Si hubiese que elegir al autor que más se haya aproximado a hacer un retrato literario, lo más completo posible, de todos los Méxicos que caben en nuestro país, durante el medio siglo que va de los años postreros de la Revolución hasta la década de los sesenta, ese autor sería Ramón Rubín.
Ante el olvido de autoridades culturales del estado de Jalisco, del municipio y del país, incluidas también las de la Universidad de Guadalajara, se acaban de cumplir cien años del nacimiento de Ramón Rubín, un escritor de fuste nacido en Mazatlán, Sinaloa, pero para quien Jalisco y su capital fueron tierra de elección.Y ello porque aquí pasó la mayor parte de su vida; aquí tuvo y formó a su familia; durante años aquí se ganó también el sustento de los suyos; aquí escribió el grueso de su obra literaria; aquí defendió encomiables causas civiles y ecológicas, y desde el 26 de mayo de 2000 aquí reposan sus restos mortales, específicamente en el panteón de Mezquitán.
Como escritor, Rubín fue un novelista y un cuentista que perteneció a la primera generación de narradores del México posrevolucionario, una generación conformada por figuras de la talla de José Revueltas, Edmundo Valdés y Juan Rulfo.
En la literatura mexicana es difícil encontrarse con otro autor que haya conseguido abarcar la vasta y variada geografía física y humana de nuestro país como lo hizo Ramón Rubín con su más de medio centenar de libros, entre los que destacan una docena de novelas, numerosas colecciones de cuentos, así como varias monografías de sitios y personajes de nuestro país.
Si hubiese que elegir al autor que más se haya aproximado a hacer un retrato literario, lo más completo posible, de todos los Méxicos que caben en nuestro país, durante el medio siglo que va de los años postreros de la Revolución hasta la década de los sesenta, ese autor sería Ramón Rubín, cuya obra se ocupa tanto del México rural como del urbano; del México del norte, del sur, del centro, del altiplano y de los litorales; del México mestizo y también del indígena. Este último con su gran diversidad de pueblos y etnias.
Cronológicamente, la narrativa de Rubín abarca etapas de la historia mexicana como la de la Guerra Cristera, la del reparto agrario y la del llamado desarrollo estabilizador, con el crecimiento de las ciudades y el paulatino abandono del campo.
La ecología, el cuidado del ambiente y el patrimonio natural también formaron parte de los intereses profundos de Ramón Rubín. En esta faceta hay dos ejemplos muy cercanos a nuestra realidad: un pequeño libro titulado Lago de Cajititlán y la lucha que, junto con otras personas, Rubín libró en defensa del lago de Chapala durante la década de los cincuenta.
Jalisco está muy bien representado en la narrativa de Rubín. La bruma lo vuelve azul, una de sus mejores novelas, habla de la peculiar cosmogonía del pueblo huichol y del choque de este mundo con la civilización occidental. Donde mi Sombra se espanta, otro de sus relatos de largo aliento, se ubica en la zona de los Altos, y la novela La canoa perdida transcurre en el lago de Chapala y en las diversas poblaciones ribereñas.
El medio urbano tapatío también está presente en relatos de Rubín. Ambientado en ese medio se encuentra “El calabrote de la Virgen”, un relato en el que se describe la llevada de la Virgen de Zapopan.
Pero Rubín no sólo publicó muchísimas obras de ficción, sino otras en las que se ocupa de personajes que se hallan a medio camino entre la historia y la leyenda. Tal es el caso del bandolero Pedro Zamora, que durante los años de la Revolución asoló el sur de Jalisco y quien se hacía pasar como cabecilla revolucionario.
La ecología, el cuidado del ambiente y el patrimonio natural también formaron parte de los intereses profundos de Ramón Rubín. En esta faceta hay dos ejemplos muy cercanos a nuestra realidad: un pequeño libro titulado Lago de Cajititlán y la lucha que, junto con otras personas, Rubín libró en defensa del lago de Chapala durante la década de los cincuenta.
Con sabiduría y buena prosa, en la monografía dedicada a Cajititlán el escritor describe tanto los dones de este lago natural, cercano a Guadalajara, como los pueblos que se asentaron en su contorno, algunos de ellos desde la época prehispánica.
En lo que hace a la defensa del lago de Chapala, esta lucha llevó a Rubín y a otras personalidades de la sociedad civil jalisciense a verse enfrentadas con autoridades estatales y federales, entre quienes hubo encumbrados funcionarios que, hacia la primera mitad de los años cincuenta, proponían muy seriamente desecar una parte de la superficie del lago con fines de “aprovechamiento” agrícola.
Por esa época, específicamente en 1954, uno de los años más críticos del lago de Chapala, el jurado del Premio Jalisco se inclinó porque ese galardón le fuera entregado, en el campo de las letras, a Ramón Rubín, con el resultado de que éste rechazó el premio en cuestión, aduciendo razones de índole intelectual y moral, que podrían resumirse en que el escritor no consideraba ético aceptar un premio del gobierno del estado, encabezado nada menos que por Agustín Yáñez, del mismo gobierno que, en opinión de Rubín, no había manejado adecuadamente la crisis del lago de Chapala ni tampoco rechazaba abiertamente el proyecto desecador ideado desde el gobierno federal.
Esto ocurrió en 1954. Y no fue sino hasta 1997, 43 años después, cuando el Premio Jalisco le fue entregado a Ramón Rubín.
Se trató de una persona ajena a las mafias intelectuales; de un escritor cuya obra está inspirada en los grandes problemas nacionales; de un defensor de la causa de los menos favorecidos, y de un hombre bueno que nació hace un siglo, que murió hace doce años, pero del cual ya se puede decir, con el verso de Horacio, que venturosamente no morirá del todo (Non omnis moriar), aun cuando el centenario de su nacimiento les haya pasado de noche a nuestras autoridades culturales. ®