El famoso creador del Mickey Mouse y el Pato Donald fue también un genio de la propaganda estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial, en la que también se enfrentaron furiosamente dos discursos antagónicos.
Uno
Cuando Edward Bernays (Viena, 1891 – Massachussets, 1995), el decano de la publicidad y el consumismo subconsciente, se enteró de que su libro Crystallizing Public Opinion (1923) formaba parte de la biblioteca personal de Joseph Goebbels, ministro de Propaganda del régimen nazi, ¿sentiría el inocultable orgullo de quien es leído incluso internacionalmente o, por el contrario, experimentaría una mezcla de vergüenza y horror al saber que sus teorías y enseñanzas sobre la construcción de la opinión pública y la influencia en el pensamiento y las decisiones de las masas habían contribuido a que Adolfo Hitler acumulara en Alemania las fuerzas políticas y humanas suficientes para desafiar al mundo?
Dos
Para entonces, Alemania había sido derrocada como también ocurriría con los países del Eje y sus aliados, Adolfo Hitler se había suicidado el 30 de abril de 1945, un día antes de que lo hiciera Joseph Goebbels, y la Segunda Guerra Mundial se acercaba a su fin con un saldo de entre 40 y 150 millones de muertos dependiendo de la fuente consultada.
Edward Bernays no sólo era el mejor publicista estadounidense como su cartera de clientes lo demuestra: Procter & Gamble, Cartier, General Electric, American Tobacco, Best Foods, CBS, Dodge Motors, United Fruit, Thomas Alva Edison, Enrico Caruso, Vaslav Nijinsky, John Davison Rockefeller y Henry Ford, entre ellos. Igualmente era articulista y noticia de los diarios más relevantes de Estados Unidos, consejero asesor del gobierno y piedra angular de la cultura política y comercial de las barras y las estrellas. Además, había acuñado el concepto y la práctica de la propaganda contemporánea. Puesto que si bien Bernays no es su padre, ya que en rigor se puede rastrear la propaganda desde muchos siglos antes, sí es pionero en su estudio y sistematización para ponerla al servicio del cliente, ya sea una empresa, una institución, un grupo, una persona, una marca, un gobierno o una ideología. En 1928, publicó otro libro justamente con ese título: Propaganda.
Sobrino en línea directa de Sigmund Freud y reconocido entre las cien personalidades más influyentes del siglo XX por la revista Life, Bernays incorporó en sus estudios, estrategias y campañas la traslación de las fuerzas subconscientes de los seres humanos, entre ellas sus pulsiones eróticas y tanáticas, a la necesidad de persuasión y tutela social e ideológica de las masas por parte de los líderes, a la inducción de los consensos y, desde luego, al mayor impulso consumista.
El rechazo a tomar al propio Adolfo Hitler como cliente, quien se interesó por sus servicios propagandísticos en los años treinta, contribuyó para que Bernays encontrara muy pronto la solución para deslindarse del uso dado por Goebbels y el Tercer Reich a sus teorías: dejó atrás el concepto de propaganda y apuntaló el de relaciones públicas, para continuar influyendo en las masas, en los consumidores, en los gobernados, con estudios, campañas, teorías y propuestas que si bien pueden pasar por la creatividad y el ingenio, no necesariamente lo hacen por la verdad o la ética y no están exentas de la franca manipulación, puesto que la propaganda, tal como la define Antonio Pineda Cachero, profesor e investigador de la Universidad de Sevilla, puede entenderse como “una relación comunicativa generada en función de los intereses de poder que persigue el emisor”.
Acaso consciente de esa manipulación, Felix Frankfurter, miembro de la Corte Suprema de Estados Unidos, en su momento calificó a Bernays de “envenenador profesional de la opinión pública y explotador del fanatismo”.
En cualquier caso, inevitablemente, en las agrupaciones humanas, continúa Pineda Cachero, “existen organizaciones que poseen un determinado grado de control sobre el funcionamiento de la estructura social, y cuyas decisiones pueden ser realmente trascendentes para determinados individuos o grupos. Esas organizaciones son instancias de poder: instancias de poder político, como los partidos; instancias de poder religioso, como las iglesias organizadas; etc. Este tipo de instancias son los emisores de propaganda. La historia de la propaganda es la historia de cómo tales instancias han perseguido sus objetivos mediante la comunicación; es la historia de la justificación de las guerras, de la promoción de los candidatos electorales, de la venta de políticas económicas”.
