“Lo que se hace en Ecuador es un trabajo que puede competir con un mercado internacional. Creo que estamos a punto de reventar como un país de música, de talento”.
Retorné a Quito. Volví a esa ciudad rasa de imponentes edificios en su casco viejo que exudan historia, invitado por el festival Ecuador Jazz —10 a 21 de febrero—. En su edición 2016 esta cita anual incluyó en su espectacular cartel a los estadounidenses Sam Lee & The Expressions y The NY Gypsy All Stars; las brasileñas Luciana Souza y Rosa Passos; los africanos Hassan Hakmoun y Check Tidiane Seck, además de una selección por demás interesante de grupos locales con trayectoria en la música que lo inspira de origen. Primera acotación: el festival Ecuador Jazz, si bien concentra especialmente su atención en las propuestas nacionales e internacionales con importante trayectoria en ese género, de manera acertada da también cabida a otras que lindan con éste y lo arriman a géneros cercanos como el soul, la música de fusión y lo tradicional. Dos jornadas de cuatro días cada una, en las cuales sonidos de diversas texturas resonaron sobre todo dentro del Teatro Nacional Sucre, una sede a la altura de un festival que conforma un programa que desearían muchas ciudades del resto del continente.
Fue un acercamiento con el festival pero asimismo con la gente que lo pone en marcha con pasión y profesionalismo, la ciudad que lo alberga, su ineludible oferta gastronómica y la escena musical local cuyos protagonistas rondan alrededor de éste ávidos de exponerse a sus sonidos, y a su vez dispuestos a mostrar su música propia y la forma en que su país, gracias a la suma de acciones y empresas independientes que allí tienen lugar, levanta la mano reclamando atención y anunciando lo mucho que tiene para ofrecer en un futuro inmediato.
Pasado
No hace mucho establecí contacto con un músico radicado en Miami quien, de modo involuntario, me hizo reparar en Ecuador. Indagué en internet y lo localicé con el interés de entrevistarlo.Roberto Carlos Lange, mejor conocido como Helado Negro, me respondió con la habitual calidez que más tarde reconocería en los ecuatorianos con quienes entablé un vínculo a través del festival de jazz. No obstante, el hecho de que Lange ha vivido desde muy joven en Estados Unidos no permitió que yo pudiese intuir lo mucho que ya estaba bullendo a mitad del globo terráqueo.
Con Lange hablé sobre su obra luego de la salida de Double Youth, el álbum que dio a conocer en 2014 y que, de nueva cuenta, al igual como sucedió con Invisible Life, comunicaba el fuerte impacto que la música latina ha tenido en su trabajo, como él mismo lo ha puesto en palabras: la música de Julio Jaramillo, Atahualpa Yupanqui, Víctor Jara, entre muchos más.
En días más recientes el nombre de Nicola Cruz volvió a poner a Ecuador en el mapa de la electrónica latinoamericana y nos hizo prestar aún más atención al hecho de que sale poco de ese país, musicalmente hablando, que consiga un impacto importante en el resto del continente e incluso más allá. El portentoso debut de este productor electrónico, Prender el alma, nos ha enfrentado a la tremenda riqueza que hay en los sonidos tradicionales e indígenas de su país, su misticismo, a la par de intuir la imponente belleza de su naturaleza geográfica, en un disco que resulta contemporáneo, refrescante y exótico al oído.
Presente
Entre las figuras más inquietantes con quienes tuve contacto en este viaje a Quito está Ivis Flies, el músico y productor que ha convertido su estudio casero en un auténtico laboratorio de experimentación donde convergen el pasado menos conocido de la música de su país, un presente que ya atrapa, pero sobre todo un futuro inmediato que promete arrojar proyectos que, me parece, dejarán muy en claro no sólo el nivel de lo que se está haciendo allí, a su vez la efervescencia de un país al que debemos prestar atención como nunca antes. El propio Flies lo declaró así en una entrevista publicada en el diario El Universo: “Lo que se hace en Ecuador es un trabajo que puede competir con un mercado internacional. Creo que estamos a punto de reventar como un país de música, de talento”.
Flies ha sido parte de varias bandas, como La Grupa, muy poco conocida fuera de su país, que hace una lograda fusión entre rock y sonidos de su tradición, buscando una identidad propia que suene enteramente ecuatoriana. Segunda acotación: Pese a haber surgido en la segunda mitad de los noventa, el sonido de La Grupa, aún rebosante de frescura, conecta con la generación de Los Fabulosos Cadillacs, Paralamas, Café Tacvba, grupos que intentaron algo similar en México, Brasil y Argentina, en el cruce de los años ochenta y noventa. El sonido de La Grupa me parece revelador y contemporáneo; un material que, creo, debería reeditarse no sólo por la vigencia que exhibe, también para ser conocido más allá de su país de origen.
Los descubrimientos que brotaron de la computadora de Flies no terminaron allí. Muy pronto aludió a Río Mira, proyecto a punto de dar a conocerse, hecho con la complicidad de Iván Benavides, el colombiano detrás de Bloque y Posdata; el productor francés Cedric David, a quien hemos asociado con Sidestepper, Sargento García y ChocQuibTown, y un conjunto de músicos que conectan la costa del Pacífico entre Colombia y Ecuador, sobre todo a partir del uso compartido que tienen de la marimba, instrumento que define su folclor.
