Muchos han querido explicar el fenómeno de los actos espectaculares de violencia armada en Estados Unidos como un reflejo de la violencia cosmética del cine y el entretenimiento. Una sociedad violenta produce entretenimiento violento que a su vez cierra el círculo vicioso al incitar e inspirar a más violencia…
Contrapunto
Algo extraño y trágico le sucedió al filme El caballero de la noche asciende, la última parte de la trilogía de Christopher Nolan sobre Batman, en el camino a volverse mega-espectáculo veraniego. En un giro tan atroz como absurdo la narrativa fílmica se dio de frente contra la realidad en la ciudad de Aurora, Colorado (localizada a unos treinta kilómetros de Columbine, sórdidamente famosa por la matanza del 20 de abril de 1999). Un hombre disfrazado con uniforme paramilitar (máscara de gas, chaleco antibalas, casco y protectores de piernas, ingles, manos y garganta) entró a la sala de proyección 9 del Century Movie Theater en el centro comercial local donde tenía lugar el estreno de media noche de la esperada cinta de Nolan. El público pensó que era un efecto especial, un fanático disfrazado o un acto promocional hasta que lanzó una granada de humo y comenzó a disparar contra los asistentes. La correspondencia entre la violencia fílmica y la auténtica carnicería es tan grotesca que parece un guión poco inspirado, demasiado evidente, pontificador y didáctico. Sin embargo, hasta las tramas más previsibles y monolíticas a veces tienden a sorprender. Los sucesos trágicos de la balacera del 20 de julio de 2012 donde perdieron la vida doce personas y 58 quedaron heridas parecen sacados de una secuencia de un sueño dentro de otro sueño de la película Inception, sin duda la obra maestra de Nolan. El despertar de la pesadilla nos lleva a otra pesadilla, como si se tratara de un juego de matrioshkas rusas. Así la narrativa enredada de Dark Knight Rises adquiere un nivel más de complejidad al volverse parte y contrapunto de la aparentemente interminable historia de matanzas masivas perpetradas por individuos armados legalmente en los Estados Unidos, que no tienen demandas monetarias, políticas o sociales.
James E. Holmes (no confundir con John C. Holmes, el actor porno mejor equipado de la historia) tiene 24 años y hasta ahora es un misterio, como el Guasón (a quien supuestamente dijo emular), un asesino sin historia. Lo que han contado de él los medios es tan sólo especulación y un reflejo idealizado del genocida mediático: solitario, brillante (estudiante de neurociencias, experto en explosivos) y extravagante (llevaba el pelo pintado de naranja). Por el momento el juez ha prohibido que se divulgue información sobre el caso, de tal manera Holmes seguirá siendo por un rato un apropiado espacio en blanco, una fuerza maleable que puede servir para incorporar miedos dominantes del Zeitgeist. Pero los muertos y los heridos, ésos son simplemente reales.
Depresión
La obsesión armamentista de sectores del pueblo estadounidense no puede explicarse fácilmente; por un lado está la disponibilidad de las armas, por otro la guerra sin fin (la obsesión armamentista del gobierno estadounidense), y podemos añadir muchos otros factores que van desde la mentalidad de conquista del viejo oeste hasta el empuje de la National Rifle Association, pero un elemento particularmente relevante es la epidemia de consumo de antidepresivos. Un estudio del Servicio Secreto estadounidense de 2002 determinó que 78% de los responsables de tiroteos en escuelas desde 1974 han tenido pensamientos suicidas antes de cometer sus crímenes, y si bien es común imaginar al depresivo como alguien que solamente se hace daño a sí mismo, la realidad es otra y los casos de violencia vinculados al consumo de antidepresivos son numerosos, aun cuando muchas veces no son reportados. En Estados Unidos los médicos prescriben más de 120 millones de recetas anuales de drogas antidepresivas. Éstos son niveles epidémicos de consumo y esas drogas están en camino de ser aún más populares, ya que están en proceso de volverse genéricas y por tanto abaratarse. Los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina aumentan precisamente los niveles de serotonina, el neurotransmisor que se supone tiene un papel importante en la inhibición de la ira, la agresión, el humor y la sexualidad, entre otras cosas. Pero al hacer esto suprimen los niveles de dopamina, el neurotransmisor asociado con los compromisos sentimentales, el amor romántico, los impulsos sexuales y el orgasmo. Cuando un sector significativo de la población consume durante años estas poderosas drogas —concebidas originalmente para tratar a pacientes en crisis extremas— lo que se produce son sociedades zombis, masas desensibilizadas que viven día a día combatiendo los “picos” emocionales y tratando de mantener exorcizado al espectro de la depresión.