Tres
En ese contexto resulta por lo menos curioso e ilustrativo analizar un ejemplo del discurso estadounidense, expresado en un dibujo animado, producido y difundido en plena Segunda Guerra Mundial sobre el making of, una supuesta especie de detrás de las cámaras, de la integración del régimen nazi.
En la identificación de la finalidad propagandística de un cortometraje en caricatura, formato multimedia entre muchos otros para contener la inducción de la opinión pública y su consenso, es posible también advertir prácticas gubernamentales comunes para arengar a sus gobernados al apoyo de las decisiones políticas y económicas así sean las que, en este caso extremo, conllevan a generar un conflicto bélico o a permanecer en él.
Cuatro
La hipótesis central de este análisis de discurso es que hay un juego de espejos en el uso de la propaganda: el cortometraje de caricatura analiza un presupuesto mensaje propagandístico, el nazi, al mismo tiempo que se constituye en otro mensaje propagandístico que se le contrapone, el estadounidense.
Cinco
Descripción básica del cortometraje.
Título: La historia de uno de los niños de Hitler. Duración: 10 minutos. Adaptado del libro Educación para la muerte: La construcción de un nazi, de Gregor Ziemer. Presentador: Walt Disney. Fotografiado en technicolor, con sistema de sonido RCA. Año de producción: 1942. Estreno: 1943. Distribuido por R.K.O. Radio Pictures.
Seis
Sinopsis.
Durante el Tercer Reich una pareja tiene un hijo (el régimen les sugiere doce más porque, dice la voz en off que narra el cortometraje, Alemania necesita soldados). El niño, después de que sus padres prueban la pureza aria de su raza y descartan los nombres prohibidos por el Estado (Franklin y Winston, nombres de los presidentes de Estados Unidos e Inglaterra en ese momento, encabezan una lista negra seguida de varios de origen hebreo), es registrado con el nombre de Hans. La familia recibe a cambio un ejemplar de Mein Kampf, best seller alemán, subraya la voz en off, escrito por Adolfo Hitler.
Hans tiene que ser un niño fuerte y sano, ya que de lo contrario el régimen puede separarlo de su familia (sólo le queda su madre), la que podría ya no volver a verlo si eso ocurre. Hans es educado con cuentos como el de La bella durmiente pero adaptados al régimen nazi, en el que Alemania es la bella durmiente, Adolfo Hitler el príncipe que la despierta y la democracia la bruja que debe combatirse. En la escuela, igualmente controlada por el régimen, le hacen admirar a Hitler, a Goebbels y demás personajes nazis. En el aula también aprende moralejas, como la de la fábula de El conejo y el zorro, éste se come a aquél, que no es la que Hans extrae de su reflexión y sentimientos, sino una más puntual y clara: el mundo es del más fuerte, del más brutal, los débiles y los cobardes merecen morir. La raza alemana es superior y más fuerte que las demás, por lo tanto debe esclavizar a las más débiles. Hans aprende la lección. Crece, ingresa en el ejército. Marcha y saluda. Saluda y marcha, dice la voz en off que, más que narrar el cortometraje, lo explica todo el tiempo. Lo comenta al espectador como el maestro nazi se asegura de explicar la fábula de El conejo y el zorro a Hans. Finalmente, Hans se convierte en uno de los miles de soldados que ven, dicen y hacen lo que el partido nazi quiere que vean, digan y hagan. Fin.
Siete
Teun A. Van Dijk plantea que un discurso puede tener no sólo una vertiente explícita de significado, sino también una implícita que es posible extraer e interpretar, a partir de analizar el contexto del discurso, el tiempo y el espacio en que se ubica, el medio, el orden y la forma, el estilo que sigue, por supuesto sin dejar de lado quién es el emisor, el receptor y cómo podemos entender su relación.
Dice Van Dijk: “Los participantes de un evento comunicativo son quienes construyen la relación entre su discurso y la situación social como ellos la interpretan. Esa construcción interpretativa, subjetiva y personal de la situación es un modelo del contexto o simplemente contexto. En otras palabras, un contexto como lo defino yo no es solamente social (como la situación social de la comunicación), sino también personal y cognitivo, porque cada persona tiene su propia interpretación de la situación social en que participa”.
