiste y defiende la vida y la pierden en un instante también. No se puede decir que la cárcel es la universidad del crimen cuando las personas que las rigen son personas presuntamente estudiadas, ellos también son coautores de la cárcel, son protagonistas de la cárcel.

”Y en ese caso, si así lo vemos como una institución del crimen, un doctorado te lo da un director, ¿y quién es el responsable de la cárcel?, pues el director, es él quien otorgaría el título. Hay muchos inocentes en las cárceles y eso se puede comprobar; así ¿un inocente va a salir titulado como criminal? ¿Y quién es el criminal? El que lo metió, el mismo aparato de justicia. Entonces ¿quién es el responsable?

—A diferencia del título que lleva por nombre tu libro, qué puedes decir del verbo “vivir”?

—La vida. Como es aquí afuera, una resistencia. Vivir porque hay ilusiones, vivir porque es una inercia, la posibilidad para los reclusos de saber que sigue algo en la vida, vivir para reencontrarse con el aire afuera, vivir para una noche de visita conyugal, vivir bajo la esperanza de que el sábado es día de visita y habrán de comer algo distinto de lo que se les da en la cárcel, vivir con cosas elementales como la posibilidad de que un camarada llegue con un libro nuevo o un disco del músico que no se conoce, vivir intensamente llenos de fraternidad y solidaridad entre ellos, vivir compartiéndose, dándose, enamorándose…

”Todas estas cosas las aprendí ahí. Vivir en un cuartito muy reducido pero con el ingenio desbordado; crear una artesanía al tallar un corazón en el hueso del menudo que comieron una mañana, ese tipo de genialidades, esa capacidad de hacerse artesanos con base en la resistencia y los pocos elementos que tienen. Esas cosas han sido aleccionadoras para mí. Vivir con los sentidos bien agudizados. Vivir al filo de la navaja pero como algo natural.

”Las cárceles me han cansado mucho, es muy intenso y desgastante emocionalmente, pero igual que ellos, yo tengo la cárcel tatuada en las pupilas.

”Todos los caminos me llevan a la cárcel, cuando he concluido un proyecto de repente alguien me dice: ¿Puedes venir a la cárcel a hacer esto? Y se me hace tan difícil decir que no, a lo mejor suena arrogante y pretencioso, pero sé que hago falta, sé que puedo hacerlos sentir y hacer que entren en la emoción de un texto, que hagan fluir sus emociones, lo sé y estoy convencido, esas cosas son valiosas e importantes en la vida.

”Hay presos que en la cárcel se dieron cuenta de la importancia de la literatura o de la fotografía. Tengo un amigo al que le publiqué un libro que se llama En el lugar equivocado, él estuvo a cargo de la biblioteca durante dos años y aprendió de la literatura, si no hubiera caído en la cárcel tal vez nunca habría escrito algo. Hay presos que se sorprenden de sí mismos al leer algún texto que ellos escribieron, después lo ven publicado y no lo creen. Para mí eso es muy gratificante.

Carlos Sánchez nació en 1970 en el barrio Las Pilas, en Hermosillo, Sonora. Es autor de los libros Señales versos, Linderos alucinados y Aves de paso, entre otros. También ejerce el periodismo y la fotografía [vea la galería]. Actualmente conduce un programa en Radio Sonora. Para cualquier pedido del libro escriba al correo [email protected] o llame al teléfono 6621-278 986. ®

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Publicado en: Libros y autores, Marzo 2012

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