Desde la concepción de civilización, las drogas constituyen un problema cuya solución requiere erradicarlas, proscribirlas o regularlas. Es algo que debe, en todos los casos, controlarse. Su postura extrema es la que conocemos en México a nombre del Estado de derecho, por la cual se justifica plenamente enviar a la cárcel, o matar si se resisten a ello, a productores, distribuidores, vendedores y consumidores, así como de los inocentes o “daños colaterales” que resulten. Una excepción son los indígenas; como sujetos no civilizados ellos tienen derecho al consumo de drogas por usos y costumbres que les son propios —siempre y cuando no lo ejerzan en las ciudades—; otra excepción son los niños y jóvenes que viven en la calle; ellos, como sujetos marginados de la civilización, tienen libertad para disolver sus cerebros en activo delante de la Procuraduría General de la República.
En cambio, desde una perspectiva, llamémosla, netamente cultural, las drogas simplemente están ahí, forman parte de toda sociedad como el lenguaje, la religión o el juego, por lo cual se promueve la despenalización de la producción, venta, compra y consumo de drogas; se reivindica al consumo como un derecho y también, eventualmente, se reconocen sus beneficios como estímulo en la producción artística.
El tema general de este número de Replicante tiene que ver precisamente con este desencuentro entre civilización y cultura en relación con las drogas, con sus variados y complejos resultados: el narcotráfico y el incremento del consumo en condiciones de clandestinidad, la producción de drogas legales farmacéuticas, el desafío de la psicodelia al proyecto civilizatorio, la propuesta de políticas públicas que incorporen la perspectiva cultural(ista), las ejecuciones y decapitaciones como cotidianidad en la realidad mexicana, el debate sobre la responsabilidad de la prensa en la difusión de estos hechos, la narcocultura y la producción artística motivada en la impronta del narcotráfico.
¿A fin de cuentas, se pude conciliar el proyecto civilizatorio con la persistencia de las drogas? ¿Es sostenible la actual condición de prohibición y persecución? ¿A qué costo y quiénes deben pagarlo? No tenemos las respuestas para ello. Mejor que cada lector las plantee. Bienvenidos sus comentarios para compartirlos con las ventajas que da la publicación digital abierta. ®