Sólo para aquellos que posean una sólida reserva de escepticismo tendrá algún sentido el título del libro. De lo contrario terminarán preguntándose lo mismo que Jorge Flores-Oliver cuestiona con ironía en el título de su prólogo “Y… ¿dónde está la contracultura? Porque paradójicamente a lo que podrían esperar muchos paladines del under, ésta no es una apología de los perennes rebeldones hacinados en una izquierda con dislexia que más bien es hueva ni una canonización gratuita y más bien cándida de actividades recreativas como alcoholizarse o consumir droga, que en un Estado horadado por tercas guerras contra el narco y violencia ordinaria a costa del ciudadano de a pie parecen tener más que ver con la consuetudinaria familia mexicana que con la ruptura.
Sensacional de contracultura (Ediciones sin Nombre, 2009) tampoco es una homilía que pretenda enseñar el sentido auténtico del tan trillado término: muchas veces he reincidido en tergiversar la palabra contracultural y pocas veces ha pasado esto sin que me asalte la duda de sentirme un imbécil o no. Existen cosas, situaciones y reacciones contraculturales pero no sé si hoy en día podamos hablar de contracultura: Remy de Gourmont le llamaba abreviación. Sería un error asumir el término contracultura como absoluto. Me resisto a pensar en él como un concepto a prueba de flexibilidad, como lo que resulta “políticamente incorrecto” (en palabras de José Vicente Anaya) o una mera provocación. Toda tradición tiene un principio y el Gran Rechazo también ha de tener un génesis, ¿no?
Vamos a ser sinceros: la contracultura actual no está cimentada en la generación de nuevos procesos artísticos ni se preocupa por impugnar los modelos regidores; más bien parte de la rabieta burocrática y las envidias closeteras dignas de señoras de copete. Se ciñe a las necesidades de tiempos pasados que nada tienen que ver (por lo menos en lo inmediato) con los que vivimos. Si a esto se añade la necedad de definirse como un movimiento organizado y sectario, inaccesible para cualquiera que, según los gurús del numerito, haya osado venderse a algún medio masivo y visible, estaremos hablando de aquello que define a un pastiche: tenues rasgos característicos, apenas notables para aquellos que se involucran desde dentro y nada más.
El conjunto de ensayos compendiados en Sensacional muestra los entresijos en la bitácora lado b del acontecer político y cultural de las últimas décadas, o más bien la posición de francotirador que Rogelio Villarreal ha asumido desde hace mucho tiempo, un extraño punto ciego nada cómodo en el que los simpatizantes de una cara le tachan de resentido mientras los de la otra le imputan cargos por reblandecimiento. En el ínter tampoco sale ileso, pero nada le resulta fatal, nada hay que no pueda ser resuelto con un buen derecho a réplica, de ésos que pocas veces se leen ya en nuestros periódicos. Rogelio Villarreal le otorga una tercera dimensión a la aburrida lucha de poderes en dos planos: lo establecido que fagocita a la contracorriente, esa ola atractiva que de no tener un prefijo haciendo peso podría desaparecer en el mismo instante en que se nombra.
En este baile de decepciones a diestra y siniestra Rogelio no sólo se encarga de entrar y salir de la contracultura: se lleva la fiesta con él, desarma a golpes de caricia, es decir, no a juicios sino con paciencia y ternura, e incluso les deja la mesa puesta a los forevers y fauxbeats para que se monten otro masturbatorium atemporal: la verdadera libertad de elección va acompañada de innumerables riesgos de fracaso y a veces hasta las más dulces chaquetas acaban por enrojecer el pellejo.
Sensacional es también el recuento de un tránsito específico: el de las publicaciones apenas subvencionadas y los orígenes de unas cuantas revistas a las que mi generación conoce de oídas. Permanecen los trazos pero son casi irreconocibles los vestigios del imperio. Ésta también es una crónica de juventudes lanzadas al aire. De los jóvenes y sus recintos, sus discusiones. El crisol de una particular movida en tiempos aciagos.
