Hidalgo fue coherente hasta el último de sus días, algo que no se puede decir de Iturbide; Hidalgo no cambió de bando e Iturbide, por el contrario, sí lo hizo. Hidalgo fue excomulgado (y en dos ocasiones) por haber comenzado el movimiento de Independencia e Iturbide fue aplaudido y patrocinado hasta por el alto clero mexicano para que combatiera a los partidarios de la Independencia.
Este 16 de septiembre se cumplió un aniversario más (el 202 para ser exactos) de la lucha por la Independencia de México.
No pocas personas (entre ellas algunos divulgadores de nuestra historia, que no necesariamente historiadores, tanto de viejo como de nuevo cuño) han considerado como una injustica darle a Miguel Hidalgo el título de Padre de la Patria y, en cambio, haber colocado a Agustín de Iturbide en una suerte de limbo histórico, máxime cuando el primero de ellos acabó fracasando militarmente en su intento independentista y, en cambio, el segundo sí pudo lograr la separación política de nuestro país de la Corona española.
Pero lo que parecen olvidar esos jueces de Hidalgo y, al mismo tiempo, ensalzadores de Iturbide, es que entre un personaje y otro existen muchas otras diferencias, la mayoría de las cuales obra en favor del cura de Dolores y va en desdoro del encumbrado oficial realista michoacano, que en su carrera militar y política dio una vuelta de 180 grados para terminar invitando a unos de los últimos caudillos insurgentes (Vicente Guerrero) para que juntos declarasen la Independencia de México.
Por principios de cuentas, Hidalgo fue coherente hasta el último de sus días, algo que no se puede decir de Iturbide; Hidalgo no cambió de bando e Iturbide, por el contrario, sí lo hizo.
Hidalgo fue excomulgado (y en dos ocasiones) por haber comenzado el movimiento de Independencia e Iturbide fue aplaudido y patrocinado hasta por el alto clero mexicano para que combatiera a los partidarios de la Independencia.
Por otra parte, Miguel Hidalgo no tuvo oportunidad de corromperse ni lucró con la lucha de Independencia ni tampoco le repartió cargos a sus parentela, algo que Iturbide sí hizo, pues en cierto momento vio que una eventual separación de México del imperio español resultaba propicia para su provecho personal.
Por cierto, entre los patrocinadores clericales de Iturbide destacó un famoso prelado tapatío: el obispo Juan de Ruiz de Cabañas y Crespo, quien no sólo excomulgó a Hidalgo y sus partidarios sino que entregó 25 mil pesos a Iturbide para que sometiera a los insurgentes, y una vez que Iturbide cambió de bando el mismo obispo Cabañas se trasladó a la Ciudad de México, donde el 20 de julio de 1822, en la catedral Metropolitana, personalmente le colocó la corona imperial a Iturbide, ocasión en la que éste fue investido como Agustín I, emperador de México.
En otras palabras, mientras Hidalgo comenzó encabezando el movimiento de Independencia de México y terminó sus días defendiendo la misma causa, Iturbide —con el grado de teniente y más tarde de coronel, dentro del ejército realista— combatió a los insurgentes durante los primeros años de la Guerra de Independencia. Y en la etapa final de ese conflicto muy oportunamente supo cambiarse al bando independentista.
Por otra parte, Miguel Hidalgo no tuvo oportunidad de corromperse ni lucró con la lucha de Independencia ni tampoco le repartió cargos a sus parentela, algo que Iturbide sí hizo, pues en cierto momento vio que una eventual separación de México del imperio español resultaba propicia para su provecho personal.
Y fue precisamente esa desmedida ambición de poder la que llevó a que muchos de sus mismos aliados y partidarios lo depusieran como emperador de México, lo expulsaran del país, le advirtieran que si volvía sería fusilado y finalmente le hicieran efectiva esa amenaza, al ser ejecutado en Padilla, Tamaulipas, el 19 de julio de 1824, por disposición del Congreso que lo había declarado traidor y puesto fuera de la ley.
A Hidalgo se le reprocha haber permitido que en varios lugares, como fue el caso de Guadalajara, permitiera el derramamiento de la sangre de muchos españoles que, presumiblemente, no en todos los casos eran hostiles a la causa independentista. Pero aun aceptando lo anterior, habría que reconocer que fueron más, muchos más, los indígenas y mestizos que murieron a manos de los realistas. Y la vida de unos no tenía por qué valer más que la de los otros.
Por lo demás, no se debe olvidar que la guerra es la guerra, y que las revoluciones no la hacen ni sociólogos ni antropólogos ni pacifistas de tiempo completo, sino personas armadas que luchan por una causa que consideran superior.
Y en el caso de Miguel Hidalgo, Josefa Ortiz de Domínguez, Ignacio Allende, José María Morelos, Mariano Abasolo, Ignacio Aldama, Pedro Moreno, Vicente Guerrero, José Antonio el Amo Torres, José María Mercado y tantos más, ésa causa fue, de principio a fin, la Independencia de México, algo que no fue el caso —y esto hay que repetirlo, a riesgo de ser machacones— de Agustín de Iturbide.
Por eso la estatura moral y patriótica de Hidalgo, que cometió no pocos errores pero nunca fue un logrero, quien no aceptó el ofrecimiento que le perdonaba la vida a cambio de deponer las armas, está por encima, pero muy por encima, de Agustín de Iturbide.
Finalmente, Hidalgo, al igual que Morelos y tantos otros caudillos insurgentes, tuvo también lo que el poeta llama “un bello morir” y, como dice inmejorablemente el verso de ese poeta, Petrarca: “Un bel morir tutta una vita onora” (un bello morir, honra toda una vida). ®
Ulises Escalante
Me gustaria conocer tus fuentes bibliograficas, me parece que tu ensayo es demasiado oficialista, hasta pareces servidor público de la Sep, disculpa pero a Agustín de Iturbide no lo corono ningún religioso sino el Presidente del Congreso Rafael Mangino, solo un dato que supongo desconocias, otro la Independecia de México se proclamaba en el Plan de Iguala autoria de S.M.I. Agustín de Iturbide y ofrecia la corona del Imperio Mexicano a Fernando VII o algún miembro de la nobleza española, totalmente falso que Iturbide lo hizo a beneficio propio…saludos