A caballo entre el diario, el testimonio y el diálogo, y sin ninguna intención más allá de adentrarse en el mundo poético en lengua española por medio de conversaciones apuntadas con la disciplina del memorialista que estudia el poema por amor, las Conversaciones con Juan Ramón Jiménez sostenidas por el maestro Ricardo Gullón entre 1953 y 1955, y ahora bellamente editadas por Sibila/Fundación BBVA en Sevilla, revelan al lector una casi olvidada y no por ello poco importante manera de concebir tanto la labor del poeta como el papel mismo de la poesía en la sociedad, encarnadas en la figura del entonces futuro premio Nobel español.
Con tono personalísimo, íntimo, como plática entre amigos, las Conversaciones revelan las múltiples y reiteradas obsesiones de uno de los poetas fundamentales de nuestra tradición, sin que el acaso involuntario retrato de Juan Ramón Jiménez deje de ser humano: lo vemos enfermo y erudito, viejo y productivo, rodeado de libros, de citas literarias y de mar en Puerto Rico, su última casa.
De la mano de quien fuera uno de los más importantes estudiosos de la poesía española de su momento, el lector entra en contacto con un Juan Ramón seriamente preocupado por su país y su lengua, continuamente al tanto de las revistas de poesía publicadas en España e Hispanoamérica, y de la obra de los poetas jóvenes, que en muchas ocasiones lo buscan. Con la autoridad de su conocimiento, el poeta suele ser un juez tan duro como sabio que lo mismo habla de su relación personal con Rubén Darío que de su creencia de que Manuel Gutiérrez Nájera es un “poeta barato” (sic).
Así, visitando los extremos naturales de una plática entre amigos en que nada es más cierto que la espontaneidad, muchas de las opiniones expresadas por Juan Ramón Jiménez pueden parecer por momentos arbitrarias o polémicas, y no por ello menos geniales y aturdidoras.
Tal es una de las mayores virtudes de este libro: presentar a un poeta mayor que toma partido y defiende su opinión, y con ello dar cuenta de un artista que está siempre dispuesto a proponer una lectura del fenómeno poético, basada no solamente en su intuición sino en su pleno conocimiento de la literatura y su historia, que es la historia humana.
Frente a esto el poeta contemporáneo, tan dado a mostrar lo cuestionable de las estructuras estéticas y sociales, no puede más que detenerse y observar a ese artista de otro orden, acaso ya pasado pero jamás caduco, que no cesa de proponer, de hacer inteligible, se esté de acuerdo con él o no, cierto momento de la poesía en su lengua: Juan Ramón Jiménez no solamente es un poeta, sino despiadado crítico de poesía que no duda un instante en afirmar su opinión, sus ideas tanto estéticas como políticas.
Por ello este libro me parece, además de un saldo de cuentas con varias generaciones de lectores que no han tenido acceso a él —pues ahora estamos frente a la primera reedición luego de cincuenta años de su primera tirada, en 1958—, un llamado de atención al poeta y crítico literario políticamente correcto o encerrado en sí mismo, tan corriente en las tradiciones actuales literarias en lengua española.
No quiero ser malentendido: en las Conversaciones Juan Ramón Jiménez no aparece como un poeta controvertido sino como un hombre de letras que, conociendo los alcances de su abarcadora cultura literaria, señala su opinión sin titubeos, siempre fundamentándola. Por su parte, mostrando una humildad también escasa en muchos estudiosos contemporáneos, Ricardo Gullón se revela como un analista dispuesto a aprender del poeta, a escucharlo no para terminar una tesis o elaborar propuestas teóricas, sino para tener una idea más clara de las palpitaciones de la poesía de su tiempo, pues las concibe como expresión inseparable de las sociedades en que surgen, y que lo involucran. Para Gullón como para Jiménez la poesía no es un fenómeno apartado de ellos mismos ni de la sociedad sino una manera de entender, precisamente, estos dos extremos de la naturaleza humana. Tal es la manera, casi olvidada ya, en que éste libro se acerca a la poesía y al poeta en el mundo: una manera fundamentalmente humana.
La intimidad que sirve de guía conductora del libro llega a ser perturbadora, señalando con ello, tangencialmente, el cambio que nuestra sensibilidad ha tenido en medio siglo. A la mitad del libro, por ejemplo, el narrador-conversador que es Ricardo Gullón llega a confiarle al lector, en la única línea que describe el 5 de febrero de 1954: “Hoy falleció mi padre”, para días más tarde continuar con las conversaciones.
Me detengo aquí para poner la luz en Ricardo Gullón, quien no solamente es interlocutor de Juan Ramón Jiménez, sino un notable hombre de letras, autor de varios libros de intereses tan diversos como la pintura de Goya, la novela inglesa contemporánea o la poesía de Jorge Guillén, al tiempo que fue coordinador de la importante colección de la editorial Taurus llamada El escritor y la crítica, la cual pretendía aportar a investigadores, críticos y lectores en general diversos trabajos aparecidos en distintos idiomas y lugares situando así lo estudiado en un contexto que rebasaba lo estrictamente literario. Gullón dirigió esta colección durante los años setenta y ochenta.
Para quien estudia literaturas hispánicas Ricardo Gullón es una referencia necesaria. Del mismo modo, para quien lee con amor poesía en lengua española el nombre de Juan Ramón Jiménez es ineludible. Nada tiene que ver con estas valoraciones el premio Nobel que obtuvo éste, y el Príncipe de Asturias que obtuvo aquél: hablo de amor al texto como expresión última y primera del hombre.
Además de estas virtudes de sus dos participantes directos, el libro es prologado por el delicado poeta y estudioso chileno Pedro Lastra, quien sitúa la obra en su contexto y presenta, desde la experiencia de amigo, la persona de Ricardo Gullón, allanando el paso para el lector profano.
Tengo la convicción de que este libro debe ser leído por todo lo que, precisamente por no ser nuevo, nos revela: la manera en que ha variado la reflexión del fenómeno poético, y el rostro humano de la lectura. La sola presencia de Juan Ramón Jiménez platicando con Ricardo Gullón funciona como aval irrechazable, y el prólogo de Pedro Lastra hace del libro —elegantemente editado, hay que decirlo, desde sus tapas grises hasta la última de sus 152 páginas— un lujo todavía mayor porque no estamos frente a un libro nuevo, cosa pasajera, sino frente a algo mucho más raro y valioso: un libro trascendente. Celebro con alegría esta decisión de Sibila/Fundación BBVA que ha regresado a los estantes una obra que, si no fuera por ellos, probablemente hubiera caído en el olvido. El libro ya está allí. Ahora el turno pertenece al lector. ®