Con la duda reproducida en cejas,
la boca seca al plantearse cosas
vuelve a su vida una certeza:
el amado no llega este día
ni el siguiente, ni el otro, ni ningún otro.
Coge una esfera decorada
pero le estalla en las manos:
le detectaron el mal en el pecho.
Decide que la escarcha de utilería
irá junto a la estrella,
pero la saca en llamas
del empaque: hace días la diagnosticaron.
Busca el acetato de villancicos
que le regalaron hace tiempo,
pero el fonógrafo perdió movimiento,
extravió el paso.
En el buzón le espera una tarjeta
decembrina, otra de crédito,
el recibo del cable
y una amenaza anónima.
Antes del anochecer los vecinos
no escucharán la detonación
pues optó por el discreto raticida.
La cita
Le extirparon un pecho
hace meses y desde entonces
duerme con la luz encendida.
Cree que en cualquier momento
cundirá el aviso de que el mal
avanza como el viento en el césped.
A menudo la sorprende la mañana
con la tele encendida y las cortinas
envueltas en llamas.
Espera sin ansias la cita concertada
y jura que nunca más irá al dentista
al estadio a la escuela al infierno.
De tarde en tarde recibe visitas
que la tratan desde siempre
y con ellas repasa fotos deslavadas.
En la mesa de noche tiene medicamentos
prescritos con el horario de ingestión
pero no cree en nadie.
Cuando la luna de azogue le refleja
el miedo supone que éste le fue heredado
igual que las huellas que lleva consigo.
María de los Árboles
Ese invierno María de los Árboles
supo que un día habría de sucumbir
como un día abdicó ciega de pasión.
En su camino nunca escuchó el canto
de aquella lechuza negra que oyó
siendo niña detrás de las puertas.
Ni apreció un cielo encapotado
ni gatos de color sombrío
ni un número cabalístico que le dijeran.
Simplemente pidió un amuleto
cubano, un colibrí en bolsita roja
y una moneda con el busto de Octavio Paz.
Luego se sentó a esperar el día
ansiosa como cuando bebe café negro
con los dedos en la mesa y las primeras gotas en los cristales.
Ese enero quiso María de los Árboles
volverlo verano, ver a los micos descender
por el tronco, más abajo del ombligo.
Sabía que el amuleto de Cuba un día
pendería de su pecho, luego de rodear
la nuca firme, donde descansan
los cimientos de sus deseos. Hasta que la venció el sueño.
María de la Manada
Cuando sintió en la epidermis
la estampida de búfalos, María de la Manada
se arrebujó entre cojines de seda.
Aunque sólo conocía ese animal
del desierto en paredes technicolor,
sabía de su fuerza en libros y estampas.
Incluso de niña había echado un par
en el arca bíblica a modo de ilustración
para una clase de catecismo.
Los pintó robustos como King Kong
y de color café como un Cadillac
que viera en el Museo del Automóvil.
En un sueño que tuvo pronto
se vio a sí misma con bufanda
como un día vio a Isadora.
Fue tanta su desolación cuando imaginó
la nave de Noé que se iba
a pique, hundida por sirenas.
Pero no fue así la embestida
de animales salvajes, fue peor
de lo que imaginara nunca en pantalla,
en el catecismo y a la hora de la siesta.
María de la Noche
No sabes con certeza cuándo
pero el cielo se oscureció
luego que un viento frío
invadió las partes altas.
La ciudad no se estremece
ni sus fantasmas de cantera
se guarecen, es sólo que los niños
de bronquios rojos desaparecieron.
Los columpios, los árboles,
las carriolas, las bancas y los diarios
fueron abandonados pronto,
como tú, a su suerte.
Pero nada será en balde,
dice María de la Noche,
mientras expone en la mesa
los naipes ciegos, la baraja nueva.
Una a una voltea cada pieza
en orden vertical descendente
y con la yema señala
heridas presagios medias lunas.
Con la duda reproducida en cejas,
la boca seca al plantearse cosas
vuelve a su vida una certeza:
el amado no llega este día
ni el siguiente, ni el otro, ni ningún otro. ®
Sergio Ortiz
Tristes, muy tristes, pero bien, creo que logras transmitir una depresión añeja, cotidiana., prefiero amores perros que perros muertos
La Jael
Dolorosos. Infinitamente dolorosos.
Pilar Alba
Tantas mujeres, tantas historias, tan tristezas y como común denominador: la soledad.
javier
Quizá ellas se enfrentan a unos demonios que les inoculó la noche y de pronto, un torbellino les arranca una parte de su cuerpo y el dios que nos creó se ríe de su obra (él, que tanto nos ama, nos manda la peste).
Hoy saliste oscuro y con escasas oportunidades de resucitar poeta. Con los tiempos tristes mejor leer de tus hurtos juveniles y de tus aventuras con las burocracias, las francachelas de otros que éstas historias desesperadas y desesperanzadas. Mejor una sobre un amor fallido, un taxi volador, un galán desilusionado, una que recupere las pérdidas, de una solterona con barbas o de cuando eras un trompo y bailabas mambo o cha-cha-chá.