Tres integrantes del grupo punk Pussy Riot fueron enjuiciadas en Moscú por haber realizado un concierto-protesta contra el autoritarismo del presidente Vladimir Putin y haber ofendido a la iglesia ortodoxa, cómplice del poder desde la época de los zares.
La cárcel es Rusia en miniatura. En la cárcel, como en el país, se trabaja para deshumanizar a las personas y a los detenidos. Este régimen es una farsa que en realidad es un caos. Estamos en contra del caos putinista, que sólo se puede llamar régimen visto desde afuera.
—María Alyokhina
El activismo escandaloso y espectacular se ha vuelto popular en algunos de los países que conformaban el bloque soviético. Detrás de estas manifestaciones se encuentran jóvenes graduados y posgraduados de universidades prestigiosas, quienes convocan a la acción radical como medida de protesta y resistencia frente a problemas políticos y sociales, que van, por mencionar algunos, desde la coartación de la libre manifestación de ideas —frecuentemente en contubernio con las instituciones religiosas— hasta los vacíos legales que existen en relación con el comercio sexual femenino.
En el momento en que una noche fresca de verano el puente Liteiny de San Petersburgo se elevó para permitir el paso de los barcos, no fue sólo el asfalto lo que quedó erecto. Como si se tratase de un cohete soviético, el dibujo de un pene de 65 metros de largo por 21 de ancho también miró hacia el cielo.
Fue el 14 de junio de 2010 cuando la verga ciclópea quedó de frente a las oficinas de la FSB (heredera de la KGB). El grupo de arte de protesta Voina (guerra, en ruso) se adjudicó la pieza. Voina ha sido responsable de diversos happenings, entre los que destacan organizar una orgía dentro de un museo de arte natural en Moscú y el de soltar miles de cucarachas en una corte durante el juicio de dos curadores de arte acusados de blasfemia. Desde entonces, éste, al igual que muchos otros grupos activistas ha realizado diversas presentaciones públicas, las cuales han tenido como principal virtud la capacidad para llamar la atención de buena parte de los medios occidentales.
Al principio del verano de este año, durante la celebración de la Eurocopa en Ucrania y Polonia, el grupo FEMEN realizó varias manifestaciones callejeras. Gritando a coro y con el torso desnudo “Fuck the Euro” las ucranianas centraron su protesta en el turismo sexual que, de acuerdo con sus consignas, ha convertido al país en un burdel internacional. La Eurocopa, reclamaban las hermosas activistas, serviría de escaparate para esta práctica. Paradójicamente, la protesta contra el turismo sexual fue con las tetas al aire. ¿No es precisamente esto lo que quieren ver los turistas sexuales? Las de FEMEN afirman que es la única forma en la que pueden llamar la atención. Probablemente tienen razón.
Hace un par de semanas, ochocientos ositos de peluche fueron lanzados desde una avioneta que surcaba el cielo de la capital bielorrusa. Ayudados de un pequeño paracaídas y portadores de mensajes a favor de la democracia y la libertad de expresión, los ositos descendieron suavemente sobre los árboles y los techos de Minsk. La manifestación fue patrocinada por una agencia publicitaria sueca. La reacción no se hizo esperar y el régimen de Lukashenko no tardó en deportar a los miembros del consulado sueco, incluido el embajador.
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Sin embargo, el clímax mediático fue alcanzado estos últimos días debido al juicio que se lleva a cabo en contra de tres mujeres integrantes del colectivo feminista punk Pussy Riot. Los cargos: “vandalismo (hooliganism) motivado por el odio religioso y la hostilidad”. La petición de los acusadores fue en un inicio de siete años, pero en la última audiencia ha sido reducida a tres años de trabajos forzados en una prisión de baja peligrosidad. Los fiscales han rechazado el argumento de que el móvil fue político, lo consideran un acto de aversión hacia la sociedad y la ortodoxia religiosa. La abogada defensora no ha dudado en afirmar que el feminismo, además de ser inapropiado socialmente, es un pecado mortal.
El origen de las acusaciones es un concierto no autorizado que Pussy Riot organizó en la Catedral de Cristo el Salvador, en la capital rusa, el 21 de febrero de este año. Durante la demostración, que duró poco menos de un minuto, cerca de diez integrantes del colectivo ‒cuatro frente al púlpito, donde sólo los hombres pueden estar, y otras más detrás con instrumentos y micrófonos‒ ataviadas con ropas y balaclavas (pasamontañas) multicolores, musicalizaron y cantaron una “plegaria punk” en la que le pedían a la Virgen María que se volviera feminista y se llevara a Putin lejos de ahí. El ruego también mencionaba al Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa, Kirill I de Moscú, a quien llaman en un par de ocasiones “bitch” y lo acusan de ser más creyente de Putin que de Dios, luego de que éste afirmara que la vuelta de Putin al poder había sido un milagro divino. El coro también incluye versos como éste: “Mierda, mierda, el Señor es una mierda”. Rápidamente, los guardias de seguridad obligaron a las artistas a abandonar el templo y semanas más tarde tres de ellas fueron aprehendidas. Otras dos integrantes continúan prófugas y el resto no han sido identificadas.
