Escribir sobre libros, ¿para qué?

Algunas reflexiones sobre el recensor

A propósito de la aparición de su libro Las influencias expuestas. Recensiones de libros, el autor —fiel y puntual colaborador de Replicante— se plantea varias reflexiones en torno a este noble y arduo oficio —cuando se practica con honor—, como, entre otras, la de su misma utilidad.

El autor.

El autor.

Quisiera comenzar planteando cómo es posible que un escritor, por añadidura estudioso de la filosofía y ahora metido a periodista, termine fungiendo como recensor de libros para los lectores de la Ciudad de México teniendo como centro de operaciones Saltillo. La cuestión es provocadora. Me recuerda algo que alguna vez me dijo el desaparecido cronista y escritor Carlos Monsiváis (1938-2010). Él se empeñaba en pintarme como la panacea el emigrar a la capital mexicana. En realidad, no sé si alguna vez lo entendió, porque Carlos ‒como casi todos los intelectuales y los escritores reconcentrados‒ no escuchaba a la hora de sostener un diálogo, más bien eran una suerte de soliloquios, los que eran posibles extraer de él, con un punto de partida hasta cierto grado inducido, cuando uno corría con ese albur. En realidad, yo he vivido fuera de mi ciudad natal, si sumo todos los años, por poco menos de la mitad de mi vida, a grandes rasgos, dos decenios. Primero estudié la licenciatura en la vecina ciudad de Monterrey, metrópolis de nuestra región. Ahí me quedé cinco años. El último me desempeñaba ya como maestro de bachillerato en el Tecnológico de Monterrey. Como a todos los docentes, me becaron incluso para estudiar una maestría en educación con especialidad en Relaciones Internacionales. Mi primer curso, lo tengo aún presente, fue con un maestro de El Colegio de México, experto en la entonces recientemente extinta Unión Soviética, quien había estudiado en la Universidad de Oxford. El segundo fue con un simpático y mofletudo maestro de Harvard, sobre la historia de los Estados Unidos. Recuerdo que él vivía con un indio maya que se había traído de Chiapas. Después pasé casi siete años en Suiza. Más tarde, a mi regreso en 1996, residí de manera intermitente, es decir con breves o no tan breves intermedios, en la Ciudad de México, por espacio de unos cuatro años. Como colofón, en las últimas dos décadas, he estado oscilando entre Monterrey y Saltillo. Tengo, por ejemplo, mi domicilio fiscal en Saltillo pero mi credencial de elector es de Apodaca, Nuevo León, y mi nombre aparece en el padrón de creadores de Conarte. Tengo ese derecho que aún no he ejercido hasta ahora en beneficio propio.

La obra en portada es de Marysole Wörner Baz, "Libros de madera".

La obra en portada es de Marysole Wörner Baz, «Libros de madera».

Un volumen de mi autoría, que lleva por título Las influencias expuestas. Recensiones de libros [Calygramma-Inba-Conaculta-Sep, 2013], acaba de salir en Querétaro. Entre los primeros frutos de mi producción y los últimos transcurre poco más o menos un decenio, un hecho que no deja de parecer extraño. En realidad las tentativas con editores de todo tipo habían sido infructuosas. Ofrecí novelas, ensayos, traducciones, poemas en prosa, libros de índole periodística. El presente libro es una modesta recopilación de buena parte de mis colaboraciones aparecidas en La Jornada Semanal desde el año 2006. Digo parte porque pretendí hacer una selección. Los textos más extensos, con un hálito propiamente de ensayo, se recogen en otro volumen hasta hoy inédito, aunque ya ofrecido en el Fondo de Cultura Económica, la editorial para la que acostumbro reseñar la mayor parte de los libros, de título Esa infinita urdimbre del ayer, una frase tomada de Borges. Se propuso en tiempos de Martí Soler pero no hubo respuesta. Espero que ahora con Tomás Granados pueda lograrse algo; también envié una novela breve. En realidad, lo veo difícil en ambos casos. Los altos raseros que privan en esa casa editora, me temo, rebasan la calidad de mis flacas tentativas o bien pueden ser las magras o nulas cartas de recomendación en el medio oficial que puedo esgrimir en mi favor.

Entonces no lo sabía pero estaba violando un principio básico del periodismo, peccatum nefandum, el cual no debe ser formativo sino informativo. Yo pretendía ofrecer al lector común algunos elementos o herramientas con los que pudiera comenzar a plantearse los problemas que espoleaban la indagación científica e incluso filosófica.

