Los retos que enfrenta un suplemento cultural hoy en día van más allá de la crisis de los medios impresos; es una crisis, ante todo, de contenidos. En algunos casos, lo más rescatable es la calidad de la tinta y el papel.
“Ya no leo suplementos culturales. Solía pasarme horas haciéndolo y siempre terminaba con la sensación de haber perdido el tiempo”. Eso me dijo Myriam Moscona en días en que se publicaban quizá un par de suplementos culturales dignos de leerse. Si entonces tenía razón la autora de Negro Marfil, hoy sus argumentos son irrebatibles. De un tiempo a esta parte, diría el poeta, leo diariamente de viernes a domingo las páginas y los suplementos culturales de cuando menos cinco periódicos que circulan en la Ciudad de México. Invariablemente confirmo el dicho de Myriam Moscona. El sábado 7 de abril (Semana Santa), por ejemplo, publica Héctor González en Laberinto, del periódico Milenio, una entrevista a Guadalupe Loaeza. Reproduce González lo dicho por Loaeza a propósito del suicidio de Lucha Reyes: “Para ella ha de ver sido muy frustrante…”; las cursivas son nuestras. La señora Loaeza debió usar el verbo haber que Héctor González desconoce. En las siguientes páginas revisaremos lo que publican actualmente en “cultura” algunos diarios del Distrito Federal. Lo que sea que ellos —―editores y periodistas—, entienden por “cultura”.
Empecemos con Reforma. El suplemento dominical El Ángel es un mal disfrazado tenderete de mercancías de dudosa calidad. Lo único que regularmente vale la pena leer son las columnas de Christopher Domínguez y Antonio Saborit; lo demás suelen ser colaboraciones externas, ¿refritos? (de El País, muy a menudo), o textos de cuya lectura queda la firme sospecha de que son páginas escritas a modo en una agencia publicitaria, con el exclusivo propósito de vender. El caso de Reforma es muy lamentable porque parece ser un periódico comercialmente exitoso que debería corresponder a su lectoría, a cambio de una fracción de sus utilidades, con un buen suplemento y entre semana con buenas páginas culturales. Aunque fuera por mero orgullo. Leer el suplemento cultural del Reforma casi siempre deja la sensación de haber visitado un tianguis de productos de baja calidad o de que trataron de vendernos baratijas vestidas con ropa de marca. A veces casi todos los textos los firma alguien de apellido Pacheco (no José Emilio. Ojalá).
Excélsior, que tuvo un magnífico suplemento, Diorama de la Cultura, y El Búho, que dirigió René Avilés Fabila, con sus nuevos dueños, Vázquez Raña, de plano se renunció a la cultura, no les interesa. Cuando menos no hay fingimientos: no tienen ni siquiera páginas culturales. Lo que tampoco es un mérito porque equivale a asumir desde la dirección del periódico una condición de analfabetas funcionales. El periódico modificó recientemente su diseño y mejoró la calidad del papel; está impreso con buena tinta. Fin de la historia.
El caso de Reforma es muy lamentable porque parece ser un periódico comercialmente exitoso que debería corresponder a su lectoría, a cambio de una fracción de sus utilidades, con un buen suplemento y entre semana con buenas página culturales. Aunque fuera por mero orgullo.
