A pesar de que fue Pinochet quien ordenó los asesinatos de más de tres mil partidarios del régimen de Allende, la tortura de miles y el exilio de otros más, la investigación de la periodista Alejandra Matus concluye que la verdadera causante de que Pinochet se decidiera a participar en el golpe fue su esposa, Lucía Hiriart.
Al ex dictador chileno Augusto Pinochet, protagonista del golpe de Estado de 1973, se le atribuye toda la responsabilidad de los crímenes cometidos bajo su mandato, pero las publicaciones de los periodistas Cristóbal Peña y Alejandra Matus lo muestran como un pelele de bajo nivel intelectual que sin la ayuda de su esposa, Lucía Hiriart, nunca hubiese tomado el poder que detentó durante diecisiete años.
El 10 de noviembre de 2006, luego de que funcionarios del Hospital Militar comunicaran “el sensible fallecimiento del ex presidente de la República y ex comandante en jefe del Ejército, general Augusto Pinochet Ugarte”, las reacciones de los chilenos fueron inmediatas. Las grandes alamedas se abrieron y más de cinco mil personas, entre ellas familiares de detenidos-desaparecidos, salieron a las calles para festejar la muerte del tirano; escenas con cientos de personas con banderas o pancartas, brindando con champagne y coreando consignas como la célebre “el que no salta es Pinochet” dieron la vuelta al mundo para mostrar el sentir de gran parte de la población chilena que, de alguna manera, creyó que la justicia finalmente había llegado.
Mientras tanto, los simpatizantes —sí: aún hay en Chile fieles partidarios del ex dictador— en las puertas del Hospital Militar y en la casa de Pinochet dejaban flores, velas y banderas chilenas con el rostro del militar impreso en el centro. La derecha, siguiendo con una estrategia doble estándar para desmarcarse de la imagen de Pinochet, evitó las declaraciones institucionales.
No obstante, es imposible separar a la derecha chilena de un personaje tan influyente y peligroso como lo fue Pinochet, porque rostros de personajes como el presidente de Renovación Nacional, Carlos Larraín; el ex ministro de Desarrollo Social de Sebastián Piñera, Joaquín Lavín; el diputado Iván Moreira, entre otros ex colaboradores del gobierno pinochetista, aún permanecen en la memoria de los chilenos como parte de ese periodo en que los derechos humanos y la democracia fueron gravemente vulnerados.
Y es que, contrario al dogma de muchos simpatizantes que todavía hoy intentan justificar aquel régimen autoritario, siempre resulta insostenible gobernar todo un país con la voluntad ideológica de una sola persona, pues hay ciudadanos que interactúan con libertad ideológica, con pluralidad de ideas, y gente que obedece y acata la voluntad del poderoso por miedo a las represalias.
Es cierto que un alto porcentaje de chilenos celebró la caída del gobierno socialista de Allende, y las tropas militares fueron vitoreadas y aplaudidas, otros tantos miraban horrorizados cómo La Moneda ardía en llamas mientras por la puerta que da a la calle Morande un grupo de soldados sacaba el cadáver del presidente Allende.
Definitivamente, entre la razón o la fuerza, como cita el escudo patrio chileno, Augusto Pinochet eligió lo segundo: dirigir una nación con una política del terror.
Si bien es cierto que un alto porcentaje de chilenos celebró la caída del gobierno socialista de Allende, y las tropas militares fueron vitoreadas y aplaudidas, otros tantos miraban horrorizados cómo La Moneda ardía en llamas mientras por la puerta que da a la calle Morande un grupo de soldados sacaba el cadáver del presidente Allende cubierto con la bandera nacional.
Hasta el día de hoy, cuarenta años después, la herencia maldita de la dictadura de Pinochet sigue dividiendo a Chile. Unos se niegan reconocer las atrocidades cometidas contra los ciudadanos durante los diecisiete años de régimen militar mientras que otros lloran a sus muertos, tratan de sobreponerse a los tormentos sufridos o exigen saber dónde están sus familiares desaparecidos y, “sin perdón ni olvido”, reclaman justicia,
Camino al infierno
Augusto Pinochet, hijo de un funcionario aduanero, nació en el puerto de Valparaíso el 25 de noviembre de 1915. Su madre fue quien lo empujó a seguir la carrera militar y su esposa Lucía Hiriart, hija de Osvaldo Hiriart, un fiscal de la agencia de gobierno Corfo (Corporación de Fomento de la Producción), alimentó su ambición por el poder.