El álbum toma su nombre del río que riega los territorios colindantes de Colombia y Ecuador, y en ello simboliza la identificación que hay entre los músicos que participaron en su creación. Benavides dice al respecto: “El río Mira nace en el Ecuador y desemboca en Colombia. Cruza la frontera, pero no marca límites. Por el contrario, nos une. Como la música y la cultura que compartimos”.
Acerca de Río Mira, paradójicamente, horas antes de mi encuentro con Flies estuve hablando con Benjamín Vanegas, uno de los cantantes participantes, quien además encabeza Taribo. Originario del poblado costero ecuatoriano de Esmeraldas, Taribo tiene en la marimba el elemento central de su sonido. A la fecha cuenta con un álbum, Marimba, materia prima, y está trabajando en otro que verá la luz en fecha próxima: A Song for Rosita. Sobre éste, Vanegas cuenta que rescata canciones de Rosa Wila, una mujer negra octogenaria que es una leyenda en la región. Para poder financiar su producción, el grupo, con el apoyo del etnomusicólogo estadounidense Jud Wellington, montó una página en Kickstarter para recabar fondos. A Song for Rosita será su segundo larga duración y contendrá las originales de Wila recreadas con arreglos contemporáneos.
Taribo, Un arrullo para Rosita.
Acerca del impacto que la música afro tiene en Ecuador, Flies dice: “A donde más ha llegado la música afro es a Quito. Siento que en Esmeraldas, esta nueva generación con gente como Benjamín y el gringo Wellington, es una de las primeras que va a tener la posibilidad de generar proyectos con mayor alcance. Es complicado porque en este país no ha habido una conciencia de preservación de la música, de desarrollo, de visibilización, estas cosas importantes que hacen que la gente conecte. Pero ésa es la realidad del Ecuador; estamos en un lugar donde no hay industria de la música, ni nunca hubo”.
Volviendo a Río Mira, hay que añadir que en su grabación, además de Vanegas, tomaron parte el marimbero colombiano Esteban Copete, líder del Kinteto Pacífico y nieto del legendario Petronio Álvarez; la cantante esmeraldeña Karla Kanora —a quien Flies produce también un disco como solista—; el percusionista Sergio Ramírez y el guitarrista Carlos Hurtado, ambos parte del Kinteto Pacífico, y el también percusionista Eduardo Martínez, entre otros.
Flies continúa: “Es un proyecto de dos productores que, porque están locos, deciden que estos músicos toquen juntos”. Y sobre su proceso de creación cuenta: “Nos metimos en un monasterio casi abandonado que está al lado de una universidad, en una pequeña montaña en Esmeraldas, y en su capilla montamos el estudio. Hicimos cuatro días de sesiones en vivo, todos tocando juntos, con muy pocos overdubs. Pretende dar a conocer la música afro–pacífico; la marimba en este caso, que ha sido nombrada patrimonio inmaterial de la UNESCO. Y tratamos de dejar su sonido lo más puro posible”.
Pasado, de nuevo
Tema aparte es De Taitas & Mamas, el ambicioso y fecundo proyecto que encabezó Flies como productor y que estuvo nominado al Grammy latino en 2013. Se trata de un conjunto de discos que recogen los cantos tradicionales de la comunidad ecuatoriana negra, indígena y campesina, a través de las interpretaciones de seis de sus músicos: Papá Roncón, Julián Tucumbí, Mariano Palacios, Don Naza, Mishqui Chullumbu y el trío Las Tres Marías.
“Las Tres Marías son tres mujeres hermosas que viven en el Valle del Chota, al norte de Ecuador, trabajan en el campo, cultivan sus productos y los venden en el mercado; una de ellas es además partera”, dice Flies. “Son hermanas, hijas de uno de los fundadores de La Banda Mocha, y aprenden a hacer música imitando a la banda de su padre que utiliza vientos y percusiones; ellas imitan esos sonidos y arman un ensamble sólo de oído, hacen música como jugando. Y son fabulosas”.
Flies dirá de Roncón que es un personaje del que brota el realismo mágico: cuenta que “el duende” le enseñó a tocar la guitarra, aunque es más conocido como marimbero. Y es quizás de todos los antes mencionados el que mayor reconocimiento ha conseguido. En cuanto a Tucumbí, indígena del páramo situado en las faldas del Chimborazo, conserva viva una música ancestral que se ha mantenido pura a lo largo del tiempo.
