96 grados Bucareli (Praxis, 2009), de Enrique Montañez, es un libro de cuentos que explora las posibilidades de la noche y de la escritura, cuentos situados todos en una avenida del centro de la ciudad, donde van a dar borrachos, prostitutas, policías, travestis, indigentes; los periféricos del día, los desposeídos.
Entre lo erótico, la nota roja, lo fantástico, lo grotesco, estos relatos afirman su identidad. Una sequedad que molesta en estos personajes a punto de perderse en el alcohol, en las piernas de alguien, en la pelea evitable más necesaria; una voluntad de notarse desde el fondo: el piso. Los personajes caen en el piso de las cantinas o de las calles o de los cuartos de hotel mientras la ciudad se ilumina a medias. Cuentos como “La vida después de Belkis”, “Lorna”, “Clausura”, tienen un aire de melancolía y violencia, de comprensión en los seres implorantes que habitan ahí y no en el día, no en otras calles, no en otras cantinas de otro lugar probablemente mejor.
Los relatos recorren los callejones, los baños públicos, las historias de vida que se sienten contadas en el arranque improvisado de la fiesta y la confesión ante el ministerio público.
Es un libro muy bien logrado, suspensivo, nocturno. Acaso podríamos decir que en la tradición de colocar en el centro la periferia. ¿Qué es el afuera? ¿Dónde está el centro de todas maneras? Montañez se inscribe en una búsqueda de las orillas y de las oscuridades, lejano en formato —también de los reflectores— de los chicos bien de la literatura nacional.
Hay muchos libros que no circulan en México, con todo y lo difícil que es publicar; libros que al ser de editoriales independientes corren la suerte de ser incontrables; pero no termina ahí la cosa: es el mismo destino de las editoriales universitarias: el círculo de lectura se reduce a las librerías lejanas y a los pocos lectores que se preocupan por hacer circular autores de mano en mano; la autorreferencialidad. Un lector en una cantina presta/recomienda un libro sobre un escritor que escribe sobre cantinas, y así hasta completar una cadena de tres-cuatro autores/lectores. Escribir fuera del centro es una apuesta de valentía y optimismo. Un catolicismo literario: dar la otra mejilla al mercado editorial y no esperar recompensas. ®