El sábado 5 de septiembre se inauguró el Foto Museo Cuatro Caminos FM4C, un enorme recinto ubicado al noroeste de la Ciudad de México dedicado a la imagen en el sentido más amplio de expresiones, medios, técnicas y soportes.
Esta flamante institución se creó gracias a la iniciativa del fotógrafo–artista Pedro Meyer —el edificio donde se alberga era una antigua fábrica de plásticos propiedad de la familia Meyer— y a su certero grupo de colaboradores conformado esencialmente por los también fotógrafos–artistas y curadores Francisco Mata Rosas y Gerardo Montiel Klint, María Guadalupe Lara, directora del museo, y el arquitecto Mauricio Rocha Iturbide, transformador y realizador de las adecuaciones al edificio original.
El resultado es un espacio espectacular, que a decir de sus propios creadores estará dedicado “a la educación, exhibición, reflexión y experimentación de la imagen”, con especial énfasis en los aspectos educativos, como dijo Pedro Meyer en una entrevista con Rogelio Villarreal para la revista Magis.
Es importante resaltar varios aspectos —para la reflexión, el análisis y la evaluación— sobre la apertura de este espacio dedicado a la imagen. En primer término, reconocerle a Pedro Meyer sus rotundas aportaciones a la fotografía mexicana en la segunda mitad del siglo XX y arranque del XXI. Baste mencionar su decisiva participación en la creación del Consejo Mexicano de Fotografía, con sus respectivos Coloquios Latinoamericanos de Fotografía, y la conformación de una importante colección de fotografía mexicana y latinoamericana hoy resguardada en el Centro de la Imagen; su creación visionaria del portal web —según Network Solutions el dominio fue registrado el 15 de julio de 1995 y puesto en operación a finales del mismo año— sobre fotografía de autor llamado Zone Zero, y su decisiva aportación para la creación y puesta en marcha del Centro de la Imagen / Conaculta junto con otras personalidades como Rafael Tovar y de Teresa, Víctor Flores Olea, Patricia Mendoza y Pablo Ortiz Monasterio, entre otros. Hoy, a todas esas tareas, amén de su trabajo como fotógrafo e impulsor incansable de la fotografía digital, se viene a sumar el Foto Museo Cuatro Caminos.
A pesar de que Pedro Meyer ha sido señalado —en voz baja y alta— de imponer criterios y de sentirse dueño de la fotografía de autor en México con prácticas grupales para impulsar a cierto conjunto de fotógrafos, ha sido y es piedra fundamental en la fotografía mexicana. Todas sus iniciativas han sido polémicas porque busca siempre innovar y llevar a la fotografía y a la comunidad de fotógrafos con voz de autor a otros puertos, muchos de ellos en proceso de definición aún.
El segundo aspecto que es importante resaltar es que, al ser un recinto cultural privado, recibió una aportación importante del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes —hecho nada extraño, ya que su actual presidente es un funcionario sensible a proyectos relacionados con la imagen y la fotografía en general—; baste mencionar el ya citado Centro de la Imagen, las Bienales de Fotografía, la revista Luna Córnea y próximamente la edificación de un nuevo recinto para la Fototeca Nacional del Instituto Nacional de Antropología e Historia en Pachuca, Hidalgo.
El tercer aspecto que es indispensable mencionar es el de la búsqueda de la innovación en los criterios curatoriales y museográficos por parte de Meyer y sus colaboradores cercanos.
Tratándose de fotografía con intenciones de arte su capacidad de comunicación está ligada íntimamente con la intención y el contexto que le dé el autor, de lo contrario queda tan abierto su contenido y forma que puede ser aplicado en cualquier sentido…
El director del Museo Archivo de la Fotografía, Vicente Guijosa, externó en Facebook de manera legítima sus preocupaciones: “Cómo entender que ésta es una nueva manera de ver la fotografía? ¿Cómo entender que esto es una nueva manera de hacer curaduría? ¿Cómo entender que así es la nueva museografía? No entiendo y sólo me atrevo a decir que no, no todo se vale”.
A lo planteado por Guijosa se suman algunas opiniones escuchadas el día de la inauguración sobre la curaduría y la museografía de las dos exposiciones inaugurales: “Todo por ver” y “El estado de las cosas”.
Antes de entrar en materia sobre estas dos exposiciones es importante comentar que la fotografía se ha convertido en un vínculo y mensaje polisémico para los individuos en todos los entornos sociales. Tratándose de fotografía con intenciones de arte su capacidad de comunicación está ligada íntimamente con la intención y el contexto que le dé el autor, de lo contrario queda tan abierto su contenido y forma que puede ser aplicado en cualquier sentido; de ahí la importancia del uso de cédulas de sala y un texto explicativo de la obra o serie de obras —recurso recurrente en las museografías actuales— para orientar la intención de la imagen frente al espectador.