“Palacios es el más joven del proyecto, debe tener 66”, precisa Flies sobre el trovador cuyo disco lleva por título Que me echen un gallo riño. “Es de esta suerte de músicos que nosotros llamamos ‘los lagarteros’, tríos que van a tocar a la playa. La diferencia de él con los demás es que mantuvo en su repertorio la música tradicional de Manabí, la provincia de la costa del Ecuador, donde el asentamiento es de montuvios, gente de campo que va a caballo y lleva machete; canta ‘amorfinos’, que son como coplas”. Y si Palacios es el más joven, Don Naza es el más longevo. Así lo describe Flies: “Él es la razón de que todo esto pasara porque con él hice una amistad desde hace muchísimos años, cuando estaba entero y ya tenía setenta y pico de años. Era un loco, borracho, mujeriego, divertidísimo. El tiempo pasó y me lo topé ya viejito, había ganado dos veces seguidas el Petronio Álvarez como la mejor voz”. Flies se determinó a hacer un disco con él y el resto de producciones de la serie fueron llegando paulatinamente. “Por eso sale De Taitas & Mamas”, dice el también músico. “Gracias a este viejo maravilloso que para mí es el mejor cantante que ha parido esta tierra”.
Futuro
Pero de la chistera de Flies aún restan cosas por brotar. De pronto habla sobre Mateo Kingman, el joven músico ecuatoriano que pronto aparecerá en el estudio para relatarnos la fascinante historia de su vida y mostrarnos los dos proyectos que lleva adelante, el que lleva su nombre de pila y EHVA, una peculiar banda de rock que incorpora a su música elementos de la tradición propia y todo aquello que quepa en su imaginación, incluidos los recursos electrónicos. Tercera y última acotación: En realidad, EHVA son las siglas de El Hombre Viejo de los Andes, el verdadero título del proyecto.
Recibo el álbum debut de EHVA y veo en los créditos que se trata de un sexteto. Por los nombres de las canciones, comienzo a intuir una historia de selva, de naturaleza exuberante y desbordada, la misma por la cual en breve me internará el monólogo de Kingman: “Culebra de monte”, “Yuyo”, “Llevo en el pecho flores”. Musicalmente, me suenan cercanos a Nicola Cruz, con la salvedad de que en el trabajo de EHVA predominan las estructuras de canción donde la letra es un elemento medular. De igual manera, se perciben exóticas percusiones, singulares ruiditos y cadencias electrónicas.
“Yo nací en el páramo, en la ciudad de Quito, pero no en la ciudad sino en las montañas, en una zona cercana a Yarequí”, dice Kingman sobre sus orígenes. “Viví allí hasta los cinco años, y entonces mis taitas me llevaron a un pueblo en la Amazonía ecuatoriana que se llama Macas, un pueblito en el sur del oriente, en la frontera con el Perú. La región amazónica es bastante brutal y haber crecido allí para mí es un regalo impresionante”.
La historia cuenta que los padres de Kingman, por cuestiones políticas y convicciones propias, se exiliaron en la selva junto a sus hijos, en una cordillera baja llamada Cordillera del Cóndor. Fue allí donde él se educó fuera de la educación formal. “Allí la vida se desarrolla más bien en los alrededores, en los ríos, en el bosque, en algunas comunidades del pueblo shuar, el pueblo indígena que ha vivido allí milenariamente”.
Kingman aprendió a tocar tambores y luego batería. Estando en la selva tuvo poco contacto con la música que sonaba en las ciudades, pero a sus manos, por conducto de su hermano que vivía en la ciudad, llegaron dos discos que influyeron fuertemente en él: Nevermind de Nirvana y Mucho barato de Control Machete. En la Amazonía Kingman solía recorrer los senderos. Fue así como se convirtió en corredor, pasatiempo que profesionalizó al formar parte de la selección de atletismo de Ecuador y que lo tuvo muy cerca de participar en los Juegos Olímpicos.
“Para mí, este disco es el primer pasito de una necesidad auténtica de creación”, explica acerca de Respira, el álbum que ha dado a conocer en fecha reciente, del cual Flies es productor. Y añade: “Refleja fuertemente la primera parte de mi vida en la Amazonía. Todas las letras hablan de situaciones en este espacio. Los sonidos también tienen mucho que ver, tenemos muchos sampleos, muchas ambientaciones e instrumentos, y la electrónica que descubrí al volver a la ciudad”.
Escuchar Respirar es exponerse a una musicalidad colorida en la que todo puede suceder. En “Sendero del monte”, su primer track, se percibe la espiritualidad de sus letras. “Lluvia” relaja sus beats y avanza a ritmo downtempo; una canción cuya letra, llena de imágenes alusivas a la naturaleza, nos inserta en el calor de la Amazonía que un aguacero alivia y disipa. “Agua santa” suena tribal e inscrita en el hip hop. “Sonido popular” es la fiestera del álbum, champetera y salsosa. Y la que le da nombre ejercita el reggaeton desde la perspectiva muy particular de su autor.
Mucho de Respirar obedece al contacto que Kingman tuvo con los shuar y con los sonidos de distintas culturas indígenas de la zona. “Hice una exploración de la música tradicional amazónica. De la cultura cofán, de la guaurani, de la shuar, de la siona secoya, que tienen mucha música”, dice el compositor y cantante. “La mezcla de este disco es el hip hop como un elemento claro y fuerte, la búsqueda de enriquecerlo con melodía y armonía e influencias de géneros musicales latinoamericanos en un intento de encontrar un equilibrio entre lo orgánico y lo electrónico”. ®