Este agravamiento de un Estado en que cada vez se pierden más libertades y lo que aumenta es el miedo, el miedo al desempleo, el miedo a decir, el miedo a escribir, el miedo a la violencia, el miedo a la pobreza, el miedo a la inseguridad y al asesinato, no puede ser bueno.
Llamé mi columna “La búsqueda del grial” porque de algún modo es lo que hacemos todos en la vida: nos ocupamos en tratar de encontrarle un sentido. Un sentido social, universal, espiritual y por supuesto, uno que sea personal, subjetivo.
En las condiciones de un mundo ideal, donde todo el mundo tuviera satisfechas sus necesidades materiales como las de comida, vivienda, un trabajo remunerado y decente y respeto a sus derechos humanos elementales, las personas podrían dedicarse incluso a otras actividades, como la búsqueda de intereses recreativos, sociales o incluso religiosos o espirituales. Pero no vivimos en un mundo ideal y no todas las personas tienen resueltas ni siquiera las mínimas condiciones de sustento, ni son libres para escoger los trabajos más adecuados para ellos o darse el lujo de tener otras actividades o de estar seguros de que sus garantías y derechos humanos serán garantizados.
Los recientes acontecimientos en nuestro país, resultado de violencia, corrupción y abuso de poder —asesinatos brutales de maestros, periodistas y mujeres en los últimos meses— me hacen reflexionar y recordar algunos conceptos que el economista Amartya Sen explica en su libro fundamental Development as Freedom. Cuando estudié economía en los años ochenta nos enseñaron que los modelos económicos se basan en la observación de la realidad pero que sólo debían tomarse en cuenta los elementos económicos como parámetros científicos para elaborar esos modelos. Pero llega Sen y nos dice que para poder desarrollarnos lo que se necesita es un elemento que no se consideraba “económico” con anterioridad: la libertad. La libertad como concepto filosófico, como concepto básico de derechos humanos en contraposición a la esclavitud. ¿Pero qué tiene que ver “la libertad” como concepto fundamental y parte de una retórica romántica con la economía?
Pues bien, Sen contesta: “El desarrollo (económico) requiere el desmantelamiento de las mayores fuentes de falta de libertad, que son: la pobreza, la tiranía, pocas oportunidades económicas así como una sistemática privación social, un descuido en los servicios públicos así como también intolerancia o represión gubernamental”.
México se ha convertido, de manera muy clara y preocupante, en ese modelo económico y social que promueve y fomenta la falta de libertad. Empecemos por analizar esta situación poco a poco. Es evidente que la pobreza no termina sino que aumenta, gracias a las políticas neoliberales que se han aplicado, en el mejor de los casos, o por el simple abandono de políticas en el peor de los casos. El Estado ya no es un Estado rector de la economía, ya no tiene autoridad ni liderazgo. Ha olvidado las áreas de servicios sociales más básicos como la educación y los servicios médicos, y tampoco se ha ocupado de ofrecer o de encauzar a los empresarios a proveer de oportunidades económicas o buenos empleos medianamente remunerados a escala internacional, y para colmos de males, a pesar del discurso demagógico, se ha vuelto un Estado represor e intolerante. Lo que es peor, añadiría, el desmedido centralismo que lo caracterizó en el pasado ha provocado un encapsulamiento del poder en los estados que ha hecho de éstos feudos medievales de poder totalitario donde los gobernadores, alcaldes e incluso presidentes municipales se convierten en señores de vida o muerte, corruptos criminales con fuero que participan del banquete de violencia y crueldad de los grupos que controlan el narcotráfico, la prostitución y otras áreas delictivas.
De nada ha servido desde hace tres sexenios que los partidos políticos hayan tenido alternancia. Ninguno de ellos ni sus líderes han podido ofrecer un modelo para cambiar a México sino más bien han ahondado el problema. Quizá porque a nadie le ha interesado el país, que queda lejos de llenar los objetivos personales de enriquecimiento a costa de lo que sea.
Para establecer con ejemplos el significado de la libertad necesaria para alcanzar el desarrollo económico el economista laureado con el Nobel, Amartya Sen, pone un ejemplo impresionante.
Caminar por la calle libremente, subir a un transporte público o circular con confianza por una ciudad deben ser actos que provengan de la libertad y la seguridad que provea un sistema eficiente, civilizado y desarrollado. En mi país estos simples actos se han deteriorado. Tenemos miedo de caminar por las calles, de subirnos a un camión, de ser asaltados en nuestro coche, robados en nuestra casa, de ser atacados de alguna manera.