Las acusadas han aducido que su intención no era ofender a nadie, que sus motivos son exclusivamente creativos y políticos. Pyotr Verzilov, esposo de una de las Pussy Riot, afirma que la policía no abrió ningún caso después del desalojo, sino que fue hasta que el video de la presentación fue colgado en YouTube cuando la Iglesia y el gobierno comenzaron a preocuparse por el creciente número de visitas. En entrevista para The Guardian, Verzilov afirma que durante el interrogatorio se le informó que el patriarca en persona había llamado a Putin para que el gobierno tomara cartas en el asunto. Fue a partir de eso que sobrevino la persecución y la detención. Por otro lado, no han faltado las versiones conspiracionistas que apuntan a que todo se trata de una campaña de desprestigio, orquestada desde Washington, para deslegitimar el régimen del presidente ruso luego de que éste ganara las pasadas elecciones con una contundente mayoría de votos. Es decir, una suerte de guerra fría trasladada a los medios. Lo cierto es que Pussy Riot (cuya traducción literal al español sería Disturbio Panochero), tal como lo ha hecho el proceso electoral ruso, ha dividido a la población. Por un lado, están quienes han percibido las acciones de la banda como una ofensa y, por el otro, un sector considerable de la clase media más educada, que más allá de simpatizar o no, parece entender el porqué de las manifestaciones. Ni periodistas ni intelectuales ni la oposición política habían hecho tambalear la figura de Putin como lo ha hecho Pussy Riot. Ninguno había puesto a tal grado en entredicho a su gobierno que, aunque democrático, ha ido adquiriendo de manera pausada la forma de la dictadura.
Ante esto, conforme se acerca la fecha del veredicto final, diariamente se suman personalidades a la lista de defensores de Pussy Riot. Entre las más famosas: Peter Gabriel, Jarvis Cocker, Sting, Franz Ferdinand, Danny DeVito, Paul McCartney, Red Hot Chili Peppers, Björk, Faith No More y Madonna (a quien luego de expresar su apoyo en un concierto en Moscú, el viceprimer ministro ruso Dmitri Rogozin, exembajador de la Unión Europea, de manera infame ha llamado, a través de un tweet, “puta moralizante”), entre otros. Incluso el prisionero más famoso en Rusia, el alguna vez multimillonario oligarca Mikhail Jodorkovsky, se ha sumado a las protestas, declarando desde su cautiverio en una prisión ubicada en el inhóspito noreste ruso que la forma en la que son interrogadas y expuestas las integrantes de Pussy Riot tiene su referente más cercano en el Medievo. Jodorkovsky se halla en prisión desde el 2003, acusado de fraude y evasión fiscal. Para muchos, incluidas organizaciones como Amnistía Internacional, el millonario ruso es más un preso político que un criminal, un enemigo del régimen de Putin que fue encarcelado para quitarlo del paso.
Ni periodistas ni intelectuales ni la oposición política habían hecho tambalear la figura de Putin como lo ha hecho Pussy Riot. Ninguno había puesto a tal grado en entredicho a su gobierno que, aunque democrático, ha ido adquiriendo de manera pausada la forma de la dictadura.
El 9 de agosto pasado tuvo lugar la última audiencia antes de que este viernes 17 la jueza Marina Syrova dicte sentencia o absuelva. Las tres mujeres, cual peces tropicales, aparecieron dentro de una caja de madera con un enorme ventanal de cristal. “No Pasarán”, se podía leer en español en la camiseta de una de ellas. De acuerdo con el desarrollo del juicio, el pronóstico no es muy optimista para las activistas punks. La jueza Syrova rechazó en varias ocasiones preguntas importantes por parte de los abogados defensores cuando éstos incluyeron el nombre del presidente ruso en sus cuestionamientos. Durante el evento, las tres integrantes detenidas, María Alyokhina, periodista y escritora de 24 años, Yekaterina Samutsevich, programadora y artista visual de 29, y Nadia Tolokonnikova, exintegrante de Voina (arrestada tras formar parte de la orgía antes mencionada), estudiante de filosofía, de 22, se les permitió, por primera vez desde su arresto, hace cinco meses, hablar en su defensa. El discurso de Tolokonnikova, más allá de intentar plantear justificaciones, se convirtió en una proclama contestataria: “Katia, Masha y yo estamos en prisión, pero no hemos perdido, así como no perdieron los disidentes soviéticos desaparecidos en cárceles y clínicas psiquiátricas. Quién podría imaginar que no aprenderían de la historia, en particular, la experiencia del terror estalinista. Dan ganas de llorar al ver los métodos de la Inquisición medieval de vuelta en nuestro sistema judicial. Éste es un juicio contra todo el sistema estatal ruso que, desafortunadamente, se enorgullece de su crueldad en relación con las personas, de la indiferencia hacia su dignidad”.