Mi primer volumen, Puntos cardinales [Icocult-Conaculta, 2003], era de entrevistas y ahora este último es de reseñas, dos géneros, no sé si literarios, pero que tienen que ver más con el periodismo. Un hecho en sí mismo curioso, pues mi primera formación fue en filosofía. He cultivado la traducción y la enseñanza de lenguas extranjeras como una forma de ganarme el sustento. Un día, a finales de los años noventa, un amigo escritor de Saltillo, Armando Alanís Canales, ahora emigrado a la capital, tuvo la ocurrencia de poner una revista y de invitarme a colaborar en la sección de ciencia. Intenté abordar algunos conceptos fundamentales de las diversas disciplinas científicas desde la perspectiva filosófica. Entonces no lo sabía pero estaba violando un principio básico del periodismo, peccatum nefandum, el cual no debe ser formativo sino informativo. Yo pretendía ofrecer al lector común algunos elementos o herramientas con los que pudiera comenzar a plantearse los problemas que espoleaban la indagación científica e incluso filosófica. También ahí comencé a traducir artículos de la revista francesa La Recherche que encontré en la no muy abastada biblioteca de la Universidad de Monterrey, mi alma máter, una casa de estudios a la que jamás he vuelto ni siquiera para ofrecer talleres literarios o círculos de lectura y tengo pensado hacerlo algún día. Más tarde, cuando ya estaba algo cansado de las clases de idiomas, entré como corrector de estilo en un diario local. El más grande en aquel momento, el año 2002, en Saltillo. Ahí hacía de todo menos corregir pruebas, revisaba la ortografía y la sintaxis de los reporteros, reformulaba notas de agencias noticiosas, hacía traducciones y empecé a escribir una columna de tema variable pero centrada en asuntos relacionados con la cultura, con esa gran ambigüedad que tiene el término. Abordé desde la muerte del senador vitalicio por la república Agnelli, el magnate italiano, el sentido de las fiestas patrias y la Navidad, hasta reseñas de conciertos de música académica y artículos de fondo sobre autores como James Joyce o Alain Robbe-Grillet o temas como la clonación humana y el periodismo literario. Recibía un salario realmente simbólico para todo lo que hacía pero a la vez me quedaba tiempo para ir corrigiendo y armando mis propios libros.

Palabras de Héctor Carreto para la contraportada.

Palabras de Héctor Carreto para la contraportada.

La reseña de libros es un género en apariencia modesto pero que reclama demasiado tiempo, eso cuando se realiza la labor con minucia y se lee el libro de principio a fin. ¿Cómo es que acabé especializándome en este género? Quiero volver a puntualizar que, aunque el libro de reseñas breves sea el primero en salir, hay otro en dictamen en estos momentos, que es de textos ensayísticos propiamente dichos, es decir, de mayor extensión, de más alto aliento. Es ampliamente aceptado que no existen géneros mayores ni menores en el periodismo; de la misma forma que se ha vuelto algo borrosa la distinción entre artes liberales y serviles en relación con las artes plásticas, hoy que los grandes museos de arte exhiben desde llantas de desecho de autos hasta muebles estrafalarios montados en cierto tipo de instalaciones. Desde el punto de vista literario, un ensayo, una reseña, una crónica o un reportaje, en el caso de que estén bien escritos, son textos que no aspiran a provocar la belleza de manera directa o como fin en sí mismo, se sirven más bien de ella como medio para lograr su propósito, transmitir cierto contenido informativo, tal vez de carácter especializado, más tendente hacia las bellas artes, las humanidades o la historia. No tienen una función pura sino ancilar, si se quiere recordar los términos que propusiera Alfonso Reyes. Sucede otro tanto con la filosofía, la historia, la filología, las humanidades en general, cuando están bien escritas quiero decir, e incluso algunos textos litúrgicos o jurídicos. En ningún momento se trata de despertar el sentimiento de lo bello por mor de sí propio, como se decía en castellano antiguo, sino como un simple medio para hacer más clara, eficaz e incluso solemne y contundente la transmisión de un contenido determinado.

La reseña es un producto singular, que deberían valorar grandemente los autores, los editores, los agentes literarios, los libreros, los educadores, quienes fomentan la cultura y la ciencia, las bibliotecas y, claro, las revistas y periódicos que llenan un espacio precioso con este tipo de escritos.

