La marcha del millón de máscaras

Una tarde con los Anonymous

Conforme pasan los segundos se suman más hileras de granaderos, corren desde un camión, reciben órdenes y avanzan hasta conformar un grupo de unos trescientos… los Anonymous apenas llegan a cien.

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Llegar al Monumento a la Revolución es una proeza: enormes plásticos de colores que se extienden por las alturas sostenidos con amarres perfectos de esquina a esquina como carpas de un circo maloliente donde lo mismo se mezcla la política con los viajes turísticos todo incluido, los restauranteros afectados casi al borde de la quiebra con las V de una victoria que para algunos tarda mucho en llegar o de plano ya ni siquiera se le ve.

Cartulinas de colores con mensajes revolucionarios que en sus rimas forzadas llevan la condena, escritos con asombrosas faltas ortográficas. Una zona del centro de la Ciudad de México en la que se concentran los profesores de la CNTE como huevecillos. Charlan en pequeños grupos, escuchan alguna canción norteña en un radio de pilas, fuman, toman café, acuden a las casetas sanitarias dispuestas para hombres y mujeres. Ahí apesta, y esa peste te obliga a salir del laberinto conformado por los campamentos.

Vine a la marcha de Anonymous, busco entre la gente las misteriosas máscaras, esquivo lazos y cables, alzo otros para que no se me atoren en la cara; hay una luz débil y avanzo paso a paso, con la bicicleta sostenida por el manubrio, no sin dar uno que otro madrazo con la llanta delantera, hasta que, luego de pasar un puesto de quesadillas donde comen cuatro hombres encorvados y un enorme puesto de artesanías guerrerenses, doy con los dos primeros Anonymous: una pareja vestida de negro que camina hacia mí. Ahí están por fin las máscaras de Guido Fawkes, el católico inglés que tras fracasar en una conspiración para derribar con explosivos al Parlamento fue arrestado el 5 de noviembre de 1605 y días más tarde ejecutado; a partir de ese día se celebra cada año alrededor del mundo la Marcha del Millón de Máscaras, cuya finalidad es la de “usar la máscara para mostrar de manera solidaria a las personas de todo el mundo una sola idea. La idea de que todos creemos que los gobiernos le han fallado a la humanidad”. Eso dice la convocatoria que se lanzó hace días en la página de Anonymous México, cuya respuesta mostró una vez más la rebeldía electrónica: muchos cambiaron sus fotos de perfil en Facebook por la de Guido, aunque en ocasiones no sabían responder a qué hora era la marcha y el trayecto que tendría. Por eso la primera pregunta que le hago a la pareja de Anonymous es sobre la hora de salida, unos han dicho que a las seis, otros que a las siete, luego que a las ocho. Eso sí, se sabe que partirá del Monumento a la Revolución, seguirá por Reforma, luego por la avenida Hidalgo y entrará por 5 de Mayo al Zócalo.

La primera alerta la mandó horas antes el gobernador de la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, al asegurar en una nota de “Minuto por Minuto” del periódico El Universal que se permitiría la marcha de los Anonymous, pero que no se les dejaría entrar al Zócalo. A las siete, contesta la mujer, delgada, de tez blanca y cabello largo sujeto en una cola de caballo, tras alzarse la máscara, pues si algo dificulta traerla puesta no es sólo respirar, sino comunicarse con los demás. Después se verá que es uno de los motivos para que la marcha se efectúe en silencio.

Antes de llegar a la explanada principal del Monumento a la Revolución se escucha por un audio una voz con acento sudamericano, me suena a venezolano, que alecciona acerca de lo que falta por hacer en una revolución latinoamericana a la que califica de impostergable. Cita al Che Guevara y su sueño de unificar a Latinoamérica frente al imperialismo yanqui. Como dramático fondo a esa voz revolucionaria suenan sirenas, algunos disparos, alguien cuenta su testimonio de cómo lo golpearon los policies… Me doy cuenta de que se trata de un video que proyectan en una televisión de veinte pulgadas frente a un puesto metálico donde venden playeras rojas con la hoz y el martillo estampados en negro, compactos de Silvio Rodríguez, Víctor Jara y hasta una que otra boina tipo Che que cuelga de un lazo

Antes de llegar a la explanada principal del Monumento a la Revolución se escucha por un audio una voz con acento sudamericano, me suena a venezolano, que alecciona acerca de lo que falta por hacer en una revolución latinoamericana a la que califica de impostergable. Cita al Che Guevara y su sueño de unificar a Latinoamérica frente al imperialismo yanqui.