El Universal, que publicó durante muchos años un buen suplemento cultural —Confabulario fue el último diástole—, arrumbó algo que anuncian como “cultura” en las últimas páginas de espectáculos. Eso sí, también en nuevo formato y papel. En términos de cultura, sirve para lo mismo que Excélsior: para nada. Con íntima tristeza reaccionaria —es López Velarde, que nadie me acuse de plagio—, hay que admitir que Lady Gaga (qué ganas de escribirlo con “c”) y la más reciente idiotez de Hollywood o Televisa pagan más que un buen poeta. “¿Para qué diablos sirve un poeta?” Es casi inexplicable la dejadez, la indolencia de El Universal porque en fechas recientes Juan Ramón de la Fuente encabezó en el diario un llamado Consejo Editorial Externo. Si en un periódico cuyo consejo editorial lo encabeza un ex rector de la UNAM se cancelan los suplementos culturales, algo está podrido en Dinamarca. Con este antecedente sería espeluznante que en julio próximo resulte ser el próximo secretario de la SEP. Una miscelánea revista que titulaban Día Siete, “revista semanal y cultural”, también desapareció. Actualmente, en el más profundo báratro de “Espectáculos” se puede encontrar un par de columnas culturales. Mónica Lavín y Nicolás Alvarado. Ellos dos enriquecerían las páginas culturales de cualquier otro periódico. Como lector, me parece que colaborar para El Universal no ha logrado estimular su entusiasmo.
En este punto es necesario advertir que no, repito: no me parece que todo tiempo pasado fue mejor. Ni peor. Como antes, ahora también gozamos y sufrimos una realidad ahíta de idioteces y maravillas. De viejos agrios como yo y de inexplicables optimistas que creen que el hoy “es la neta”. También el “antes” lo fue. En los años setenta y ochenta —y antes también— había grandes novelas y porquerías; poetas y poetastros. Si acaso había menos cantidad. Como hoy, también había drogas y borrachos, rateros y honestos, utopistas y pragmáticos. Y todo lo que pueda ubicarse entre estos extremos. Había, como ahora, uno que otro buen periodista y otros semianalfabetos, y abundaban los gacetilleros. En fin. No hay ninguna diferencia entre el ayer y el ahora: ambos ya pasaron.
Volvamos a los suplementos culturales de hoy. En eso hay una diferencia cualitativa apabullante. Dos periódicos merecen comentario aparte: La Jornada y unomásuno. No por lo que son sino por lo que fueron. De lo poco que queda del primero de ellos, que se llama La Jornada Semanal y ahora dirige Hugo Gutiérrez Vega, bellísima e inteligentísima persona, buen poeta, sólo queda el nombre del que fue uno de los buenos suplementos culturales de nuestro país. Me refiero al periodo inicial, cuando lo codirigieron Granados Chapa, Musacchio, Aguilar Camín y otros de cuyos nombres no quiero acordarme. En esa época Fernando Benítez tuvo a su cargo el suplemento y después, un buen trecho, Braulio Peralta. Durante esos años, ochenta y noventa, La Jornada fue un espléndido periódico que publicaba una inteligente crítica social y política, extraordinaria fotografía: Christa Cowrie et al., y colaboraban en cultura muchos de los mejores escritores y críticos de nuestro país. Hoy da pena ajena el grado de fundamentalismo castrista que a menudo distorsiona su contenido. El suplemento, con demasiada frecuencia, parece más un suplemento del Granma que una publicación independiente. Es una pena. El papel es de ínfima calidad.
A su vez, el hoy invisible diario unomásuno publicó el suplemento sábado, que fundó y dirigió el incomparable Fernando Benítez de 1977 a 1985, y luego dirigió el gran Huberto Batis hasta el año 2000. sábado fue el mejor suplemento cultural de nuestro país, después de México en la Cultura, que también fundó y dirigió Benítez de 1949 a 1961. La capacidad de convocatoria de Benítez no se ha visto en nadie más: los mejores entre los mejores publicaron en ambos suplementos. La crítica literaria de Federico Patán, para citar un ejemplo, no ha vuelto a alcanzar ese nivel de rigor y calidad en ningún suplemento cultural posterior. Como sucedió en México en la Cultura con Francisco Zendejas, Emmanuel Carballo, José Luis Martínez, Edmundo Valadés y Alí Chumacero. Con el de ellos se compara el trabajo de Federico Patán en el suplemento sábado. Afortunadamente Catalina Miranda, colaboradora de Huberto Batis, ha publicado en Editorial Ariadna Huberto Batis, 25 años en el suplemento sábado de unomásuno (1977-2000). Un testimonio indispensable de sus mejores días. El suplemento sábado, que “le madrugaba a todos los demás”, como dijo Elena Poniatowska a propósito de su publicación sabatina y no dominical, les marcaba también un estándar cualitativo que nadie ha alcanzado después. La Jornada Semanal, del diario La Jornada, aunque alcanzó un magnífico nivel durante sus primeros años, jamás se acercó siquiera al suplemento sábado.