Entrando en materia, respecto de la reseña o recensión, ¿cuál sería el fin principal que persigue y por qué van siendo cada vez menos socorridas en los diarios? No sé si alguna vez las reseñas abundaron o bien si van a extinguirse, como toda obra humana por otra parte. Hay publicaciones periódicas hechas casi todas ellas de reseñas aunque no abundan en nuestro medio, es cierto. Reseña y recensión son sinónimos. En español es más común la primera voz pero la segunda es de uso algo especializado en España, quizá por la cercanía con otras lenguas románicas, entre ellas el francés y el italiano. De alguna forma, el proceso de trabajo queda exhibido con más claridad en la palabra recensión que en reseña. Al menos así me lo parece. Pasa lo mismo con recensor y reseñista. Recensor, en cierto sentido, es un término más neutro y más exacto, aquel que revisa un libro. Reseñista tiene algo de ridículo, como manicurista o pensionista, alguien que de una cosa de nada hace la gran cosa. Esa impresión me da pero se trata de algo puramente subjetivo, eso es evidente. En resumen, la reseña es un producto singular, que deberían valorar grandemente los autores, los editores, los agentes literarios, los libreros, los educadores, quienes fomentan la cultura y la ciencia, las bibliotecas y, claro, las revistas y periódicos que llenan un espacio precioso con este tipo de escritos. Se trata de invitar a la lectura de un libro, de hacer que otro repita una experiencia paralela por la que uno mismo ha pasado antes. Es casi inevitable ofrecer un juicio, positivo o negativo o, en el mejor de los casos, una mezcla de ambos. Un juicio matizado digamos, que aprueba ciertas cosas y pone en duda otras resaltando los puntos débiles. Es necesario leer de principio a fin el libro, de otro modo es imposible reseñar una obra o bien el texto resulta superficial. Es un tiempo considerable el que debe invertirse peinando boletines de novedades, encargándolas a las editoriales, esperar a que lleguen, fijar un plan cronológico de lectura (de acuerdo con la oportunidad de la noticia, en general son libros salidos el año en curso o el anterior, no más antiguos de preferencia), sometiéndolas a dictamen en las diversas publicaciones periódicas (en algunas no pagan pero sí exigen que sean textos inéditos y en cierta medida) y luego esperar a que aparezcan e incluso provoquen alguna reacción por pequeña que sea, desde el comentario incidental en Facebook hasta el correo con aclaraciones perentorias. Cierto riesgo hay en ejercer la crítica, aunque sea cultural, en un mundo como el que vivimos y un país como México. Hace poco alguien, desde un diario que alguna vez puso el ejemplo del periodismo más crítico hecho en este país hasta que le llegó el momento del famoso golpe, me tachó creo que con injusticia de xenófobo por valerme de la expresión “judío mexicano”, que tiene un significado étnico y religioso totalmente neutro para mí, como se podrá ver en el artículo en cuestión, el cual versaba sobre el gran cineasta estadounidense Terrence Malick, acaso el mayor autor de cine de arte todavía vivo. Ahí se mencionaba a un colaborador mexicano, el único por cierto, cuyo apellido —para quienes no lo conocen‒ suena a extranjero, por eso se señala su origen, más bien un signo de prestigio en el México de hoy. Ser judío en el medio del cine o bien de la música culta, la literatura u otros es tener muchas puertas abiertas. Desde luego, existe también el antisemitismo, por mi parte admiro enormemente a creadores y pensadores judíos como Edmund Husserl, Max Scheler, Ernst Cassirer, Martin Bubber, Norbert Elias, Hannah Arendt, Franz Kafka, Philip Roth, Paul Auster, George Steiner, Polanski (Raymond Roman Thierry Liebling), Woody Allen, Max Ophüls (Oppenheimer). A casi todos ellos he dedicado artículos o ensayos. Haber residido en el espacio de expresión alemana durante casi siete años me hizo sentirme bastante cerca de los judíos, en particular de aquellos que fueron objeto de persecución. Algunas de mis ideas más bien críticas acerca de la actual Alemania ya han sido expuestas con antelación. Una de las cosas que más me irrita del filósofo germano Martin Heidegger ‒además de su estilo para redactar, claro está‒ es su oneroso silencio respecto de la culpa nazi. Por otro lado, también he dedicado artículos a grupos marginados dentro de la misma cultura mexicana, particularmente por su origen étnico, fuente de riqueza cultural, como en el caso de los judíos, ya asquenazíes ya sefaradíes, para los europeos y ahora para los americanos y otras naciones incluso del Lejano Oriente y Oceanía.

Los Ensayos de Montaigne.

Los Ensayos de Montaigne.