De los pocos Anonymous que ya se encuentran en la plaza casi ninguno se acerca al puesto, caminan como para quitarse el frío, dan vueltas, hacen ejercicios aeróbicos, se alzan las máscaras para fumar; otros preparan paliacates o bufandas a falta de máscaras de Guido, pues se trata de ocultar el rostro, dejar libre tan sólo una rendija por donde asomar la Mirada. Intento ponerme el casco de la bicicleta para imitarlos pero no me cubre más que la frente. Varios curiosos pasan frente a los Anonymous y no falta quien se asusta. Subo a oscuras para llegar a la explanada principal y doy con un rostro de plástico sonriente, de bigotito, barba y mejillas rosaditas, como de bebé. No se ve quién dirigirá la marcha, si hay que gritar alguna consigna… Por allá hay un chavo con una bandera de México que en lugar del rojo y el verde tiene negro. La estira frente a un camarógrafo que le pide una fotografía; se baja la máscara, posa, su rostro queda justo encima del águila también oscurecida. Otros preparan sus cartulinas con leyendas, también los hay que se sienten valientes y dan pequeños saltitos como si en cualquier momento fuesen a subir a un ring; uno, el que brinca más, trae puestos unos zancos metálicos y está por convertirse en el atractivo principal de la manifestación, pues en cuanto ésta comienza brinca y señala el camino por donde deben avanzar los demás.

Minutos antes de las siete de la noche salimos por la calle de la República, esquivamos otra vez los lazos. Una señora se pega en la rodilla por no alzarse la máscara, viene con un niño de unos cinco años, también trae su mascara; algunos maestros salen al paso, indiferentes. Al parecer ni siquiera se les ha informado de qué va la marcha; guardan sus cosas, se anunció días antes que dejarán el Monumento a la Revolución (aunque luego cambiarán el cuento) y en la calle ya se encuentran aparcados algunos autobuses con dirección hacia Oaxaca, Guerrero: ¡Boletos, boletos para Oaxaca, doscientos pesos!, grita una señora vestida con una gruesa chamarra y pantalón de mezclilla desde una mesa de madera frente al teatro Julio Jiménez Rueda.

Mientras la marcha avanza el hombre de los zancos metálicos sigue saltando; los curiosos voltean para verlo, para ver también cómo graba con su celular touch desde las alturas. Antes de llegar a Reforma aparecen los primeros fotógrafos, que se paran frente a la marcha y aprovechan para sacar la mejor fotografía. ¡Mira, vamos a salir en los periódicos!, dice un hombre a su compañera, los dos vienen en bicicleta. Nos hemos colocado en la retaguardia para no estorbar con ellas, aunque más adelante me daré tiempo para subir y rodear el pequeño grupo de manifestantes.

Dos agentes de tránsito detienen a los automovilistas en el cruce de Reforma con República, avenida Juárez e Hidalgo, y los Anonymous avanzan ante la sorpresa de la gente. No faltan los temerosos, hombres y mujeres que prefieren meterse a cualquier establecimiento abierto, a una taquería, al Oxxo o a la estación del metro.

