Entre fans y candidatos

Impresiones y desconciertos

La observación de los seguidores de AMLO y de los estudiantes del movimiento 132 originó estos apuntes en el autor, de los que dejó constancia en su muro de Facebook y que ahora entrega a un público más amplio —pues a la fecha sólo tiene 132 amigos.

I. El origen de los amlovers

Imagen tomada de www.lacaricaturapolitica.blogspot.mx

Hace un par de décadas o más fue publicado un libro titulado La democracia que viene, de José Agustín Ortiz Pinchetti. Lo que recuerdo de ese libro supongo que es la cuarta de forros porque, como he dicho en ocasiones anteriores, andar leyendo libros que no he leído se me hace de pésimo gusto. El autor planteaba que los niños que en ese entonces vivían en lugares del sur, norte, este, oeste, en zonas marginadas de lugares como Ciudad Neza, Iztapalapa y otras del Valle de México se convertirían en una naciente y pujante clase media (¿por qué nos gusta tanto ese adjetivo de “pujante” para la clase media?). En efecto, esos niños (sí, sí, niñas también) le echaron los kilos, sudaban en peseros, metro y otros transportes públicos ominosos para llegar a sus centros de estudio. Algunos ganaban la medalla Gabino Barreda, otros la beca Telmex, otros trabajaban y así las cosas. Al cabo de los años (esos malditos que no dejan de pasar y pasar) se convirtieron en jóvenes profesionistas con sueldos decorosos. Su primer sueño era independizarse de sus papás (esos viejos represores) y, entonces, rentaron un departamento, compraron muebles, contrataron cable y, los más despistados e inocentones, se casaron. Eran diseñadores gráficos, abogados, comunicólogos, médicos, floristos (ay, sí: diseñadoras, abogadas, comunicólogas, médicas, floristas). Unos emigraron de esta Ciudad de México tan pesada, otros siguen aquí rentando, otros ya tienen su departamento que consiguieron por medio de créditos del Fovissste, Infonavit, de bancos, etcétera y etcétero. Usan ropa de marca, cargan con sus blackberrys, iPhones, iPads y ese tipo de chucherías del capitalismo electrónico. Nadie es perfecto, también le entran a la piratería pero no por falta de dinero sino porque aprecian la calidad de las imitaciones y así, de manera inconsciente, activan la economía. Tienen tarjetas de crédito de varios bancos. Casi todos tienen sus coches (creo que sólo yo uso transporte público pero ya voy para los cuarenta). Tienen seguros de vida, contra robo y demás. Los hay y las hay que nunca van a dejar la soltería ni a tener hijos o hijas porque no quieren más responsabilidades que la de gozar (no los podemos culpar). Viajan a medio mundo, les gustan ciudades cosmopolitas como París, Nueva York, Roma, Buenos Aires y Tlaxcalantongo. En su Facebook aparecen fotos de ellos en medio mundo: desde las cataratas del Niágara hasta en una boda pirrurris en Oaxaca. En los aeropuertos se fotografían con el héroe de todas las grandes causas: AMLO, y subrayan: “Foto con AMLO antes de que tomara un vuelo comercial”. Van a los conciertos de los grandes y pagan una billetiza. Son muy open mind, se unen a todas las causas posibles, marchan por todo y para todo (¡Queremos el penacho de Moctezuma! ¡Abajo las corridas de toros! ¡Nunca supimos del News Divine, mentiras!) y luego se van a la colonia Condechi para planear la guerrilla urbana —lástima que los agarró el alcoholímetro.

Tienen una característica simpatiquísima: reducen el mundo a una encantadora simplicidad. Ni siquiera las teorías del complot que subsisten en todos nosotros pecan de complicadas, son sencillitas. En fin, son jóvenes y jóvenas de vente a treinta y tantos años, son muy trabajadores y trabajadoras, les gusta cosechar lo que han sembrado con su estudio y trabajo; su generación no es tan mañosa como otras. Son bebedores fuertes y fuman como chimeneas (pero no les digan que hay que subir el impuesto a los cigarros pues prefieren enriquecer a las transaccionales —así les dicen). Son buenos y buenas ciudadanos y ciudadanas respectivamente. Hay gente muy cochina que tira basura y colillas de cigarro por toda la ciudad, ellos tienen una conciencia ecológica que, si bien en algunos casos raya en una estupidez desternillante, es algo que no se les puede regatear.