“Pinochet no da el golpe como el primero, participa en él y tiene que dar muestras de que es el más duro, tiene que empujar por ser el primero, entre septiembre del 73 y junio del 74 tiene que deshacerse de varios enemigos y pisar bastantes callos para llegar a ser el primero. En ese esfuerzo Lucía fue clave”, dice la periodista y autora del libro Doña Lucía: la biografía no autorizada [Ediciones B], Alejandra Matus, en una entrevista para el diario chileno Dinamo.
Cuando Pinochet contaba nueve años su madre fue diagnosticada de asma y la mejor opción para ella era trasladarse con toda la familia a Quillota. Fue entonces cuando el pequeño Augusto conoció el dolor de la separación; a los diez años abandonó la casa familiar para ingresar en el internado Seminario San Rafael, una institución católica donde, irónicamente, desarrolló un miedo exacerbado: el de irse al infierno.
En una entrevista hecha por la periodista Raquel Correa, el general contó que el sacerdote del seminario le repetía casi a diario que “el infierno dura una eternidad”. Cuando el joven Augusto comprendió qué era la eternidad comenzó a odiar la idea de pasar mil vidas en un submundo en el que constantemente sería castigado por sus pecados; sin embargo, el cura nunca le enseñó cuáles pecados debía cometer para ganarse el pasaje directo al infierno —por lo mismo vivía asustado y ansioso. “Uno debía darse cuenta solo de que no podían cometer pecados mortales”, dijo Pinochet en la misma entrevista.
Cruel ambición
Desde niño Pinochet quiso ser militar, aunque también pensó en la posibilidad, motivado por su padre, de ser médico pediatra, pero quizás descartó esa idea al reconocer sus limitaciones. Cuando cumplió los catorce años de edad postuló a la Escuela Militar, pero lo rechazaron. Lo intentó dos veces más y también fracasó.
Según cuenta Pinochet en sus memorias, los argumentos que la Escuela dio para rechazarlo fueron que era muy delgado y muy bajo, aunque la verdad es que no fue aceptado por sus escasas capacidades intelectuales. Pinochet nunca fue un alumno sobresaliente, por esa razón no calificó para la prestigiosa Escuela Militar; finalmente, ingresó ahí cuando tenía diecisiete años.
En junio del año 1973 Pinochet fue nombrado comandante en jefe, gracias a que las recomendaciones del ex comandante en jefe Carlos Prats convencieron al presidente Allende de que el general Pinochet era digno de su confianza.
Ya en la década de los cincuenta participó en las luchas políticas y enderezaba una ofensiva contra el Partido Comunista. Como una broma del destino, fue su aparente falta de ambición política lo que lo ayudó a avanzar al rango de general en virtud de la Unidad Popular encabezada por Salvador Allende. En junio del año 1973 Pinochet fue nombrado comandante en jefe, gracias a que las recomendaciones del ex comandante en jefe Carlos Prats convencieron al presidente Allende de que el general Pinochet era digno de su confianza.
Tres meses después, en septiembre de 1973, el presidente Allende descubrió que se había equivocado. Perdió la vida en el golpe de Estado que inauguró diecisiete años de una dictadura que laceró al país gravemente. Una herida que aún no termina de sangrar ni de sanar.
A pesar de que fue el propio Pinochet quien ordenó los asesinatos de más de tres mil partidarios del régimen de Allende, la tortura de otros miles y el exilio de muchos más, la investigación realizada por Alejandra Matus insiste en que la verdadera causante de que Pinochet se decidiera a participar en el golpe fue su esposa, Lucía Hiriart, y que una vez que Pinochet se vio en el poder la ambición que tal vez permanecía adormecida despertó con furia y crueldad desmedidas.