Damos vuelta en Hidalgo y todo transcurre en completa calma; el de los zancos metálicos continúa dando brincos y por momentos parece que es el que preside la marcha, se adelanta, se atrasa, se queda enmedio, vigila de manera discreta el movimiento de los demás y cada vez que tiene oportunidad vuelve a grabar con su celular. Se escucha frente a nosotros el sonido de las sirenas, luego la marcha apresurada de granaderos que se dirigen hacia la manifestación. De proseguir, el choque será inevitable, pero los granaderos corren hacia los lados y forman una pared donde finaliza la manifestación. Llegan más y se colocan rápidamente al frente, la marcha queda encapsulada. Conforme pasan los segundos se suman más hileras de granaderos, corren desde un camión, reciben órdenes y avanzan hasta conformar un grupo de unos trescientos… los Anonymous apenas llegan a cien.

Así van las cosas en la marcha del millón de máscaras, no se concreta que se llegue al Zócalo. Ni con los pinches maestros mandan tanto granadero, cabrones, porque a ellos sí les tienen miedo, dice una señora enojada a mi lado antes de que me suba a la bicicleta y parta rumbo a casa. A esa hora las calles del Zócalo son un hervidero de granaderos disciplinados.

No hay paso para atrás ni para adelante, algunos muchachos sacan sus celulares y graban a los granaderos. A verlos tan cerca me doy cuenta de que muchos de ellos no están bien, escucho su respiración agitada. Colocan los escudos al frente, los arrastran, parece que deben hacerlo para intimidar con ese ruido; amenazan no sólo con el peso de sus miradas agrietadas y algunas hasta rojizas; ríen entre ellos y aprovechan para grabar también con sus celulares. Se les pide que dejen proseguir a la marcha, ninguno de los granaderos responde, son estatuas de marfil a un costado de la Alameda. Mientras, afuera de la cápsula, se juntan los curiosos; arriba de las bancas unas señoras piden que se deje salir a los chavos, no están haciendo nada, no sean cabrones, gritan a los granaderos. Dentro de la cápsula se decide no caer en provocaciones y se pide a todos que se hinquen: unos lo hacen, otros se sientan. Doy vueltas con el manubrio de la bicicleta en la mano, me acerco a un policía, le pregunto sobre lo que procede (hay que utilizar sus mismos códigos), me responde que no sabe, que nadie sabe, que están esperando órdenes. Hay policías que responden llamadas por el celular, se encuentran visiblemente nerviosos. Pasan los minutos y ya de plano algunos Anonymous se han quitado las máscaras. La incertidumbre se apodera del lugar, y de pronto los granaderos cierran aún más la cápsula. Ya valió madres, dice el de los zancos, quien no se ha cansado de gritar que se está violentando el derecho de libre tránsito, que quede constatado que el gobierno de Miguel Ángel Mancera es un gobierno represor. Pinches locos, les lavan el cerebro, dice bajito un granadero a su compañero y sueltan la risa. Sorpresivamente varios Anonymous gritan Échense para atrás, échense para atrás, y dejan solos a dos tipos morenos con mochilas a la espalda, que conste que ellos no son parte de la marcha, son provocadores. Supuestamente a uno de ellos se le ven varios petardos dentro de la mochila, y salen de la cápsula sin ningún problema. Los reclamos aumentan, ¿Cómo los dejan salir a ellos tan rápido? En menos de un minuto los dos tipos han desaparecido, nadie alcanza a ver hacia dónde se fueron. Vuelve la tensión entre manifestantes y granaderos… Han pasado más de cuarenta minutos y dentro de la cápsula ya reina el fastidio y el cansancio, incluso el de los zancos metálicos deja de gritar. Algunos granaderos lo toman como un día de fiesta, mascan chicles, miran a los Anonymous y escuchan sus cada vez menos reclamos.

Por fin se abre la cápsula y salimos en medio del camino que abren los granaderos; apestan, apestan incluso más que nosotros. Hacen guardia a un lado de la Alameda, quién sabe qué es lo que quieren impedir.

Así van las cosas en la marcha del millón de máscaras, no se concreta que se llegue al Zócalo. Ni con los pinches maestros mandan tanto granadero, cabrones, porque a ellos sí les tienen miedo, dice una señora enojada a mi lado antes de que me suba a la bicicleta y parta rumbo a casa. A esa hora las calles del Zócalo son un hervidero de granaderos disciplinados. ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas, Diciembre 2013

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