II. El odioso odio al PRI

Después de tanta flor a esta generación, algo muuuuy malo debe tener. Si no, ¿para qué perder el tiempo en escribir esto y ustedes en leerlo si no hay algo monstruoso, pervertido, nauseabundo, devastador, tema tabú y criticabilísimo en estos ciudadanos? Ni modo, chiquilines y chiquilinas, alguien tenía que poner los puntos sobres las íes, alguien tenía que señalarlos con dedo flamígero para que sean juzgados y quemados en la pira inquisitorial del feisbuk. El problema ya fue vislumbrado líneas arriba: todo lo simplifican a niveles increíbles. Veamos, una gran parte de estos chicos y chicas apoya a AMLO. ¿Por qué, por qué, Dios mío? ¿Por qué personas inteligentes, autónomas, independientes creen que un demagogo rupestrísimo va a traer la felicidad a un México sospechosamente infeliz, pobre, con mala suerte? ¿No han leído suficientes biografías de dictadores? No son los únicos, también hay viejitos, adultos maduros, etc., pero aquí de lo que se trata es de criticarlos a ellos, pues Lorenzo Meyer ya no tiene remedio.


Tengo varias teorías descabelladas: son personas que vivieron las postrimerías del dominio priista, vivieron en su adolescencia la debacle del dinosaurio y fueron depositarios de la leyenda del PRI malvado, malvadísimo, que operó durante setenta años manteniendo a la raza de bronce en la etnorancia; el PRI ojeis, ojeisísimo, que reprimió a las juventudes democráticas durante siete décadas; el PRI del chupacabras Salinas de Gortari que vendió la nación al Imperio; el PRI de 1968, el de 1971, malo, malo, malo, malo, que ha mantenido a los indígenas en la pobreza durante más de cinco siglos (nótese que el PRI tiene la capacidad de viajar al pasado con la única y perversa intención de conjugar el verbo “chingar” en todos los tiempos y que en uno de esos viajes quizá hasta manoseó a la Malinche). Así, su pubertá fue una salmodiante repetición de los satánicos crímenes del PRI y su Gran Líder el Presidente.

Viven en un sistema que detestan porque se creen un poco culpables de la situación de pobreza en la que subsisten millones de mexicanos (el síndrome del sobreviviente); por eso, y quizás para calmar su disonancia cognitiva, se unen a todas las causas habidas y por haber en un intento de exorcizar a una sociedad penosamente desigual en relación con la distribución de la riqueza.

Esos jovenazos estudiaron en escuelas públicas donde, a la primera provocación, se alzaban los puños y las consignas contra el PRI y ese pasado vergonzoso que arrastraba (no sabían que ese PRI era el que les permitía secuestrar camiones de la Ruta 100, cerrar universidades, quitar rectores, ser porros, golpear estudiantes). Además, fueron testigos de la crisis zedillista. La masacre de 1968 y el romanticismo en ella implícito siempre fue la gran bandera en las escuelas públicas que vieron su gran amanecer en la huelga de la UNAM en el sexenio de Zedillo. Esa gran causa sagrada de los estudiantes caídos, los desaparecidos políticos y la educación gratuita fue el gran imán para una generación que nunca vivió reprimida ni mucho menos, pero que fue testigo de la degradante pobreza en las zonas marginales de la Ciudad de México. Alguien tenía que explicarles algo y eso se los explicaron el Mosh, El Llanero Solitito, El Gato Benítez, Rosario Robles, Carlos Ímaz y demás prevaricadores. De ésa y otras maneras fueron contaminados de un bestial radicalismo. Les es repulsivo escuchar explicaciones diferentes, la historia no es lo suyo, entre los gritos y las explicaciones lo primero prevalecerá.

