A propósito de los cuarenta años del atentado en que perdiera la vida Eugenio Garza Sada, Fernández Menéndez resucita las mismas especulaciones, haciendo gala de su falta de autocrítica y su carencia de rigor intelectual, por lo que conviene que la carta que me editó sea conocida y difundida como contrapunto al amarillismo y a la mentira.
En el año 2002 Jorge Fernández Menéndez era el director de la (hoy desaparecida) revista Milenio Semanal. Como tal, publicó un artículo con revelaciones “inéditas” sobre una supuesta infiltración de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) en la Liga Comunista 23 de Septiembre, cosa que implicaba, a su ver, que el gobierno de Luis Echeverría estuvo enterado de los planes de secuestrar al empresario regiomontano Eugenio Garza Sada y no hizo nada para impedirlo, lo que a su vez probaría, según el autor, que la Liga no era sino un instrumento en manos del presidente de la república para dirimir por medios violentos sus contradicciones con el empresariado en general, y con el Grupo Monterrey en particular.
El gobierno de Luis Echeverría estuvo enterado de los planes de secuestrar al empresario regiomontano Eugenio Garza Sada y no hizo nada para impedirlo, según Fernández Menéndez, lo que a su vez probaría que la Liga no era sino un instrumento en manos del presidente para dirimir por medios violentos sus contradicciones con el empresariado.
Tan peregrina teoría no tenía otro sustento que las supuestas declaraciones de un personaje, Manuel Saldaña, que supuestamente había sido el infiltrado de la DFS en la guerrilla. Como a mí me había tocado (como encargado por el grupo de Raúl Ramos Zavala de atender a nuestros contactos en Monterrey, en los años 1971 y 1972, antes de la Liga), conocer del problema, le envié la carta que abajo aparece a Fernández Menéndez, quien, en una actitud insólita por su falta de escrúpulos, la editó, haciéndome decir cosas que no quería y distorsionando totalmente los términos de mi reclamo.
Algún tiempo después Fernández Menéndez sacó incluso un libro sobre esa misma especulación, haciendo a un lado no sólo mis argumentos y objeciones, sino también las de Héctor Escamilla Lira (actor principal en el relato de Fernández Menéndez) y las del propio Manuel Saldaña, el oreja de marras.
Ahora, a propósito de los cuarenta años del atentado en que perdiera la vida Garza Sada, vuelve Fernández Menéndez a resucitar las mismas especulaciones, haciendo gala de su total falta de autocrítica y su carencia del mínimo rigor intelectual, por lo que conviene que la carta que me editó sea conocida y difundida (gracias a Replicante) en las redes, como mínimo contrapunto al amarillismo y a la mentira.
Recientemente Fernández Menéndez publicó otro artículo, “40 años del asesinato de Garza Sada”, en donde no hace sino repetir sus viejas especulaciones.
México, D.F., a 6 de agosto de 2002
Señor Jorge Fernández Menéndez,
Director de Milenio Semanal
Estimado Jorge:
La presente es con el fin de aclarar algunas confusiones y extrapolaciones que, desde mi punto de vista, están presentes en tu columna del domingo pasado, “La verdadera historia del asesinato de Garza Sada”.
Para empezar, lo que revelas difícilmente se puede considerar la “verdadera historia” del caso. En el mejor de los casos, sería una historia colateral, de ninguna manera la central. ¿Por qué? Porque Manuel Saldaña, el supuesto policía regiomontano “infiltrado” en uno de los grupos que tiempo después dieron origen a la Liga, no jugó para nada el papel que le asigna el documento firmado por Ricardo Condelle (delegado de la DFS en Nuevo León) y dirigido al director de la Federal de Seguridad, documento que refleja básicamente dos cosas: lo que Saldaña quería que la DFS creyera, para justificar el sueldo y/o escapar de la tortura (en la foto que aparece en Milenio Semanal son notables en su rostro y expresión las huellas de la tortura), y lo que Condelle quería creer, también para justificarse ante sus jefes. Además, para el 17 de septiembre del 73, fecha del intento de secuestro de Garza Sada, Saldaña ha desaparecido totalmente del mapa.