Ocho
El emisor es Estados Unidos en plena Segunda Guerra Mundial. Walt Disney, empresa estadounidense, una de las más importantes del mundo en la comunicación y el entretenimiento, que actualmente genera ganancias superiores a los 30 mil millones de dólares anuales y que tiene una forma identificable de hacer películas animadas, con una serie de personajes de fama mundial, no hace más que ratificarlo. Esta compañía realizó también en esos años de guerra los cortometrajes El rostro del Führer (protagonizado por el célebre pato Donald) y Razón y emoción, además del largo Victoria a través de la Fuerza Aérea. Por si fuera poco, en el aspecto del sonido, que es otro elemento fundamental en esta caricatura que comienza y termina con marchas indudablemente militares, mecánicas, interviene RCA (Radio Corporation of America), otra empresa representativa, dedicada a la producción de fonogramas y aparatos de infoentretenimiento. El área del entretenimiento y su control es fundamental en toda propaganda, por su alcance en la actualidad acaso más que la informativa.
El dibujo animado es un formato usual para dirigirse a los públicos infantiles, aunque por extensión a sus padres, que suelen tutelar los contenidos a los que se exponen sus menores. Es decir, es un formato familiar, apto para todo público y en apariencia no vía típica para dirigirse a las audiencias politizadas, lo cual procura la efectividad del mensaje, ya que la propaganda está ahí, más o menos subyacente, donde se espera entretenimiento y no discurso propagandístico.
El mensaje es muy claro. El régimen nazi manipula a los alemanes a través de la propaganda y el control de las acciones sociales para que sirvan a Adolfo Hitler y sus intereses demoníacos —los cuernos de diablo que lleva en la caricatura, sustituir la Sagrada Biblia por su libro Mein Kampf, delatan esa intención de satanizarlo—, por ello mismo hay que detenerlo; porque, además, según los pinta el cortometraje, los alemanes son violentos, sanguinarios, delirantes con sueños de grandeza, son una amenaza para el mundo y su democracia.
Un recurso utilizado en la caricatura es ridiculizar aspectos significativos y vinculantes de la cultura germánica. Se parodia, por ejemplo ebria, gorda, sumisa, a la valerosa valquiria Brunhilde, cuya misión aquí no es seleccionar a los guerreros más valientes caídos en batalla para llevarlos al Valhalla y engrosar las filas del dios supremo Wotan, sino rendir pleitesía no al grito de Hotojó, sino de Heil Hitler; a un sulfúrico y lunático príncipe Siegfried, que aquí no es aquél que no conoce el temor, ha matado a un dragón y forjado la espada inquebrantable, sino precisamente un Hitler sediento de poder y dominación, cabalgando un caballo famélico y torpe, de culo más estrecho que el de la Brunhilde parodiada del cortometraje, mientras resuena una versión desguanzada pero reconocible de la Cabalgata de las Valquirias de El anillo del nibelungo de Richard Wagner, el compositor favorito del régimen nazi, justamente por ser un artista y creador que aglutina la leyenda y la realidad, el mito y la alegoría de la cultura raíz de los alemanes, y denostado por algunos críticos por su supuesto antisemitismo.
La finalidad de este cortometraje es el poder. Puesto que, como afirma Pineda Cachero: “El poder es, por consiguiente, la causa de que se produzca propaganda”. El fin de toda propaganda no es otro que el poder. Y siempre “la voz cantante corresponde al propagandista”.
En este discurso disfrazado de caricatura la propaganda es clara. No porque necesariamente todo el contenido sea mentira respecto del régimen nazi, sino porque el mensaje promueve la necesidad de combatir a los alemanes como defensa, como hecho de justicia y democracia, aunque en el fondo para tener y retener el poder. El receptor principal es la población estadounidense y, por extensión, la de los países aliados, los espectadores que identifican y siguen las producciones de Walt Disney, que en este caso es un medio legitimador de la propaganda, gracias a su ya desde entonces reconocida labor de infoentretenimiento.
Finalmente, la hipótesis planteada en este análisis se confirma: Estados Unidos, representado por la voz en off en el cortometraje, identifica en el discurso nazi la propaganda que él también practica. La propaganda que Goebbels, de alguna forma, aprendió de Bernays. ®