Castoriadis no es precisamente un autor cómodo para todos aquellos que pretenden navegar bajo la bandera de la democracia pero cuyos verdaderos principios sólo velan por el interés de unos pocos, los oligoi, caracterizándose a sí mismos como los mejores, los aristoi.
Asistir a los seminarios de investigación que entre 1982 y 1984 impartiera en la École des Hautes Études el propio director, el filósofo, politólogo y psicoanalista Cornelius Castoriadis (1922-1977), que versaron sobre la ciudad, la polis, y las leyes, los nomoi, en la Grecia clásica, debió haber sido un gran privilegio. Una experiencia si no comparable, al menos paralela, es la que puede revocar el lector en lengua española, gracias a la sobria y mesurada traducción que el argentino Horacio Pons hiciese de la obra La ciudad y las leyes. Lo que hace a Grecia, 2. Seminarios 1983-1984. La creación humana III [Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2013]. Imaginar que durante dos años lectivos uno encamina los pasos a un aula con el solo propósito de escuchar y tratar de embeberse en esa antigua sabiduría meridional de un griego, nacido en Estambul, con estudios superiores en Atenas, pero desde 1945 residente en París, ciudad en la que habría de morir, no sin antes asimilarse de manera completa y definitiva a la cultura francesa. En 1949 funda la revista Socialisme ou Barbarie. Entre 1948 y 1970 se desempeña como economista en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. A partir de 1979 ocupa la dirección, en el departamento de Ciencias Sociales, de la École des Hautes Études.
El insigne pensador social se plantea, una y otra vez, la posibilidad de “una sociedad donde todos los ciudadanos tienen una posibilidad concreta igual de participar en la legislación, el gobierno, la jurisdicción y, en definitiva, la institución de la sociedad”, es decir el sentido y la esencia de la auténtica democracia.
Castoriadis no es precisamente un autor cómodo para todos aquellos que pretenden navegar bajo la bandera de la democracia pero cuyos verdaderos principios sólo velan por el interés de unos pocos, los oligoi, caracterizándose a sí mismos como los mejores, los aristoi. Con denuedo y obstinación el insigne pensador social se plantea, una y otra vez, la posibilidad de “una sociedad donde todos los ciudadanos tienen una posibilidad concreta igual de participar en la legislación, el gobierno, la jurisdicción y, en definitiva, la institución de la sociedad”, es decir el sentido y la esencia de la auténtica democracia, tanto en su acepción helena como en aquella plenamente moderna. Para Castoriadis un texto fundamental es la Constitución de los atenienses, tal como el historiador Tucídides la atribuye a Aristóteles, ese incólume pensador que vivió en el siglo IV a.C., la edad de oro y la cumbre del pensamiento ático, pero cuyas raíces, en clara diferencia con su extraño maestro Platón, se proyectaban hacia el pasado, el siglo V a.C., una edad más cercana al inicio del pensar anterior a Sócrates. Constitución tiene aquí el sentido de una institución propia que se da el pueblo a fin de gobernarse por sí solo. La discusión entre democracia directa, la única real, y representativa, aquella que en términos modernos puede llevarse a la práctica o más bien que sirve para escenificar la farsa democrática, es espinosa y se planteará en estas páginas de manera reiterada.
Quienes pretenden ridiculizar la democracia clásica, tal cual la vivieron los griegos en Atenas, suelen esgrimir sus patentes contradicciones o lados oscuros: por un lado, la existencia de la esclavitud y, por otro, el grado de subordinación absoluta, de no ciudadanos, que tenían las mujeres y las criaturas (los menores en general). En esas ágiles charlas y discusiones al final de cada seminario Castoriadis se empeñará en salvar todos los obstáculos, valiéndose de conceptos modernos como el de la soberanía en Rousseau, la cual reside no en el príncipe (el poder ejecutivo u órgano de gobierno) sino en el pueblo, que es de donde emanan las leyes. Acceder al pensamiento de este autor, agudo y valeroso, es un verdadero regalo, particularmente en estos tiempos que corren de tantas medias verdades e intentos de manipulación de las mentalidades. Otro autor a quien se cita con profusión es a Nietzsche, a causa de su obra acerca del nacimiento de la tragedia griega. Sin la existencia de la polis y la idea de la democracia es inconcebible el surgimiento de la llamada tragedia ática. También se pone de relieve a Heródoto como uno de los primeros antropólogos culturales de la humanidad, sin prejuicios para apreciar las aportaciones de los otros, sobre todo los egipcios por su antigüedad y los persas por su poderío. Éste y tantos otros tópicos vienen a discusión en estas interesantes páginas de un volumen que ve la luz en la Argentina. ®