Cuando era niño y vivía en Dhaka, la actual capital de Bangladesh, vio entrar a su jardín a un hombre herido que sangraba profusamente. Alguien lo había acuchillado en la espalda. El hombre era musulmán y estaba haciendo algún trabajo en una casa vecina en un barrio mayoritariamente hinduista. Su padre lo llevó al hospital, donde murió horas más tarde. Era la época precedente a la división entre la India y Pakistán en la que se mataban entre hinduistas y musulmanes. La esposa del hombre atacado le había suplicado que no fuera a trabajar a esa área, pero el hombre necesitaba el empleo de manera desesperada pues él y su familia no tenían qué comer. El castigo por su falta de libertad económica fue la muerte. O sea, el no poder escoger el trabajo más adecuado en el lugar más adecuado para cada persona es una falta de libertad. Ése fue el caso de la India.
En México, el tener que viajar a otro país, de manera ilegal, arriesgando la vida o endeudándose absurdamente para ejercer un derecho básico que es obtener un trabajo digno es una falta de libertad económica. Tener que contraer deudas o tener que engancharse con mafias criminales es una falta de libertad económica cuando no hay otras opciones dentro del sistema económico. El no poder tener la libertad de expresión para describir los abusos del poder o elegir a los candidatos que uno desea también es una falta de libertad política. Sen dice: “La falta de libertad económica, en la forma de pobreza extrema, puede hacer de una persona una presa indefensa ante la violación de otras libertades”.
Caminar por la calle libremente, subir a un transporte público o circular con confianza por una ciudad deben ser actos que provengan de la libertad y la seguridad que provea un sistema eficiente, civilizado y desarrollado. En mi país estos simples actos se han deteriorado. Tenemos miedo de caminar por las calles, de subirnos a un camión, de ser asaltados en nuestro coche, robados en nuestra casa, de ser atacados de alguna manera.
¿Dónde está la libertad de tránsito, la libertad para comprar y vender, la libertad de vivir con confianza, la libertad de conseguir un empleo y bien remunerado?
Los mexicanos tenemos miedo de caminar, de hablar, de escribir, de vivir.
Mi hija trabaja en un despacho en la calle de República de Perú en el centro de la Ciudad de México. Hace unos días me contó que hubo una balacera junto a su edificio y que dos días antes había habido otra en la Plaza de Santo Domingo, a dos cuadras de ahí. Aunque ella no estaba en ese momento expresó su deseo de no ir a trabajar más al centro. Tiene miedo. Hoy leo en el periódico que las balaceras se debieron a que un grupo de veinte mafiosos fue a cobrarles a los vendedores “derecho de piso” y que, al negarse a pagar los comerciantes, los criminales abrieron fuego con igual número de armas. Hemos perdido la libertad de comerciar libremente. Hemos perdido la libertad de caminar por las calles con tranquilidad porque no hay seguridad, no hay autoridad. Tenemos miedo.
En mi caso, pasé ocho años en un juicio civil y penal contra un mafioso que siendo inquilino de una oficina en casa de mi padre, meses después de que él había muerto, fabricó un contrato falso de compra–venta con una firma falsa. El hombre es “doctor en derecho” y maestro en la UNAM, y hasta donde sé “amigo de magistrados”. Una y otra vez, a pesar de que yo tenía la razón y pruebas contundentes a mi favor, fue volteando el juicio a su favor porque compraba a los jueces instancia tras instancia. Ésta es sólo una pequeña muestra de que nuestro sistema de justicia es una burla, un chiste o una tragedia. Puedes considerarte afortunado si no te construyen un caso o te agarran de chivo expiatorio. No tenemos libertad para hacer uso del aparato judicial con un sentimiento de confianza.
Este agravamiento de un Estado en que cada vez se pierden más libertades y lo que aumenta es el miedo, el miedo al desempleo, el miedo a decir, el miedo a escribir, el miedo a la violencia, el miedo a la pobreza, el miedo a la inseguridad y al asesinato, no puede ser bueno.
Tenemos que recuperar de alguna manera esos espacios de libertad donde no tengamos miedo de ir a trabajar a la zona equivocada, como en el Bangladesh del pasado. A donde los comerciantes no tengan miedo de abrir sus locales, a donde las mujeres no tengan miedo de salir y ser asesinadas. Recuperar el país donde no nos dé miedo caminar por la calle, respirar, vivir.
En este momento no puedo concebir cómo un ciudadano común en este país pueda dejar de tener miedo, pero quiero pensar, junto con las palabras de Rosario Castellanos, que debe haber Otro modo de ser, Otro modo de ser humano y libre. ®