En México alguien nos debía una novela grunge. Por fortuna, Juan Carlos Hidalgo es el autor. Y digo por fortuna, porque tenemos suerte de que no la haya escrito Claudio Rodríguez, de Telehit, o aun peor, Erick Rubin.
La generación X fue la última que se manifestó como tal. Luego vino la devaluación del 94, el calentamiento global, el sup Marcos, los libros de Carlos Cuauhtémoc Sánchez, “El mariachi loco quiere bailar”, Dragon Ball, el año 2000, la Wikipedia, el Indie, el Ipod, la Rolling Stone mexicana, y de ahí pa’l real, todo se vende en tetrapak.
La autenticidad de esta generación y prueba más palpable de su denominada condición X radicaba en que sus miembros ni siquiera supieron que pertenecieron a ella. Se percataron muchas tardes después, cuando goglearon Nirvana, Alice in Chains o Soundgarden (la santísima trinidad del grunge). Cuando entendieron a qué se debían esas ganas de no hacer nada, ese deseo de dejar que el mundo se fuera al carajo, de mandar todo al diablo.
Porque hay que decirlo. En los noventa sólo había dos caminos. El primero consistía en escuchar Magneto, Caifanes o Temerarios. Leías Eres o Switch. Bailabas al son de Ace of Base, Proyecto 1 o el celebérrimo “y que no me digan en la esquina el venado, el venado”. Calzabas tenis L.A. Gear y usabas playeras blancas con imágenes de chicas en bikini y el rótulo de Levis en grandes letras rojas.
El otro escenario era más simple: clavabas la cabeza en la tierra y esperabas el fin del mundo, la tercera guerra mundial, el regreso de Quetzalcóatl, una invasión alienígena o qué se yo, no había motivos para esperar, pero tampoco había motivos para no hacerlo. Vestías con las camisas de tu papá, tenías unos jeans y los zapatos más duraderos. Durante la espera bebías cualquier líquido embriagante (aguas locas, charanda, Richardson, chango maneado, etc.). Lo demás era cuestión de tiempo. Tarde o temprano lo que ahora se conoce como grunge llegaría a tu vida y entonces sí, seguirías con la cabeza clavada en la tierra, esperando, bebiendo, pero ahora, escuchando música.
El llamado grunge fue el condimento de esta generación apática, güevona y alcohólica que a lo único que aspiraba era a beber hasta perder el control. Y fue tan apática que no se percataron cuando salieron del grunge. Cuándo compraron camisas nuevas y botaron sus viejos jeans. El grunge fue una peda de diez años y para soportar la resaca muchos emigraron hacia otras culturas urbanas: geeks, neojipis, ecoloquitos, emos, reguetoneros, sombrerudos, rastas y cuanta tendencia nos trajo la globalización.
Quizá por eso es poca la literatura mexicana que trata sobre el grunge. Tal vez muchos se avergüenzan de su pasado grunge, de la melena sebosa o quedarse dormido en el baño. No lo sé a ciencia cierta.
En el resto del mundo la cosa es distinta. Ser grunge fue un orgullo. En la literatura española tenemos autores como Ray Loriga con su novela Caídos del cielo o a José Ángel Mañas y sus Historias del Kronen. De Estados Unidos me quedo con dos novelas, Días en Garden State, de Rick Moody, y por supuesto, Generación X, de Douglas Coupland.
En México alguien nos debía una novela grunge. Por fortuna, Juan Carlos Hidalgo es el autor. Y digo por fortuna, porque tenemos suerte de que no la haya escrito Claudio Rodríguez, de Telehit, o aun peor, Erick Rubin.
Siempre que me preguntan alguna referencia sobre Juan Carlos Hidalgo yo les digo: en resumen, es el mejor periodista musical que existe en México.
En la novela de Juan Carlos no hay esnobismo ni pose ni estridencia. La trama acelera de manera gradual, sin prisas. Con una narrativa fina, de orfebre, Juan Carlos empata su trama con retazos de la vida de Cobain que rayan en la erudición, pero sin verse grupi.
¿Por qué?
Porque Hidalgo no se conforma con escribir artículos para revistas o periódicos. Juan Carlos somete sus artículos a una espléndida hibridación. Les añade referencias literarias gracias a su insaciable apetito por la lectura; usa metáforas como el poeta calado que es, y, lo mejor, comparte su eclectisismo con sencillez, algo que se agradece en ese mundillo de pose que es el periodismo musical.
En Rutas para entrar y salir del Nirvana [Pachuco Press-Combo–Marvin, 2012] Juan Carlos Hidalgo nos tiende una hermosa trampa: ¿cómo diablos van a juntarse un prófugo del seminario y Kurt Cobain?
¿Cómo?
Luego de caer en la celada, seguimos leyendo y nos topamos con algunos fragmentos finamente pulidos sobre la vida de Cobain. Salen a relucir algunos versos del excelso Muerte sin fin de José Goroztiza, a quien de ahora en adelante consideraré protogrunge (“En los sordos martillos que la afligen/ la forma da en el gozo de la llaga/ y el oscuro deleite del colapso”). También encontramos al movimiento zapatista y una intrincada búsqueda interna de Enrique Olmos, seminarista en fuga.
En las novelas grunge que he leído hay drogas, alcohol y bandas de rock. En algunas suele haber cierta reflexión sobre el desencanto de esa generación. Pero en ninguna hay un catarsis religiosa.
Hidalgo narra con maestría dos catarsis, una religiosa, de Enrique Olmos, y otra existencial, de Kurt Cobain. Olmos encuentra en el budismo un poco de sosiego a sus demonios. Kurt lo hace con varios miligramos de diacetilmorfina vía intravenosa. Al final, ambos encuentran un camino hacia el Nirvana. Enrique, con una familia. Kurt, lanzado al río en forma de ceniza, luego de ser cremado a 900ºC.
En la novela de Juan Carlos no hay esnobismo ni pose ni estridencia. La trama acelera de manera gradual, sin prisas. Con una narrativa fina, de orfebre, Juan Carlos empata su trama con retazos de la vida de Cobain que rayan en la erudición, pero sin verse grupi. Eso es muy destacable, porque con un poco de cariño o nostalgia cualquiera que escriba sobre Cobain corre el peligro de madrear el resto del escrito con epítetos tan tetos como “el ángel caído” o “el dios del grunge”.
Con Juan Carlos no ocurre así. Aunque se nota una gran admiración por el zurdo de Aberdeen, se refiere a Cobain con neutralidad y nostalgia. Y eso es muy agradecible.
Qué difícil debe ser explicarle a un joven de quince años quién fue Kurt Cobain. Y considero que debe ser complicado porque casi todos los mitos han sido derrumbados. Ya no hay imágenes que deificar. Ya no hay límites para almacenar música ni para escucharla. La rebeldía se vende embotellada y pasteurizada. En este sentido, el libro de Juan Carlos es un documento sobre el grunge y, por qué no, puede servir para explicarle a los jóvenes del futuro qué diablos pensaban los jóvenes del pasado.
En conclusión, Rutas para entrar y salir del Nirvana es la disección a un animal, hecha por un experto. En ella nos va mostrando sus intestinos, su corazón, sus pulmones, su piel y los músculos. Nos cuenta sobre su hábitat, su comportamiento y las causas de su muerte. El animal se llama grunge. El experto es Juan Carlos Hidalgo. ®