La contracultura ha tenido que verse chatas las aristas porque simplemente no ha podido escaparse de su coyuntura ni ha conseguido tampoco deslindarse de las limitaciones a las que su entorno la condena. No ha encontrado un filtro que le permita respirar libre de la hediondez subliminal que toda época acarrea y que moldea los espasmos rebeldes a un solo ritmo y en un mismo molde. La encerrona pega con el muro: no sólo omite el funcionamiento de lo tradicional sino que se resiste a dejarse llevar por las mezclas, lo que busca es un corte de caja providencial basado en la aberración rampante que provoca lo instituido, ese enemigo misterioso del que se recogen las migajas y al que se critica solamente por detrás. Como término ha pasado, por lo menos entre gente de mi edad, a adquirir una connotación peyorativa y de escarnio.
¿A quién le habla la contracultura en esta época de twitteratura y aforisbooks? ¿De que manera puede seguir ejerciendo esa fuerza gregaria y militante que todo lo desea englobar a la fuerza y falla a falta de genuinos vasos comunicantes? ¿Se puede realmente confiar en las redes sociales como un medio para crear esos nexos que compartan información y creen vínculos culturales? Los conectores robotizados de Google han demostrado en varias ocasiones a los usuarios conocerlos mejor que ellos mismos. La www ha proporcionado vías a quienes hasta hace poco miraban desde una perspectiva vertical a los que solían dotar de información y contenidos. En esta realidad palpable, ¿qué avances ideológicos y sociales han propuesto los carcamanes contraculturales para seguirse ufanando de representar la avanzada ante lo asumido?
Sensacional de contracultura nos da una pista: la autocelebración es el camino que la cultura ha seguido para posicionarse. Y la contracultura no se ha querido quedar detrás: como cualquier dictadura, ahora es más parecida a un wonderbra: aprisiona a los de adentro, hace que para los de afuera todo se vea bonito y levanta monumentos a los caídos. ®
José Vicente Anaya
Señor Márquez Tizano:
usted «cita de oídas» y fuera de contexto, con una interpreatación acomodada a su conveniencia con tal de verter veneno… Los «testigos» no prueban nada, pues como se sabe, son capaces de mentir igual que a quien «amparan». No es nada serio su modo de «citar de oídas». Si tuviera la grabación de lo que dije, discutiríamos con bases. Yo menos tengo ánimo ni tiempo de discutir a partir de que usted no tiene fundamentos.
Rodrigo Márquez Tizano
Señor José Vicente Anaya,
Sin ánimos (ni tiempo) de convertir este foro en un lavadero, ni mucho menos en un ministerio público, es preciso que lo contradiga al llamarme mentiroso. No le pido que memorice qué es lo que dice en cada una de las mesas y coloquios donde trata el tema, (que son numerosos), pero yo sí que recuerdo muy bien uno (al que asistí) en El Circo Volador, febrero del 2003, donde habló de lo «políticamente incorrecto» de la contracultura. Y si lo recuerdo tan bien fue porque tuve que hacer un reporte para la Universidad sobre el evento. ¿Lo recuerda ahora? Si lo considera necesario, podría contar con el testimonio de compañeros que me acompañaron ese día y pueden dar fe de lo que afirmo en este artículo.
José Vicente Anaya
Rodrigo Márquez Tizano miente al atribuirme frase tan tonta como la de calificar
«el término contracultura» como «políticamente incorrecto». En internet no es la primera vez que alguien me atribuye ideas que jamás han pasado por mi cabeza, y éste es uno de esos casos. Cuando se hacen afirmaciones de otras personas se deben citar las fuentes para tener la seguridad de que se habla con fundamentos. De otra manera se cae el en esos textos de individuos que pontifican considerándose certeros al mentir, hablando con infundios y tergiversando las ideas de otras personas.