En una entrevista para la revista Caras Matus dijo: “El Golpe iba, porque ya había una conspiración en curso. Pero sin Lucía, Pinochet no hubiera sido el hombre del Ejército; él estuvo hasta el 9 en la tarde con Allende. Creo que sin ella hubiera tenido más incentivos para permanecer leal, de tal forma que Pinochet pudo ser una víctima de la dictadura como lo fue Carlos Prats”. Añade que Lucía logró convertir a su tosco marido en el hombre más poderoso de Chile, además de ser determinante para mantenerlo en el poder. “Al final, vivió la condena que no conoció Pinochet. La desafectación de todo ese mundo del que alguna vez se vio rodeada, que consentía sus caprichos, para pasar a vivir una soledad en jaula de oro, acechada por el miedo a perderlo todo. Lo peor para ella es que ya no tiene tiempo para cambiar ese mundo, para librarse de la amargura del abandono”, dijo.
Fetichista de libros
Según Cristóbal Peña, periodista y autor de La secreta vida literaria de Augusto Pinochet [Debate], el ex dictador era un fetichista que coleccionaba compulsivamente libros que raramente leyó: “Era un tipo que no demostraba tener una gran cultura. O sea, cuando oíamos sus discursos nunca nos asombrábamos positivamente de algún comentario, nunca citó autores”, dice.
Después del golpe, en un acto de transparencia democrática Pinochet hizo una declaración jurada de bienes y entre sus propiedades incluyó una biblioteca. Ese dato demostraba ya el interés que Pinochet tenía por los libros, y le gustaba jactarse de ellos ante sus invitados; así lo dejan ver las periodistas Raquel Correa y Elisabeth Subercaseux en su libro Ego Sum Pinochet cuando describen que el ex dictador paró abruptamente una entrevista y les dijo: “Hasta aquí no más llegamos”, y las invitó a conocer una de sus oficinas: “Para que vean parte de mi biblioteca. Tengo treinta mil volúmenes que voy a regalar más adelante, así es que no miren despectivamente a mi biblioteca. Claro está que no la tengo completa en La Moneda. Una parte de ella está en Melocotón, otra en la casa de Presidente Errázuriz, otra en Bucalemu y una parte aquí”, les confió Pinochet. Las periodistas cuentan que había cientos de libros, algunos recién comprados y los favoritos del general eran unos de arte escritos en francés.
Años después, en enero de 2006, un grupo de funcionarios de investigaciones por orden del juez Carlos Cerda, instructor del caso por las cuentas del banco Riggs, ingresaron al fundo Los Boldos de Santo Domingo para determinar el valor y origen de los volúmenes existentes en las bibliotecas que el general en retiro había adquirido con fondos fiscales: 55 mil ejemplares valuados en 2,840,000 dólares. Libros que, según Peña, nunca leyó.
La cultura proporciona estatus y acaso cada ejemplar le hacía sentir al general que podría igualar en brillantez intelectual a los anteriores comandantes en jefe. “Atesoró, pero no con un afán exhibicionista sino fetichista y para convencerse a sí mismo de que realmente era un intelectual”, dijo Cristóbal Peña en entrevista con Radio Zero.
“Pinochet fue producto de las oportunidades, más que de las convicciones. En algún momento de su carrera vio la posibilidad de hacer un camino en la Academia como una forma de sobreponerse a sus limitaciones intelectuales, limitaciones de un hombre que se sabía menospreciado por sus pares en términos intelectuales”.
Según Peña, fue en los años cincuenta cuando Pinochet decidió dar un giro en su carrera militar. En una época en que los militares eran importantes en áreas tanto políticas como científicas, Pinochet, que era bastante pillo y oportunista, apostó por dirigir su carrera hacia el ámbito académico, ya que él sabía que dentro de esa área tendría más oportunidades de progreso en el ejército.
“Pinochet fue producto de las oportunidades, más que de las convicciones. En algún momento de su carrera vio la posibilidad de hacer un camino en la Academia como una forma de sobreponerse a sus limitaciones intelectuales, limitaciones de un hombre que se sabía menospreciado por sus pares en términos intelectuales”, dice Peña en la entrevista.