Conocí de cerca el caso de Saldaña porque en aquel entonces (otoño del 71) yo era el responsable del grupo de Raúl Ramos Zavala (Los Procesos) en Nuevo León. Saldaña era un pobre diablo, con claros rasgos de mitomanía, que pronto evidenció su torpeza como “policía” ya que, como se muestra en el propio documento de Condelle, rápidamente supimos a quién servía (a Raúl Ramos le confesó que era oreja), y en consecuencia primero se le aisló y después se rompió toda comunicación con él. De hecho, estuvo peligrosamente cerca de que se le aplicaran los métodos usuales (“revolucionarios”) de trato a los infiltrados.
Saldaña arguye (y Condelle le cree), como prueba de que el grupo de Ramos Zavala ya le había perdonado sus proclividades policíacas, el hecho de que fue hasta el 15 de noviembre del 71 que los comandos (sic) Carlos Lamarca y Pablo Alvarado se sintieron seguros de no ser aprehendidos por las denuncias de Saldaña “en vistas de que no habían sido descubiertos por la policía en los asaltos a los bancos Regional del Norte, sucursal Guadalupe, a la camioneta bancaria del Banco de Nuevo León y a los supermercados Lozano, Azcúnaga y el de la calle Bolívar y Francisco I. Madero, por lo que le retiraban las sospechas y para demostrarle su confianza lo llevarían a su casa para que se procurara ropa y llevarlo a pasar unas vacaciones (sic) a México”.
Pero esto no es sino un vulgar cuento chino: primero, los comandos Carlos Lamarca y Pablo Alvarado recibieron esos nombres un día antes del doble asalto bancario del 14 de enero de 1972 en Monterrey, por tanto, no existían en la fecha que Leonel los da por vigentes; segundo, los asaltos a la camioneta del Banco de Nuevo León, a los supermercados “Lozano”, “Azcúnaga”, etcétera, no fueron ejecutados por el grupo de Ramos Zavala (excepto el del Banco Regional del Norte), según se puede confirmar en los archivos correspondientes; por lo tanto, el que no hubiéramos sido descubiertos (sic) por esos hechos no tenía relevancia. Todo lo demás (que en premio a su buena conducta policíaca le compramos ropa nueva a Saldaña y luego nos lo trajimos a la Ciudad de México ¡de vacaciones! y lo invitamos atenta y formalmente a las reuniones del núcleo central de Los Procesos) sólo pudo ser creído en su momento por Ricardo Condelle —y ahora, según parece, por Milenio Semanal.
Saldaña jamás participó en reunión alguna del grupo, y menos del núcleo central. Tampoco, que recuerde, se habló en reunión alguna del núcleo central de secuestrar a Eugenio Garza Sada, y no porque más de treinta años después trate yo de edulcorar la naturaleza de las organizaciones clandestinas que estábamos construyendo, sino simplemente porque sabíamos que no estábamos preparados para una acción de esos alcances.
Entonces, ¿de dónde sacó Manuel Saldaña los nombres de los integrantes del grupo Los Procesos, de dónde sacó los domicilios (donde dice haber estado) y que básicamente son verdaderos? Muy fácil: de los periódicos. La fecha del documento firmado por Condelle no es inocente: 22 de febrero de 1972, es decir, más de quince días después de la muerte de Raúl Ramos Zavala (6 de febrero de 1972, enfrentamiento en el Parque México) y de la detención de mi primo Jorge Sánchez Hirales (quien precisamente vivía, junto con el que escribe, en el departamento de Casas Grandes 18, en la Narvarte); de los periódicos sacó también el nombre de Hebert Matus Escarpulli (pues ni siquiera todos los del grupo central conocíamos ese nombre), y así por el estilo.