Son radicales funcionales: trabajan, estudian, viven en la comodidad que se han ganado con su esfuerzo. La protesta es una válvula de escape, como una chela en un día caluroso. Viven en un sistema que detestan porque se creen un poco culpables de la situación de pobreza en la que subsisten millones de mexicanos (el síndrome del sobreviviente); por eso, y quizás para calmar su disonancia cognitiva, se unen a todas las causas habidas y por haber en un intento de exorcizar a una sociedad penosamente desigual en relación con la distribución de la riqueza. No se puede andar por la Condesa sin que a cada cuadra te acosen los indigentes o el rencor social de meseros, galopines, valet parkings. Por supuesto, alguien tenía que aprovechar esto y como el hijo del Tata Lázaro (priista pero exento de toda maldad) ya estaba viejo, pusieron sus ojos en un nuevo valor Bacardí. Un líder carijmático que materializó las esperanzas de una clase media joven para reducir la pobreza, acabar con la corrupción y mejorar el país. López Obrador fue un canto de sirenas, una auténtica esperanza. Se entregaron a él como suelo entregarme a las mujeres: totalmente y absolutamente palacio, sin preguntar nada del pasado, se entregaron a lo José José:

No me importa lo que seas
No me importa si has cambiado
No me importa si eres otra
No me importa si has pecado
No me importa lo que digan
No me importa lo que has dado
No me importa si estás limpio
No me importa lo pasado

La personalidad del líder les atraía: atrabancada, retadora, un político que se proclamaba progresista pero que parecía más un miembro del Partido Republicano que un izquierdista o un demócrata.

¿Qué se les critica, pues? Su cortedad de miras y su falta de autocrítica. Todos la hemos cagado, es cierto. Mas, ¿en verdad son tan dóciles, ingenuos y demás adjetivos para creer que las cosas son tan fáciles como AMLOVE dice? Si bastara con un programa de austeridad para sacar a millones de mexicanos de la pobreza todos votarían por él, pero también todos propondrían lo mismo. ¿Por qué la gente malvada insiste en los impuestos y AMLO dice que no es necesario aumentarlos? ¿Por qué no a la inversión privada en Pemex? Bueno, si queremos un sistema de salud universal de calidad en México, éste no va a salir de un plan de austeridad (hagan cuentas porque yo no lo pienso hacer). Si queremos que salgan de la pobreza millones de mexicanos no basta con marchar contra Peña Nieto, hay que apoquinar, es decir, poner dinero. Pero no, el malvado Estado mexicano se lo roba todo, según AMLOVE. Y muchos le creen.

Sólo una cosa más que, supongo, a muchos no les importará. Las teorías que AMLO difunde en sus conferencias de prensa sobre el manoseo de las encuestas es una cortinita de humo para justificar su derrota electoral. La encuesta de Reforma es una tontería. Las otras encuestas señalan que ha reducido su brecha con Peña Nieto. Cierto, pero aún le quedan entre doce o catorce puntos para alcanzarlo. Por favor, amigos, no compren sus casas de campaña ni sleepings para irse a dormir al zócalo. Pensemos un poco más las cosas. Yo no pondría en riesgo nada de lo que me he ganado con mucho esfuerzo. ¿Acaso creo que AMLO está loco? No lo sé, no soy pisquiatra, mas toda su facha, sus arengas, sus gritos, su lenguaje corporal y la euforia que despierta entre sus seguidores y seguidoras me hace sospechar.

III. Los chicos del 132

La democracia no viene con ninguno de los cuatro candidatos. Tal vez habría que pensar cada vez que vamos a un Starbucks, cada vez que nos echamos unas copas en la Condesa —¡ah esa colonia!—, cada vez que organizamos una fiesta en casa, cada vez que nos vamos de viaje familiar o de placer (se excluyen uno al otro), cada vez que salgamos a algún centro comercial a comer un heladín o a pasear con el novio o la novia o al cine, tal vez, tal vez, deberíamos pensar que vivimos con un poquitico de más libertad de la que ciertas personas nos han hecho creer.