Miedo
Casi no parece coincidencia que en El caballero de la noche asciende tenemos a un Batman deprimido, recluido durante décadas en su mansión fantasmal, un héroe vencido, roto emocional y físicamente pero sobre todo incomprendido. El asesino del cine de Aurora quizás se sentía de la misma manera. A estas alturas sabemos bien que el enorme poder de los grandes superhéroes de historieta y ahora fílmicos no radica en su fuerza ni en habilidades sobrenaturales sino en su enajenación, su mórbido aislamiento y heroica-patológica renuncia al reconocimiento. Mucho se ha escrito del significado de la máscara (“No es lo que soy bajo la máscara sino lo que hago lo que me define”, dice Batman) y de la situación límite del justiciero-vigilante que opera fuera del marco de la ley, pero el mito de Batman más que el de cualquier otro héroe está cargado de simbolismo pop de historieta y a través de sus consecutivas reencarnaciones ha ido adoptando una variedad de elementos que entran en resonancia con nuestras angustias y preocupaciones.
El despertar de la pesadilla nos lleva a otra pesadilla, como si se tratara de un juego de matrioshkas rusas. Así la narrativa enredada de Dark Knight Rises adquiere un nivel más de complejidad al volverse parte y contrapunto de la aparentemente interminable historia de matanzas masivas perpetradas por individuos armados legalmente en los Estados Unidos, que no tienen demandas monetarias, políticas o sociales.
En Batman Begins, de 2005, el tema es el miedo. Batman comienza su carrera de justiciero resolviendo sus miedos tras caer a un pozo seco, el evento que desata su caída del paraíso. Aquí la Liga de las Sombras, una organización internacional dedicada a erradicar la decadencia humana (“Cada vez que una civilización alcanza el pináculo de la corrupción volvemos para restaurar el orden”), decide destruir Ciudad Gótica, por ser irredimible, con una poderosa toxina psicotrópica que induce pánico para hacer que los habitantes de la urbe se destruyan mutuamente al dejarse llevar por un miedo incontrolable. Tampoco es coincidencia que tan sólo tres años antes el gobierno de Bush lanzó una guerra contra Irak justificada con una campaña propagandística que tenía como función provocar miedo al presentar la presunta amenaza de un (absolutamente imposible) ataque nuclear iraquí (“No podemos esperar a la prueba definitiva, la pistola humeante que podrá venir en la forma de una nube con forma de hongo”, G. W. Bush, 7 de octubre de 2002).
Rescatar lo irrescatable
Los enemigos de Batman no quieren robar ni conquistar en ningún sentido convencional sino que son urbicidas por convicción y sus actos, más que a una ideología, responden a un idealismo extremo. Para el maestro de Batman, el mercenario, superninja y genocida Ra’s al Ghul la corrupción, la decadencia y la inmoralidad deben castigarse con la muerte y ninguna ciudad representa mejor en el imaginario popular (y en las fantasías jihadistas) a Sodoma y Gomorra que Nueva York-Ciudad Gótica. Dark Night (El caballero de la noche) se estrenó en 2008, el año en que comienza la recesión global provocada por el cataclismo financiero que aún nos afecta. Aquí aparece el Guasón, quien funciona como antítesis de la esperanza que representa Batman (como le explica el comisionado Gordon antes de insinuar que al usar una máscara provoca que los criminales también usen una). El Guasón es un símbolo del caos y el absurdo de la solidaridad humana. Para derrotar al Guasón Bruce Wayne debe sacrificar una parte de sí mismo. Finalmente, en El caballero de la noche asciende el exmercenarioBane es un títere al servicio de Talia al Ghul, quien quiere terminar la obra de su padre al borrar la ciudad del mapa con una bomba atómica. El dilema de Batman es querer rescatar una y otra vez a la población de una nación moralmente corrupta y criminal. ¿Dónde se marca la frontera entre la decencia y la complicidad?
Intersección
Muchos, muchísimos han querido explicar el fenómeno de los actos espectaculares de violencia armada en Estados Unidos como un reflejo de la violencia cosmética del cine y el entretenimiento. Una sociedad violenta produce entretenimiento violento que a su vez cierra el círculo vicioso al incitar e inspirar a más violencia. La evidencia para probar esto es muy endeble y puede de hecho demostrarse, con la misma facilidad, que la violencia en las pantallas de cine, en la tele y los juegos de video tiene la función de canalizar la rabia y los deseos criminales populares. Mantenemos un diálogo permanente con imágenes brutales: alimentan y disipan nuestros temores, reivindican nuestras frustraciones, nos muestran nuestra suerte y nos advierten acerca de los peligros reales y de los que acechan a nuestra imaginación, sin permitirnos entender la diferencia. Sea cual sea la verdadera influencia de los medios en los actos delirantes y desesperados, como la matanza de Aurora, en este caso tenemos una ominosa intersección entre una fantasía asesina y un acto genocida, entre un filme que destaca por el espectáculo de armamento militar de alta tecnología usado en contra de la población y un individuo que adquirió un poderoso arsenal incluyendo armas de uso militar para emplearlo en contra del público de un cine. ¿Queda preguntarnos si estamos solos y vulnerables, despojados de esperanza en mundo donde no hay ni habrá superhéroes pero sí supervillanos? ®
carlos filiberto cuellar
Magnífica correlación entre violencia, consumo de antidepresivos y arte masivo.