Que la tierra nos trague,
y las olas suban hasta que,
ante la costa, se vuelvan
montaña, y los peces
sean expuestos al sol,
y las lagartijas se sequen
al borde de ríos
hechos ya llanura,
y los aviones
aterricen por temor
de los huracanes
que no paran de girar
siempre en los cielos
negros que vigilan
la osadía
y la ceguera
del hombre.
Hay tantos finales
que imaginamos
y sólo queremos
leer poesía
en hermandad
con Ciudad Juárez
donde los maremotos
y los huracanes,
las sequías,
los temblores
han sido desviados
por la vía expresa
metafórica,
al menos hoy,
y todos los días
cuando uno lee
y construye,
escribe y comparte
un verso, una copa
de alguna libación,
un beso, un abrazo
en tierras altas
viendo hacia abajo
cómo fluyen las aguas
y crecen los arboles
en los días
que le siguen
al desastre,
como esta tarde
donde leemos
de nuestros rincones
de la vida a otras plazas
y salas donde decimos,
de plantón, de verbo,
que Juárez pertenece
a nosotros,
y es lo nuestro
construir sus plazas
y casas, escuelas,
poemas. ®