Por otra parte, esta suerte de morbosidad que cargo conmigo desde temprana edad me obligue a escribir sobre los 132. Cuando hablo de ellos me siento como un republicano pervertido que va a shows de sadomasoquismo. Ver la forma en que actúan es presenciar por enésima vez una farsa a la que, penosamente, no nos hemos acostumbrado. ¿Por qué medio mundo les arroja rosas a su paso? ¿Por qué si luchan por un México mejor no limpian la Ciudad Universitaria después de sus irritantes reuniones? ¿O será mucho pedirles que no fumen tanta mota mientras deciden el futuro del país? Estos muchachos piden democracia en sus escuelas, ¿para qué, para reprobrar y salir con mención honorífica por marchas y mentadas de madre? Dice un chiste: la relación entre una teibolera y un hombre sólo beneficia al de la tintorería. En este caso los de la tintorería son el SME, el STUNAM y otros sindicatos parásitos. Me atrevo a conjeturar algo, a hacer un ejercicio de imginación complotesca.

IV. El candidato del expresidente

Imaginen un país que hace seis años se vio envuelto en un conflicto poselectoral macanudo. La diferencia era mínima entre ganador y perdedor. El caso es que pasó el tiempo y en una cena un expresidente le comentó al joven concesionario de una red televisiva: “No es posible que cada seis años el país sea rehén de una persona obsesionada por la presidencia. Hay que pensar en eso”. La idea fue madurando hasta que llegaron a un punto en común: era deseable para el país que el antes partido oficial, de mano con el poder de los medios de comunicación, construyeran a un buen candidato. Es legítimo, se decían. Así, el expresidente sabía ya de un joven prometedor heredero de una dinastía política de un estado del país. Y, al paso del tiempo, el joven llegó a ser gobernador de su estado. Hubo acuerdos, monetarios y de otro tipo, entre el gobernador que deseaba ser presidente y algunos medios de comunicación. Los miembros del partido vieron en él la oportunidad de regresar al poder. Y llegó 2012, fue elegido candidato de su partido a la presidencia con una envidiable ventaja sobre sus contendientes. La inversión económica en el candidato fue fabulosa. Hasta aquí, supongo, vamos bien.

Si el candidato del presidente tenía sus patrocinadores en los dueños de las televisoras, el candidato de las izquierdas tenía su muy buen patrocinador: el ingeniero más rico del mundo, que era su cuate y que, claro, estaba aferrado a tener su propia cadena de televisión.

Por otra parte, durante el sexenio del presidente en funciones se dio una descarnada guerra por el negocio de las telecomunicaciones. Los dueños de las dos televisoras más picudas del país le hicieron la vida de cuadritos al señor muy rico que quería entrarle al bistec. Presionaron, no lo dejaron. Y el señor retiró su publicidad de las televisoras.

Un mes antes de las elecciones la encuesta de un periódico señalaba que el candidato de las izquierdas cerraba la brecha con el candidato del expresidente y las televisoras. Sólo que había un dato: las televisoras y el periódico traían pleito casado de años antes. Así, el periódico se alineaba con el candidato de las izquierdas. Lo que resulta cierto es que el resto de las encuestas señalaban que la brecha, en efecto, se cerraba entre los dos, pero no de la manera tan abrupta en que lo señalaba el periódico.

Si el candidato del presidente tenía sus patrocinadores en los dueños de las televisoras, el candidato de las izquierdas tenía su muy buen patrocinador: el ingeniero más rico del mundo, que era su cuate y que, claro, estaba aferrado a tener su propia cadena de televisión. Los cálculos le estaban fallando al expresidente. El ingeniero le podía inyectar mucha lana al candidato con el que ya había trabajado cuando era gobernante de la capital.

A un mes de las elecciones, los poderes que les llaman fácticos se alineaban detrás de sus candidatos para moverlos como peones. Los votantes, a su vez, se encrispaban en las redes sociales, hacían manifestaciones en sus universidades y redactaban insufribles pliegos petitorios, sin saber que eran solamente y nada más que carnecita de cañón.

Años después vemos en las listas de candidatos de todos los partidos a los limpios muchachos de nombres como Sandino, Martí, Ilich, Vlady, Frida, Diego, Lázaro y muchos, muchos más. ®

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Publicado en: Destacados, Elecciones y democracia, Junio 2012

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