Mientras la jueza se ha encargado de negar el derecho a declarar de la mayoría de los testigos llevados por la defensa, el fiscal se ha apoyado en testigos presenciales que incluyen a la encargada de los cirios, un guardia y algunas monjas. Todos han comenzado su testimonio afirmando que se sienten gravemente ofendidos. “Alzaron las piernas demasiado alto, de manera que todo abajo de la cintura era visible. Con su acto, básicamente escupieron en mi cara, en mi alma y en el alma de nuestro Señor. No puedo evitar el llanto cada vez que recuerdo el incidente”, declaró la de los cirios.
Parece claro que el gobierno de Putin se ha encaprichado con el caso y está invirtiendo todos sus recursos para encarcelar a las jóvenes y asestar así un golpe ejemplar que amedrente futuras protestas. Sin embargo, la inusitada atención internacional que el caso ha recibido, sumada al desacuerdo expreso por parte de algunos artistas e intelectuales locales está poniendo en evidencia una intolerancia peligrosa no solamente en relación con la libertad de expresión, sino también en contra de los que exhiben su desacuerdo con las normas del régimen o con la que se ha convertido en su media naranja, la Iglesia Ortodoxa.
Por supuesto, no es especialmente novedoso ver a la jerarquía eclesiástica rusa interviniendo en asuntos donde sobresalen la política menos tolerante y la moral más maniquea. En este sentido, la institución tiene un largo historial de pactos con el poder. Sin ir muy lejos, en la nómina figuran desde los zares hasta Stalin y, por supuesto, su nuevo aliado político, el presidente Vladimir Putin, quien comenzó su carrera política en la KGB y se las ha ingeniado, mediante distintas maniobras, para permanecer en la cúpula gubernamental durante más de doce años.
17 de agosto
El día de hoy, poco después del mediodía ruso, la jueza Syrova ha confirmado las suposiciones y ha sentenciado a las tres acusadas a dos años de cárcel, la condena mínima para el tipo de delito del que se les acusa. El hecho ha traído reacciones en diversas partes del mundo. La embajada estadounidense en Rusia ha expresado a través de Tweetter que el veredicto les parece “desproporcionado”. Asimismo, la canciller alemana, Angela Merker, dijo que la sentencia había sido “excesivamente dura” y “no compatible con los valores europeos en relación con las reglas legales y democráticas con las cuales Rusia, como miembro del Consejo Europeo, tiene un compromiso”.
A las desaprobaciones diplomáticas se suma, igualmente, la de Catherine Ashton, representante de Asuntos Exteriores y Políticas de Seguridad de la Unión Europea, quien manifestó a través de un comunicado estar “profundamente decepcionada” con el veredicto. “La sentencia está fuera de proporción. Pone en un serio cuestionamiento el respeto de Rusia a sus obligaciones internacionales con respecto a la transparencia, la legalidad y la justicia de sus procesos legales.”
En las protestas que se suscitaron tanto en las calles céntricas de Moscú como afuera de la corte, docenas fueron arrestados, entre ellos, el ex campeón mundial de ajedrez, Garry Kaspárov.
Kaspárov ha sido un firme opositor del régimen de Putin y es director del Consejo Internacional de la Fundación de los Derechos Humanos. Además, el ajedrecista ha creado el Frente de Unión Cívica, un movimiento —según se lee en sus estatutos— enfocado en prevenir el retorno del totalitarismo en Rusia.
En Kiev, la capital ucraniana, una representante de grupo feminista FEMEN, con motosierra en mano, ha talado una enorme cruz con todo y su cristo. Tanto en Moscú, como en Praga se ha convocado a manifestaciones masivas para el próximo domingo. El director de Amnistía Internacional en Europa y Asia Central, John Dalhuisen, ha escrito que “al sentenciar por dos años a las integrantes de Pussy Riot Rusia ha puesto los límites a la libertad de expresión en un lugar equivocado”. Dalhuisen también considera que “este juicio es un ejemplo más de los intentos del Kremlin para amedrentar y deslegitimizar las disidencias”.
De igual forma, el director europeo de Human Rights Watch ha condenado severamente el veredicto afirmando que el proceso entero “ha distorsionado tanto los hechos como las leyes”. “Estas mujeres” continúa, “nunca debieron de ser juzgadas por crímenes de odio y deben ser liberadas inmediatamente”.
Se espera que en los próximos días los abogados de Pussy Riot apelen la decisión de la jueza.
Hace unos días, Tolokonnikova escribió una carta a sus seguidores, la cual concluye diciendo: “Cualquiera que sea el veredicto, nosotras y ustedes ya hemos ganado. Porque hemos aprendido a estar enojados y expresarnos con conciencia política”. Hoy, durante el juicio, Tolokonnikova nuevamente vistió la camiseta del puño levantado y la frase “No pasarán”. Sin embargo, esta vez, sí lo han hecho. ¿Debilitados? Aparentemente. A las Pussy Riot les podría servir de consuelo (o de aliciente) pensar que más allá de los muros de la prisión que les espera se ha levantado súbitamente otro muro acaso más extenso, detrás del cual se hallan, quizá, cada vez más voluntarios resistiendo, aguardando para contener a los que esta vez sí pasaron y, seguramente, para intentar, una vez más, echarlos para atrás. ®