Lo que parece inadmisible es hacer de las reseñas un panegírico o defensa celebratoria de las virtudes de los amigos o bien un ataque de los vicios de los contrarios, ¿cómo mantenerse neutros y ecuánimes ante el libro? Pues tampoco se trata de efectuar una disección totalmente aséptica. El amor y el odio son afectos profundamente humanos y terriblemente fuertes. No obstante, si hay algo que distingue a la reseña del ensayo, al menos en mi criterio, es el imponerse un ideal de objetividad, de información, de distancia crítica. No es sólo cuestión de tamaño sino de carácter y de tono. Ensayamos sobre nosotros mismos, solía escribir Michel de Montaigne, quien fue el que acuñó el término essai, que significa tentativa. Tampoco es lo que algunos perciben como elegancia del lenguaje o propiedad del idioma, más esperable en el ensayo que en la reseña pero no por necesidad intrínseca. Hay ensayos muy tortuosos que pueden provocar todo tipo de sentimiento excepto el de lo bello e incluso desprendidos de plumas de grandes escritores como Thomas Mann o Henry James. A su vez hay reseñas bien escritas, al menos en ciertos pasajes, que abundan en frases contundentes y bien cuajadas. Evocaré de nuevo el recuerdo de Jorge Luis Borges, quien preparara innumerables y más bien breves prólogos a libros de otros autores que servían a manera de introducción. Se trata de otro subgénero, emparentado en parte con la reseña. Estoy de acuerdo en algo: procurar evitar los libros de los amigos o los contrincantes. Se perdería la distancia, la necesaria neutralidad y la sensación de descubrimiento que debe deparar el acto de leer para cualquiera. Lo malo de muchos diarios y revistas es que se convierten en trincheras desde donde unos grupos culturales se apertrechan para vulnerar los intereses de los competidores. Por eso es necesario que haya varias e incluso disímbolas voces en una misma publicación como son los casos de Cuadrivio, Replicante, Tierra Adentro, Luvina, La Palabra y el Hombre, Armas y Letras, entre otras publicaciones en las que tengo el hábito ‒o más bien la mala costumbre‒ de mandar colaboraciones no solicitadas, un poco en el tenor del presente escrito.

La lectura es tan vasta y rica como la vida y la propia experiencia que cada quien tiene de ésta, a veces incluso me parece que más, debido al deleite en la morosidad de los detalles. Que cada quien elija sus propias influencias o lecturas inspiradoras.

Para concluir, el volumen Las influencias expuestas está dividido en una serie de diez apartados que comprenden diversos géneros literarios y otros más bien de naturaleza humanística, uno se plantea si es posible conciliar ambas cosas. ¿Existen lectores que se interesen por cuanto el libro propone concebido como una totalidad? Me gusta pensar que el lector ideal de un libro es el mismo autor. Es difícil encontrar un lector totalmente paralelo o alma gemela. Lo que no resulta descabellado es imaginar a un lector de bellas letras que cubra principalmente las secciones que comprenden textos breves, poemas, cuentos, novelas y ensayos literarios e incluso teatro, con más fruición que el resto. Desde luego, lo contrario también es concebible, encontrar un lector más interesado en los libros de filosofía, antropología, historia, lingüística, reflexiones acerca de la edición, la escritura, incluso la bioética y nuestra responsabilidad frente al ambiente. Varios recorridos, como se indica en el prólogo, son de hecho posibles. Yo no trazo la rayuela del libro, es decir, ni siquiera me atrevo a sugerir los posibles derroteros, pero puedo imaginar, por experiencia propia, que un lector no tenga que comenzar el libro por la primera sección y concluirlo por la última, sino más bien ir leyendo lo que le llame más la atención, un poco a saltos. Yo, al menos, así abordo algunos libros de cuentos, de poemas, de textos breves o de artículos. Voy a donde me lleve el apetito del momento. Hay, sin embargo, un mensaje de fondo, digamos un objetivo último que pretendo alcanzar con el libro: mostrarle al posible lector que los libros son múltiples y que, hasta cierto punto, en la variedad está el gusto. Hay un principio demagógico que yo no subscribo en lo que atañe a la lectura. No creo que cualquier libro sea bueno, de la misma manera que no todos los alimentos resultan sabrosos y de valor nutritivo. Hay que equilibrar la dieta, enterarse a conciencia de cuáles son los componentes esenciales de la comida que ingerimos. La historia, es decir la tradición, y la belleza, entendida como una cierta disposición armónica de las partes, son importantes al momento de decidir acerca de la forma final del conjunto. El conjunto, en último análisis, el todo es la propia vida, la existencia concreta de cada cual que, por necesidad, es varia y múltiple. La lectura es tan vasta y rica como la vida y la propia experiencia que cada quien tiene de ésta, a veces incluso me parece que más, debido al deleite en la morosidad de los detalles. Que cada quien elija sus propias influencias o lecturas inspiradoras. ®

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Publicado en: Ensayo, Junio 2013

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