En el baño del sitio donde trabajo hay una hoja de papel pegada con diúrex encima de la taza que advierte al orinante que debe cerciorarse de haberle bajado correctamente a la cadena una vez finalizada su micción, so riesgo de que el agua del depósito se siga tirando inútilmente cuando el usuario ya ha subido su bragueta y abandona el cuarto de baño.
El maldito letrero me inquieta y más de una vez me ha hecho volver mis pasos cuando ya camino tranquilamente hacia mi escritorio con la carga renal liberada y agitando las manos en el aire y frotándolas contra el trasero del pantalón para secarlas después del reglamentario lavado herodiano; ese letrero, decía, me ha forzado a regresar al baño y escuchar atentamente a ver si la gotita traicionera del depósito no sigue su curso. A veces hasta he retirado la tapa para estar bien seguro de que todo está en su sitio.
El caso es que me di cuenta de lo persuasivo que puede ser colocar una leyenda en el sitio o situación adecuados para lograr un resultado específico.
Todos deberíamos llevar en la espalda letreros pegados con diúrex que anuncien el método correcto de tratarnos, nuestras fobias sociales más socorridas, nuestros gustos, las especificaciones de nuestros diálogos o temores.
“Asegúrese de saludarlo. Puede deprimirse en caso contrario”. O: “No lo mire a los ojos mientras le da el buenos días. Podría pensar que lo está retando”. Quizás: “En cuanto le dé la espalda volteará a cerciorarse de que no le esté viendo el culo”. Tal vez: “No se equivoque en la charla: acostumbra corregir a sus contemporáneos”.
No faltaría el compadrito con el letrero “No saludar; las manos le huelen a papel higiénico”. O: “No felicitar en cumpleaños; sufre sociopatía crónica”.
Sería un avance interesante en nuestras relaciones sociales. Y una buena advertencia para evitar futuras contrariedades. Veamos:
“No enamorarse. Soy perfectamente capaz de mentirte durante años y al final clavarte tremendo puñal en la espalda”.
“Soy intolerante a la carrilla. Un albur de más y te escupo”.
“Yo siempre debo tener la razón. Si no, peor para ella”.
“No me importa tu sexo: voy a cogerte así sea lo último que haga”.
“Si cruzas las piernas mientras conversamos pensaré que eres maricón”.
“Me caga la gente que se frota la nariz en las conversaciones. No lo hagas”.
“No saludo con apretón de pulgares”. “Me revienta que me pregunten cómo me ha ido o cómo he estado”. “No hay mejor equipo que el Real Madrid. Si piensas lo contrario te meo”.
Finalmente, tendría que existir una advertencia madre: “Jálele bien allá abajo. Evite que se siga tirando el líquido”. ®