Hace más de sesenta años se filmó Los olvidados, el largometraje de Luis Buñuel que no ha perdido vigencia, motivo suficiente para alarmarnos, aunque tampoco faltaran razones para celebrar esa visión al parecer atemporal de un clásico de nuestro país.
Es muy probable que nuestros recuerdos de la infancia sean las vacaciones con sus horas de ver la ahora tan señalada y odiada televisión —o por lo menos así fue para aquellos niños que fuimos hijos de la clase media de los años ochenta, con sus diversas variables. Aquellos niños cuya única preocupación era jugar con la ahora cuarentona Atari.
Hoy, ya adultos, seguimos viendo en demasiadas esquinas de muchas poblaciones de nuestro país, incluso en nuestra progresista y de vanguardia Ciudad de México, a los ordinariamente llamados “niños de la calle”. Ya nos parece normal y parte del paisaje urbano mirar cómo esos niños, sucios y mal vestidos, venden chicles o limpian parabrisas, a cualquier hora del día o de la noche, entre automóviles o en las banquetas y plazas públicas.
Los olvidados, de Luis Buñuel —no es la primera vez que se dice—, filmada en 1950, sigue siendo vigente. No está lejos de lo que hoy es nuestra justa, equitativa y “atípica” Ciudad de México, este adjetivo es porque nosotros “los progres” del Distrito Federal somos personas muy liberales y abiertas (los hay de todo; no somos tan diferentes a los de Guanajuato, por ejemplo).
Buñuel filmó una historia en la que muestra la realidad de los niños pobres de una ciudad que dejaba de ser ese espacio para películas de charros cantores y bellas mujeres nalgonas a quienes les llevaban serenata a su patios y ventanas. Muestra una ciudad cruda y cabrona y deja en la mente al niño muerto que resbala por un cerro de basura, como lo vimos hace dos años en la copia restaurada con ese final “alternativo”.
“Nunca me interesó la reeducación de los menores, sino hallar personajes e historias. Consulté detalles en el Tribunal de Menores y noticias en la prensa. Por ejemplo, leí que se había encontrado en un basurero el cadáver de un chico de doce años, y eso me dio la idea del final”, así lo señaló el cineasta cuando le proponía al productor Óscar Dancigers y éste le dijo que hiciera una historia sobre los niños pobres de México.
Buñuel relata que el estreno del filme en México fue lamentable y su película permaneció cuatro días en cartelera, y “suscitó en el acto violentas reacciones”. Después expresa que, como buen observador que era: “Uno de los grandes problemas de México, hoy como ayer, es un nacionalismo llevado hasta el extremo que delata un profundo complejo de inferioridad».
Escribe Buñuel en su libro Mi último suspiro que durante cuatro o cinco meses, generalmente solo, se dedicó a recorrer las “ciudades perdidas”, que rodean al D.F. Buñuel iba disfrazado con sus ropas más viejas y entablaba amistad con la gente. Así fue como se alimentó para hacer el guión. “Algunas de las cosas que vi pasaron directamente a la película”, expresa el director.
Buñuel relata que el estreno del filme en México fue lamentable y su película permaneció cuatro días en cartelera, y “suscitó en el acto violentas reacciones”. Después expresa que, como buen observador que era: “Uno de los grandes problemas de México, hoy como ayer, es un nacionalismo llevado hasta el extremo que delata un profundo complejo de inferioridad. Sindicatos y asociaciones diversas pidieron inmediatamente mi expulsión. La prensa atacaba mi película. Los raros espectadores salían de la sala como de un entierro”.
En el 2009, en el Festival Internacional de Cine de Morelia, se presentó un documental que, sin ser tan afortunado en su resultado, el registro que ahí muestra Luis Rincón es contundente. El árbol olvidado retrata la vida de varias personas jóvenes que viven en el mismo barrio donde se rodó la “ficción” de Buñuel. Sorprende que a más de cincuenta años aún viven junto a las vías del tren. Más de un Jairo y un Pedro viven en ese lugar. La violencia y la pobreza extrema son un tronco seco sobre tierra podrida.
Al preguntarle a Luis Rincón por qué le interesó abordar ese tema respondió: “Por influencia de mis papás, crecí viendo mucho de la época de oro del cine mexicano. Estas dos influencias me llevaron al lugar donde Luis Buñuel filmó su obra maestra, Los olvidados, y abordar el tema fue apasionante”.
En una nota del diario Milenio del 7 de enero de 2012 se lee: “A 62 años de su filmación, esas casas de cartón y lámina siguen como las filmó Buñuel para atestiguar la vida marginal de los jóvenes y niños en un barrio citadino, entre ellos ‘Pedro’ (Alfonso Mejía) y ‘El Jaibo’ (Roberto Cobo). El desarrollo urbano no ha llegado a la zona; los años en ese lugar sobre las vías de la colonia Atlampa no han pasado”.
En esa misma nota se transcriben la palabras de “el Señor Telenovela”, Ernesto Alonso, que dice: “Las grandes ciudades modernas como Nueva York, París o Londres esconden tras sus magníficos edificios hogares de miseria que albergan niños malnutridos, sin higiene, sin escuela, semillero de futuros delincuentes”. Así comienzan Los olvidados, de Luis Buñuel, y su historia no ha terminado. ®