Saldaña jamás participó en reunión alguna del grupo, y menos del núcleo central. Tampoco, que recuerde, se habló en reunión alguna del núcleo central de secuestrar a Eugenio Garza Sada, y no porque más de treinta años después trate yo de edulcorar la naturaleza de las organizaciones clandestinas que estábamos construyendo, sino simplemente porque sabíamos que no estábamos preparados para una acción de esos alcances. Nuestro horizonte “militar” se agotaba en la planeación de un triple asalto bancario, que al final —por las mismas insuficiencias— quedó en doble, y que nos condujo directamente a una catástrofe: la mayor parte de los miembros del grupo en Monterrey fueron detenidos, hubo muertos y heridos, los demás huimos a salto de mata, y como secuencia de esos hechos sobreviene la muerte de Raúl Ramos Zavala, el líder indiscutible del grupo clandestino (esto puede ayudar a explicar por qué la DFS no le dio seguimiento a la nota de Condelle sobre los supuestos planes de secuestro de EGS: se estaba hablando de un grupo prácticamente desmantelado).
No descarto que en conversaciones informales se hubiera hablado de la posibilidad de secuestrar a alguien como Eugenio Garza Sada o a él mismo, sólo digo que nunca se discutió formalmente en el grupo de Los Procesos.
Superar la catástrofe de enero de 1972 en Monterrey nos tomó más de un año, hasta marzo de 1973, cuando en Guadalajara fundamos la Liga Comunista 23 de Septiembre. ¿Y Manuel Saldaña, el supuesto infiltrado, donde quedó? Lo último que de él se supo es que, efectivamente, después de los asaltos bancarios del 14 de enero en Monterrey, se puso en contacto con Héctor Escamilla Lira para decirle que la policía lo había agarrado, que lo habían torturado y por ello tuvo que “soltar” el nombre de Escamilla, el que gracias a esa confesión de un policía evitó ser detenido.
¿Cuál es entonces la verdadera-verdadera historia del intento de secuestro de Garza Sada? Es una historia simple, sin intriga ni misterio, pero sí llena de consecuencias dramáticas para el país y para los directamente involucrados. Resulta que después de fundada la Liga, aproximadamente en abril del 73, Ignacio Salas Obregón, [(a) Oséas], entra en contacto con un grupo asentado básicamente en Nuevo León y Tamaulipas, al que en los círculos clandestinos se le conocía como Los Macías, y cuyos principales dirigentes eran Salvador Corral García y Edmundo Medina Flores. Este grupo, una derivación guerrillerista del Movimiento Espartaquista Revolucionario de Severo Iglesias —que a su vez era la expresión del espartaquismo en Nuevo León— era pequeño, muy “militarista” (su horizonte básico eran las acciones político-militares, sin mayores preocupaciones de estrategia) y era portador de un regalo envenenado para celebrar su integración a la Liga 23 de Septiembre: había estado estudiando los movimientos de don Eugenio y “casi” tenía listo el operativo.
Salas Obregón, al tiempo que dio la bienvenida a Los Macías a la organización, dio luz verde al desenvolvimiento de los planes —éstos sí reales— para secuestrar al magnate regiomontano, con las lamentables consecuencias de todos conocidas. Como se ve, las historias son totalmente distintas, aunque debo reconocer que en efecto hay un eslabón que podría unirlas: Héctor Escamilla Lira. Más allá de lo que el propio Escamilla estime pertinente aclarar, sé perfectamente que su participación en el intento de secuestro del 17 de septiembre de 1973 fue —si la hubo— tangencial, periférica. ¿Por qué? Porque como digo más arriba, todo el operativo quedó en manos de Los Macías, mientras que otros sectores de la Liga sólo prestaron apoyo logístico o de cobertura a esa acción. Y Escamilla no provenía de Los Macías, sino de Los Procesos (por ello mismo, Raúl Ramos Zavala no pudo haber sido dirigente de la Liga Leninista Espartaco, como erróneamente afirmas, ni ésta parte de la Liga 23 de Septiembre).
El primer miembro de la Liga detenido por la policía que realmente participó en los hechos del 17 de septiembre del 73 fue Elías Orozco Salazar, a raíz del enfrentamiento ocurrido en Popo-Park, Estado de México, en octubre de ese mismo año. Y su detención fue casual, en el sentido de que la DFS no iba por él, ni sabía de antemano que hubiera participado en el atentado de Monterrey.
Si lo que digo sobre Saldaña y sobre la “verdadera historia” del intento de secuestro de Garza Sada es cierto, entonces tus inferencias acerca de que “la DFS siempre tuvo … posibilidad de control sobre buena parte de esa organización (la Liga)” también son falsas, a pesar del juego de condicionantes.