Lo más lamentable de la condición actual de nuestros suplementos culturales no es la falta de talentos, que los hay y muchos en todas las ramas del conocimiento y el arte: Christopher Domínguez, Vera Milarka, Magali Tercero, Luis González de Alba, Lázaro Azar, Gerardo Kleinburg, Roger Bartra, Gabriel Zaid, Heriberto Yépez, Guillermo Sheridan, etcétera. Dejo de citar para dejar de omitir. Lo que parece faltar es un intelectual que sea capaz de reunir a los mejores, con independencia de sus ideologías, para colaborar en un mismo suplemento. Eso hizo Fernando Benítez. México en la Cultura reunió en su tiempo a los mejores críticos, poetas, escritores e intelectuales de nuestro país y del extranjero. Y los había de todas las tendencias. En México en la Cultura publicó Neruda muchos poemas de Canto general un par de semanas después de haberlos escrito; Alfonso Reyes su traducción de la Ilíada, que dejó incompleta su desgraciado fallecimiento; Borges “La casa de Asterión” y “El muerto”, de su libro El Aleph. Como texto de domingo Arreola publicó “El guardagujas” y Rulfo algunos textos que luego aparecieron en El llano en llamas. José Emilio Pacheco era el secretario de redacción. En las páginas de México en la Cultura, con dos o tres críticos más, fundó Emmanuel Carballo la crítica literaria contemporánea de nuestro país, “a base de arriesgar una amistad cada semana”, como él mismo lo dice. Era más fácil mencionar a algún crítico, literato o científico notable que no publicara en México en la Cultura que enlistar a aquellos que lo hacían.
La revista Siempre!, heredera natural del enorme legado de Fernando Benítez, hoy le niega hasta el crédito de la fundación de su sección La Cultura en México, que todavía conservan. Cuando en diciembre de 1961 Fernando Benítez y treinta de los más destacados intelectuales mexicanos abandonaron México en la Cultura, de Novedades, se fueron a la revista Siempre!, y allí fundaron La cultura en México, que aún existe. Allí estuvo Benítez hasta 1971. Al paso de los años, la gran revista Siempre!, sobre todo el suplemento cultural, que lo han dirigido intelectuales talentosos como Monsiváis, Pepe Gordon, Paco Taibo II, etc., no interesa ahora saber por qué, se convirtió en una respetable especie de flemática institución burocrática.
La sección cultural de la revista Proceso, antes tan poderosa, para decir lo menos, a cargo del estupendo periodista cultural Armando Ponce, era en los años setenta y ochenta una de las revistas mejor pertrechadas para rivalizar con el altísimo nivel literario de los suplementos de Fernando Benítez. La sección cultural del Proceso de nuestros días permanece estancada en una etapa francamente anacrónica. Vive una especie de atonía. En buena hora se salva cuando publica JEP su indispensable columna Inventario. Si lo deseara Julio Scherer podría ofrecernos alguna explicación de lo que sucedió. Qué sucedió con él mismo inclusive, que estaba llamado a ser nuestro mejor periodista, no nuestro más distinguido muckraker. Su más reciente texto sobre Octavio Paz fue la quintaesencia de la amargura.
En las páginas de México en la Cultura, con dos o tres críticos más, fundó Emmanuel Carballo la crítica literaria contemporánea de nuestro país, “a base de arriesgar una amistad cada semana”, como él mismo lo dice. Era más fácil mencionar a algún crítico, literato o científico notable que no publicara en México en la Cultura que enlistar a aquellos que lo hacían.