Pinochet: el Salieri de Carlos Prats
El historiador Gonzalo Vial Correa escribió en su biografía sobre Pinochet que el general era consciente del menosprecio intelectual que Allende y otros políticos de la Unidad Popular sentían por él. Eso no significaba que no lo tuvieran por un hombre de fiar, muy por el contrario. Nada más confiable que un militar al que consideraban únicamente “preocupado de los juegos de guerra”.
Carlos Prats y Pinochet tenían una relación muy cercana. Prats lo consideraba un soldado apolítico y profesional, por lo que fue uno de sus más cercanos colaboradores, siendo considerado por varios generales el segundo de Prats.
Sin embargo, tras los anteojos oscuros Pinochet ocultaba la envidia y los celos que sentía por Prats; de hecho, el crimen contra el general Prats siempre fue interpretado como un asesinato político, que lo fue, aunque la tesis del periodista Cristóbal Peña es que se trató de un crimen pasional motivado por los celos intelectuales. Una especie de paralelismo con esa rivalidad de talentos entre Amadeus Mozart y Antonio Salieri, que terminó con la muerte del primero, al menos en el mito animado por la ficción, a manos del segundo.
El crimen contra el general Prats siempre fue interpretado como un asesinato político, que lo fue, aunque la tesis del periodista Cristóbal Peña es que se trató de un crimen pasional motivado por los celos intelectuales.
Pinochet envidiaba que Carlos Prats y otros oficiales de distinto rango destacaran más que él. “Pinochet fue un alumno mediocre que miraba a estas lumbreras de forma lejana, con celos y envidia. Porque él siempre tuvo que estudiar el doble que los otros, nunca logró altas calificaciones. A lo largo de su carrera siempre resintió esta dificultad intelectual”, cuenta el autor en Radio Zero.
Tradicionalmente los comandantes en jefe eran los mejores alumnos de su generación, pero esa tradición se rompió con Pinochet, que acrecentaba su odio y resentimiento. Prats sí era un militar descollante, inteligente y muy culto. ¿Cómo justificar el recelo del dictador, cuando lo que debió haber sentido hacia Prats era gratitud por cuanto fue él quien lo promovió a comandante en jefe y lo creía leal y capaz?
Así lo sostiene Alejandra Matus en la entrevista con el diario Dínamo: “Pinochet fue la última antigüedad de su curso, siempre se sacó las peores notas, no tenía ni una posibilidad de encabezar nada, nunca estuvo con ni se definió por nada y el único sector donde mantuvo más o menos alineado fue con estos constitucionalistas, donde él obedecía y aplicaba; como dice Gonzalo Vial, fue siempre el perfecto segundo hombre”.
La obsesión odiosa del ex dictador se hizo todavía más patente cuando el exiliado general Prats escribió un artículo en una publicación argentina sobre geopolítica, materia en la cual Pinochet quería sobresalir en sus años en el poder, cosa que nunca logró porque como autor no tuvo ninguna importancia. “No podría tenerla siendo que lo que escribió fue un plagio del libro de su mentor, el general de izquierda Gregorio Rodríguez Tascón, al que le debía su carrera académica”, narra Peña en la entrevista citada.
Existen antecedentes judiciales que acreditan la tesis de Peña. Por ejemplo, Federico Willoughby, secretario de prensa de la Junta de Gobierno, además muy cercano a Pinochet, declaró haber sido testigo de los berrinches y ataques de ira del dictador cuando se enteraba de las publicaciones de Prats en Argentina; que el tirano sentía celos del prestigio y protagonismo que estaba ganando Prats al otro lado de la cordillera. Según Peña, Prats “representaba el modelo al cual Pinochet siempre quiso acercarse, el que quiso imitar pero nunca lo consiguió por debilidades propias del personaje”.
Así, el 30 de septiembre de 1974, Pinochet pudo apagar su odio cuando Carlos Prats y su mujer, Sofía Cuthbert, fueron asesinados en Buenos Aires a manos de agentes de la policía secreta de la dictadura. ®
Miguel Bedon
Muy buen reportaje del dictador de Chile felicitaciones al autor