“El estado de las cosas” exhibe una selección de imágenes periodísticas —en su mayoría ya publicadas o difundidas— y una que otra de intención artística que tocan temas lacerantes para la sociedad, como el crimen organizado, la violencia y su contrapartida, los grupos de “autodefensa” de diferentes estados de la república. La fuerza indiscutible de cada fotografía es un golpazo al espectador, un dedo que se mete en la llaga sangrante de la sociedad y un señalamiento, más que sobre un Estado fallido, sobre una sociedad fallida que enseña su rostro más grotesco. En esta muestra de autores y curaduría estupendos se dejan entrever los núcleos temáticos, aunque adolece de suficientes textos de sala que puntualicen la intención de la exposición, lo que deja una leve impresión en el espectador de que se escogió un tema “caliente”, que más que analizar la violencia pareciese una apología de ésta, regodeándose en su estética.
De “Todo por ver” se puede señalar que es una investigación en ciernes sobre el hacer fotográfico en este arranque del siglo XXI y que se ofrece sin núcleos temáticos definidos para dar paso al concepto de horizontalidad o “democratización” de la propia imagen. Se presenta a iconos del arte fotográfico, como Graciela Iturbide, al lado de fotógrafos rurales o de ciudad sin mayor reconocimiento cultural. Esta intención curatorial del FM4C es respetable y va a contracorriente de las herramientas actuales en la museística en sus ansias de innovación. Sin embargo, la falta de elementos de conducción museográficas, como las cédulas de sala o bien pies de objeto explicativos, hacen que se pierda esa vocación educativa que tan claramente ha marcado Pedro Meyer como objetivo principal del Foto Museo.
Esta muestra, que tuvo un trabajo de investigación acerca de 1,600 autores, aproximadamente, abre inmensas posibilidades curatoriales para ser explotadas ya sea en libros analógicos, digitales, productos multimedia o exposiciones. Esa base de investigación es un hito para la fotografía mexicana y todo un acierto para el equipo curatorial y de investigación del recinto.
El cuarto aspecto que es importante considerar sobre el FM4C es que no tiene ni tendrá un acervo que preservar o difundir. Este último punto debe tomarse en consideración si es que el Foto Museo Cuatro Caminos es realmente un “museo” o no. Según la definición del International Council of Museums, ICOM: “Un museo es una institución permanente, sin fines de lucro, al servicio de la sociedad y abierta al público, que adquiere, conserva, estudia, expone y difunde el patrimonio material e inmaterial de la humanidad con fines de estudio, educación y recreo”. El FM4C no tiene la intención —por lo menos en el corto plazo— a adquirir o preservar colección alguna. Su objetivo de estar dedicado “a la educación, exhibición, reflexión y experimentación de la imagen” es más que plausible, admirable y digno de ser apoyado sin regateo alguno. Pero las cosas se deben llamar por su nombre. El Foto Museo Cuatro Caminos es un centro cultural que exhibirá y organizará actividades en torno a la imagen.
El quinto aspecto, y uno de los más importantes, es el gran trabajo arquitectónico desarrollado por Mauricio Rocha Iturbide, y que en convergencia con Pedro Meyer y sus colaboradores logró una adecuación estupenda de la antigua fábrica para conseguir salas de exhibición impresionantes en cuanto a sus dimensiones —4.5 metros de entrepiso en promedio—, circulación funcional para los visitantes, luz perfecta, áreas más que generosas y un uso multifuncional de los propios espacios del recinto.
Desafortunadamente, las museografías de las dos exposiciones inaugurales le hicieron flaco favor al gran trabajo arquitectónico del propio equipo del Foto Museo, ya que no se consideraron los mínimos criterios museográficos, como el horizonte para el despliegue de la obra, lo que desdibuja el impacto de las salas y los espacios en general. La museografía hace recordar las prácticas exhibitorias del siglo XIX en museos y casas de coleccionistas, en donde se colgaban obras amontonadas sin criterio específico haciendo a momentos convivir magníficas imágenes con otras de pobreza visual evidente.
Por último, me congratulo por la apertura del Foto Museo Cuatro Caminos, ya que todo espacio dedicado a la imagen siempre es necesario y bienvenido, amén de que una magnífica labor como la que ha hecho Pedro Meyer con su equipo siempre deberá de ser reconocida por tirios y troyanos. ®
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