Lo único que se parece a un suplemento cultural es Laberinto, del periódico Milenio. Como se sabe, se publica los sábados. Con aciertos frecuentes, como las entrevistas a Carlos Fuentes, uno de los lados ingratos del suplemento es que en sus páginas y temas no se aprecia el trabajo aglutinador de un auténtico líder con suficiente peso cultural. Por inaudito que parezca, permiten que algunos autores inconformes con lo que se publica sobre ellos “golpeen” a sus colaboradores. Si creen que eso es “debate”, están equivocados. Como si toda crítica debiera satisfacer a los criticados. Olvidan que la crítica está al servicio de los lectores y no sujeta al gusto de los autores… o las editoriales. Bueno, así debiera ser. Lo que han hecho con Heriberto Yépez, por ejemplo, es un desatino imperdonable. Es inexplicable que todavía siga allí; aunque lo hubiera querido Monterroso. La entrevista a Carlos Fuentes que le hizo el encargado de “los suplementos” —el periódico optó por la “flexibilidad en el trabajo”: tiene un director de suplementos, en plural. No hay un director del suplemento cultural—, publicada el 22/8/2011, una oportunidad que pocos periodistas mexicanos tienen, fue un desperdicio de tan valiosa ocasión. El resultado fue una conversación a ratos anodina, gris. La entrevista al mismo Fuentes, del 17/3/2012, sin ser notable, es mucho mejor pero en los temas quizá de mayor interés (por ejemplo el distanciamiento con Paz), el entrevistador no logró sacarle al a menudo locuaz Fuentes, más de dos frases. Otro caso lamentable: la entrevista a Consuelo Sáizar (28/1/2012). No puede saberse qué se propusieron conseguir los de Laberinto con esa entrevista, pero pareciera que, como la entrevistada demostró ser notablemente más inteligente que su entrevistadora (Adriana Malvido), quien preguntaba pidiéndole a la entrevistada que confirmara sus propios prejuicios. Como Malvido no logró que la presidenta de Conaculta hablara mal de Felipe Calderón ni de sus antecesores, en el siguiente número le publicaron el amargado comentario-carta de un evidente resentido —de los que Conaculta tiene bastantes. Por lo demás, Consuelo Sáizar demostró en la entrevista por qué ha sido hasta hoy la más eficiente y productiva directora de Conaculta. No es gratuito que la hayan candidateado para dirigir la SEP, ni la candidateen para gobernar su Estado natal, Nayarit. Advierto: no soy aspirante a la amistad de Consuelo Sáizar ni a becas de Conaculta.
Por lo demás, entiendo el prudente, obligado o comedido silencio que rodea a este tema entre los profesionales de la cultura. Escriben en lo que hay y los tiempos no están como para buscar puertas abiertas. No las hay. Nuestros escasos profesionales de la cultura subsidian su vocación con otros trabajos. Los periodistas culturales no existen en realidad, como puede verse en el caso de Héctor González, apuntado al inicio de este texto. Hoy entrevistan a un poeta y mañana cubren la fiesta “temática” de un nouveau riche que decidió disfrazar de imbéciles a sus amigos para celebrar “su cumple”. El resultado es que en las páginas culturales de los diarios no se hace periodismo. Cuando se dice que se hace crítica, casi siempre se hacen favores, se ajustan cuentas o se hace negocio sin ningún recato. Ya mencionamos las excepciones. Gracias a lo que gastan de nuestros impuestos en difundir su programación instituciones como Conaculta, Bellas Artes, el Fondo de Cultura Económica y unas pocas entidades públicas más, ciertos diarios invierten una fracción, a regañadientes hay que suponer, en pagar una que otra buena colaboración en cultura.
En una próxima entrega revisaré, si las tienen, las páginas culturales de Crónica, El Financiero y algún otro diario. Y si tengo otra oportunidad. ®
Paulisima
Muchas gracias por este artículo, muy interesante… me recordó lo mucho que ignoro sobre la cultura en mi país