Resumiendo: no sé si Manuel Saldaña era policía o un simple oreja, lo único que sé (tomando como base los datos que manejas en la columna y lo que personalmente conocí del caso) es que estaba lejos de ser “un meticuloso informante de la DFS”. No dudo que esta corporación haya querido infiltrar a la Liga y a los demás grupos armados, pero ni siquiera este caso —que aparentemente sería el más sólido—, prueba que la Dirección Federal de Seguridad, como escribes, “infiltró a uno de sus miembros en un comando guerrillero y dejó que se fueran produciendo hechos armados sin intervenir para que éste se ganara la confianza de los mandos de la organización y pudiera penetrar más profundamente en ella”. O sea, Leonel no influyó, no participó, ni siquiera supo lo que hacía el grupo de Los Procesos en Monterrey, ni en cualquier otro lugar, en ese periodo. Las demás inferencias que haces, como la alusión a nuestra supuesta “ingenua complicidad”, son gratuitas, pues el dato principal es falso.
Si lo que digo sobre Saldaña y sobre la “verdadera historia” del intento de secuestro de Garza Sada es cierto, entonces tus inferencias acerca de que “la DFS siempre tuvo … posibilidad de control sobre buena parte de esa organización (la Liga)” también son falsas, a pesar del juego de condicionantes. Si tu palanca de apoyo es Saldaña, no hay caso. Y lo mismo se puede decir de la frase según la cual el caso Saldaña “es una muestra clara (sic) de cómo las líneas entre los organismos de inteligencia política del Estado, algunos miembros de los grupos armados y la delincuencia común, se entremezclaban (sic) con jóvenes idealistas, revolucionarios profesionales e infiltrados que jugaban, en muchas ocasiones, a varios bandos”.
¿Cuál era entonces —1972— la diferencia entre “jóvenes idealistas” y “revolucionarios profesionales”? (los “revolucionarios profesionales” de entonces teníamos entre 20 y 26 años). Las sospechas deslizadas, las insinuaciones tendenciosas y las preguntas capciosas son las que hacen la nota, pero no prueban lo que dicen probar y se revelan como simples especulaciones al gusto de esa “sociedad regiomontana” que, según afirmas, siempre sospechó que detrás de la Liga estaba Echeverría.
No es clara la muestra, sino confusa, y es igualmente confuso el omelette semántico que haces con la forma verbal “se entremezclaban”, pues ello en general no es cierto (los guerrilleros no nos entremezclábamos con la policía), y tampoco es cierto en el caso particular que expones, como creo haberlo mostrado. El único que en toda esta historia quiso “jugar a dos bandos” fue Manuel Saldaña, que nunca fue guerrillero ni nada parecido, y no fue muy exitoso, que digamos. Además, ¿a qué viene la alusión a la “delincuencia común”? ¿cuál era entonces —1972— la diferencia entre “jóvenes idealistas” y “revolucionarios profesionales”? (los “revolucionarios profesionales” de entonces teníamos entre 20 y 26 años). Las sospechas deslizadas, las insinuaciones tendenciosas y las preguntas capciosas son las que hacen la nota, pero no prueban lo que dicen probar y se revelan como simples especulaciones al gusto de esa “sociedad regiomontana” que, según afirmas, siempre sospechó que detrás de la Liga estaba Echeverría.
Finalmente, debo decir que me dio mucha pena que bajo la foto de Anselmo Herrera hayas ordenado poner la leyenda “criminal muerto en balacera relacionada con el secuestro”, no sólo por lo que implica en relación con tu propia trayectoria, sino por la desafortunada exhumación de los peores humores de los sectores propietarios de hace treinta años, en el peor estilo de la revista Alarma! Anselmo Herrera Chávez no fue un criminal, sino un joven revolucionario contaminado —como muchos otros en ese tiempo— con la ideología del redentorismo de origen marxista; seguramente estaba equivocado, pero murió siendo consecuente con ideas que, entonces, algunos tomamos con ideales.
Agradeciendo de antemano la publicación de la presente, te saludo con afecto.
—Gustavo Hirales Morán ®