Como los besos que negamos a nuestros amantes, estos artículos no podrán tener un destino diferente al que les fue asignado en un principio. No sólo porque la serie sobre la muerte era el cierre de un ciclo que comenzamos con la violencia y los viajes, sino porque no escribo igual en todas partes.
La última vez que les escribí les prometí una serie de artículos sobre la representación de la muerte en el cine. Esa serie no podrá ser. No soy yo, no es el editor, son esas “razones de fuerza mayor” a las que apelamos cuando no queremos dar explicaciones, el hado inevitable o, para entrar en tema, la negra fatalidad. De todas formas decidí escribir para despedirme y para contarles lo que tenía planeado para este fin de año. En primer lugar quería hablarles de Chan-wook Park y su cine violento, en que la muerte es sólo el comienzo de algo más, no de la vida sino de algo peor (si es que hay algo peor que la vida); quería hablarles de sus planos detalle, de sus gestos interrumpidos, de sus exteriores amplios y sus interiores atiborrados. Después pensaba hacer la revelación más importante de las últimas décadas sobre el cine: Ingmar Bergman hizo una película de zombies. Por supuesto, esta afirmación no se basa en que descubrí en mi altillo una cinta desconocida del director (ni siquiera tengo altillo) sino que es un intento de volver a mirar el género (no es terror, no es acción, ni siquiera ciencia ficción, es un género por sí mismo) desde los desesperados muertos de Bergman que no se conforman con su suerte. Dudaba si me atrevería a incursionar en el cine de terror para un tercer artículo, pero me lo tomé muy en serio e incluso empecé a buscar novio para tener a alguien que se asegurara de que no hay monstruos bajo mi cama. Por último vendría Melancolía, el filme de Lars von Trier que habla de tantas cosas que podemos hacerlo hablar de la muerte.
Como los besos que negamos a nuestros amantes, estos artículos no podrán tener un destino diferente al que les fue asignado en un principio. No sólo porque la serie sobre la muerte era el cierre de un ciclo que comenzamos con la violencia y los viajes, sino porque no escribo igual en todas partes. Si en algunas publicaciones soy más arriesgada, en otras más juguetona y en otras toda una señora académica, Replicante siempre recibió mis palabras más apasionadas. Mi ignorancia me impone humildad por lo que pocas veces me atrevo a escribir máximas, pero por hoy (ya que me despido) voy a hacerlo: sobre la muerte sólo se puede hablar con pasión.
Si lo desean, no les será difícil encontrarme y leer lo que escribo, un poco menos apasionada, sobre cine y teatro. Pero me gustaría que volviéramos a encontrarnos en estas páginas y así poder decirles todas esas cosas que al final nunca llegué a contarles. ®